El tesoro oculto de los leones
Un mensaje escondido en un cuadro, una puerta secreta tras una estatua, una red de túneles bajo tierra que conectarían los edificios más ilustres de la ciudad... El Congreso de los Diputados guarda infinitos secretos que hoy desvela por fin ABC
Miguel
Oliver / Madrid 4 de abril de 2012
Dos
leones mesopotámicos custodian la guarida. Miden más de dos metros de alto. Uno
mira hacia la izquierda y el otro a la derecha. La tradición popular los ha
bautizado como Daoíz y Velarde,
en memoria de los dos capitanes que se levantaron contra los franceses el 2 de
mayo de 1808. Tienen las fauces medio abiertas y apoyan una de sus patas sobre
lo que podría ser una bala de cañón. Tiene lógica. Los felinos que defienden la
entrada al Congreso de los Diputados están realizados con el bronce fundido de los
«cañones incautados al enemigo» durante la Guerra de Marruecos.
Estos dos ejemplares vigilan el palacete
de la Carrera de San Jerónimo desde 1872. Pero al principio no estaban ellos.
Los leones originales eran de yeso. El edificio se inauguró en 1850 y para
entonces se encargaron dos figuras de este material que comenzaron a
deteriorarse en un abrir y cerrar de ojos. La revuelta de O'Donnell en 1854 los
dejó dañados de muerte y fue entonces cuando se decidió sustituirlos por los
actuales. Desde entonces, Daoíz y Velarde moran a la entrada al Congreso. Un
inmueble repleto de tesoros, misterios, anécdotas y obras de arte de
incalculable valor histórico y emocional.
A espaldas de los leones se encuentra la
entrada principal del palacio, cuya puerta regia —decorada con molduras y
cartelas, y adornada con clavos cincelados— solo se abre cada cuatro años
cuando los Reyes inauguran la legislatura, y en las jornadas de puertas de
abiertas. El vestíbulo principal aguarda al otro lado.
Isabel II
Una estatua de mármol de Isabel II —bajo
cuyo reinado se construyó el Congreso— recibe a los visitantes. Es una de las
piezas más representativas de la escultura romántica, obra de José Piquer, y
también de las más «viajeras». Originalmente se colocó en la entrada principal,
pero con motivo de la revolución de 1868 se trasladó a los sótanos. Con la llegada de la II República,
en 1931, se envió al Museo de Arte Moderno, y no fue hasta 1983 cuando volvió a
ocupar su lugar original, donde se encuentra ahora. A sus pies, se exhibe un
ejemplar de «la Pepa», sobre la mesa en la que en 1812 se firmó la Constitución
que ahora celebra su bicentenario. La caja fuerte del archivo del Congreso
guarda como oro en paño los originales de las ocho Cartas Magnas que se han
redactado en la historia de España.
Tras la estatua de Isabel II se encuentra
el primer gran misterio del palacio: una puerta secreta que da acceso a los
sótanos. Existen miles de leyendas sobre el subsuelo del Congreso. La más
repetida alude a una red de túneles que conectan el edificio con el hotel
Palace, los Jerónimos, el Monasterio
de las Descalzas Reales y el Palacio Real. Todo se
sobredimensionó cuando aparecieron dos esqueletos «muy antiguos» en las obras
de acondicionamiento de los bajos del hemiciclo. La tesis más probable es que
pertenecieran a un osario del antiguo convento del Espíritu Santo, sobre cuyos
cimientos se levanta el edificio.
Desde 2008, bajo la presidencia de José
Bono, el Congreso trabaja en la restauración de sus sótanos. Solo una parte
pequeña ya está concluida: la que se encuentra justo debajo del hemiciclo. Los
trabajos persiguen devolver la zona a su aspecto original, llena de arcos de ladrillo visto, bóvedas y recovecos que
llegan hasta el infinito y más allá. La intención del
expresidente era transformar la zona para oficiar en ella sus comidas privadas,
pero lo más probable es que se habilite como futura sala de exposiciones. Esta
zona se había convertido en uno de los grandes misterios del Congreso. Hasta
ahora. ABC ha sido el primer medio que ha podido bajar y comprobar in situ el
estado de los trabajos.
El hemiciclo es el corazón del Palacio.
Pocos misterios alberga una de las salas más fotografiadas y filmadas por los
medios. Ni siquiera sorprende ya la marca de los casi cuarenta disparos que se hicieron durante el 23-F alojados
en su techo. Hay balazos por todos los sitios. En una rejilla del aire
acondicionado, en la tribuna de prensa, junto al palco de honor, entre los
frescos... Los rectores decidieron no repararlos para que nadie olvidara
aquellas horas de 1981 que pudieron cambiar la historia de España. Solo uno de
los tiros tuvo que ser restaurado al impactar en la cristalera-lucernario del
techo, que amenazaba con romperse.
