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Las consecuencias del desplome de Wall Street llegaron a la península en forma de un altísimo paro y un gran déficit del Estado
David Valera / Madrid
12 de noviembre de 2011
Los
números rojos protagonizan la jornada bursátil. Todos los índices están en
caída libre. Ni un solo valor se salva de la debacle. El pánico se apodera de
los accionistas que ven como se pierden en unos minutos todo lo invertido. El
miedo provoca que el dinero no
fluya e intensifica los descensos. El principal indicador de
Wall Street, el Dow Jones, se derrumba un 12%.
Es una escena familiar a la vivida en
estos días, pero se trata del crack del 29 que se inició un 24 de octubre, el denominado «jueves negro».
Fue el comienzo de la peor crisis económica de la historia. Los problemas
continuaron en los meses siguientes hasta el punto de que la Bolsa no tocó fondo hasta julio de 1932 y
que el parqué de Nueva York no recuperó los niveles anteriores a la crisis
hasta 1954. Se destruyeron millones de puestos de trabajo, el paro en EE UU
alcanzó el 25%, (hoy en los peores momentos ha rozado el 10%) y unos 2.000
bancos quebraron.
Aunque hace 80 años el mundo estaba mucho
menos globalizado que ahora los efectos se dejaron notar en el resto del
planeta. En España se
reprodujeron problemas parecidos a los de la actualidad:
altísimo nivel de paro, endeudamiento familiar, cierre de empresas y elevado
déficit del Estado. Todo ello agravado con la falta de una cobertura social que
protegiese a los desempleados y una inestabilidad política que vio en una
década como se pasaba de una dictadura, a la República y la posterior guerra
civil.
España en 1929 era un país agrario con un
pobre nivel de industrialización. Había vivido un auge económico durante la
década de los «felices veinte», como el resto de sus vecinos, pero el tejido empresarial era demasiado
pobre. El primer efecto de la crisis fue la depreciación de
la peseta. Pasó de un cambio de 5,85 por dólar en 1928 a 7, 25 en diciembre de
1929. En 1932, el año más dramático, cotizaba a 12,42 respecto al billete
verde. Y es que la crisis tardó varios años en tocar fondo.
Fin al superávit
Las inversiones extranjeras que habían
crecido considerablemente y dado retiraron los fondos y dejaron a miles de
personas sin trabajo. El Gobierno republicano trató de frenar el alto paro a
través de leyes que estimulaban la obra pública y que modernizara al país, como
había hecho EE.UU. con el «New Deal». Sin embargo, la caída de las exportaciones
y las costosas importaciones provocaron un aumento del déficit que asfixió las arcas del Estado.
Del superávit de 30 millones en 1930, las cuentas públicas acumularon una deuda
de 595 millones de la época en 1935.
El desempleo aumentó en todos los sectores,
pero los más castigados fueron la
agricultura y la construcción. Pero el drama era mayor que en
la actualidad, ya que los parados no contaban con ningún tipo de subsidio. Las
colas a las puertas de organizaciones benéficas o la Iglesia para conseguir
algo de comida se multiplicaron. El Gobierno aprobó medidas tan drásticas como
la ley de Términos Municipales que prohibía la contratación de trabajadores de
otros pueblos mientras hubiese desempleados en el propio municipio. La
desolación recorría el país.
A partir de 1935 la situación mejoró
levemente, pero la guerra civil
truncó las esperanzas de recuperación y junto a la terrible
posguerra dejó a España sumida en la más absoluta pobreza.
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