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El reencuentro con San Felipe
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Lorenzo Alonso de la Sierra, 6 de diciembre de 2010
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Es muy posible que muchos de los que hemos pasado durante los últimos meses ante la fachada de la iglesia del Oratorio de San Felipe Neri nos hayamos visto asaltados por la terrible duda que suele surguir en casos similares… ¿Qué veremos cuando esa pantalla protectora de andamios sea retirada y volvamos a tomar posesión de ese precioso testimonio de nuestra identidad cultural? Hoy levantaremos un poco el telón para ofrecer un adelanto de lo que podremos contemplar cuando los trabajos en curso finalicen llegue el esperado momento en el que, estoy convencido, tendremos un grato reencuetro con la verdadera fisonomía de este templo gaditano.
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La oportunidad de abordar la puesta en valor del Oratorio de San Felipe Neri ha puesto en marcha un proceso de restauración integral que ha tenido como punto de partida una sintonía de voluntades tanto por parte de la propiedad del inmueble, el Obispado de Cádiz, como de las instituciones y los técnicos implicados en el proceso. En consecuencia, todas las actuaciones en marcha se encaminan a la consecución de un objetivo bien definido: recuperar los valores culturales del templo para lograr así ofrecer una lectura de su proceso histórico completo, buscando siempre la coherencia en el resultado final. Estos valores alcanzan especial actualidad en nuestros días por el hecho histórico singular de haber sido este inmeble la sede de las Cortes Constituyentes durante el asedio napoleónico, aunque tan importante acontecimiento no debe eclipsar en ningún momento su carácter original como edificio destinado al culto, condición que mantuvo incluso durante los años en que fue cedido para las reuniones de los diputados.
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Para abordar el origen de este bien cultural hemos de trasladarnos los años finales del siglo XVII, cuando Cádiz vivía un gran despegue económico. Los filipenses, animados por el obispo fray Alonso Vázquez de Toledo, que les dio licencia el 9 de septiembre de 1671, consiguieron que el año siguiente de 1672 el cabildo municipal, y poco más tarde la propia corona, les concediese licencia para instalarse en la ciudad, primero en la ermita de Santa Elena, más tarde en la antigua iglesia del Hospital de Mujeres, situada en la calle de la Carne, hoy Columela y, finalmente, en su asentamiento definitivo de la calle San José, donde se levantó una pequeña iglesia provisional abierta al culto el 4 de octubre de 1679.
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A lo largo del siglo XVIII el templo de San Felipe se va configurando, alargándose los trabajos de construcción desde 1685 hasta 1719, fecha de la solemne inauguración , si bien su estructura y su decoración sufrieron una importante intervención en 1763. En esta centuria se consolida como una de las iglesias más destacadas de la ciudad y acogerá en sus capillas los enterramientos de importantes familias gaditanas y a destacadas corporaciones, siendo presidido desde la fecha en que se abrieron sus puertas por la bellísima representación de la Inmaculada creada por Murillo en los últimos años de su vida.
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El turbulento comienzo del siglo XIX traerá consigo un protagonismo para este recinto al ser elegido, como ya se indicó, como sede de las Cortes Generales. Con tal motivo se llevó a cabo una adaptación de la decoración interior, que suponemos fue efímera en su totalidad, dirigida por el ingeniero de la armada Antonio Prat. El resto del siglo XIX aportó importantes efectos negativos, que pueden resumirse en las consecuencias de las medidas desamortizadoras decretadas por Mendizábal, que obligaron a los filipenses a abandonar el oratorio gaditano en 1836, siendo ocupado a partir de 1892 por los marianistas, que abrieron en el antiguo oratorio un colegio de gran prestigio y transcendencia en la ciudad.
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En 1912, con motivo del primer centenario de la Constitución de Cádiz, se celebraron actos solemnes y se procedió a colocar lápidas conmemorativas en toda la fachada del templo dedicadas por los distritos presentes en las Cortes.
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Quizás el mayor atractivo del templo filipense gaditano sea su disposición arquitectónica, ya que para su resolución se eligió un modelo de planta centrada, ovalada, que resultaba muy novedosa en el panorama de la arquitectura religiosa local, hasta entonces decantada por los modelos más frecuentes en el primer barroco español, es decir la planta de cajón o el templo de tres naves con cabecera plana, inspirados en las propuestas de Fray Lorenzo de San Nicolás o Fray Alberto de la Madre de Dios. Indudablemente la vía de las iglesias del manierismo italiano y, en concreto, la que apunta al modelo utilizado en las iglesias romanas de Santa Ana de los Palafreneros y San Giacomo al Corso se define con claridad como punto de origen para el templo gaditano. No obstante, la utilización aquí de este tipo de soluciones no responde únicamente a planteamientos estéticos o teóricos, sino más bien obedece a fines eminentemente prácticos, ya que los modelos circulares u ovales se adecuaban a la perfección a los objetivos contrarreformistas de lograr captar la tención de fiel en el interior del templo sin ser interrumpida por su propia complejidad arquitectónica.
