La tesis de la Conspiración
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Ángel Viñas dedica su última investigación a esclarecer la responsabilidad de una serie de personalidades civiles, que intoxicaron desde la prensa e inocularon sus tesis en los círculos diplomáticos extranjeros, en el desencadenamiento de la Guerra Civil.
Jaime García Bernal , 13.07.2011
La conspiración del general Franco. Ángel Viñas. Crítica. Madrid, 2011. 368 páginas. 24,90 euros.
El relato sobre el levantamiento del 18 de julio de 1936 que nos trasmitió la dictadura puede sustanciarse en el siguiente argumento: el general Franco tomó la decisión personal de sumarse a la insurrección militar de Marruecos, para lo cual pidió un avión por medio de Yagüe que pudo estar disponible en Las Palmas en la fecha prevista gracias a la mediación del grupo monárquico y el dinero de don Juan March. La expedición del famoso Dragon Rapide se presentó, para mayor gloria del Caudillo, como resultado de una temprana voluntad de pasar a la acción, antes que como un eslabón fundamental en una cadena conspirativa, orquestada por una trama civil que contó con la aquiescencia de la Embajada británica. Aunque esta última interpretación se va imponiendo gracias a la investigación más reciente, es significativo que todavía no se hayan extraído las últimas consecuencias del acontecimiento que originó el estallido de la terrible contienda, que es el reto que se ha propuesto Ángel Viñas en este libro, asumiendo la doble tarea de esclarecer la verdad y de desmontar la espesa capa de equívocos y mistificaciones que envolvió durante décadas los sucesos de aquel mes de julio de hace ahora 75 años, hasta desfigurar una historia que él reivindica como "el episodio germinal de la Guerra Civil".
Hay que decir que lo logra sólo a medias. Pues si bien, con su meticulosidad habitual, consigue impugnar la versión oficial del "accidente" del general Amado Balmes, comandante militar de Gran Canaria y obstáculo en los planes de Franco de sublevar a las islas, al poner en evidencia las incongruencias de las memorias del periodista Luis A. Bolín, testimonio en el que se basó durante años la historiografía franquista, no termina de construir una explicación alternativa que responda a todas las preguntas que aún sigue suscitando el oscuro episodio de la muerte del general. En todo caso, las fuentes que revela el autor son de extraordinario interés: las cartas de Dorothy, la grabación de Diana (las dos inglesas que acompañaron a Hugh B. C. Pollard y al capitán Cecil W. H. Bebb en el avión), la información que dieron los periódicos canarios del 16 y 17 de julio (aún sin censura), y por encima de todo, el escrito de respuesta a la solicitud de pensión de la viuda del general Balmes que aporta una versión diferente de lo sucedido. Un material que le permite presentar varias hipótesis plausibles que demuestran que el traslado de Franco a la base aérea de Gando fue cualquier cosa menos el resultado de una improvisación. Antes bien, todo apunta a un plan cuidadosamente estudiado (y coordinado con el exterior) para eliminar al compañero de armas y aprovechar las exequias en su honor como excusa idónea para justificar su presencia en Gran Canaria donde le esperaba el Dragon Rapide. Un plan ejecutado con la cautela y la determinación que ya caracterizaban la personalidad del joven militar y futuro Caudillo.
La segunda parte del libro compensa, sin embargo, esta relativa decepción de quienes nos contamos entre los lectores del autor de una monumental trilogía sobre la República. Viñas aborda en ella una consecuencia capital de la "reapertura" del caso Balmes al reconsiderar una vez más la importancia de la trama civil en la conspiración africanista a la luz de la documentación que aportan los servicios de inteligencia británicos, particularmente interesados en la evolución de "pequeñas potencias" como España. En los años 30 funcionaba un complejo sistema de seguridad del Imperio compuesto por la Organización de Inteligencia Naval (OIN), el Servicio de Inteligencia Secreta (SIS) y el Government Code and Cypher School (GC&CS), agencia creada en 1919 para descriptar mensajes codificados, todos ellos bajo la dirección del Foreign Office. Aunque partiendo de tradiciones diferentes, la común deriva de los tres organismos hacia posiciones cada vez más sectarias es sintomática y debe conectarse, en opinión del autor, con el uso de una información sesgada y mediatizada por los prejuicios ideológicos del equipo diplomático que tomó el relevo de la Embajada inglesa de Madrid en 1935 que, a su vez, se nutría de la opinión de periódicos y grupos derechistas. La entrada en escena de Henry Chilton como nuevo embajador, sustituyendo a sir George Grahame, marca para Viñas un antes y un después en la imagen que se vertió en los medios londinenses sobre la República. Una imagen "cocinada" por el entorno de Ángel Herrera Oria y Gil-Robles que la diplomacia británica asumió acríticamente, impulsada por su pánico cerval al comunismo y el desproporcionado alarmismo que alimentaba la colonia británica en España. Si a esto añadimos el filogermanismo de un sector de la clase conservadora británica ya tenemos el clisé de una República a la deriva y una sociedad al filo de la revolución.
La responsabilidad de estos conspiradores civiles en el desencadenamiento del conflicto civil nunca ha sido del todo reconocida, como tampoco la trama de contactos externos que rodeó el operativo del Dragon Rapide. Viñas ha sabido ligar con acierto el episodio de julio del 36 con el ambiente de intoxicación informativa que la derecha más reaccionaria consiguió participar a las altas esferas diplomáticas. Desmontando, al paso, la mistificación que los historiadores franquistas construyeron sobre el alzamiento del 18 de julio y su mitología de la salvación de la Patria. Éste es el gran mérito de la obra.
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