Los
judíos sefarditas: quiénes fueron y quiénes sonhttp://www.abc.es/archivo/20140216/abci-judios-sefarditas-espana-201402141746.html
Guillermo D. Olmo / Madrid, 16/02/2014
http://www.abc.es/archivo/20140216/abci-judios-sefarditas-espana-201402141746.html
Son
protagonistas de la historia de España, con la que siempre mantuvieron vínculos
y a cuya nacionalidad podrían optar más de cinco siglos después de ser
expulsados por los Reyes Católicos
Miniatura
medieval procedente de Barcelona y conservada en la British Library de Londres
que refleja la celebración de un rito judío
Un
anteproyecto
de ley que prevé concederles la nacionalidad española a sus integrantes ha
colocado a la comunidad sefardita en el primer plano de la actualidad. La
medida, que todavía debe concretarse en el trámite parlamentario, ha suscitado
enorme expectación en Israel y en otros países donde residen. Como explica
María Royo, portavoz de la Federación de Comunidades
Judías en España, «para muchas personas se abre la esperanza de reparar una
injusticia histórica».
Los
sefarditas forman hoy un colectivo numeroso y disperso, cuya
indiscutible relevancia en el pasado español podrían recobrar con una
iniciativa legal que promete devolverles la patria arrebatada hace ya más de
500 años. Pero, ¿de quiénes estamos hablando? Su peso en la España medieval es
reconocido unánimemente por los historiadores. Uno tan respetado como Américo
Castro escribió: «La historia del resto de Europa puede entenderse sin
necesidad de situar a los judíos en un primer término; la de España, no». Ha
llovido ya mucho desde que en 1492, pocos meses después de la toma de
Granada, los Reyes Católicos publicaron un edicto que daba a los
judíos un plazo de cuatro meses para convertirse
al cristianismo o abandonar sus reinos.
No
fueron Isabel y Fernando los únicos reyes europeos que optaron por la expulsión
Pese
a la leyenda negra y la fama de intolerancia religiosa que la aplicación de la
drástica medida hizo caer sobre España, lo cierto es que no fueron Isabel y
Fernando los únicos soberanos europeos que optaron por deshacerse de los
judíos. Tampoco el solar ibérico el único que tenía antecedentes de episodios
de violencia antisemita. En un mundo, el del
tránsito del Medievo a la Edad Moderna, en el que las monarquías tendían a
consolidarse sobre los poderes feudales, la homogeneización política y la
religiosa iban de la mano y ambas se convirtieron en prioritarias. Como otras
minorías, los judíos fueron víctimas de ello. Prueba elocuente es el hecho
significativo de que la Inquisición, concebida como poderoso guardián de la
ortodoxia, fue la única institución que compartieron las coronas de Castilla
y Aragón, que en todo lo demás mantuvieron sus peculiaridades a pesar
del enlace real entre sus respectivos monarcas.
Conversión
dudosa
En
España, no obstante, dada la importancia hebrea en todos los órdenes, el edicto de expulsión tuvo enorme
impacto. Con el núcleo mejor situado en la ciudad de Sevilla, los judíos
formaban una comunidad próspera en lo económico e influyente en lo político. De
hecho, una de las principales vías de financiación de las campañas militares de
las tropas cristianas contra el reino musulmán de Granada fue el dinero de los
comerciantes y hombres de negocios judíos. Eso no los salvó.
A
la disyuntiva de la conversión o el destierro se dieron diferentes respuestas.
Según la estimación del hispanista británico John Lynch, de un total de
80.000 judíos, entre 40.000 y 50.000 eligieron marcharse. El resto se
bautizaron, pero es dudoso que su conversión fuera sincera, por más que la Inquisición
acosara con celo a lo que se denominó como «judaizantes», los conversos que
mantuvieron clandestinamente su culto y costumbres judaicas. Fue el inicio de
la fiebre por la pureza de sangre. A partir de entonces, tener antepasados
judíos, por remotos que fueran, cernía sobre uno la sombra de la sospecha y se
convirtió en un estigma que podía vetar el acceso a cargos políticos o a un
mejor estatus social.
Los
judíos que abandonaron el país formaron una diáspora que se dispersó sobre todo
por Francia, el norte de África y el Imperio Otomano. Lynch no duda en asegurar
que estos desterrados conservaron paradójicamente «su lengua castellana y un
intenso odio hacia España».
Añoranza
y afecto
Ahora,
según las cifras que la prensa israelí ha publicado estos días, los judíos
sefarditas forman un grupo de nada menos que tres millones y medio de personas.
En la actualidad se asientan mayoritariamente en Israel, el Magreb, Turquía y
Estados Unidos. Según explica María Royo, constituyen «un fenómeno único,
porque en lugares como Bulgaria te puedes encontrar gente que habla un ladino
(castellano medieval) perfecto y que mantiene sus costumbres, tradiciones y
hasta los refranes, porque se lo han transmitido por vía oral de generación en
generación, no porque hayan pisado nunca España». El odio inicial del que habló
Lynch se transformó, según esta portavoz, en un «fuerte vínculo de añoranza y
afecto hacia Sefarad, el término que la tradición identifica con la
Península Ibérica.
Muchos
conservaron la lengua y el odio a España
España
ha sido siempre para estas gentes sinónimo de nostalgia. Ahora, de confirmarse
los planes del Ministerio de Justicia, podría convertirse además en un hogar de
acogida, porque, como cuenta Royo, «aunque la mayoría no se haya planteado
cambiar su residencia, los que están en países donde sufren el rechazo de la
población y las autoridades locales, como Turquía o Venezuela, tendrían la posibilidad de acogerse a la
hospitalidad española».
Sefarditas
y asquenazíes
El
judaísmo tiene dos grupos étnicos mayoritarios, el formado por los asquenazíes,
procedente de Europa central y oriental, y los sefardíes, que son los que
hunden sus raíces en la Península Ibérica. A estos últimos los caracterizan el
ladino, el castellano medieval que han transmitido de generación en generación
durante más de medio milenio, y algunas prácticas especiales en el rito y en el
rezo.
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