Juan Ignacio Carmona "La mayoría de los sevillanos no se beneficiaron de la riqueza de América"


El Rastro de la Fama · Juan Ignacio Carmona

"La mayoría de los sevillanos no se beneficiaron de la riqueza de América" 

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"La mayoría de los sevillanos no se beneficiaron de la riqueza de América"

Este historiador sevillano ha sido pionero en el estudio de la pobreza en la Sevilla de los siglos XVI y XVII, una época de la que se conoce bien sus oropeles, pero no sus miserias.
 
Luis Sánchez-Moliní, 31.03.2013 


-El discurso oficial nos habla del Siglo de Oro como de una época de gran esplendor para Sevilla. Sin embargo, la realidad fue muy distinta. ¿Está cuantificado el número de pobres en la ciudad durante aquellas décadas? 
 
-Primero me gustaría precisar el tiempo histórico del que hablamos, porque el término Siglo de Oro se usa indistintamente para los siglos XVI y XVII, dos épocas que macroeconómicamente fueron muy distintas. El XVI fue un periodo marcado por el crecimiento económico y el dinamismo social, mientras que en el XVII ya se observa una crisis evidente. Sin embargo, la estructura social en ambas centurias fue muy parecida. Desde las investigaciones de Antonio Collantes de Terán sobre los padrones municipales de finales del XV y principios del XVI, se ha trabajado mucho en este tema y se ha podido establecer con cierto rigor que, en Sevilla, existía una minoría muy reducida de gente rica que no llegaría a más del 5% de la población. Luego estarían lo que hoy consideramos clases medias, que no abarcarían más de un 15%. Por tanto, nos quedaría, y no es ninguna exageración, que el 80% de los sevillanos de entonces pertenecerían a las clases bajas.

-Es decir, que la época sólo fue dorada para algunos...


-Lo que hoy sabemos claramente es que la mayor parte de la población de Sevilla no se benefició de la riqueza americana, algo que, además, fue a peor debido a la inflación que provocó la llegada de los metales preciosos de Indias, el fenómeno conocido como la revolución de los precios.

-¿Qué entendemos exactamente por pobre?

-Hay que tener cuidado con este término. Es mejor hablar de situaciones de pobreza, de formas de vida precarias. Todo esto hoy se puede entender muy bien, porque hablamos de personas que tienen su trabajo e incluso sus propiedades, pero que pasan auténticos aprietos para sobrevivir. Al igual que pasa con la riqueza, la pobreza tiene muchos grados. Hay una pobreza moderada, constituida por personas que trabajan, que, aunque es la mayoritaria, pasa desapercibida socialmente, algo que no ocurre con la pobreza extrema, como la de los mendigos.

-¿Y esta pobreza extrema está cuantificada?

-El problema de las cifras es muy resbaladizo en este sector, porque son personas que no están controladas, como puede ocurrir hoy en día con los inmigrantes irregulares. Aun así, yo presumo que fueron muchos, como se puede comprobar indirectamente a través de la documentación de los hospitales o en los informes municipales durante las hambrunas, en los cuales se refleja cómo las calles de Sevilla se llenaban de personas que iban de un lado para otro sin tener qué comer y pidiendo limosna. No hablamos de individuos aislados, sino de masas.

-¿Y de dónde salían estas masas?

-La mayor parte son inmigrantes menesterosos que provienen de zonas rurales en las que no tienen garantizada la subsistencia y que acuden a la ciudad para intentar vivir de lo que sea.

-¿Se registraban casos de muerte por inanición en aquella Sevilla?

-Con muchísima más frecuencia de lo que ahora mismo podemos admitir. Estas muertes estaban muy vinculadas a las crisis de subsistencia, fundamentalmente a la falta de pan, que era el alimento básico de los pobres de aquella época. Cuando se producía una hambruna, muchísima gente moría de inanición, como ocurrió entre 1620 y 1621, donde incluso tengo recogido un testimonio de antropofagia en Jerez. No es una exageración, los documentos municipales de Sevilla son durísimos.

-Al contrario que en el urbanismo contemporáneo, entonces no existían barrios de ricos y barrios de pobres, todos vivían en las mismas collaciones...


-La riqueza y la pobreza estaban completamente mezcladas en la Sevilla de entonces. En la mentalidad de la época, riqueza y pobreza se explican mutuamente. Según la doctrina cristiana, el rico tiene que ejercer la caridad con los pobres, y el pobre tiene que asumir y recibir esa caridad de los ricos.

