lunes, 8 de septiembre de 2008

Virgen de Consolación, la del barquito en la mano

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Virgen de Consolación, la del barquito en la mano
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Julio Mayo / Salvador Hernández.
ABC, lunes 8 de septiembre de 2008
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La peculiaridad iconográfica de la Virgen de Consolación de Utrera, distinguida por acoger en su brazo derecho una embarcación miniaturizada, la define como una imagen marinera vinculada, desde mediados del siglo XVI, al mundo y gentes del mar pese a venerarse lejos de la costa. El enigmático origen de su barquito hemos podido desvelarlo gracias a la localización del documento de donación, hallado en los fondos notariales de Utrera que se custodian en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla.
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La pieza de oro, que luce la talla en ocasiones solemnes, fue legada en 1579 por el capitán sevillano de la Carrera de Indias Rodrigo de Salinas, un hábil mercader que actuó como factor del banquero Pedro de Morga en Tierra Firme (Panamá), donde triunfó con sus negocios y se consagró como hombre rico para siempre. El éxito de su actividad comercial, ascenso social y presumible salida airosa de los escándalos financieros relacionados con la quiebra de la banca del vasco, en 1576, tras devolver las cantidades y bienes pertenecientes a la compañía de Morga, parecen ser algunas de las motivaciones que llevaron al mercader sevillano a cumplimentar su espléndido legado, una excepcional joya renacentista que representa, a pequeña escala, los rasgos esenciales de las naves armadas redondas, de tres mástiles, de mediados del siglo XVI, propias de la Armada española.
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La dotación armamentística queda encarnada mediante las numerosas bocas de cañoncitos que asoman por entre las estancias de los castillos de proa y popa, el arquero que, junto al pie del mástil mayor, empuña un arco en ademán de lanzar sus flechas y un cañoncito dotado de cureña, sobre dos ruedas, que se despliega en la cubierta, todo ello en un delicado ejercicio de modelismo naval. La diminuta nao, que se asemeja bastante a las plasmadas en el famoso tapiz de «La conquista de Túnez» de los Reales Alcázares de Sevilla, está labrada en oro y decorada con finísimas líneas de esmaltes de colores y contiene microscópicamente punzonado, en una cabecita de animal fiero que asoma por una de las estancias de la proa, el año 1558. La génesis de la obra, cuyo programa decorativo e iconográfico se aparta de la órbita religiosa, no parece responder a unas directrices ex profesas consignadas por Salinas, quien seducido de su mérito y rareza, hubo de adquirirla ya concluida en un mercado especializado.
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Grabado. Virgen de Consolación (1791).
En opinión de la especialista en joyística Letizia Arbeteta estamos ante una de las alhajas más notorias del arte español, casi única en su género, que se distingue por su función perfumadora. Desde un bálsamo interno, depositado en el casco de la nave recreado con cristal de roca simulando la transparencia del mar, exhala fragancias aromáticas que se añaden al olor propiciado por ciertas aplicaciones de ámbar que contuvo la presea como adorno de algunas de sus partes. La exquisitez y moda de las damas nobles del momento las simboliza magistralmente este joyel que, aún siendo de carácter profano, vino a enriquecer el ajuar de la Virgen. A raíz del famoso milagro de la lámpara de aceite (1558), y otros tantos prodigios asombrosos, Nuestra Señora de Consolación acrecentó su fama de imagen milagrosa y ramificó su popularidad gracias al óptimo emplazamiento geográfico de una Utrera, bien comunicada, a la que podían acceder las catervas de romeros y peregrinos con facilidad.
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El extraordinario poder de convocatoria de la imagen propició la celebración de una de las romerías más prestigiosas del país, durante los siglos de oro españoles. En los años de máximo esplendor concitaba cada 8 de septiembre unas 20.000 personas y hasta la treintena de cofradías filiales, muchas de ellas procedentes de poblaciones algo distantes del santuario, por lo que precisaban varias jornadas de camino para llegar. En la procesión, una inmensa multitud arropaba las andas de la Virgen movilizándola a ritmo enfervorizado, tal como en la actualidad acontece en la de Nuestra Señora del Rocío de Almonte. Hoy ya no se celebra, tras haberlo prohibido el Consejo de Castilla en 1771, debido a sus desórdenes y escándalos.
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Precisamente la estratégica ubicación de la localidad, en el comedio de aquella universal Sevilla y los puertos gaditanos, le posibilita prestar una destacada función logística al desarrollo del comercio colonial con las Indias, durante los siglos XVI y XVII, y convertirse así en una importante zona de tránsito por la que circundarán, como vía terrestre alternativa al Guadalquivir -cuando las embarcaciones de gran tonelaje precisaban ser aliviadas para bajar el río sin dificultad-, infinidad de tripulantes que se dirigían a Sanlúcar de Barrameda para embarcarse hacia el Nuevo Mundo. ¡Cuántos no la invocarían ante el aciago trance de su aventura marinera! Se explica así la predilección devocional que las gentes del mar, soldados de la Armada española, mercaderes y cargadores indianos le profesaron a una imagen entronizada, tierra adentro, en la campiña de Utrera.
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