León
Carlos Álvarez Santaló. Catedrático emérito de Historia Moderna de la
Hispalense
"Sevilla
es ciudad tramposa y muy proclive a los trucos"
http://www.diariodesevilla.es/article/sevilla/1154471/sevilla/es/ciudad/tramposa/y/muy/proclive/los/trucos.html
Cuarenta
y siete años de vivencias en Sevilla y en su universidad, a la par que se
erigía en referente andaluz de la historiografía social, ideológica, religiosa
y festiva, palpitan en su memoria y en su presente como intelectual que ha
gozado con la ciudad y que la ha sufrido con las mentalidades que en ella se
inculcan y se imponen.
Juan Luis Pavón, 8 de enero de 2012
Emérito
de los de verdad, catedrático desde 1975, primer director y gran impulsor en
Sevilla del Departamento de Historia Moderna. En la Hispalense ha asumido
muchas tareas, como la dirección de los cursos de extensión universitaria y de
los programas internacionales de intercambio, ambos en el periodo 1977-80.
Autor de una amplia bibliografía, destaca en los estudios sobre las
mentalidades.
Nació
en Jerez hace 73 años. Casado con una oficial de justicia, su hijo es
arquitecto, y su hija es bailaora y profesora de danza en Rotterdam (Holanda).
León Carlos Álvarez Santaló pasó su infancia en Castillo de Locubín (Jaén), con
la familia de su padre,militar. Perdió a su madre siendo niño, en un accidente
de avión rumbo a Marruecos, donde estaba destinado el padre. El tío, obispo de
Guadix-Baza, influyó para que hiciera el bachillerato en el colegio de los
jesuitas de Comillas, donde pasó su adolescencia entre los 11 y los 17 años.
Regresó a Andalucía para estudiar en la Universidad de Granada, donde descubre
la cultura del Siglo de Oro y el Barroco, luego objeto de muchos de sus
trabajos. Y llegó a Sevilla en 1963 para doctorarse con una tesis novedosa para
su época, sobre demografía histórica en la Sevilla de comienzos del XIX. Y en
Sevilla se quedó para siempre.
Marginación
social y mentalidad en Andalucía Occidental. Expósitos en Sevilla (1613-1910),
editado en 1980, es uno de sus grandes trabajos. También sobresalen sus
escritos sobre el siglo XVIII y la Ilustración, por un lado, y sobre la
religiosidad popular, por otro. En sus últimos años al frente de la cátedra,
sus investigaciones sobre el imaginario colectivo en el Barroco se
materializaron en un libro muy a tener en cuenta en Sevilla: Dechado barroco
del imaginario moderno.
-¿Por
qué se dedicó a la Historia?
-De
joven me interesaba sobre todo la Literatura, porque era el mejor laboratorio
para estudiar cómo son las cosas que no son. Pero no había una carrera
propiamente de Literatura, sino de Lengua y Literatura. Llegué a la Historia al
descubrir que es un conjunto de estructuras temporales por las que tú vas poco
a poco haciendo el progreso, el camino o la analítica, lo que se ha escapado de
hacer. Y me decanté por la Historia Moderna porque me pareció una época
excepcional. Centrado en Europa, ya cubría un campo muy extenso, unos conjuntos
de situaciones muy variadas, y unas personalidades deslumbrantes por una parte
y muy dolorosas por otra, como sucede siempre. Como Felipe V, debo ser uno de
los pocos españoles que le tiene cariño...
-¿A
qué se debe esa empatía?
-Por
su dolorosa personalidad. Sufrió muchos conflictos psicológicos, siendo un
hombre de una valía personal importante. Fue un ejemplo perfecto de cómo se
desgracian las mejores intenciones, porque en aquel momento ya España pesaba
demasiado. Una pena porque se había educado con el sabio francés Fenelon como
preceptor, y eso son palabras mayores.
-¿De
qué libro está más satisfecho?
-El
de los expósitos en Sevilla, fue un trabajo enorme sobre algo de lo que nadie
se ocupaba. Porque a algunos nos tocó, cuando acabamos la carrera, nada menos
que reinventar el campo de siembra de tu quehacer. Fue una tarea de
envergadura. España, en lo tocante a la Historia, no sabía dónde tenía la mano
derecha. Y hubo que afrancesarse para crear las bases de la historia
social,cuando la universidad española tuvo la opción de haberla articulado si
Antonio Domínguez Ortiz hubiera accedido a la misma. No fue así, y el país
perdió a la vez el tren de la historia social, de la historia económica, de la
historia cultural y de la historia de las mentalidades. Hubo que empezar de
cero con los pobres, con los campesinos,... Y, después, ir formando a otros
para abrir líneas de investigación. España era como un campo sin arar. Era
difícil encontrar bases documentales sobre esos temas.
-¿Tuvo
apoyo desde Francia?
-Sí,
tuve estancias en París, Toulouse, Lyon,... Y los maestros de la historiografía
francesa disponían de cuantiosos medios, hoy impensables en la propia Francia.