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Estos espacios diáfanos resultaban un marco idóneo para desarrollar los objetivos fundamentales de los filipenses, predicación, oración y ejercicios espirituales, en los que la música alcanza una especial valoración. No es extraño por ello que su disposición resultase especialmente atractiva para los organizadores de las Cortes de Cádiz. Los trabajos fueron dirigidos por el maestro alarife Blas Díaz, personalidad de gran prestigio en la cuidad, que incluso intervino en el proceso inicial de las obras de la Catedral Nueva tras la marcha de Vicente de Acero. No obstante, la evidencia documental se refiere a Díaz como director de las obras y nunca como autor del diseño, dato que aún desconocemos. Dadas las especiales características del edificio y existencia de precedentes significativos, cabe pensar que su disposición fuese encomendada por los filipenses a algún maestro de prestigio o bien ellos mismos impusieran al alarife la disposición deseada.
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Contamos con un referente que nos permite aproximarnos en cierta medida al aspecto general del templo gaditano en su primitivo estado, se trata de la iglesia de Martín de Lucena, iniciada en 1669 según planta de Juan Trujillo Moreno y concluida en 1726, que sigue un esquema similar y no ha sufrido intervenciones posteriores. Esta coincidencia formal, que hasta ahora no ha sido señalada por los estudiosos que se han ocupado de la estructura de San Felipe, indica claramente la circulación entre las órdenes religiosas del modelo seguido en ambos edificios. Otro eco, aunque posterior y condicionado por una estructura preexistente, es el templo filipense de Málaga, cuya ampliación fue diseñada en 1755 por José de Bada y Antonio Ramos y se concluyó en 1785 bajo de la dirección de José Martín de Aldehuela, quien se ajustó para ello a las directrices de Ventura Rodríguez.
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Una publicación nos informa sobre el aspecto que presentaba el templo filipense de Cádiz cuando fue inaugurado en 1719. Se trata de la Octava acorde y Cytara Celeste, que escribió en 1720 Diego de Coca Gatica. Comprobamos con la lectura de esta obra poética que la distribución en
planta y los dos primeros cuerpos del templo conservan, básicamente, su disposición original, es decir, planta ovalada inscrita en un cuadrado, capillas radiales, la del presbiterio situada en uno de los extremos del eje mayor, y dos cuerpos superpuestos articulados por pilastras pareadas entre las que se disponen hornacinas y confesionarios en la planta inferior. En cambio podemos comprobar que algunas zonas han sufrido modificaciones, pues existía una puerta lateral abierta en la actual capilla de la Virgen de los Dolores, el segundo cuerpo contaba con tribunas sobre las capillas y la bóveda era una estructura ovalada compuesta por un sólo casco en cuyos paños se abrían ocho claraboyas, disposición muy cercana a la empleada con anterioridad en la sala capitular de la catedral sevillana.
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Los documentos consultados nos informan de que todo el conjunto arquitectónico llevaba un acabado pictórico con el adquirían su auténtico sentido las solociones arquitectónicas empleadas y que hasta los trabajos ahora emprendedido han permanecido ocultos a nuestros ojos. Las cuentas presentadas por el maestro Blas Díaz en 1719 contienen partidas muy signitficativas al respecto. Gracias a ellas sabemos que ciertas cornisas y algunas molduras en yeso fueron realizadas por Nicolás Lobatón, pero más interesante aún resulta el apartado correspondiente a las pinturas y dorados, pues consta que el maestro pintor Pedro Tomás Gijón realizó una decoración pintada en arcos y hornacinas imitando jaspes. El mismo autor se encargó de la decoración de la bóveda del presbiterio, en la cual desarrolló un programa iconográfico, presidido por la representación de los cuatro padres de la Iglesia rodeados de ángeles y motivos decorativos dorados y pintados. En el remate iba un florón, también dorado, labor de la se hizo cargo Fernando de Espinosa, que realizó asimismo el dorado de los marcos que contenían pinturas con las representaciones del Padre Eterno, San Pedro y San Pablo. El poema de Coca y Gatica ilustra sobre el efecto buscado con este acabado cromático, donde la imitación de los mármoles era el motivo fundamental de cara a enriquecer el conjunto y resaltar determinados elementos arquitectónicos y como complemento se aplicó un acabado polícromo y dorado a los herrajes de antepechos y tribunas.
