HISTORIA | Memorias de la II Guerra Mundial
Las cartas del soldado alemán Eugenio Lamparter
Hallan
un trozo de la Segunda Guerra Mundial en una casa de Sevilla
La
marcha a filas del soldado fue un duro golpe para toda la familia
Las
tres hermanas de Eugenio también tuvieron relación con el régimen
Eduardo
del Campo | Sevilla, viernes 12/07/2013
Cuando
Eugenio Lamparter Rodríguez de Trujillo, hijo del alemán Eugenio y de la
sevillana Trinidad, especialista en reparación de televisores y radios, murió en 2007 en Sevilla,
soltero y sin hijos, su sobrina Carmen Cabrera, hija de su hermana Trinidad, se
apresuró a rescatar los objetos
de más valor de su casa del número 9 de la calle Santa Ana,
donde había tenido hasta su jubilación la conocida tienda Lamparter que fundó
su padre. Querían, cuenta Carmen, evitar que saquearan la casa, como ocurrió
unos días después cuando "unos ocupas" se les metieron dentro e
hicieron "una barbaridad". Al recuperar la vivienda, se encontró esparcidos
por el suelo viejos papeles
manuscritos o redactados a máquina. Eran las cartas que su tío había conservado
de la Segunda Guerra Mundial, las que él escribió siendo soldado forzoso de Hitler
y prisionero de guerra, y las que recibió de sus padres.
Muchas
se perdieron en el saqueo;
el resto las metió en una bolsa de plástico y se las llevó para reordenarlas,
dice la sobrina. Mientras enseña por primera vez esas cartas cruzadas de la guerra,
su madre, Trinidad Lamparter, cuenta a sus casi 92 años que ella y su hermano Eugenio,
o Eugen en alemán, eran "uña y carne" y que al volver a Sevilla más
de seis años después de ser llamado a filas, su madre prohibió que le
preguntaran por lo que había visto, hecho y sufrido en los frentes de Rusia y
el Norte de África y en sus años en un campo
para prisioneros de guerra cerca de Nueva York. "Era
introvertido, y había sufrido mucho. Él no contaba nada y nunca le
preguntábamos", dice Trinidad. Precisa que a Eugenio lo hirieron cerca de
Moscú en el hombro derecho y que conservó toda su vida fragmentos de metralla en
su interior.
Casi
la única excepción al
silencio en el que Eugenio, el heredero del comercio Lamparter
de la calle Santa Ana, el experto en televisores y radios, encapsuló el trauma
de la guerra era un episodio que contó alguna vez a sus sobrinos. Fue en una
batalla en el desierto del Sáhara:—Me hice el muerto en el suelo y un tanque me
pasó por encima, pero yo estaba en el medio y no me tocó.
"Estuvo
allí horas muerto de miedo hasta que pasó el peligro", añade su sobrina.
Eugenio, nacido en Sevilla
en 1919, tenía tres hermanas: María y Lisette, mayores que él,
y la pequeña Trinidad, con las que se educó en el Colegio Alemán de Sevilla,
que entonces estaba en el barrio del Porvenir. El 28 de marzo de 1939, ya con
la Guerra Civil española en sus estertores finales, partió en barco a Alemania para
formarse como técnico de electricidad y radiotelefonía, y allí le sorprendió a
los pocos meses el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Su padre (Eugenio
Lamparter y Trisler, alemán de Reutlingen de 1879, asentado en Sevilla desde
1902) había viajado allí también en agosto de 1939 con su hija Lisette para
conocer a su futuro marido, un médico y piloto de la Legión Cóndor de Hitler al
que ella había conocido en Sevilla durante
la guerra civilsiendo su profesora de español.
El
comerciante, un hombre "apolítico", removió cielo y tierra para
evitar que a su hijo lo reclutaran para el frente, y consiguió traérselo a
Sevilla en enero de 1940 tras un complicado periplo por Europa. Fue sólo un
aplazamiento, porque en octubre de 1941 el cónsul alemán en Sevilla lo llamó a filas, al
igual que a otros jóvenes sevillanos de nacionalidad germana. Lo destinaron al
frente ruso, donde cayó herido cerca de Moscú, etapa de la que no conservan ninguna carta. Apenas curado,
lo destinaron al frente norteafricano, a Libia. Las tropas alemanas en retirada
se rindieron en Túnez y él fue enviado
como prisionero a Estados Unidos en agosto de 1943. Aprovechó
sus dos años y medio de reclusión allí para seguir estudiando y familiarizarse
con la nueva tecnología del televisor que él difundiría luego desde su tienda
de Sevilla. Enfermo de úlcera
de estómago, lo repatriaron vía Francia a Alemania, donde
estuvo en un campamento de la organización de Naciones Unidas para la Rehabilitación
y Reconstrucción (UNRRA), de donde pasó al de Mettenheim, cerca de Múnich,
donde quedó atrapado a la espera de que lo autorizaran a salir de vuelta a
Sevilla. No abrazó a sus padres hasta pasado el año 46.
