Velázquez y la familia de Felipe IV
CON EL PATROCINIO DE
FUNDACIÓN AXA
Fechas
Del 8 de octubre de 2013
al 9 de febrero de 2014
al 9 de febrero de 2014
Horario
De lunes a sábado de 10:00 a 20:00
Domingos y festivos de 10:00 a 19:00
Domingos y festivos de 10:00 a 19:00
Museo del Prado (Madrid)
La década prodigiosa de un genio llamado Velázquez
http://www.abc.es/especiales/velazquez/?p=45
POR NATIVIDAD PULIDO
Segunda mitad del siglo
XVII. España padece una grave crisis económica (está al borde de la bancarrota)
y otra, no menos importante, dinástica: Felipe IV se casa en segundas nupcias
con su sobrina Mariana de Austria en 1649 (él tiene 49 años, ella aún no había
cumplido los 15) y hasta 1657 no nacería un varón (Felipe Próspero, nombre que
resultó muy poco visionario), garantizando así la tan ansiada sucesión. A ello
hay que sumar que el país se hallaba en guerra con Francia, Gran Bretaña y
Portugal. Demasiados frentes abiertos incluso para el Rey Planeta. Es ése el
complejo entorno en el que un pintor sevillano logró convertirse en uno de los
mayores genios de la Historia del Arte y el marco de la nueva exposición del
Prado, que vuelve a rendirse a su hijo predilecto.
Velázquez
y Felipe IV protagonizaron un tándem perfecto durante cuatro décadas. El
primero, garantizándose el monopolio y el control casi absoluto (con la única
excepción de Rubens) de la imagen real como pintor de Corte, logrando así la
promoción y el ascenso social que siempre anheló. Llegó a ingresar en la
exclusiva Orden de Santiago. Felipe IV fue el Monarca con mayor conocimiento en
pintura. Tenía un irrefrenable furor coleccionista.
Pocas
veces en la Historia, arte y política estuvieron tan próximos. Para solucionar
conflictos diplomáticos y sellar nuevas alianzas, nada mejor que amañar los
matrimonios de las pobres Infantas. A María Teresa, hija mayor de Felipe IV,
quieren casarla con el archiduque Leopoldo Guillermo. Le hacen retratos y los
envían a Viena. Pero los franceses, con su savoir faire, se adelantan y piden
su retrato: Luis XIV gana la partida. Que Cristina de Suecia quiere acercarse a
Felipe IV, pues le regala «Adán» y «Eva» de Durero. Explica Javier Portús,
comisario de la exposición, que el retrato «era el género que le permitía a
Velázquez acceder más directamente a la intimidad de los poderosos y el que
podía proporcionarle honores más rápidos y efectivos». Lo consiguió con Felipe
IV y con Inocencio X. Pero mucho antes que él ya canjearon arte por honores
Apeles al retratar a Alejandro Magno y Tiziano, que hizo lo propio con Carlos V
y Felipe II.
La
exposición, patrocinada por la Fundación AXA y que el lunes inaugurarán la
Reina Doña Sofía y el presidente austriaco, nos abre de par en par un álbum de
familia (Felipe IV, su segunda esposa y sus hijos), a través de los retratos de
Velázquez. En 1990 el Prado celebró una monográfica del artista -la mayor hasta
la fecha-, que se convirtió en un hito y, según su director, Miguel Zugaza,
supuso un punto de inflexión en la vida pública del museo. Mucho antes que la
dalimanía, se instaló en Madrid la velazquezmanía. Larguísimas colas se
arracimaban ante el Prado para adorar al nuevo becerro de oro. Entonces
colgaron en el museo 79 obras. Fue una muestra irrepetible.
En
esta ocasión, se trata tan solo de 29 cuadros, y 14 ni siquiera son de
Velázquez. Pero lo que, sobre el papel, parecía una decepción se torna al
visitarla en una gratísima sorpresa. Es una pequeña gran joya, una muestra exquisita.
Pocas veces vemos tanta calidad en tan pocos metros cuadrados. Hay obras que
nunca han viajado a España y el Kunsthistorisches Museum de Viena ha
desmontado, literalmente, sus salas de Velázquez. Como contrapartida, acogerá
una muestra del maestro sevillano con importantes préstamos del Prado. Si
sumamos el medio centenar de Velázquez que atesora la pinacoteca española en
sus salas y los excepcionales préstamos de esta exposición, el Prado es hoy más
que nunca la Casa de Velázquez, pues alberga sus mejores retratos. Salvo dos
grandísimas ausencias: el «Retrato de Inocencio X», de la Galería Doria
Pamphilj de Roma, y el «Retrato de Juan de Pareja», del Metropolitan
neoyorquino. Apenas se prestan y ambos ya han estado en el Prado.
