25 ANIVERSARIO
DEL HALLAZGO
El faraón de América
Hace 25 años tuvo
lugar el descubrimiento arqueológico más impactante de América Latina: la tumba
del señor de Sipán, en Perú, que data del siglo III. Este gobernante de la
cultura moche fue enterrado con un tesoro de incalculable valor conservado en
perfectas condiciones. Está considerado uno de los hallazgos más importantes
del siglo XX, al mismo nivel de la tumba de Tutankamón. Y todo comenzó con un
conejo...
José Manuel
Novoa, 1 de julio de
2012
Una noche de verano de 1987 en la
chichería de la pequeña aldea de Sipán, en Perú, dos policías de la Brigada
Secreta presenciaban absortos la fiesta que celebraban los aldeanos. Todos
bebían y reían como si les hubiese tocado la lotería. No entendían nada.
Estaban allí porque una semana antes un comando terrorista de Sendero Luminoso
había tomado la aldea vecina. No parecía haber muchos motivos para semejante
algarabía. Ya entrada la noche, un joven se acercó a la barra con claros
síntomas de embriaguez. No tenía dinero para pagar su cuenta, pero depositó en
el mostrador una pieza arqueológica de oro. Los policías lo detuvieron
inmediatamente.
No tuvieron que emplearse a fondo para que el muchacho les contara
lo que ocurría. Una banda de huaqueros, como se conoce en Perú a los
saqueadores de sitios arqueológicos, dirigida por un tal Ernil Bernal había
encontrado una tumba muy importante en la huaca que lindaba con el pueblo. Los
peruanos llaman huaca a los lugares arqueológicos, ya sean tumbas, santuarios
o, como en este caso, una pirámide. Los policías registraron la casa de Bernal.
Solo estaba su madre. En la alacena de la cocina encontraron unas bolsas con
varias piezas de oro. De inmediato avisaron al arqueólogo Walter Alva,
supervisor de la zona y director del Museo Bruning de Lambayeque.
El alijo lo
componían un ídolo y dos cabezas felinas de oro y turquesas. Nunca antes se
habían visto piezas así de la cultura moche. Tenía que ser una tumba muy importante.
Cuando llegaron a Huaca Rajada la pirámide que estaba siendo profanada, había
más de 60 personas cavando. Tuvieron que disparar al aire para que la gente
desalojase el lugar. Alva, su colaborador Lucho Chero, dos estudiantes y dos
policías se hicieron fuertes en el sitio arqueológico. Todas las noches había
tiroteos. Los huaqueros, instigados por los traficantes, atacaban el lugar. Era
difícil hacerles comprender que, a pesar de estar en su pueblo, aquellos
tesoros no les pertenecían; eran patrimonio de la humanidad.
Todo empezó por un conejo. En un recorrido de reconocimiento que
realizaba la banda de Ernil Bernal observaron una madriguera horadada en una
pared de adobe. Al construir su guarida, un conejo arqueólogo había extraído
unas bolitas de oro. Estaban perforadas; sin duda, eran las cuentas de un
collar. Esa misma noche, los huaqueros comenzaron a excavar. Tres días más
tarde llegaron a la cámara funeraria de una tumba. Las vigas de algarrobo con
las que los mochicas sellaban los enterramientos habían conseguido que, pese al
tiempo, el relleno no aplastara la sepultura. Los féretros enterrados hacía
unos 1800 años estaban intactos. En sucesivas noches, con sigilo para no
despertar sospechas en la aldea, fueron extrayendo piezas de incalculable
valor, pero finalmente los pobladores se enteraron y se presentaron en la
pirámide.
La banda no tuvo más remedio que dejarlos participar en el saqueo,
aunque ya se habían llevado las piezas más importantes. Una noticia publicada
en la prensa local sobre la venta de algunas de esas piezas por 80.000 dólares
confirmó que el expolio había sido más grande de lo que se pensaba. La Policía
regresó a la casa de los Bernal. En ese momento, Ernil llegaba con una
furgoneta y se dio a la fuga. Al poco fue alcanzado por un disparo, que puso
fin a su vida. Según otro integrante de la banda, Ernil venía del campo de
esconder ocho sacos que contenían la mayor parte del botín. Desde entonces, la
gente de Sipán sigue buscando los sacos del tesoro.
Walter Alva y su equipo
de arqueólogos
optaron por seguir investigando en Huaca Rajada, y muy cerca de la tumba
saqueada descubrieron otra de grandes dimensiones. La osamenta de un guerrero
con los pies amputados era el presagio de un gran descubrimiento. Posiblemente
se trataba del guardián del mausoleo, por eso le habían cortado los pies
ritualmente: para que no abandonara la tumba. Siguieron excavando. Un mes más
tarde se dio a conocer el descubrimiento del primer gobernante mochica
recuperado para la historia.
El enterramiento contenía un personaje principal
cubierto de ornamentos y emblemas militares de oro, plata y piedras preciosas,
al que se llamó el señor de Sipán. Junto a él, ocho osamentas de las personas
que lo acompañaron en su viaje al inframundo atestiguaban su importancia. La
noticia dio la vuelta al mundo. Se trataba de la tumba más rica de América.
Huaca Rajada está compuesta por dos pirámides y una plataforma. En Perú, las
pirámides se construyeron con ladrillos de adobe. Se estima que en Huaca Rajada
emplearon 88 millones de ladrillos. Meses más tarde de hallar al señor de Sipán
se encontraron los enterramientos de un sacerdote y de otro gobernante al que
se conoce como el viejo señor de Sipán. Hasta hoy se han descubierto 16 tumbas;
todas, de personajes de la élite moche: gobernantes, sacerdotes y jefes
militares.
La cultura moche, de 2000
años de antigüedad, alcanzó un gran desarrollo tecnológico. Construían sus
edificios con técnicas antisísmicas; por medio de una red de canales
convirtieron el desierto en un vergel, tenían una producción agrícola dos veces
superior a las que se obtiene actualmente en la región; doraban el cobre por
procedimientos de electrolisis, lo cual se consiguió en Europa a finales del
siglo XVIII; soldaban los metales... y realizaban terribles sacrificios
humanos. ¿Cómo es posible que una sociedad tan avanzada hiciese eso?
La cosmovisión de los mochicas
estaba relacionada con las venidas del fenómeno del Niño, que causaba y causa
tremendos desastres. Es cíclico, pero errático. Llega en periodos de dos a doce
años que producen inundaciones y avalanchas seguidos de periodos de sequía
pertinaz. Los moches creían que lo enviaban los dioses. Los sacerdotes llegaron
a predecirlo.
Ante su venida ordenaban sacrificios humanos para aplacar la
cólera divina. Las ejecuciones se realizaban en lo más alto de las pirámides.
Degollaban, decapitaban, despeñaban, rompían las cabezas con grandes mazas,
descuartizaban y a veces extirpaban el corazón en vivo. Pero no fueron sus
propios excesos los que acabaron con la cultura mochica entre el 600 y 700
después de Cristo. Aunque las causas no están muy claras, los expertos apuntan
a que pudo ser debido a una sequía fuerte y prolongada de unos 30 años que tuvo
lugar a finales del siglo VI, a la que siguió un periodo de inundaciones. Esto
debilitó al pueblo moche, que finalmente fue invadido por el imperio de los
huaris. Lo que hoy queda de ellos solo está al alcance de los arqueólogos... y
los conejos.
Comentarios