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Ahora se ha podido comprobar la existencia de este repertorio y sus tonalidades imitando jaspes en diferentes tonos, pero la mayor parte de esta decoración se perdió durante la gran reforma emprendida en 1763 bajo la dirección del maestro Afanador, como comentaremos más adelante. En cualquier caso la historia del recinto ha ganado una información valiosísima y se han recuperado en su totalidad la decoración pictórica de las bóvedas de madera correspondientes a las capillas de la Epifanía y la Encarnación. La primera está resuelta mediante una agitada gloria de ángeles y en la segunda aparecen medallones de hojarasca dorada que enmarcan las figuras de medio cuerpo de Santa Bárbara y San Agustín. De la decoración que presentaba la bóveda del presbiterio sólo han aparecido algunos restos, pero suficientes para documentar su existencia y calidades. Hemos de tener en cuenta que este dato rebasa con mucho la documentación particular de la iglesia de San Felipe, pues nos encontramos ante el primer caso de recuperación de este tipo de complemento pictórico en un templo histórico de Cádiz, lo que obligará, o debería obligar, a tomar todas la s medidas preventivas en futuras intervenciones, pues nos consta que éste no es un caso aislado.
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Como era habitual, ante cada una de las capillas se abrieron bóvedas de enterramiento para patronos y comunidad, no olvidemos que una de ellas, la de la Encarnación, fue cedida al maestro Blas Díaz como muestra de agradecimiento por su labor al frente de las obras. Además se dispuso una gran bóveda central cruciforme que ocupa gran parte de la nave. Para datar esta gran bóveda carecemos de datos que nos precisen si fue ejecutada por Blas Díaz o bien corresponden a intervenciones posteriores, que pudieron unificar espacios preexistentes, como la bóveda correspondiente a la capilla del sagrario. Lo que sí podemos afirmar es que las reformas posteriores, quizás las ejecutadas con motivo del primer centenario de las Cortes y Constitución de Cádiz, había cegado los osarios, ahora descubiertos en los testeros laterales, si bien los restos ya no reposan en ellos. De gran interés resulta la localización de dos de estas bóvedas ante las capillas de Sagrado Corazón y San Felipe, cuya estructura se encuetra pendiente de intervención, pero que parece presentaban decoración policroma y dorada sobre un revestimiento de madera hoy desplomado en su mayor parte, pero conservado in situ. No se debería dejar pasar la oportunidad de acometer la intervención de estos recintos, cuya información será sin duda de gran interés.
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Como ya hemos indicado, en 1763 se acometió una importante reforma en el templo, que afectaría fundamentalmente a la bóveda y, aunque no tenemos constancia documental de ello, debió ser consecuencia de los efectos del terremoto de 1755. El encargado de su realización fue Pedro Luis Gutiérrez de San Martín, conocido como el maestro Afanador, prestigioso artífice al que se deben entre otros el convento de las Descalzas de la Piedad y el Hospital de Mujeres. Afanador ideó una atrevida actuación para la bóveda consistente en reparar, o reconstruir, la existente, pero abriendo en la zona superior una segunda bóveda y adoptó una solución sencilla y práctica inspirada en la recomendaciones al respecto recogidas en la obra de Fray Lorenzo de San Nicolás. Consistió en seccionar la bóveda primitiva y sobre dos grandes vigas transversales montar el nuevo cuerpo superior, lo que permitió concluir los trabajos, tan complejos, en el breve plazo de cuatro meses. Esta operación parece ser la culpable de los graves problemas estructurales que sufría la triple bóveda y que ahora se han solucionado hábilmente, sin dañar en absoluto la visión del impresionantes trasdós, que seguirá conservando el maderamen original que sirve de sustento a la estructura encamonada.
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Con su intervención, Afanador proporcionó al conjunto un característico juego espacial, en el que todos los recursos están al servicio de la sensación de verticalidad tan característica del barroco dieciochesco. Para acentuar esta disposición y restar gravidez al conjunto debió eliminar el cierre de las tribunas ubicadas sobre las capillas, pero conservando los antepechos de forja a lo largo de toda la cornisa, solución que repitió en los anillos superiores, estableciendo con ello una articulación tripartita en sentido horizontal, que contrarresta hábilmente la gran altura adquirida por el conjunto.
