sábado, 7 de marzo de 2009

El Cuerpo de infantería de Marina

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Florentino Portero (Analista del Grupo de Estudios Estratégicos GEES)
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Sábado, 07-03-09
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Los grandes ejércitos nacionales son el resultado de la suma de sus unidades. De ellas heredan elementos esenciales a la función militar, como son el orgullo, el valor, la solidaridad, el sentimiento de pertenecer a algo que está por encima de la experiencia de una generación y que representa todo aquello que justifica la característica fundamental de un soldado: su disposición a ofrecer su vida. De ahí que el tiempo juegue a favor de las Fuerzas Armadas en aquellas sociedades que las han comprendido y han sabido administrarlas a lo largo de siglos.
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Para cualquier estudioso o aficionado al estudio de la historia militar los regimientos británicos son un modelo de integración social. Durante cientos de años han sido una institución perfectamente incardinada en su entorno social y geográfico. Por cada uno de ellos han pasado generaciones de una misma familia hasta el punto de ser uno de esos ejes que dotan de identidad a un apellido. Experiencias históricas fundamentales, como las dos guerra mundiales, han sido vividas y recreadas por miles de personas a través de un determinado regimiento al que se sienten y sentirán unidos. Todos son británicos, todos aman a su país, pero el supremo sacrificio lo hacen a través de algo próximo y concreto, una institución vinculada a su familia, a los suyos, por siglos.
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España es uno de los estados más antiguos de Occidente, pero también es uno de los que peor ha gestionado sus ejércitos. Tras la Guerra Civil se llevó a cabo una reorganización en clave centralizadora y racionalista que se llevó por delante unidades centenarias que dotaban de continuidad la historia nacional desde los tiempos del Imperio. Eran días de nacionalismo encendido, un sentimiento que a menudo confunde la razón y se lleva por delante el sentido común. Como si el pasado no tuviera más función que la de dar sentido a la Historia se partió casi de cero, equiparando a España con una nación recién descolonizada y forzada a diseñar desde la nada unas Fuerzas Armadas. No es de extrañar que nuestras unidades más laureadas sean los tabores de regulares y los tercios legionarios, creaciones del siglo XX.
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Una gran nación se distingue, entre otras cosas, por el respeto a sus viejas instituciones, aunque sólo sea porque han demostrado su utilidad a lo largo del tiempo. Frente al vicio de reorganizar está la virtud de reformar y adaptar lo justo; frente a la soberbia de la razón está la inteligencia de respetar la experiencia. Mal están los errores que cometimos en el pasado, pero peor es insistir en ellos.
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Las necesidades militares del Imperio llevaron al Emperador Carlos, en 1537, a adoptar una medida revolucionaria: asignar de forma permanente Tercios de Infantería Española a su Real Armada. Había nacido la Infantería de Marina. Desde entonces, los infantes de marina han intervenido en todos los océanos. En un tiempo en que el despliegue por mar era la alternativa más rápida, se intentaba dotar a nuestros almirantes de una fuerza terrestre que defendiera los buques, luchara en el abordaje, proyectara el poder naval y controlara la situación hasta la llegada de las fuerzas terrestres. En términos modernos hablaríamos de unidades de despliegue rápido y de choque, entrenadas para ocupar terreno hasta la incorporación al teatro de operaciones de otras más pesadas del Ejército de Tierra. Eran tropas, pero Armada. Mantenían su propia personalidad y mandos, pero su operatividad quedaba determinada por el despliegue naval.
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La idea cuajó y hoy todos los grandes y medianos Estados tienen unidades de Infantería de Marina. La excepción es Estados Unidos, que entendió la diferencia entre circunstancia y función y optó por dotar a los Marines de la condición de Ejército. El maridaje Infantería-Armada era sólo una circunstancia temporal, la que convirtió a la segunda en el medio de trasporte más rápido durante un tiempo. Lo esencial de los Marines es su vocación de fuerza de proyección y choque, dotados por lo tanto de la potencia y el entrenamiento específico que les prepara para conformar una unidad inevitablemente elitista. A nadie ha sorprendido en Estados Unidos que hayan solicitado, a través de sus mandos, la retirada de sus unidades en Iraq para ser de inmediato desplegadas en Afganistán. El argumento es obvio, en Iraq se controla el territorio mientras que en Afganistán se combate. Cuando la Fuerza es escasa y los retos de seguridad pasan por el continuo envío de destacamentos militares a miles de kilómetros de distancia las unidades de infantería de marina resultan particularmente adecuadas.
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España, sin embargo, es la excepción. El 27 de febrero se celebró el 472 aniversario de la creación del Cuerpo de Infantería de Marina, el primero de la Historia, y lo hicimos bajo el efecto de la Orden de Defensa 3771/2008 de 10 de Diciembre, que establece que la Fuerza de Infantería de Marina, con el Comandante General del Cuerpo a la cabeza, pase a depender del Almirante de la Flota. Una Orden que rectifica el RD 912/2002, que desarrollaba la estructura orgánica básica de los Ejércitos y establecía que la Comandancia General del Cuerpo se integraría en el Cuartel General de la Armada al tiempo que el Comandante General dependería del Almirante Jefe del Estado Mayor de la Armada. De Cuerpo ha pasado a Fuerza, de depender del Jefe del Estado Mayor al Almirante de la Flota. La Infantería de Marina pierde su carácter orgánico dentro de la Armada y queda desprovista de su entidad institucional, que es lo que se viene conmemorando desde 1537. En estas nuevas circunstancias ¿podrá la Brigada de Infantería de Marina conservar sus valores específicos y mantener la calidad de su fuerza de combate?
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La pérdida del carácter orgánico de la Infantería de Marina daña una vieja, solvente y elitista institución militar. Y lo hace cuando nuestro entorno evoluciona en el sentido contrario. A lo largo de la historia hemos podido observar cómo prolongados períodos de paz provocan en la clase política y en los propios mandos militares una pérdida de sentido de la realidad. Paulatinamente, se van imponiendo actitudes burocráticas mientras se minusvalora el peso de instituciones de raigambre centenaria. -
Para nuestros gobernantes, que «prefieren morir que matar», que hacen gala de pacifismo y no ocultan su voluntad de convertir las FF.AA. en una ONG, estos temas carecen de interés y, desde luego, no está en su ánimo reivindicar unidades que se caracterizan por su disposición al combate.
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Es evidente que la situación de nuestra Infantería de Marina no es, ni mucho menos, el mayor de nuestros problemas. Sin embargo, la evolución que está sufriendo es un síntoma más de esa crisis del Estado que caracteriza nuestra situación presente. La descomposición a la que nos lleva la deriva radical del régimen autonómico va en paralelo a la evolución de nuestros Ejércitos hacia algo que no tiene mucho que ver con su naturaleza. Ambos procesos son resultado de una crisis de valores, de la pérdida del sentido de la realidad. Podemos rectificar o avanzar con decisión por el callejón sin salida en el que libremente nos hemos metido. En el caso del Cuerpo de Infantería de Marina, rectificar es fácil.
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