ADRIANO Y ANTÍNOO,
de amor prohibido a divino
https://www.facebook.com/pages/Memoria-la-Historia-de-cerca/296084463164
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En muchos sentidos, se podría decir que Adriano, decimocuarto emperador
de Roma, fue un hombre extraordinario para su tiempo. Enormemente
curioso y apasionado, utilizó su posición en el Imperio
para satisfacer en la medida de lo posible sus inquietudes
intelectuales y sentimentales. Sin embargo, su vida distó mucho de ser
un camino recto y luminoso, y quizá sea la historia de su relación con
Antínoo la más reveladora de hasta qué punto coincidieron en ella la
dicha y la desgracia.
Su rasgo más característico como
emperador fue la cantidad de viajes que realizó por todo el Imperio, y
seguramente fue en uno de ellos cuando conoció al joven Antínoo, a quien
los retratos oficiales lo muestran como un adolescente que pudo haber
nacido a comienzos de la década del año 110 en la provincia de Bitina y
que se unió al séquito imperial en el año 124. Se ha debatido en
numerosas ocasiones la naturaleza de la relación entre Adriano Y
Antínoo. En el siglo XIX se tendía a ver en ella una simple aunque
sentida amistad, sin ningún tipo de relación física; a día de hoy se
supone que el vínculo entre ellos tuvo que tener un componente
homosexual, basado en el marcado filohelenismo del emperador. Los
griegos consideraban que la relación entre hombres tenía que realizarse
entre un adulto (‘erastés’) y un joven (‘erómenos'). Dicha relación no
era meramente física, se esperaba que el hombre adulto ejerciera como
una especie de ‘guía vital’ de manera que, independientemente del
componente sexual, se creía que el vínculo entre ambos era importante
para la formación de los jóvenes.
Es probable que el joven
fuera para Adriano una vía de escape sexual y sentimental de su relación
con la emperatriz Sabina, una mujer de fuerte personalidad con la que
chocaba frecuentemente. Sin embargo, pese a esta aparente unión entre
los dos hombres, Antínoo rara vez tuvo un papel destacado en la corte,
pues apenas se sabe nada de él hasta el fatídico viaje a Egipto del año
130, cuando apareció ahogado en el río Nilo. Algunos murmuraron que su
muerte era el resultado de una conjura palaciega orquestada por la
emperatriz, pero no hay ninguna prueba que avale esta hipótesis. Quizá
la versión más difundida fue la que supuso que la muerte de Antínoo
respondía a un ritual de sacrificio humano.
Según se dijo, en la
travesía del Nilo Adriano recibió un vaticinio indicándole que la muerte
se cernía sobre su persona y que ésta sólo podría ser burlada mediante
un sacrificio humano: una vida a cambio de otra, por lo que Antínoo se
habría ofrecido de manera voluntaria para morir en su lugar, arrojándose
al Nilo para ser devorado por los cocodrilos. Por último, se ha
señalado que esta decisión de Antínoo pudo haberse visto influida por
una profunda crisis personal, quien viendo cómo su juventud quedaba
atrás e incapaz de hacerse a la idea de una vida sin el amor de su
emperador, había decidido poner fin a sus días. Antínoo fue elevado a la
categoría de divinidad, y su culto, al menos en el mundo griego, fue
bastante extendido.
Izquierda, busto de Adriano, Museo
Arqueológico Nacional de Nápoles. Derecha, Antínoo como el dios Aristeo
en una escultura conservada en el Museo del Louvre, París
Revista Memoria, Historia de cerca, nº XLI
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