Pablo de Olavide, el criollo ilustrado que reordenó Sevilla y colonizó Sierra Morena
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La vida de Pablo de Olavide fue un carrusel de éxitos y fracasos marcado por dos exilios; uno que lo expulsó de su Perú natal y otro que lo alejó de la corte española, Sevilla y Sierra Morena
La historia vital de Pablo Antonio José de Olavide y Jáuregui surge en la capital de Perú, Lima,
cuando el 25 de enero de 1725 nace el primogénito y a la postre único
hijo varón (tendría dos hermanas) del matrimonio formado por el hidalgo
navarro Martín de Olavide, destinado en el Perú como contador mayor del Tribunal de Cuentasy María Ana de Jáuregui, hija del capitán sevillano Antonio de Jáuregui.
El niño que fue Pablo de Olavide demostró desde muy temprana edad su inteligencia y precocidad. Formado por jesuítas limeños se graduó como Doctor en Teología por la Universidad de San Marcos al contar apenas con quince años para apenas dos más tarde pasar a ejercer disciplina como catedrático, por oposición, en esta disciplina.
Pero no sólo dentro del ámbito académico fueron prósperos
los primeros pasos de la carrera de Pablo de Olavide. También emergió su
figura con fuerza en el campo de lo jurídico-administrativo.
Y es que logró pasar de ser un abogado adolescente en la Real Audiencia
de Lima a ser asesor jurídico del Ayuntamiento limeño, para terminar
siendo nombrado Oidor de la capital peruana en 1745, al poco de cumplir los 20 años de edad.
En plena efervescencia personal un trágico desastre natural
condicionaría, para bien o para mal, la vida y obra de Pablo de
Olavide. Sería el gran terremoto que castigó Lima
el 28 de octubre de 1746 y que provocó la destrucción casi por completo
de la ciudad. En este contexto, Olavide fue designado por el virrey Manso de Velasco
como administrador de los bienes de los fallecidos en la catástrofe.
Sin embargo, la historia cuenta que utilizó parte del patrimonio de los
muertos en llevar a cabo «obras impías», como el levantamiento del
primer teatro de la capital peruana. Además, entre la alta burguesía y
sus protectores jesuitas no sentó nada bien el hecho de que tratase de
consolar a las víctimas del desastre con explicaciones racionalistas de la catástrofe.
De este modo, con la autoridad eclesiástica obcecada con su persona, le llegaría a Olavide una nueva polémica a razón de las deudas heredadas de su padre. Por este turbio episodio fue sentenciado por ocultación de la herencia paterna y de malversación de caudales al destierro de Lima, por lo que embarcó destino a España en septiembre de 1750, con apenas 25 años de edad.
Tras hacer escalas en diversas ciudades de Sudamérica,
Olavide llegaría a Cádiz (y más tarde a Sevilla, la tierra de su abuelo
materno), en octubre de 1752. Pero pese a dejar miles de kilómetros de
distancia entre él y su pasado, el desventurado joven no logró dar
esquinazo a la justicia y el fiscal de Indias ordenó el 19 de diciembre de 1754 su encarcelamiento y la confiscación de todos sus bienes.
Por razones de salud le fue concedida poco más tarde la libertad
condicional y tras larga deliberación finalmente se impuso un perpetuo
silencio a su causa, en mayo de 1757, manteniéndose eso sí la
confiscación de sus posesiones.
Nueva vida al otro lado del charco
Quedaba así cerrada con más pena que gloria la época americana
de Olavide. Pero aún sin rastro alguno del poder económico y los cargos
de privilegio que ocupase en su juventud peruana, Olavide tendría la
oportunidad de gestarse en España un próspero y notable futuro. De
hecho, no tardaría en recuperar su acostumbrado tren de vida al intimar
en relaciones con una acaudalada viuda cincuentona afincada en Leganés, Isabel de los Ríos,
quien incluso antes de unirse en sagrado matrimonio con el apuesto
criollo, hizo donación de toda su fortuna al joven Olavide, veinte años
menor que ella.
