miércoles, 7 de septiembre de 2011

Cómo una plaza sitiada salvó la nación

Cómo una plaza sitiada salvó la nación

http://www.diariodesevilla.es/article/delibros/1059283/como/una/plaza/sitiada/salvo/la/nacion.html

Manuel Moreno Alonso hace justicia a los tres años decisivos del cerco de Cádiz en su nueva obra.
 
Jaime García Berna, 7 de septiembre de 2011
 
La verdadera historia del sitio napoleónico de Cádiz (1810-1812). Manuel Moreno Alonso. Editorial Sílex. Madrid, 2011. 888 páginas. 43 euros.

Entre los historiadores españoles que fueron testigos de la Guerra de la Independencia, solo Alcalá Galiano en sus celebrados Recuerdos de un anciano dedica unas páginas a Cádiz durante el sitio de las tropas napoleónicas. Sorprende esta falta de interés por el episodio gaditano frente al que han recibido los sucesos de Zaragoza, Gerona o Madrid, capaces de representar en la mentalidad colectiva el ideal de sacrificio del pueblo español. Los 30 meses de duro asedio que sufrió el puerto del Atlántico, cita de refugiados de media España que venían huyendo del avance de las tropas francesas, no han tenido su historia, aunque hayan sido testigos mudos de tantas particulares, dando pábulo a la imaginación de novelistas y dramaturgos, desde el famoso episodio galdosiano a la última creación de Pérez Reverte. Manuel Moreno Alonso, contrastada autoridad en el tema, ha querido reparar este insólito olvido de los historiadores modernos, desenterrando noticias impresas, relatos autobiográficos y memorias personales. No es poco mérito conjugar esta plétora de voces, a las que hay que sumar el centón de testimonios de archivo hasta ahora desconocidos. ¿Qué cuadro general obtenemos de todo ello? Y lo que es más importante aún: ¿qué lugar nos deja, después de todo, el episodio del sitio de Cádiz en el relato global de la Guerra de la Independencia?

Prevalece la imagen de un proyecto de nación en armas que, en una situación de extrema vulnerabilidad, forzado por el terror y la amenaza de una invasión inminente, supera sus fisuras interiores, para adquirir impulso y coherencia. Llegan a miles los refugiados (la reconstrucción de cualquiera de estas historias familiares es apasionante), se acantona en retirada el ejército maltrecho del Duque de Alburquerque, los miembros de la Junta Central que escapan de Sevilla alcanzan a duras penas las tierras bajas de la bahía gaditana... y sin embargo, la vida de la ciudad continúa, es más, se reinventa para poder acoger a los emigrados, resistir al enemigo que está a las puertas, sin descuidar el establecimiento de la autoridad. Estos empeños se contraponen a veces, pero otras veces se sostienen, en una tercera fuerza que es el poder de la palabra (eso que también se llamó la opinión general) que bulle en la prensa, en la calle, por los teatros y mentideros. El pueblo gaditano se había alzado en sedición, no lo olvidemos, en 1809, y la cuestión de sus derechos estuvo presente en periódicos como El Semanario patriótico o El Robespierre español, antes de que se debatiera en Cortes (reunidas desde el 24 de septiembre de 1810). Por eso la salvación agónica de la plaza es también, en la psicología del asediado, la invención de la nación. En medio de este cruce de tensiones destaca Moreno Alonso la figura de los tres regentes que dirigieron la resistencia al cerco y los destinos de la nación (Francisco de Saavedra, Javier de Castaños y Antonio Escaño). Consiguieron sobrenadar las críticas de los abusos y desmanes de la Junta Superior, que sirvió a los intereses privados de los comerciantes, manteniendo a raya el corso y el bandolerismo. Contuvieron la avalancha de refugiados. Y organizaron la defensa primero de la Isla de León (San Fernando) y luego de la propia Cádiz mediante un modelo de resistencia-reacción que resultó eficaz. Es decir, consiguieron gobernar por encima de todo y de todos.

Esto nos lleva a la segunda cuestión planteada: el papel del sitio en el desenlace del conflicto. En el cerco de la nueva capital se jugaba mucho más que el control de una ventajosa posición en el sur del continente. Cádiz era el arsenal de la marina española, su principal reserva financiera y el cordón umbilical con las posesiones americanas. Como sede del gobierno distribuía órdenes a otros enclaves peninsulares contribuyendo además a reactivar la guerrilla en las sierras andaluzas. Este era el verdadero significado de la ciudad, el que minimizaron los generales franceses (iba a tener razón la copla cuando dice “con las bombas que tiran los fanfarrones/ se hacen las gaditanas tirabuzones”). Pero más allá del fatal error de Napoleón, era necesario explicar los aciertos de la resistencia y el significado de la vida política de estos tres años decisivos de la historia de España. En definitiva hacer justicia con la memoria del asedio de Cádiz que fue eclipsado por la fama posterior de las Cortes y de la Constitución. Esto es lo que ha logrado Moreno Alonso: demostrar que lo que se dilucidaba en la ciudad atlántica, entre 1810 y 1812, era la historia de España y tal vez el destino de Europa.

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