-Mucho se ha hablado de la inmovilidad social del Antiguo Régimen. Sin embargo, hay casos evidentes de comerciantes (los Corzo, los Mañara... Ahí está el gran estudio de Enriqueta Vila) que lograron llegar a la cúspide de la Sevilla de su época. ¿Era fácil subir en la escala social ?

-Más bien ocurría lo contrario. Al igual que está pasando ahora, había una tendencia a que los ricos fuesen cada vez más ricos y los pobres fuesen cada vez más pobres. Esto se explica por la desigual distribución de la riqueza. Es cierto que en sectores de clases medias y altas existía una movilidad ascendente, pero, sin embargo, la movilidad descendente de los más desfavorecidos era lo más habitual.

-La pobreza en estos siglos propició el surgimiento en España de todo un género literario, la novela picaresca. ¿Es fiable como fuente histórica?

-Sobre esto se ha debatido muchísimo. Antes de que se iniciasen las investigaciones en archivos, lo normal era acercarse a la pobreza a través de la novela picaresca. Ahí está el mangnífico trabajo de José Antonio Maravall, La literatura picaresca desde la historia social. Sin embargo, mi opinión es que la literatura es siempre ficción, que puede tener un trasfondo real, pero ficción al fin y al cabo. Se puede usar como reflejo, pero no tomársela como un libro de historia.

-¿Existió el Patio de Monipodio y esas cofradías de delincuentes que describe Cervantes?

-Personalmente no me he encontrado absolutamente nada que me hable de estas cofradías. Había, lógicamente, lugares donde se concentraba la delincuencia, que, al igual que hoy en día, se organizaba para la realización de los delitos y el reparto de beneficios. Lo que hizo Cervantes en su novela fue unir ese espíritu asociativo de la época, que se materializaba en las cofradías, con la pequeña delincuencia.

-Un personaje muy llamativo y casi enternecedor de este tipo de literatura es el hidalgo pobre. ¿Fue una figura real?

-Es una de las deformaciones de la literatura de la época. En general, los hidalgos, que pertenecían a la baja nobleza, formaban parte de los sectores privilegiados de la sociedad y eran personas acomodadas. Esa figura tan exagerada tiene poco que ver con la realidad, es una caricatura.

-La prostitución es uno de los disfraces de la pobreza, un problema que han estudiado mucho Andrés Moreno Mengíbar y Francisco Vázquez. Sevilla tenía fama de ser un auténtico lupanar.

-La prostitución estaba muy establecida en aquella época, algo que tiene mucho que ver con la situación de dependencia y subordinación en la que se encontraba la mujer. Esa prostitución tan extendida era, más allá de las mancebías y del famoso Compás de la Laguna, sobre todo callejera y sin control oficial. La prostitución, que afectaba sobre todo a las mujeres humildes, se ejercía en todas partes. Es verdad que existe un personaje muy literario como es la cortesana, pero era un grupo muy selecto y minoritario.

-Pero, sobre todo, el colmo de la explotación era la esclavitud. Cuando la gente piensa en la esclavitud tiende a imaginar las plantaciones de algodón en Virginia durante el siglo XIX, sin reparar que Sevilla, en estos años, era una ciudad repleta de esclavos.

-Efectivamente, Sevilla era, junto a Lisboa, el gran centro esclavista europeo en los siglos XVI y XVII. Era un esclavo de tipo urbano, dedicado al servicio doméstico o al trabajo en los talleres de artesanos. La presencia de los esclavos era algo totalmente cotidiano.

-Esclavos que no tenían por qué ser negros...

-Había muchos esclavos blancos, sobre todo tras la rebelión de las Alpujarras, ya que gran parte de los moriscos sublevados fueron reducidos a la esclavitud. También había muchos berberiscos del norte de África y algunos aborígenes canarios. Pero, insisto, el fenómeno de la esclavitud era totalmente cotidiano y usado, prácticamente, por todos los sectores de la sociedad.

-Frente a la cruz de la pobreza, está la cara de la gran cantidad de instituciones caritativas y hospitales que existían.

