Mariana
Pineda no sabía bordar
José
María Lama, 20 de agosto de 2011
Hay una
inevitable deformación entre cualquier hecho histórico y su relato.
El paso del tiempo, el recuerdo transmitido de persona a persona, de
generación en generación, crea un “ruido” inevitable en la
huella que deja en el pueblo lo acontecido. Pero, además, hay una
interpretación popular que el común adhiere a toda historia, una
lectura de los hechos desde la mentalidad de la época. Y,
finalmente, junto a esta literatura popular, a veces es la literatura
de autor la que se interpone entre una historia y su recuerdo,
dejando una pista “falsa” sobre la memoria de los hechos.
Los casos
son numerosos. Me detendré en uno que creo significativo: Mariana
Pineda. Acabo de leer la biografía que Antonina Rodrigo dedicara
hace varias décadas a este personaje casi mítico del liberalismo
español del siglo XIX. En la memoria popular es reconocida como la
mujer que fue ajusticiada por Fernando VII por haber bordado una
bandera revolucionaria.
La primera
confusión está en la bandera. Se ha dicho que era la “bandera de
la libertad”, y es cierto, aunque más exacto sería decir que era
una de ellas. Porque no por eso puede asimilarse, como muchos hacen,
a la bandera tricolor, la republicana, inexistente en 1831, cuando es
asesinada Mariana. La enseña era “un tafetán morado del ancho de
dos paños y largo algo más de dos varas y tercio con un triángulo
verde en medio” en el que se iban a escribir las palabras libertad,
igualdad y ley. Era, pues, una bandera con simbología masónica, no
republicana. En este primer caso la confusión es popular. En cada
época la gente ha querido que la bandera de Mariana Pineda fuera la
de su tiempo, aunque eso supusiera incurrir en un anacronismo.
La segunda
confusión se refiere al papel de la protagonista. Mariana Pineda
nunca bordó la bandera. No sabía bordar. Encargó la tarea a dos
bordadoras. La bandera se encontró en su casa porque las mujeres a
quienes había encomendado la labor la traicionaron y se la
devolvieron a medio hacer para que la policía la encontrara en su
domicilio. Pero ella no bordó ninguna bandera. Esta confusión sí
es ya literaria. Y la primera responsabilidad es de los romances que
circularon por España desde el momento de su muerte:
Marianita
se volvió a su casa.
La
bandera se puso a bordar,
la
bandera de los liberales,
la
bandera constitucional.
Y después
la confusión se fija definitivamente debido al drama Mariana
Pineda, de Federico García Lorca:
Don
Pedro vendrá a caballo
como
loco cuando sepa
que
yo estoy encarcelada
por
bordarle su bandera
Será
también Federico el principal responsable de la tercera confusión,
que atañe al meollo mismo de la historia. Según la obra de teatro,
Mariana actuaría por amor a Pedro Sotomayor, uno de los
conspiradores. Pero la verdad histórica es que no actuó por amor,
como quiso el poeta, sino por motivaciones políticas. Era una
activista liberal, una revolucionaria, y para explicar su actuación
no le hacía falta otra razón que la ideológica.
La figura
de Mariana Pineda fue transformada en el imaginario popular para
adecuarla a la mentalidad de la época. Aunque la verdad histórica
es que no fue bordadora ni sus actos los hizo por amor, la mentalidad
obligaba a que toda mujer que intervenía en una historia como ésta
lo hiciera desempeñando alguna de sus tareas tradicionales y por
razones no estrictamente ideológicas. Federico, al crear su
magnífica obra literaria desentendiéndose de la historia y
siguiendo la tradición popular, contribuyó a tergiversar la verdad
de los hechos y a crear una pista falsa sobre su memoria. Mariana
Pineda no fue una bordadora enamorada de un revolucionario, sino ella
misma una revolucionaria. Una heroína a la que no le hacía falta
héroe alguno.
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