viernes, 17 de mayo de 2013

El «sacrificio» económico de Hitler

El «sacrificio» económico de Hitler

Durante años la propaganda nazi hizo creer a los alemanes que Hitler no cobraba un solo marco por regir el país

 

El «sacrificio» económico de Hitler
 
La propaganda fue una de las mayores armas con las que contó el nazismo para difundir sus ideas entre la población alemana. Esta potente maquinaria que aún hoy sigue sorprendiendo por su eficacia comenzó a funcionar y a cosechar sus primeros éxitos incluso antes de la llegada de Hitler al poder.

Uno de los menos conocidos comenzó a fraguarse en 1933, coincidiendo, precisamente, con la llegada del partido nazi al poder, tal y como podemos leer en el blog «Curistoria». Nada más acceder al cargo de canciller, Adolf Hitler renunció a su sueldo, que ascendía a 29.200 marcos anuales más otros 18.000 en dietas.

El aparato de propaganda del partido, al frente del que se encontraba Goebbels, se encargó de que toda Alemania supiera que aquel hombre no tenía otro interés que el bien de su pueblo y, por ello, renunciaba a su salario para donarlo a las familias de los miembros de las milicias de la SA y las SS que habían muerto en los años anteriores, en su camino al poder.

Con esta sencilla maniobra de imagen, narrada por Guido Knopp en su libro «Secretos del Tercer Reich», todo el mundo daba por hecho que Hitler estaba en el poder sencillamente por servicio a su país y que en su vida austera no había más que dedicación que Alemania. Sin embargo, el líder nazi cambió muy pronto de parecer.

Un año más tarde revocó su renuncia a su sueldo y comenzó a embolsarse lo que le correspondía como canciller. En realidad, esa cantidad era muy inferior a las que recibía por otros canales, más o menos legales, pero da idea de su avaricia.

Por si esto fuera poco, en 1934 cuando murió Hindenburg Hitler se convirtió en presidente del Reich y sumó el salario de este cargo — 37.800 marcos al año y unas dietas de 120.000— a sus ingresos. Sin embargo, nada de esto trascendió a la opinión pública.

Durante décadas la imagen de Hitler como hombre austero y despegado del dinero fue creída por gran parte de los alemanes. Un claro ejemplo de cómo la propaganda al servicio del poder es capaz de engañar a un todo un país.

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