-En este campo hablo con un gran conocimiento, porque mi tesis doctoral versó sobre los hospitales de la ciudad durante toda la Edad Moderna. Existe un tópico que no se consigue derribar y que sigue apareciendo en libros recientes, que es aquel que afirma que Sevilla tenía en esos momentos 100 hospitales. La inmensa mayoría de esos hospitales no eran tales. Lo que pasa es que existía la tradición de llamar hospital a la casa donde se reunía una determinada cofradía, algo así como las actuales casas de hermandad. En 1587 se proclamó la Reducción de Hospitales y en Sevilla se tuvieron que suprimir algo más de 70 por la sencilla razón de que no cumplían una función como tales. También se llamaba hospital a cualquier institución benéfica, aunque no acogiera a personas. Un caso muy evidente es el Hospital de Santa Marta, junto a la actual Casa de la Provincia. Esta institución era un simple refectorio donde, al mediodía, iban algunos pobres muy selectos a comer, porque en estos establecimientos no podía entrar cualquiera y solían tener una normativa muy estricta sobre los pobres a los que atendían: vida honrada, cristianos viejos... Otro sería el hospital de la Misericordia, que era una hermandad cuya función social era conceder dotes para doncellas que quisieran casarse o entrar en un convento. En definitiva, es una falsedad que Sevilla estuviese repleta de verdaderos hospitales.

-¿Cuántos había entonces?

-No más de cuatro o cinco. El de las Cinco Llagas, actual Parlamento de Andalucía; el de los Heridos o de San Hermenegildo, en las cercanías de San Leandro; el de Amor de Dios, en lo que ahora es el Cine Cervantes; el del Espíritu Santo, en la calle Tetuán; el de San Cosme y San Damián, que llamaban de las bubas y estaba por la calle Santiago; y el de San Juan de Dios, en la plaza del Salvador.

-¿Y el de la Caridad no?

-La Caridad acogía a gentes, pero cuando eran enfermos los tenían unos días alojados y les buscaban un lugar en uno de estos establecimientos para que recibieran atención médica.

-El hombre contemporáneo había creído que las grandes mortandades por epidemias se habían acabado. Sin embargo, últimamente ha habido algún aviso, como la gripe aviar, que ha propiciado una gran preocupación. En estos siglos de los que hablamos eran corrientes las grandes epidemias y los testimonios que han quedado son escalofriantes.

-Actualmente no llegamos a comprender el miedo, el terror, el pánico que se producía en una ciudad cuando se declaraba una epidemia, sobre todo las de peste, que eran las más mortales. La epidemia de 1649 mató, según los cálculos de Domínguez Ortiz, a la mitad de sus 120.000 habitantes. Piense en el horror que esto debe provocar. Como no se conocían las causas de las epidemias, no quedaba otra alternativa que rezar o, aquellos que podían, marcharse lo más lejos posible, con lo que la epidemia se extendía aún más. Hay que tener en cuenta que, hasta principios del siglo XX, no se conoció bien qué es lo que provoca la peste. En mi libro La peste en Sevilla he recogido muchísimos testimonios en los que se plasma el pánico.

-Peor que la mortandad era, incluso, la total disolución de los vínculos sociales.

-Exacto, se rompen todos los vínculos sociales e, incluso, familiares: padres que abandonan a sus hijos, personas que quedan sin sepultura o terminan en fosas comunes en una sociedad cuya mentalidad es muy religiosa y ritualista.... Esas imágenes de los carros repletos de cadáveres son verdad. La peste era muy dolorosa y cruel, los enfermos sabían que estaban condenados a morir de una forma horrible sin tener, muchas veces, siquiera un apoyo espiritual.

-También habría casos de heroísmo...


-Sí, sobre todo el de algunos eclesiásticos y hombres de Iglesia. Por parte de las autoridades civiles y los médicos la tendencia a quitarse de en medio era evidente.

-De todas maneras, los pobres tenían pocos medios para contratar a un médico.

-En esta época había una medicina de ricos y otra de pobres, pero lo curioso es que esta última, que era ejercida por las mujeres de las familias gracias a los conocimientos tradicionales, era más efectiva que la primera. La de los médicos de los ricos era una medicina precientífica, basada en las sangrías y en otras prácticas no muy beneficiosas.

-¿Me da, por favor, una bibliografía de urgencia sobre la pobreza en Sevilla durante esta época?

-Cuando yo empecé a estudiar este tema había muy poco escrito, por lo tanto me tendré que citar. A comienzos de los 90 publiqué El extenso mundo de la pobreza. La otra cara de la Sevilla imperial, que editó el Ayuntamiento. También tengo una obra de la que estoy muy satisfecho: Crónica urbana del malvivir, donde analizo el hambre y la precariedad desde el siglo XIV al XVII. Un profesor de la Universidad de Valladolid, Pedro Carasa Soto, ha publicado cosas muy interesantes. También, Elena Maza Zorrilla. Por supuesto, Jean Delumeau: su capítulo sobre ricos y pobres en su libro La civilización del Renacimiento es magnífico.

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