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Algunos indicios apuntan la posibilidad de que durante esta actuación Afanador sustituyese las primitivas claraboyas de la bóveda por las actuales ventanas. En apoyo de esta hipótesis señalamos, no sólo el texto de Coca y Gatica, que habla específicamente de claraboyas y no de ventanas, sino también la extraña disposición que puede observarse en la estructura octogonal que cierra exteriormente la bóveda, donde se aprecia con claridad que los vanos originales fueron modificados en sus dimensiones y algunos, los correspondientes a los ejes diagonales, desplazados lateralmente. En esta zona exterior se conserva una elaborada decoración que perfila la fábrica de ladrillo y la imita en los vanos modificados durante la reforma de Afanador.
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La decoración interior también fue modificada en su totalidad, alcanzando esta intervención a los primitivos elementos decorativos en resalte, añadiéndose entonces otros nuevos modelados en yeso. Fue entonces cuando se reformaron en las hornacinas inferiores, cuya disposición original, a base de elementos geométricos de abundantes quiebros con remates piramidales, ha podido documentarse gracias a la huellas que las catas han descubierto. Pero lo más destacado, quizás lo más vistoso, fue el nuevo acabado pictórico que Afanador aplicó al templo, que es el que se volverá a apreciar en todo en su esplendor en la mayoría de la estructura interior del templo tras los trabajos de restauración que están devolviendole su primitivo esplendor. Se introdujeron entonces nuevos conceptos decorativos que reflejan los cambios de gusto producidos para entonces, cuando triunfaba la estética rococó.
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Las bóvedas se entonaron en un azul intenso, que con el paso del tiempo ha adquirido unos delicados matices verdosos y cuyas excelentes calidades vuelven a lucir ya en gran parte de su superficie, salvo en las mencionadas de las capillas de la Epifanía y la Encarnación, que nos mostrarán la decoración figurativa del primitivo proyecto. En los capiteles de las pilastras aparecen acabados dorados, con frisos de rocallas tambien doradas y de diseño muy logrado en el presbiterio, minuciosamente recuperados y dan a este ámbito un aspecto realmente novedoso o, mejor dicho, nos devuelven el excelente marco polícromo que nuestros antepasados concibieron para ensalzar la belleza de la Inmaculada de Murillo que preside el ámbito.
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El dorado se extiende a algunos resaltes y en las hornacinas de la nave aparecen delicados ramos florales sobre fondo claro, tema tomado de la porcelana, y conocido como "biscuit" en el argot de los maestros doradores y pintores, que encontramos en el acabado de algunos retablos de cronología similar. Como punto de referencia contamos en la misma cuidad de Cádiz con el ejemplo del templo de San Francisco, en cuya cabecera, reconstruida totalmente en las mismas fechas, aún pueden observarse restos de un amplio programa decorativo que obedece a los mismos criterios estéticos. Al mismo programa rococó pertenecen la renovación del dorado en los antepechos de forja existentes y de los nuevos herrajes, según consta en los libros de cuentas. Este efecto se combinaba con el uso de azulejos con decoración floral en tonos azules y de origen holandés, en al zona inferior.
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Las piezas cerámicas son del mismo tipo que las utilizadas por el maestro Afanador en el convento de las Descalzas de la Piedad y en el Hospital de Mujeres. Ya se han recuperado los antepechos del presbiterio, que presentan en en el pasamanos de madera un excelente dorado con multitud de rocallas grabadas con hábiles incisiones, queda abordar el resto de las tribunas y esperamos que finalmente puedan llevarse a cabo, pues sin su acabado original el minucioso trabajo emprendido en el templo quedaría lamentablemente inconcluso.
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Otra actuación de la que se tiene constancia documental fue la sustitución en el transcurso de los trabajos dirgidos por Afanador del pavimento por el actual enlosado de Génova con piezas de mármol blanco y azul y en este terreno también los trabajos actuales nos van a devolver un detalle muy significativo, la disposición de las gradas del presbiterio en forma curva, siguiento la traza de la planta del templo, con lo que sin duda este espacio, tan castigado durante las desafortunadas reformas de la segunda mitad del siglo XX, recuperará una armónica configuración.
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Aún quedan muchos aspectos por tratar, muchos campos que abordar. Las fachadas, el espléndido retablo del sagrario, la resolución final para los destrozos sufridos por el retablo mayor en el siglo XX, el órgano, la sacristía y un largo y atractivo ecétera que esperamos ver concluido por las expertas y hábiles manos que trabajan en este monumento, que será desde ahora un ejemplo paradigmático de lo que puede y debe hacerse con otras piezas del patrimonio religioso.
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