Testamento de la escritora y poetisa cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda: los “enterrados vivos del romanticismo”


Documento del mes de Octubre 2011 (Archivo Histórico Provincial de Sevilla)

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Testamento de la escritora y poetisa cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda:
los “enterrados vivos del romanticismo”

 
Código de referencia: ES 41003 AHPSE 1.2.1. Protocolos Notariales, Signatura. 15690
Título: Testamento de Gertrudis Gómez de Avellaneda
Fecha: 1868, diciembre, 24. Sevilla
Nivel de descripción: unidad documental simple
Extensión y soporte de la unidad de descripción: Papel: 20 hojas, tamaño folio prolongado.
Nombre del productor: Antonio Valverde, escribano de número.
Reglas o convenciones: ISAD (G)
Nota del archivero: Agustín Pinto Pabón


Romántica, apasionada, rebelde, bella, femenina y “feminista”. De ella dijo, la también escritora y contemporánea suya, Carolina Coronado: “España no ha tenido una poetisa de tanto talento, de tanta energía, de tan sublime genio, de tanta elevación y grandeza”.

El 24 de diciembre de 1868 hizo testamento ante el notario D. Antonio Valverde. Volvía de su triunfal reencuentro con la isla de Cuba, su patria, donde había sido objeto de un sinfín de homenajes y condecoraciones, para vivir de nuevo en Sevilla, la ciudad que había marcado gran parte de su vida. Aquí cerca había nacido su padre, Manuel Gómez de Avellaneda, un capitán de navío, natural de Constantina, al que idolatraba y que murió cuando apenas ella contaba 9 años de edad. Y aquí había vivido el gran amor frustrado de su vida con Ignacio Cepeda a quien dedicó la Avellaneda el poema A él, uno de los más bellos de la literatura española.

Un testamento  cargado de romanticismo, esa peculiar manièri de sentir con la que Beaudelaire caracterizó esa vivencia generalizada de la sociedad europea y americana,  que ocupó gran parte del siglo XIX, en la que el tema sepulcral estuvo muy presente.  Como si la lectura de un relato romántico y tenebroso de Allan Poe precediera la  firma del documento, las historias de los enterrados vivos se nos presenta de golpe, no en  un texto literario, sino en la realidad de la vida misma.

Dice así La Avellaneda:

 “ Si pasadas diez horas por lo menos, no se observare nada que sugiera dudas respecto a si se conserve o no algún resto de vida en dicho mi cuerpo, dispongo que sea envuelto en una sábana blanca, se le dejará expuesto en sitio en que no falte aire puro y sin cubrir la urna o cerrar el ataúd; pues quiero y fervorosamente reclamo de los sentimientos humanitarios de mis parientes, albaceas y amigos, así como de mi médico, se tomen cuantas precauciones se practican ya en los países más civilizados a fin de que no sigan repitiéndose los horribles y frecuentes casos de enterramientos de personas vivas que expiran por asfixia en espantosos sufrimientos”.

Más adelante vuelve a insistir en que la habitación esté ventilada, con dos o tres personas permanentemente velando su cadáver hasta que se presente claramente los síntomas de putrefacción, reconocidos como tales por su médico habitual.
La necrofilia de la escritora de Almendralejo Carolina Coronado, con la que la Avellaneda compartió tardes de veladas literarias en el Liceo madrileño, debió influir sobremanera en la escritora cubana a la hora de afrontar el final. Un caso morboso el de la poetisa extremeña, ya que al morir su marido, lo mandó embalsamar y lo guardó en una urna de cristal, rodeado de cirios siempre encendidos, visitándolo todas las noches a altas horas de la madrugada en la capilla que tenían en su propia vivienda y dirigiéndose a él con el sobrenombre de “El Silencioso”. Unos años antes había hecho lo mismo con su hija Carolina guardada en un armario en el convento  de las Madres Pascualas de Recoletos. Al parecer la escritora, que era famosa en su época por su belleza, elegancia, talento literario e ideas avanzadas, vivía obsesionada con la idea de ser enterrada viva, ya que sufría de catalepsia crónica, llegando a “morir” varias veces.
No es por tanto baladí que La Avellaneda se quisiera guardar las espaldas y dejase bien claro en su testamento las precauciones que en este sentido debían tomar con su cuerpo ya sin vida: “

 
 
 Firma de Gertrudis Gómez de Avellaneda
 
Unas notas sobre su vida (1814-1873)

Hija de Manuel Gómez de Avellaneda, un militar sevillano destinado en Cuba, y de Francisca de Arteaga, cubana de ascendencia canaria, nació el día 23 de marzo de 1814 en Puerto Príncipe, después Camagüey (Cuba).

La temprana pérdida de su padre, cuando apenas ella contaba 9 años de edad, determinaría a la postre la relación de la escritora con Sevilla:”amaba a España y me arrastraba a ella un impulso del corazón. Disgustada de mi familia materna, anhelaba conocer la de mi padre, ver su país natal y respirar aquel aire que respiró por primera vez”.
 
 El año 1838 llegaba a Sevilla después de una corta estancia en Galicia, bastante desgraciada por cierto, al lado de la familia de su padrastro: “Me acusaban de atea por leer a Rousseau, y de señorita sabihonda con ínfulas de grandeza (…) que no sabía planchar, ni cocinar ni calcetar (…) y ridiculizaban mi afición al estudio y me llamaban la doctora”.
 
 Aquí, en la ciudad del Betis, vivió el gran amor frustrado de su vida con Ignacio Cepeda, un letrado, que fue consejero provincial y diputado a Cortes: “Poco expresivo, aunque talentudo y amigo de saber ;  y en lo moral egoísta; más que frío, helado; amigo del dinero, metódico, buen administrador de bienes, temeroso de perderlos y deseoso de aumentarlos. Cotarelo lo describe así.
 
 Todo lo contrario que Gertrudis, inclinada al amor pasional, ardiente, imaginativa. Enrique Varona dice de ella: “La Avellaneda, lo revelan sus poesías, es ante todo y sobre todo una mujer apasionada, en quién la sensibilidad exacerbada tiene brotes, arranques, que todo lo dominan.”
 
 Por estos años escribe poesías en periódicos de Cádiz, Málaga y Sevilla, bajo el pseudónimo de la “La Peregrina”. En 1840 se va a Madrid. Alberto Lista le abre las puertas de los cenáculos literarios de la Villa y Corte. De ella dice Nicomedes Pastor Díaz: “Los escritores más distinguidos de la capital, sin distinción de edades, ni escuela, la rodean desde entonces con homenajes de amistad y de entusiasmo, que se tributan exclusivamente al talento, a la inspiración, al genio.  El duque de Frías, Juan Nicasio Gallego, Manuel Quintana, Espronceda, Zorrilla, García Tassara, Bretón, Carolina Coronado y otro muchos literatos”.
 
 En los célebres jueves del Liceo madrileño acudía a reuniones y tertulias de carácter social, político y literario. En una de las sesiones José Zorrilla presentó a la Avellaneda como la primera poetisa de España: “Subí a la tribuna y leí como mejor supe las estancias endecasílabas, que arrebataron al auditorio”.
 
 Por estos años vivió una corta pero intensa y tumultuosa relación amorosa con el poeta García Tassara, con el que tuvo una hija, nunca reconocida por éste, que nació enferma y débil y murió antes de cumplir el año.
 
 Después por dos veces se casaría la escritora, las mismas que enviudó.
 
Archivos adjuntos:

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    Ver testamento
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    Dos poemas
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