lunes, 22 de enero de 2018

Francisco González Luque (Diario de Cádiz, 21.01.2018).- TERCER CENTENARIO DE LA MUERTE DEL ESCULTOR IGNACIO LÓPEZ (I) Una deuda con un maestro del barroco andaluz



TERCER CENTENARIO DE LA MUERTE 
DEL ESCULTOR IGNACIO LÓPEZ (I)

Una deuda con un maestro del barroco andaluz

FRANCISCO GONZÁLEZ LUQUE

21 Enero, 2018 
  • Se cumple este año el tercer centenario del fallecimiento en El Puerto del prestigioso imaginero Ignacio Francisco López
http://www.diariodecadiz.es/elpuerto/deuda-maestro-barroco-andaluz_0_1211279279.html


En diciembre de 1718 moría en El Puerto de Santa María el imaginero barroco Ignacio Francisco López. Trescientos años después consideramos de gran interés que la ciudad en la que residió casi cuarenta años y donde dejó una huella inconfundible en la trayectoria de la escultura le dedique un merecido homenaje.
Cuando en 1996 José Manuel Moreno Arana hallaba la documentación que atestigua la autoría del retablo de Ánimas de la Prioral de El Puerto y su ejecución a partir de 1680 por obra del entallador Alonso de Morales y del escultor Ignacio López, se despejó una de las incógnitas de mayor trascendencia para la historia del arte barroco no sólo local. Permitió asegurar la paternidad de varias esculturas conservadas en esta ciudad y su entorno y pudieron refutarse también falsas atribuciones a Pedro Roldán, a su hija Luisa o a otros artistas del siglo XVII. Desde entonces, estos apellidos (Morales-López y Moreno Arana) se asociaron a los de unos auténticos genios de la talla en madera y la investigación histórico-artística, respectivamente.





Una vista del retablo de Ánimas de la Iglesia prioral, obra del escultor Ignacio López
Por mi parte, en calidad de historiador del arte y portuense de adopción, me siento obligado a valorar la vida y obra de Ignacio López y justificar su protagonismo y significación en la evolución de la escultura barroca, así como su vinculación con El Puerto de Santa María en su contexto histórico y artístico en la transición del siglo XVII al XVIII.
Gracias a la colaboración de Diario de Cádiz, pretendo a lo largo del año en curso dar a conocer y poner en valor el estilo y la personalidad de este escultor barroco para entender la influencia de su producción en la imaginería de esa época y estilo a nivel local y regional. Asimismo será conveniente desmitificar la creencia de que todo el arte hecho y conservado en El Puerto procede de talleres foráneos y reivindicar la producción de artistas afincados en esta ciudad. Sería una magnífica ocasión, por cierto, para editar un estudio monográfico sobre este artista y catalogar la escultura barroca portuense, restaurar algunas de las obras documentadas y atribuidas a este escultor en la localidad y organizar una exposición temporal con ellas (sería la primera monográfica del autor y su producción) para acercar este artista todavía poco conocido a un sector amplio del público.
En esta primera entrega presentamos un breve perfil biográfico y en próximos artículos recordaremos las características de estilo en sus imágenes, anotaremos la relación de obras conservadas en El Puerto e iremos repasando el catálogo de estas esculturas: desde las documentadas del retablo de Ánimas hasta las atribuidas y justificadas de tema pasionista, mariano o hagiográfico, ya que la iconografía de los temas y personajes religiosos representados por Ignacio López en la ciudad es muy amplia.

¿Quién fue Ignacio López?

