domingo, 28 de febrero de 2010

La huella documental de Murillo


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La huella documental de Murillo
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30 documentos del Archivo Histórico muestran el perfil económico del pintor
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http://www.elcorreoweb.es/cultura/086038/fotogaleria/huella/documental/murillo
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Neftalí Caballero, 27 de febrero de 2010.

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La figura de Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617-Cádiz, 1682) no tiene nada que ver con el cliché de artista bohemio y abandonado a su arte. Todo lo contrario, Murillo fue un prohombre de la Sevilla de su tiempo, acaudalado y con muy buenas relaciones con el poder.
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Resultado de imagen de BARTOLOME MURILLO
Todas estas conclusiones parten de la recuperación de los documentos que muestran la activa vida empresarial del pintor que el Archivo Histórico Provincial ha llevado a cabo. Salidos de registros notariales, hasta una treintena de legajos sirven de prueba para asegurar que Murillo fue un artista muy atento a lo que sucedía con sus cuentas.
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"La Iglesia era el gran mecenas de la época", asegura Francisco Fernández, el técnico del Archivo que se ha encargado de la investigación y recuperación de los documentos. Por eso, la gran cantidad de lienzos de temática religiosa del pintor. Además, mantenía muy buenas relaciones, incluso a nivel personal, con la cúpula eclesiástica.

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Así, uno de los documentos recuperados, fechado el 5 de junio de 1669, indica la dote que el artista tuvo que pagar para que su hija Francisca ingresara como novicia en el convento de Madre de Dios: "(...) Pagar a la señora priora y religiosas 50 ducados de moneda de vellón y un cahíz de trigo de renta en cada un año para los alimentos de mi hija", dice literalmente el acta. "Era algo normal en las familias ricas: las hijas mayores se casaban y alguna de las pequeñas se ingresaba en un convento", completa el técnico encargado de la investigación.
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Resultado de imagen de MIGUEL DE MAÑARA
Otra prueba de las buenas relaciones que mantenía con los eclesiásticos de Sevilla es su amistad con Miguel Mañara, el hermano mayor de la Santa Caridad, con sede en el Hospital de la Caridad.
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Visitable hoy en día, su Iglesia atesora seis lienzos de los diez -cuatro de ellos fueron saqueados por el ejército napoleónico- que Murillo les vendió no sólo por sus dotes con el pincel, sino también por la relación con el hermano mayor. De hecho, Mañara fue el padrino en el bautizo de varios de los hijos del pintor, y además, consiguió que ingresara en su Orden.
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Entre los legajos recuperados se encuentra asimismo una carta de pago por la que la Catedral de Sevilla se comprometía a finiquitar, por valor de 2.600 reales, el pago del cuadro La natividad de la Virgen, que hoy se puede ver en el museo del Louvre.
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Resultado de imagen de BARTOLOME MURILLO WIKI OMAZUR
Murillo también trabó amistad con la alta burguesía. Especialmente, con los grandes mercaderes, que abundaban en una ciudad volcada en el comercio con América. Así, uno de los documentos sobre los que el Archivo Histórico Provincial llama la atención es un inventario de los bienes del comerciante flamenco Nicolás de Omazur, un mercader de seda entre cuyas pertenencias se encuentra una vasta colección de murillos: El milagro de las bodas de Cannan; Música, Baco y el amor en el bosque; Una vieja asando castañas; un Autorretrato del propio Murillo... No conforme con su extenso catálogo de originales, este comerciante de Amberes guardaba incluso una copia de la obra que el encargado del recuento de bienes define, literalmente, como "un lienzo mediano pintando una moza y una vieja, copia de Murillo". Además, le pintó a Omazur un retrato que hoy puede verse en El Prado.
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En definitiva, además de pintar bien, Murillo supo venderse. Como decía hace poco en una entrevista con El Correo un experto en el artista, Enrique Valdivieso, "los domicilios de la gente importante sevillana estaban llenos de sus pinturas".
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Pero también se enriqueció, como cualquier burgués acaudalado, estableciendo otro tipo de negocios. Una de estas iniciativas fue la creación de un taller en el año 1633 que producía pinturas para exportarlas desde una perspectiva industrial, es decir, haciendo copias rápidas y de peor calidad.
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Otra de las huellas que hay de la actividad de Murillo es un contrato en el que admite a un joven, Manuel de Campos, como aprendiz y sirviente.
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Gracias al esfuerzo de toda su vida, Murillo dejó una gran fortuna al morir. Por ejemplo, 22 libros, una cifra enorme para la época, un estudio de pintura valorado en 600 reales y un largo etcétera que abarca incluso el número de cojines que tenía en su domicilio.
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Burgués y globalizado
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Uno de los documentos que ha recuperado el Archivo Histórico Provincial en relación a Murillo es una cesión de derechos sobre José Morales que el pintor hispalense firmó. El motivo, según desgrana Francisco Fernández traduciendo del castellano antiguo en el que están escritos todos los legajos, reside en que el artista se encargó de abastecer un navío que zarpaba desde Sevilla con destino a América, concretamente a la isla de Santo Domingo. Para conseguir que le pagaran el trabajo, Murillo firma este permiso a Morales, quien probablemente sería un amigo íntimo o un colaborador cercano suyo, para que sea él quien, en un viaje a Santo Domingo, recoja el dinero que le adeudaban los mercaderes.
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El matrimonio, con todo bien atado antes de llegar al altar
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El documento de esta imagen, al que el tiempo ha sentado bastante peor que a la mayoría de la treintena que ha recuperado el Archivo, es un contrato de casamiento y la dote que entrega su mujer. Está fechado en 1645. Por supuesto, y como única forma que existía entonces, Bartolomé Murillo y Beatriz de Cabrera, la que se convertiría en su esposa, se casaron por la Iglesia. Pero antes de contraer matrimonio, ambos tuvieron que acudir al registro notarial para establecer las condiciones con las que llegaban al altar. El pintor tendría 8 hijos, aunque varios fallecieron con la epidemia de peste del año 1649.
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Tres residencias reflejan sus constantes progresos
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Resultado de imagen de BEATRIZ CABRERA MURILLOSegún la información recabada por el Archivo Histórico Provincial, Murillo vivió en tres barrios o collaciones (así se llamaban entonces) de Sevilla.
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La primera residencia del pintor estuvo en La Magdalena. Allí vivió al cuidado de Ana, una de sus hermanas mayores, ya que quedó huérfano con tan sólo diez años. No obstante, era el menor de 14 hermanos. Ella estaba casada con un barbero cirujano, Juan Agustín de Lagares, con quien mantuvo el pintor un estrecha relación.
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En esta casa estaría incluso tras casarse con Beatriz de Cabrera, que era vecina de La Magdalena. Luego, después de que su trabajo para el claustro chico de los franciscanos le aupara a un lugar preeminente en los círculos artísticos, se mudaría con ella al barrio de San Bartolomé.
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Pronto se mudó de esta vivienda, aunque nunca la vendió. Ya con su mentalidad empresarial, decidió arrendarla, cosa que haría durante toda su vida. Así, obtuvo unos ocho ducados anuales hasta su muerte.
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La tercera residencia de Murillo estaba en el barrio de Santa Cruz. Esta casa era bastante mayor que la de San Bartolomé, lo que le permitió poder establecer allí su propio taller de pintura.
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