La
exposición, que permanecerá abierta hasta el 9 de febrero, abarca los últimos
11 años en la carrera de Velázquez: de 1649 a 1660. Pero son los más
brillantes. Es entonces cuando pinta su obra cumbre, «Las Meninas», que no se
mueve de la Sala XII. Esta emocionante aventura arranca en el segundo viaje a
Italia del pintor (de finales de 1648 a 1651). El Rey le reclama en Madrid con
insistencia y urgencia -aún no ha retratado a la nueva Reina-, pero Velázquez
no tiene ninguna prisa por regresar a la Corte: había triunfado en el amor
(tuvo una amante que le dio un hijo) y también en el trabajo.
La
muestra nos lleva a la Corte papal de Inocencio X, donde Velázquez se encumbró
como retratista, inmortalizando a relevantes miembros de la Curia: los
cardenales Camillo Massimi y Camillo Astalli, el oficial Ferdinando Brandani y
el mismísimo Inocencio X. De los 12 retratos que hizo en Italia, se conservan 6
y en la muestra cuelgan 4. Portús advierte, comparando los retratos velazqueños
del Rey y el Papa, que pintó a éste «poderoso, desconfiado, de forma invasiva»,
mientras que a Felipe IV lo retrata «de forma distante y evasiva».
La profunda endogamia de la Corte española de la época (se casan familiares entre sí) provoca, según Portús, una gran uniformidad en los rostros: todos se parecen, todos tienen los mismos rasgos. Muy interesante, el tú a tú entre la Reina Mariana de Austria y la Infanta María Teresa (primas, pero también madrastra e hijastra). Genial, el retrato de esta última con mariposas en el pelo, préstamo del MET: una metáfora del arte de Velázquez, siempre en proceso de transformación. Pero la gran protagonista de la muestra es la Infanta Margarita, presente hasta en 11 cuadros.
La profunda endogamia de la Corte española de la época (se casan familiares entre sí) provoca, según Portús, una gran uniformidad en los rostros: todos se parecen, todos tienen los mismos rasgos. Muy interesante, el tú a tú entre la Reina Mariana de Austria y la Infanta María Teresa (primas, pero también madrastra e hijastra). Genial, el retrato de esta última con mariposas en el pelo, préstamo del MET: una metáfora del arte de Velázquez, siempre en proceso de transformación. Pero la gran protagonista de la muestra es la Infanta Margarita, presente hasta en 11 cuadros.
En
estos últimos años de la carrera de Velázquez los retratos de hombres maduros,
que habían centrado su etapa anterior, dejan paso a los retratos femeninos e
infantiles. «En ellos cambia la composición y hay una nueva gama cromática. Es
un mago del color. Con certeros golpes de pincel crea una sensación de ilusión.
Se desborda la parte más sensual y pictórica de Velázquez, que cuida mucho los
detalles y crea espacios profundos y misteriosos», apunta Portús. Así se
aprecia en la impresionante galería de Infantas y el Príncipe niño.
Precisamente, con la llegada de la nueva Reina y el nacimiento de sus hijos
crece la demanda de retratos y Velázquez recurre a su taller, que tuvo una
intensa actividad haciendo copias y versiones de sus cuadros. Es uno de los aspectos
menos estudiados de la producción de Velázquez y más interesantes de la
exposición, donde cuelgan dos obras de su taller cedidos por el Louvre.
La
exposición concluye con el retrato cortesano español de 1660 (año de la muerte
de Velázquez) a 1680, y con Mazo y Carreño de Miranda como principales
herederos del maestro. «Hay vida después de Velázquez», sentencia Portús. Del
primero, destaca obras como una copia de «Las Meninas» y «La familia del
pintor» (donde deconstruye «Las Meninas» de su suegro). Carreño homenajea al
maestro en espléndidas obras como los retratos de Carlos II y Mariana de
Austria. En realidad, la exposición no termina aquí. No puede acabar de otra
manera la visita que revisitando la sala XII y, admirando, de nuevo, «Las
Meninas», que «no es una pintura de historia sino un enorme retrato real, un
acertijo visual, un auténtico alarde técnico», en palabras de Javier Portús.
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