Francisco Ignacio López (Sevilla, 1658 - El Puerto, 1718) debió nacer a mediados de 1658 en Sevilla (el 16 de agosto de ese año fue bautizado en la iglesia de El Salvador), donde transcurriría su infancia y juventud y aprendería el oficio de escultor junto a su padre, Jerónimo López, especializado en la imaginería en pasta y vinculado a la Compañía de Jesús. A lo largo de su adolescencia conocería las obras de retablistas e imagineros activos en Sevilla en el tercer cuarto del siglo XVII, familiarizándose especialmente con Simón de Pineda y Pedro Roldán. En ese entorno artístico debió entablar una temprana y fructífera amistad con Alonso de Morales, uno de los discípulos de aquel afamado entallador que fijaría su residencia en El Puerto de Santa María.
La parte mejor conocida de la biografía de Ignacio López es precisamente el periodo cronológico de su documentada presencia en esta ciudad (1681-1718), donde transcurrirá el resto de su vida y trayectoria profesional. Debió llegar aquí muy joven, con unos 20 años, a finales de 1680. Su primer domicilio fue en la vivienda que ya poseía aquí Alonso de Morales -cinco años mayor que López- en la calle Vicario, quien lo acoge en su casa. Juntos trabajarán en el retablo de Animas de la Prioral, concertado ese año. Contrae matrimonio el 8 de junio de 1681 con la portuense Tomasa Francisca Rendón, es padre de cuatro hijos, abre taller propio y reside en una casa de su propiedad en la confluencia de las calles Santa Clara y Rosa desde 1689. Goza de excelente situación económica y talla auténticas maravillas en las últimas décadas del siglo XVII y primeras del siguiente, cumpliendo perfectamente con la consabida función devocional al satisfacer los gustos estéticos de cuantos conventos y hermandades en varias localidades de las provincias de Cádiz y Sevilla reclamaban sus obras. Con ellas compuso un magnífico conjunto de imaginería que elevan a este insigne escultor a la categoría de los grandes maestros del barroco andaluz. Imágenes suyas (documentadas y de segura atribución) se encuentran hoy repartidas, además de en El Puerto de Santa María, por Lebrija, Rota, Sanlúcar, Jerez, Arcos, Morón, etcétera.
Desde finales de 1689 se produce un vacío documental que nos lleva hasta la fecha de su muerte, el 13 de diciembre de 1718. A los 60 años de edad será enterrado, curiosamente, en la capilla de la Prioral portuense, justo delante de las obras de imaginería del citado retablo que le servirían como carta de presentación y tanta fama le proporcionarían entre la numerosa clientela que le apreció y respetó a lo largo de esos casi cuarenta años de residencia en El Puerto.

Julio Mayo (ABC de Sevilla, 21.I.2018).- San Sebastián, patrón defensor de la peste en Sevilla

San Sebastián, patrón defensor de la peste en Sevilla


· Desde la Edad Media, este santo, que en su martirio fue tirado a una cloaca, se especializó en proteger a las poblaciones


JULIO MAYOABC de Sevilla, 21 de enero de 2018



En Sevilla apenas queda ya rastro devocional del culto exitoso que se le rindió a San Sebastián en el pasado. Desde la Edad Media, este santo, que en el padecimiento de su brutal martirio fue tirado a una cloaca, se especializó en proteger milagrosamente a las poblaciones, por las que intermediaba librándolas de los mortíferos efectos de las epidemias de peste.



Grabado de Durero del martirio de San Sebastián - ABC


Es así como se hizo popular en toda Europa. Desde el último tercio del siglo XV, se prodigaron «Las pestes» en demasía, registrándose no pocas durante el transcurso del XVI y buena parte del XVII. Una urbe tan populosa como Sevilla, padeció sus estragos debido al importante tráfico comercial y humano que albergó, muy principalmente a partir del Descubrimiento de América, e intensificación del comercio con Flandes. Las grandes pestilencias coincidieron históricamente con agudas crisis existenciales, por lo que los pobladores de la principal metrópolis del mundo, ampliamente atendidos espiritual y pastoralmente por miles de clérigos e infinidad de iglesias, ermitas, hospitales y conventos, entendieron que el cataclismo provenía como consecuencia de sus pecados. Era un castigo de Dios.

«Desde el año 1502 –escribió el cronista don Andrés Bernáldez– comenzaron a haber muchas hambres e muchas enfermedades de modorra e pestilencia, hasta este de 1507 que comenzó en el mes de enero (…/..). Murieron mucha gente. En este lugar donde yo estuve, escapamos yo y el sacristán heridos y sangrados cada dos veces, y finaronse cuatro mozos que andaban en la Iglesia, que no escapó ninguno. E de quinientas personas que había en mi parroquia de este lugar (Los Palacios), se finaron ciento y sesenta, entre chicos y grandes. Todas las mujeres que criaban e daban leche escaparon, y si moría una era entre ciento».


San Sebastián, de Murillo


Muchos cadáveres de los apestados se sepultaban en las inmediaciones de la ermita de San Sebastián, un pequeño templo bajo-medieval (origen de la actual parroquial del mismo título ubicada en el Porvenir), cuya existencia se remonta a mediados del siglo XIV. Perteneció al gremio de los genoveses y en su seno nació una hermandad dedicada a esta particular advocación. Finalmente, el ermitorio terminó siendo cedido al cabildo de la catedral en 1505, cuya entidad ha gobernado su uso prácticamente hasta la segundad mitad del pasado siglo XX. Curiosamente, en la documentación eclesiástica figura denominada como «Casa del Bienaventurado Martir San Sebastian del Campo». 

