China ajusta cuentas: "Acantilado rojo", "Ciudad de vida y muerte".

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China ajusta cuentas
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El gigante asiático escarba en su historia en Ciudad de vida y muerte y Acantilado rojo
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Alejandro G. Calvo, 12 de marzo de 2010. -
Los directores chinos recuperan su historia. Dos superproducciones llegan a nuestras pantallas este mes: Acantilado rojo, de John Woo, el próximo jueves, y Ciudad de vida y muerte, de Lu Chuan, el 26. La primera, en versión reducida, es la película más cara de la cinematografía china, la segunda viene avalada por la Concha de Oro en el último Festival de San Sebastián. Sus resultados son muy desiguales.
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Se podría buscar todo tipo de excusas teóricas a la hora de abordar la coincidencia en nuestra cartelera de dos títulos tan complementarios como Acantilado rojo (el próximo jueves 18) y Ciudad de vida y muerte (el 26), dos aproximaciones bélicas a la historia de China. Sin embargo, a poco que se analice tanto el continente como el contenido de ambas obras, sólo el azar parece ser el motor principal que ha llevado a la convivencia en el tiempo de ambos títulos. Eso sí, ayudan a configurar la imagen que nos llega a Occidente de China por tratarse de dos relatos bien separados en el tiempo y en el espacio. Ciudad de vida y muerte, ganadora de la Concha de Oro en el último Festival de San Sebastián, la firma el realizador chino Lu Chuan, responsable de otra magnífica película con ecos de western situada en las estepas siberianas, titulada Kekexili (2004), donde ya daba buena prueba de su capacidad para enclaustrar la épica de la tragedia en un espacio indefinido, prácticamente inabarcable.
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Asedio japonés
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El pedazo de historia que Chuan nos regala ahora se sitúa en el asedio a Nanjing, antigua capital del país, por las tropas japonesas en diciembre de 1937. El cine, en su forma más espectacular, vuelve a convertirse en uno de los principales instrumentos para la supervivencia de la memoria. El devastador genocidio perpetrado en Nanjing -las cifras oficiales, a día de hoy, cuentan la muerte de 300.000 chinos- se convierte, bajo las imágenes de Chuan, en un ejemplar testimonio (y testamento) para todo tipo de futuros espectadores.
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Por su parte, Acantilado rojo, del chino afincado en Hollywood John Woo, llega a nuestras pantallas como una versión triturada, sampleada y remezclada de la película original estrenada en China. El resultado es un díptico con dos partes muy bien diferenciadas. De las cuatro horas y media que dura la cinta original, en nuestro país se va a estrenar una edición comprimida con sólo la mitad del metraje.
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Woo ha rodado la que se considera la producción más cara de la historia del cine de su país a partir de la novela épica El romance de los tres reinos, del Siglo XIV, que narra las diatribas conspirativas de la China del 208 a.C. En otras palabras: si la película de Chuan es un puñetazo en la mesa destinado a perpetuar la memoria de los masacrados, la de Woo es un pastiche que mezcla romance, leyenda y costumbrismo histórico con el fin de fabricar la gran película China de principios de siglo.
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Caballerescos, valientes...
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Woo decidió tomar las riendas de este proyecto porque admiraba profundamente a los héroes que protagonizan la novela. “Eran personajes caballerescos, valientes y muy inteligentes -señala el director chino-. Traté de hacer la película hace 22 años pero entonces no tenía ni el dinero, ni la ubicación, ni las técnicas necesarias para ello”.
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Estas ideas, casi emociones, sirven para que nos hagamos una idea de lo que ha significado para el realizador, alejado de su país desde los tiempos de Hard boiled (1992), para muchos, su última gran película tras su irregular trayectoria en Hollywood. Su regreso es una producción tan osada como inteligente, aunque jamás podremos asegurar nada con certeza considerando la mutilación que ha recibido el metraje.
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Composición operística
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Woo, que ha contado con el beneplácito de las autoridades chinas, construye un deslumbrante aparato belicista que viaja de lo general -ampulosas batallas, juegos de estrategia o el uso del espacio físico- a lo particular -gestos, miradas, distensión tras la batalla- con una facilidad y una claridad asombrosas. De igual forma que coreografía a las masas con indudable gusto por la composición operística, capta detalles como un acuchillamiento o una ceremonia del té. Todo, con un engranaje fluido y armonioso cuya máxima pega es la incoherencia narrativa y argumental.
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Lu Chuan, por su parte, no lo tuvo tan fácil. Su película estuvo parada seis meses hasta que la censura china aprobó el material y otros tantos una vez la película estuvo acabada. El realizador, de 38 años, asegura que quería contar la historia con objetividad: “He buscado contar toda la verdad, y no sólo desde el punto de vista chino”.
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Pese a esta declaración de principios, fue el primer sorprendido al recibir un aluvión de críticas tildándole de traidor a la patria (además de una amenaza de muerte, según confesó el realizador en el pasado Festival de San Sebastián, donde consiguió también el Premio a la Mejor Fotografía). Si el equilibrio en la película de Woo se consigue a través de mezclar lo general y lo concreto en un juego de plano-contraplano, en la de Chuan se parte de una visión totalmente global del conflicto. El plano general se identifica en todo momento con la condición bélica. Sus imágenes van del Kurosawa de Los siete samuráis (1967) al Jiang Wen de Los demonios en mi puerta (2000). A medida que avanza la narración va focalizando la tragedia en hechos particulares, como violaciones, vejaciones a niños y torturas que escapan a la razón humana.
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Un espectáculo soberbio
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El resultado es claramente asimétrico. Mientras Acantilado rojo queda como un entretenimiento deslavazado, Ciudad de vida y muerte resiste por su valor historicista y por su condición de soberbio espectáculo trágico. Devuelve al hombre, una vez más, su condición hobbesiana de bestia salvaje. Chuan filma el horror con tanta inteligencia estética como ética, de ahí que su película no es que sólo sea una de las más importantes de la temporada, sino que junto con Deseo, peligro (2007) de Ang Lee, El vuelo del globo rojo (2007) de Hou Hsiao-hsien y Naturaleza muerta (2007) de Jia Zhang Ke, se convierten en el mejor cine chino exportado al circuito comercial de nuestro país.
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