viernes, 6 de septiembre de 2013

Españoles en Rusia

Españoles en Rusia

Por: Javier García Blanco

http://www.historiadeiberiavieja.com/noticia/1086/Panoramica/pda/

20/08/2013
 

Mucho antes de que las tropas de la División Azul o los llamados “niños de la guerra” pusieran un pie en suelo ruso, otros muchos españoles habían hecho lo propio, aunque a menudo por razones bien distintas. Ya fueran viajeros en busca de aventura, embajadores, militares o artistas, un buen puñado de compatriotas dejó su huella en las frías tierras de Rusia. 


 
Corría el año 1110 cuando Abû Hâmid al-Gharnati, también conocido como Abû Hâmid el Granadino, dejó atrás Al-Ándalus para embarcarse en un larguísimo viaje que le llevaría por buena parte de las tierras de Oriente y más tarde a Europa. Aquel sorprendente periplo –iniciado en principio con la intención de alcanzar la ciudad santa de La Meca–, del que dejó constancia por escrito, convirtió a Abu Hamid en el primer español del que tenemos noticia que se aventuró por los inmensos territorios de Rusia, pues tras llegar a las orillas del mar Caspio ascendió por las aguas del Volga, entrando en contacto con las gentes de aquellas tierras y sus costumbres.

Pero además de la presencia, casi anecdótica, del aventurero Abu Hamid por las estepas rusas, a lo largo de los siglos otros muchos españoles tuvieron oportunidad de descubrir las maravillas de la inabarcable Rusia, ya fuera en calidad de viajeros, embajadores, militares o incluso artistas. Estas son las historias de algunos de ellos.

Durante ocho largos años, entre 1671 y 1679, el sacerdote aragonés Pedro Cubero Sebastián se embarcó en una dura y peligrosa travesía que le llevaría a recorrer –además de otros muchos territorios– buena parte del suelo ruso.

Nacido en 1645 en el pueblecito zaragozano de El Frasno (cerca de Calatayud), y formado en Filosofía y Teología en la capital aragonesa y en Salamanca –donde se ordenó sacerdote–, la curiosa aventura de Cubero comenzó en Roma en 1671. El joven maño –contaba por aquel entonces 25 años–, había acudido a la Ciudad Santa con la intención de conseguir que le nombrasen predicador apostólico, cosa que logró de manos de la Congregación de la Propaganda Fide.

Con la bendición de las autoridades vaticanas pretendía recorrer mundo hasta Asia y las Indias Orientales para extender en aquellas lejanas tierras los contenidos de los Evangelios. Y así lo hizo, hasta el punto de que se convirtió en la primera persona en dar la vuelta al mundo siguiendo una ruta de Occidente a Oriente, al contrario que Elcano. Durante este viaje, en el que llegó hasta Manila y más tarde pasó a México antes de regresar a España, Cubero tuvo ocasión de atravesar las frías e inhóspitas estepas y bosques rusos, dando buena cuenta de sus impresiones en sus memorias de viaje, Peregrinación del mundo, obra de la que se realizaron hasta tres ediciones en vida de su autor.

Tras pasar por Constantinopla –ciudad que causó un enorme impacto en su ánimo– y Varsovia, Cubero se adentró en los fríos y espesos bosques de Lituania hasta llegar a las orillas del Volga, río cuyas aguas siguió hasta alcanzar Astracán, mientras dejaba constancia escrita de todas y cada una de las poblaciones que iba atravesando a su paso. Pero antes de arribar a las orillas del mar Caspio, el sacerdote tuvo oportunidad de hacer escala en Moscú, donde pasó casi tres meses y medio y fue recibido por el mismísimo zar Alexei I, un hecho que tampoco dejó de anotar por escrito, entre otras cosas por lo curioso que le resultó el protocolo de aquella audiencia.

En la capital rusa Cubero tuvo ocasión de conocer a fondo sus principales monumentos e iglesias –tan diferentes a las que estaba acostumbrado el sacerdote español–, y también las costumbres y ritos propios del clero ortodoxo. Tras su estancia en Moscú, el aragonés continuó su viaje en dirección a Astracán, continuando por las aguas del caudaloso Volga y en compañía de un embajador del zar que el monarca puso a su disposición para que llegara sin contratiempo alguno a su destino.

Aunque no era español de nacimiento, James Francis Fitz-James Stuart, segundo duque de Liria y de Xérica, segundo duque de Berwick y nieto del depuesto Jacobo II de Inglaterra, desempeñó un importante papel para la corona española siguiendo las órdenes de Isabel de Farnesio, para quien luchó con el fin de recuperar Nápoles y Sicilia.

Con una hoja de servicios impecable –primero como coronel del regimiento de irlandeses al servicio de España, más tarde como teniente general de los ejércitos reales y finalmente como mariscal de campo–, Fitz-James Stuart fue el elegido para ejercer como primer embajador de España en la corte rusa. Allí llegó a comienzos de 1727 –cuando tenía 31 años–, acompañado por su amigo y también militar Ricardo Wall, irlandés que al igual que él servía a los intereses de España. La misión como embajador del duque de Liria pasaba por estrechar lazos de amistad con el joven emperador Pedro II, y evitar de este modo una posible –y nefasta– alianza de Rusia e Inglaterra, con la que España estaba nuevamente en guerra.

El duque de Liria se esmeró en ganarse la amistad de los rusos, y para lograrlo no dudó en hacer uso de todos los medios que estaban a su alcance, lo que incluía ingentes cantidades de vino. Fitz-James Stuart pensó que podría conquistar algunas voluntades con ayuda de los mejores caldos españoles. Los vinos consiguieron en buena parte su objetivo, pues los rusos agradecieron el gesto, pero la inversión terminó por arruinar al duque que, según él mismo cuenta en el diario de su estancia en Rusia, Relación de Moscovia, apenas tenía para pagar a su criada.

Aunque el militar y diplomático consiguió granjearse la amistad de buena parte de la corte rusa –se rumorea incluso que tuvo un escarceo amoroso con la futura zarina, Anna Ivánova–, y llegó a ser nombrado caballero en dos órdenes militares del país –la de San Andrés y la de San Alexander Nevsky–, su misión terminó en fracaso, pues en 1730 Rusia selló una alianza con Inglaterra, justo con lo que Fitz-James Stuart debía evitar.

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