Una clara muestra de la estrecha vinculación del santo con la religiosidad popular sevillana son los cuantiosos rituales de aflicción que se celebraron. La Iglesia colmaba de gracias a quien visitara aquella iglesia tan alejada. Estaba fuera de las murallas, en el ancho prado que hoy conocemos con el nombre de San Sebastián. El Papa León X concedió indulgencias, en 1517, a quienes asistieran a ella en la festividad propia del santo, el 20 de enero, y se quedasen a escuchar misa. Cuando se produjo la epidemia de peste del año 1576, el Ayuntamiento y el Cabildo catedralicio acordaron celebrar una función solemne todos los años en honor de San Sebastián, el mismo día litúrgico suyo, con procesión de ambos cuerpos corporativos, desde la catedral hasta la ermita y el posterior regreso a la Seo Metropolitana.

Este ceremonial se organizó durante varios siglos anualmente, hasta que se hizo la última vez en 1869. Si no llovía, la asistencia a la procesión era muy elevada. El propio Miguel de Cervantes comenta de Isabela, protagonista de su novela «La española Inglesa», que ella «jamás visitó el río, ni pasó a Triana, ni vio el común regocijo en el campo de Tablada y puerta de Xerez, e día, si le hace claro, de San Sebastián, celebrado de tanta gente que apenas se puede reducir a número».


San Sebastián, grabado.


El Abad Gordillo recoge en su libro, «Religiosas estaciones», que el pueblo sevillano acudía a la ermita en masa, en la primera mitad del siglo XVII, con el propósito de implorar la intercesión de su titular, especialmente cuando «hay peste». Había hasta tres imágenes distintas de San Sebastián y una de San Roque, tallada por el escultor Gaspar del Águila hacia 1578. Pero intramuros de la ciudad, San Sebastián cosechó igualmente un seguimiento piadoso relevante. Según el Abad Gordillo, contaba con «muchos altares y capillas dentro de la ciudad, dedicados a su nombre y devoción que celebran en ellas muchas memorias y misas».

Además, existieron otras tantas cofradías con el mismo título devocional. Pueden servirnos los ejemplos de dos corporaciones. La del hospital de San Sebastián que hubo en el siglo XV en la calle de San Vicente (luego nombrado de San Pedro y San Pablo, sobre cuyos terrenos se levantó el convento de San Antonio). Y recoger también otra fundada en el hospital de los Toneleros, en la Carretería, donde acudía mucha «gente de la mar pobres y sin capas», en la que existió la de «Los Remedios y San Sebastián» (esta se fusionó con la hermandad de la Virgen de la Luz que pasó a la parroquia de San Miguel al extinguirse este hospital a finales del siglo XVI).

Mártir y protector


San Sebastián fue un soldado romano, que vivió en el siglo III, y fue martirizado por no renunciar a la fe cristiana. Sobrevivió al primer martirio, en el que fue asaetado con flechas sobre su cuerpo desnudo. Volvió a retar al emperador de Roma, quien decretó que fuese apaleado. Tras ser arrojado a un husillo, se apareció en sueños a Santa Lucía para señalar dónde se hallaba su cuerpo. Es el defensor contra la peste más prestigioso que hubo en la Edad Media. Al significarse por ayudar a los cristianos, el Papa Cayo lo nombró «Defensor de la Iglesia». Iconográficamente, se ha concebido con rostro y cuerpo joven, casi desnudo, atado a un árbol, traspasado por las flechas punzantes.



San Sebastián.

San Sebastián en la provincia


Según el profesor Sánchez Herrero, en el siglo XVI existieron en muchos pueblos del antiguo Reino de Sevilla ermitas y hospitales consagrados a San Sebastián, en donde curiosamente radicaron también cofradías de Vera Cruz, como sucedió en Utrera, Dos Hermanas o Villafranca de la Marisma. El trajín del río y la Carrera de Indias incidió notablemente en la propagación vertiginosa de los contagios de pestilencias. Aquel fenómeno calamitoso suscitó una angustiosa temeridad y los ayuntamientos de innumerables localidades proclamaron patrón a San Sebastián en los primeros años de «La Peste», mucho antes de la que se propagó y extendió en 1649 y 1650.


Es patrón, entre otros municipios, de Puebla del Río, Marchena, Lora del Río, Fuentes de Andalucía, Camas, Tomares, Los Molares, Villafranca de la Marisma (actual Los Palacios y Villafranca), Brenes Villaverde del Río y Cantillana. Curiosamente, casi todas las localidades ribereñas orilladas al Guadalquivir lo proclamaron intercesor. Ocurre así también en los casos de Sanlúcar de Barrameda y el Puerto de Santa María. 


San Sebastián en procesión (Marchena) / L. V. D. M.