Tras
su muerte, en el cuarto de baño de esa casa-tienda, con una bañera con patas,
rodó el director Alberto Rodríguez una escena
de su película After.
El padre del director, técnico jubilado de Televisión Española, la visitó y
reveló a la familia de Eugenio el valor de los televisores antiguos que habían
quedado allí abandonados, algunos de los cuales Carmen le regaló. Vendieron la
casa, que otro alemán, Bernhard Roters, ha convertido en residencia para estudiante extranjeros de
su academia de idiomas 'Clic', conservando el rotulo dorado del escaparate que
dice 'Eugenio Lamparter'.
Tragedia familiar
Sus
hermanas también sufrieron la guerra. María, casada con el empresario Georg
Hähl, alemán, perdió su casa de Stuttgart por los bombardeos, y cayó en una depresión tras
morir su marido el 2 de julio de 1944 asfixiado junto a su coche en el garaje
de su vivienda, en lo que no se aclaró si fue un suicidio, un accidente o un
asesinato. Sola con su hijo pequeño, fue en busca de su hermana Lisette, que se
había convertido en profesora
de español en la universidad de Tübingen (sobrevivió con su
marido, el piloto de la Legión Cóndor), pero a medio camino la tuvieron que
hospitalizar y murió de una
pulmonía, lejos e incomunicada de sus padres, que desde Sevilla
vivían con el corazón en un puño los meses de silencios entre carta y carta de
sus hijos.
Se
hundieron al recibir la noticia de la muerte de María. Lloraron de alegría al
saber de su puño y letra que Eugenio estaba preso pero vivo en EEUU. Tuvo la suerte que le faltó a otros
amigos, como le escribió su padre: "El pobre hijo de
Scherling ha caído en Rusia y su madre se encuentra ahora sola en Sevilla llena
de penas. Roth sigue en Alemania y Müller está en el frente de R. [usia]. Todos
deseamos que esto termine pronto y se pueda vivir en paz con el mundo".
Trinidad y Hitler
Trinidad
Lamparter tiene otra historia de novela. Con 14 años, se fue sola a Alemania en
1936 para estudiar el bachillerato, y ya no volvió a casa hasta tres años más tarde por
el estallido de la guerra española. Ese mismo verano y los siguientes los pasó
en un campamento de las Juventudes
Hitlerianas cerca de Bremen, al norte. Desde ese año era
obligatorio para las muchachas alemanas y de 'raza aria' como ella ingresar en
la BDM, siglas de 'Bund Deustcher Mädel', la Liga de Muchachas Alemanas, la rama femenina de las
Juventudes Hitlerianas. Era el apogeo del nazismo: "La gente estaba contenta
con Hitler, había surgido una nueva
era. Allí Hitler era un Dios, levantó Alemania, la modernizó,
trajo máquinas. Había euforia. Lo que hizo con los judíos, lo que estaba
haciendo con los judíos, eso se
supo después", dice. La niña veía en esos años 30
"las casas y tiendas de los judíos del barrio clausuradas con tablones.
Pero ellos seguían viviendo dentro y salían a escondidas para comprar comida.
Teníamos prohibido completamente hablar con ellos, pero eran vecinos, como si
fueran de la casa de ahí enfrente", relata señalando al final de la
ventana.
Cuenta
cómo se gastó sus últimos marcos antes de volver en barco sola a Sevilla vía
Lisboa con su bicicleta, su acordeón y su maleta. En Stuttgart, donde vivía con
su tío Gustav, que tenía allí una fábrica de cola, entró en una tienda a
comprar una pulsera de plata. "Iba vestida con mi uniforme de las
Juventudes Hitlerianas, con blusa blanca con botones con las iniciales BDM,
falda azul y pañuelo negro anudado al cuello con un nudo de cuero trenzado. Me di
cuenta de que la gente me miraba, y al salir le pregunté a una amiga, y me
dijo: '¡Pero si has entrado en una tienda de judíos!'. Miré: ponía 'Juden' en
la puerta".
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