A través del Liceo Francés, traíamos a Sevilla a algunos para impartir
seminarios y conferencias. Como Pierre Chaunu, extraordinario hispanista ya
fallecido cuyos estudios sobre el comercio de Sevilla con América son de
referencia. Para que se haga una idea del desconocimiento que había en aquella
época de la universidad sevillana, muchos profesores tradicionalistas creían
que Chaunu era marxista. ¡Si les parecía sospechoso cualquier estudio sobre la
economía europea!
-Muchos
de sus antiguos alumnos le admiran.
-Eso
no tiene mérito. Hemos procurado que la gente no se eduque de memoria, sino
doblando el lomo sobre la mesa del laboratorio, y en Historia eso es leer
muchos libros. Por ejemplo, para explicar los mitos que se forjaron sobre la
figura de Franco, del que se llegó a decir que era el mejor general de su
época, cuando en realidad era un mediocre, pues hay que leerse muchos libros
para analizar cómo se hizo creer eso. O para explicar las estructuras de poder
eclesiástico y cómo cultivan elementos esotéricos para controlar a la
población.
-¿Qué
elementos perviven, en los comportamientos actuales, de la llamada Edad
Moderna?
-Lo
que determina la Historia desde el punto de vista estructural es lo que da de
sí el hombre en sociedad. En mi opinión, la razón puede aportar un 20% y las
emociones un 80%. Eso no ha cambiado, ni el por qué la gente tiende a la pereza
intelectual respecto al aprendizaje. Somos racioemocionales, hay que llevar a
la vez los dos caballos de nuestra personalidad. Y está demostrado que los
seres humanos no sabemos hacerlo a la vez. Fracasa en los matrimonios y en las
familias. Cuando además fracasa en dos segmentos sociales, cada uno con diez
millones de personas, entonces ¿adónde vamos?. Tenía que esforzarme por
explicarle a los alumnos que ni somos racionales por completo ni emocionales
por completo. Por qué un hereje no es lo que usted cree, por qué un obispo no
es lo que usted cree y por qué un rey no es lo que usted cree. El ser humano es
muy complicado, y como objeto de análisis, ni le cuento. El único que puede
explicar con limpieza absoluta es el matemático.
-¿Qué
tendencia pervive del espíritu ilustrado?
-El
elemento de relevancia es lo que yo llamo el racionalismo. La razón puesta a
trabajar. Lo demás es la carga que lleva la razón arrastrando desde aquel
asunto divertido de Adán y Eva. Todo lo que ha resuelto la razón es a base de
romperse los cuernos en las mesas de laboratorios, en los libros, en los
congresos científicos.
-¿Los
valores democráticos están bien asentados?
-Los
demócratas no nacen, se hacen. Se nace egoísta, autoritario, abusador. A base
de educación se pueden alcanzar convenciones y convicciones. Entonces, y
gracias a negociaciones, saldrá algo que se va a parecer mucho a la democracia.
El sistema más útil para la humanidad, que ya probado la esclavitud, el
absolutismo, el fascismo, el anarquismo, el terrorismo, etc. La democracia
tiene agujeros como cráteres de volcanes. Uno es el apogeo de la banalidad con
la que ganan dinero las televisiones. La Historia es un torrente caudaloso cuya
potencia nos asusta, y a ojo no puedes determinar qué cantidad va de agua
limpia o de agua sucia.
-A
pie de calle, ¿cuál es su visión de la Sevilla actual?
-Tiene
exceso de botellones y una manta de mala educación, la misma que hay en el
resto del país. Por todas partes hay gente gritona. Lo que sí es singular es su
cantidad de trucos, es muy proclive a manejarse mediante trucos. Porque Sevilla
es una ciudad tramposa. Sevilla no está a la vanguardia de casi nada. Y a los
que echamos de menos alguna vez algún gesto de vanguardia, al final tenemos el
entrenamiento suficiente para saber por qué pasan las cosas que pasan. No soy
nada entusiasta del estilo sevillano.
-¿Y
así ha sido históricamente?
-Aquí
ha llegado a haber personas que han definido como "hombres de fe" a
los impulsores de la Institución Libre de Enseñanza. Eso es técnicamente
imposible porque eran intelectuales de la razón, no de la fe. Pensemos en un
momento clave: el intento de fomentar en el siglo XVI el libre pensamiento
desde el Monasterio de San Isido ro del Campo y desde la Catedral de Sevilla.
Fueron masacrados por la Inquisición. Muchos de los que cayeron eran canónigos,
predicadores, monjes. En cambio, en Holanda, se optó por abrir las puertas a
los pensadores y por difundir los libros con libertad. Prefirieron tenerlos que
no tenerlos. Dos caminos divergentes que han marcado en los siglos siguientes a
ellos y a nosotros.
-¿Qué
falacia le incomoda más?
-"Tenemos
la generación de jóvenes mejor preparada". Insultante para quien lo lee o
escucha en los medios de comunicación.
-¿Qué
puede usted aportar ahora a la ciudad?
-No
puedo cambiar Sevilla. Ya no sé si me gustaría. Aunque creo que vamos con el
paso cambiado. Ya jubilado, a mi edad lo que me queda es leer, reflexionar,
escribir algo, zapear la televisión en busca de algún buen programa, y se
acabó.
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