Olavide empleó este dinero en dos cuestiones principales. Por un lado pudo hacer frente al pago de las elevadas tasas de ingreso en la Orden de Santiago,
la más ilustre de las órdenes militares españolas, con lo que lograría
acercarse a las clases privilegiadas de la Corte. Pero, además, su nueva
posición económica le permitió recorrer Europa poniendo empeño en nuevas y prósperas operaciones comerciales.
Diderot, a Olavide: «Vos y cuarenta como vos necesita España»
Pero no solo en lo económico fueron fructíferos sus largas
periodos en el extranjero. Entre 1757 y 1765 llegó a contactar con la alta burguesía comercial de
Francia y de Italia, siendo notable su «afrancesamiento» y su
admiración por las figuras y los pensamientos ilustrados. Estas
relaciones con las mentes más avanzadas de su tiempo marcarían
sobremanera la trayectoria intelectual de Pablo de Olavide.
Este perfil de hombre cercano a las corrientes liberales
europeas le procuraría a Olavide una buena posición dentro de la alta
sociedad de la Corte española. Así entabló amistad con nombres tan insignes como el del fiscal del Consejo de Castilla, Campomanes o el del ministro de Hacienda, Múzquiz.
Serían ellos quienes lo encumbraron a sus primeras labores de gobierno
en España, en 1766. Desde entonces Olavide vino a ocupar sucesivamente
puestos de gran responsabilidad hasta que en junio de 1767 recibió de Carlos III el encargo más trascendental y arriesgado de su vida: colonizar
con pobladores alemanes, bávaros, suizos, griegos, y finalmente
catalanes y valencianos las tierras más abandonadas de Sierra Morena,
apenas habitadas en aquel entonces por peligrosos bandoleros dedicados a asaltar en los caminos reales que conectaban Andalucía con Madrid.
Su próspero paso por Sevilla
Es así como volvería Pablo de Olavide a Sevilla, en
circunstancias muy distintas a como lo hizo tras arribar por vez primera
al Puerto hispalense en las que huía de la miseria y el descrédito que
dejó en Perú. En esta ocasión, con 42 años, lo hacía como nuevo intendente de los cuatro reinos de Andalucía (Sevilla,
Córdoba, Jaén y Granada), gozando de la más alta autoridad regional en
asuntos militares y de guerra así como de plenos poderes en todo lo
tocante a Justicia, Política y Hacienda.
No era este su único cargo, pues fue nombrado a su vez asistente de la ciudad de Sevilla. Se
establecería así un fructífero vínculo de Olavide con la ciudad, en la
que acometió importantes e innovadores proyectos. Entre ellos destacaría
la reordación urbana
de la ciudad, a partir de la cual todas las casas, iglesias y conventos
habían de ser numeradas con azulejos, agrupándolas por manzanas, siendo
todo ello costeado por los dueños de los inmuebles. Además, se dividió
la ciudad en cinco cuarteles (incluida Triana) los cuales quedaban en su
conjunto subdivididos en 40 barrios (ocho barrios por cada cuartel),
que a su vez hacían un total de 320 manzanas.
De ellas un total de 256 se hallaban en la margen izquierda
del río. Dicho margen fue además adecentado en su conjunto, al ser
dotado de malecones y excelentes paseos,
al mejor de los cuales denominó Olavide como de «Las Delicias». Todo
ello tendría su simbólico colofón en 1771, cuando vio la luz el primer plano de la histórica ciudad de Sevilla -clic para ver el mapa de Sevilla-.
Otros avances de Olavide para Sevilla
Además Olavide estaría al frente de otros proyectos
considerables para la sociedad sevillana, como la reforma universitaria y
docente, la liberación del comercio, la mejora de la navegación del río Guadalquivir
o la reforma agraria e incluso de la beneficiencia municipal. Para
todas estas cuestiones contó con el apoyo de sus íntimos colaboradores
en la corte de Madrid. Pero igualmente hubo de enfrentarse con la oposición
de importantes y arraigados sectores de la sociedad sevillana tales
como eran los gremios, los dueños del comercio y de la industria
artesana.
Hizo frente también Olavide al fraude en la Real Hacienda y a los abusos en la administración de las rentas municipales; así como a la injusta distribución de la tierra e incluso a la vida relajada en los numerosos conventos de la ciudad.