De aquella noche, todo el mundo recuerda
la actitud de Adolfo Suárez. El
entonces presidente del Gobierno fue sacado a la fuerza por los militares y
«encerrado» en el cuarto de ujieres. Esas cuatro paredes son testigos de la
discusión que el dirigente tuvo entonces con Antonio Tejero:
—Suárez: ¡Explique qué locura es esta!
—Tejero:
¡Por
España, todo por España!
—S.: ¡Qué vergüenza para España! ¿Quién hay
detrás de esto? ¿Con quién puedo hablar?
—T.: No hay nada de que hablar. Solo debe
salir.
—S.: ¿Pero quién es el responsable?
—T.: Todos, estamos todos.
—S.: Como presidente le ordeno que deponga su
actitud.
—T.: Usted ya no es el presidente de nadie.
—S.: Le ordeno...
—T.: Yo solo recibo órdenes de mi general.
—S.: ¿Qué general?
—T.: No tengo nada más que hablar.
—S.: Le insisto, soy el presidente...
—T.: No me provoque.
—S.: ¡Pare esto antes de que ocurra alguna
tragedia, se lo ordeno!
—T.: Usted se calla. Todo por España.
—S.: Le ordeno...
—T.: Cállese y siéntese..
La conversación fue recogida por el único
ujier que se encontraba presente. Años después se la reveló a Alfonso Guerra.
La presidencia del Congreso, en el
hemiciclo, está ubicada donde antiguamente se encontraba el altar del convento
del Espíritu Santo. Jesús Posada está «flanqueado» por dos estatuas de los
Reyes Católicos. Isabel a su derecha y Fernando a la izquierda. Junto a ellos,
los dos cuadros que nadie debe dejar pasar por alto: «María de Molina
presentando a su hijo Fernando IV
niño a las Cortes de Valladolid de 1295», obra de Antonio Gisbert (1863) y «El
juramento de los primeros Diputados a Cortes en 1810 en la iglesia Mayor
Parroquial en la isla de León», de Casado del Alisal (1862).
Como no podía ser de otra forma, el
Palacio de las Cortes también tiene sus cariátides. Se alzan en el Salón de
Conferencias y son de mármol de Carrara. Son cuatro y representan las Ciencias,
el Comercio, la Marina y la Agricultura.
Pinturas, tapices y relojes
El recinto original es un auténtico museo.
Posee una colección de más de ochenta cuadros, veinte esculturas, catorce
tapices y unos cinco relojes de incalculable valor. Todo ello rodeado por 9.950
metros cuadrados de alfombras, que solo se retiran cuando llega el verano. De
entre todo el patrimonio destaca el reloj astronómico de Alberto Billeter
(1857). Se encuentra en una de las salas escritorio junto al hemiciclo. En su
época alcanzó una gran fama por su complejidad: muestra el Sol, la Luna, la
Tierra, las cuatro estaciones, los signos del zodiaco, así como un calendario
con día, mes y año, la hora en
España y en otras veinte capitales, además de la hora en que
sale y se pone el sol, incluyendo también termómetro, barómetro e higrómetro.
Tiene cuerda para tres meses, pero el relojero de la Puerta del Sol viene cada
viernes para revisar su estado.
Destaca también una mesa de estilo
imperio, que se encuentra en el Salón de Conferencias. Según cuenta la
tradición, se trata de un regalo de bodas del zar Nicolás I a Isabel II, que
decidió donar al Congreso. Cuenta con adornos de bronce y nácar, y un tablero
de ágata.
El palacio conserva el ascensor que solo
utilizaba la Reina cuando asistía a las Cortes. Está en el lateral que da a la
calle Fernanflor. De madera de caoba y forrado de moqueta por dentro, cuenta
con una pequeña butaca para que ella pudiera sentarse cómodamente mientras el
aparato ascendía las tres plantas,
donde se encontraba el palco real. Junto al ascensor, una pared de espejos que
sorprendentemente se abre cuando uno se acerca a menos de un metro de ella.
Descubre otro pasadizo que baja al sótano del Congreso. Una nueva ruta que
alumbra la teoría sobre las conexiones subterráneas del palacio de las Cortes
con el resto de edificios ilustres de la capital. Más de uno —dicen— la utilizó
para dormir en el hotel Palace sin ser visto.
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