También fueron notables sus aportaciones en el plano cultural,
destacando su recuperación de las funciones teatrales en la ciudad, que
habían sido prohibidas en Sevilla por cuestiones de rigidez moral, tal y
como apunta el catedrático sevillano Alfonso Pozo Ruiz en uno de sus trabajos para la hispalense sobre la figura de Pablo de Olavide.
La Inquisición contra Pablo de Olavide
De hecho, los pensamientos de Olavide entraban en gran
medida en conflicto con la sociedad de su época. La Santa Inquisición,
que hurdía por aquellos años los avatares de la sociedad del antiguo
régimen español, andaba a la zaga tras sus pasos después de que en 1768
fuese interceptado en el puerto de Bilbao un envío de libros clandestinos procedentes de Francía y cuyo destino era la residencia en del Alcázar
sevillano del ilustre Asistente de la ciudad. Poco depués, en mayo de
1769, Olavide abandonó temporalmente este domicilio en responsable
ejercicio de sus funciones, con el fin de trasladarse a las Nuevas
Poblaciones de Sierra Morena, donde permanecería durante cuatro años,
sacrificando su afición al lujo y al bienestar en pos de dar origen a
nuevos núcleos de población. Surgirían así nuevos núcleos población como
La Carolina (Jaén), La Carlota (Córdoba), La Luisiana (Sevilla) o Prado del Rey (Cádiz), entre muchos otros.
Volvió Olavide a Sevilla en 1773, pero marcharía de nuevo a
los pocos meses a Sierra Morena, donde los graves problemas que
planteaba el proyecto de colonización que
le fuera encomendado por la corona urgían su presencia. Su gran
implicación personal posibilitó el éxito de la empresa, y a fines de
1775 el número de colonos en Andalucía se cifraba en 13.000 individuos.
Nuevo exilio para el ya exiliado
En la cima de su nueva carrera política, la desgracia
volvería a aparecer en la vida de Olavide como una vez lo hiciera en su
juventud peruana. Esta vez estaría motivada por los celos de la Santa Inquisición,
cuyos miembros le atacaron por su particular apoyo al teatro y los
bailes, su afición a las lecturas y pinturas amorales, sus críticas al
celibato eclesiástico y por su revolucionario Plan de Estudios de la
Universidad de Sevilla, que, entre cosas, desterraba a los frailes de la
enseñanza universitaria. Por todo ello vieron razones para encarcelar y condenar por «hereje, infame y miembro podrido de la Religión» a Pablo de Olavide.
Su pena no sería otra que la de un nuevo exilio.
Esta vez se le prohibía a acercarse a menos de veinte leguas de Madrid,
de las residencias del rey y de allí donde estuvo ejerciendo los
últimos años: Andalucía y Sierra Morena. Además, hubo de pasar ocho años
recluido en un monasterio,
a fin de reconducir su conducta en los dogmas de la fe católica. Para
ello pasó temporadas en diferentes conventos de España hasta que,
aprovechando una estancia junto a capuchinos en un pueblecito de Gerona,
escapó a Francia.
En tierras galas estuvo Olavide hasta 17 años. Durante este
tiempo recuperó el contacto con los enciclopedistas franceses, entre
los que destacaban Diderot y Voltaire. En esta nueva estancia pudo vivir en primera persona los dramáticos sucesos de la Revolución francesa. Y lo sufrió en primera persona ya que durante el «terror jacobino» de 1794 llegó a pasar nueve meses en prisión acusado
de extranjero colaborador con la aristocracia. Pero de nuevo su suerte
daría un brusco e inesperado cambio. En medio de la incertidumbre de si
sobreviviría o vería su cuello bajo la guillotina recibió noticias desde
España del mismísimo rey Carlos IV, quien le invitaba a volver a España.
De regreso a Andalucía, en 1798, la corona le restituiría todas sus dignidades y le concedería una renta anual de 90.000 reales.
Le fueron ofrecidos cargos públicos pero Olavide renuncióa a ellos co
la única intención de disfrutar de un merecido retiro en el pueblo
jienense de Baeza. Allí disfrutaría de sus últimos días al ser acogido por su prima Teresa de Arellano y Olavide, a la que designó heredera universal de sus bienes antes de fallecer el 25 de febrero de 1803.
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