jueves, 20 de marzo de 2014

ADRIANO Y ANTÍNOO, de amor prohibido a divino


ADRIANO Y ANTÍNOO, 
de amor prohibido a divino

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En muchos sentidos, se podría decir que Adriano, decimocuarto emperador de Roma, fue un hombre extraordinario para su tiempo. Enormemente curioso y apasionado, utilizó su posición en el Imperio para satisfacer en la medida de lo posible sus inquietudes intelectuales y sentimentales. Sin embargo, su vida distó mucho de ser un camino recto y luminoso, y quizá sea la historia de su relación con Antínoo la más reveladora de hasta qué punto coincidieron en ella la dicha y la desgracia.

Su rasgo más característico como emperador fue la cantidad de viajes que realizó por todo el Imperio, y seguramente fue en uno de ellos cuando conoció al joven Antínoo, a quien los retratos oficiales lo muestran como un adolescente que pudo haber nacido a comienzos de la década del año 110 en la provincia de Bitina y que se unió al séquito imperial en el año 124. Se ha debatido en numerosas ocasiones la naturaleza de la relación entre Adriano Y Antínoo. En el siglo XIX se tendía a ver en ella una simple aunque sentida amistad, sin ningún tipo de relación física; a día de hoy se supone que el vínculo entre ellos tuvo que tener un componente homosexual, basado en el marcado filohelenismo del emperador. Los griegos consideraban que la relación entre hombres tenía que realizarse entre un adulto (‘erastés’) y un joven (‘erómenos'). Dicha relación no era meramente física, se esperaba que el hombre adulto ejerciera como una especie de ‘guía vital’ de manera que, independientemente del componente sexual, se creía que el vínculo entre ambos era importante para la formación de los jóvenes.

Es probable que el joven fuera para Adriano una vía de escape sexual y sentimental de su relación con la emperatriz Sabina, una mujer de fuerte personalidad con la que chocaba frecuentemente. Sin embargo, pese a esta aparente unión entre los dos hombres, Antínoo rara vez tuvo un papel destacado en la corte, pues apenas se sabe nada de él hasta el fatídico viaje a Egipto del año 130, cuando apareció ahogado en el río Nilo. Algunos murmuraron que su muerte era el resultado de una conjura palaciega orquestada por la emperatriz, pero no hay ninguna prueba que avale esta hipótesis. Quizá la versión más difundida fue la que supuso que la muerte de Antínoo respondía a un ritual de sacrificio humano.

Según se dijo, en la travesía del Nilo Adriano recibió un vaticinio indicándole que la muerte se cernía sobre su persona y que ésta sólo podría ser burlada mediante un sacrificio humano: una vida a cambio de otra, por lo que Antínoo se habría ofrecido de manera voluntaria para morir en su lugar, arrojándose al Nilo para ser devorado por los cocodrilos. Por último, se ha señalado que esta decisión de Antínoo pudo haberse visto influida por una profunda crisis personal, quien viendo cómo su juventud quedaba atrás e incapaz de hacerse a la idea de una vida sin el amor de su emperador, había decidido poner fin a sus días. Antínoo fue elevado a la categoría de divinidad, y su culto, al menos en el mundo griego, fue bastante extendido.



Foto: ADRIANO Y ANTÍNOO, de amor prohibido a divino

En muchos sentidos, se podría decir que Adriano, decimocuarto emperador de Roma, fue un hombre extraordinario para su tiempo. Enormemente curioso y apasionado, utilizó su posición en el Imperio para satisfacer en la medida de lo posible sus inquietudes intelectuales y sentimentales. Sin embargo, su vida distó mucho de ser un camino recto y luminoso, y quizá sea la historia de su relación con Antínoo la más reveladora de hasta qué punto coincidieron en ella la dicha y la desgracia.

Su rasgo más característico como emperador fue la cantidad de viajes que realizó por todo el Imperio, y seguramente fue en uno de ellos cuando conoció al joven Antínoo, a quien los retratos oficiales lo muestran como un adolescente que pudo haber nacido a comienzos de la década del año 110 en la provincia de Bitina y que se unió al séquito imperial en el año 124. Se ha debatido en numerosas ocasiones la naturaleza de la relación entre Adriano Y Antínoo. En el siglo XIX se tendía a ver en ella una simple aunque sentida amistad, sin ningún tipo de relación física; a día de hoy se supone que el vínculo entre ellos tuvo que tener un componente homosexual, basado en el marcado filohelenismo del emperador. Los griegos consideraban que la relación entre hombres tenía que realizarse entre un adulto (‘erastés’) y un joven (‘erómenos'). Dicha relación no era meramente física, se esperaba que el hombre adulto ejerciera como una especie de ‘guía vital’ de manera que, independientemente del componente sexual, se creía que el vínculo entre ambos era importante para la formación de los jóvenes.

Es probable que el joven fuera para Adriano una vía de escape sexual y sentimental de su relación con la emperatriz Sabina, una mujer de fuerte personalidad con la que chocaba frecuentemente. Sin embargo, pese a esta aparente unión entre los dos hombres, Antínoo rara vez tuvo un papel destacado en la corte, pues apenas se sabe nada de él hasta el fatídico viaje a Egipto del año 130, cuando apareció ahogado en el río Nilo. Algunos murmuraron que su muerte era el resultado de una conjura palaciega orquestada por la emperatriz, pero no hay ninguna prueba que avale esta hipótesis. Quizá la versión más difundida fue la que supuso que la muerte de Antínoo respondía a un ritual de sacrificio humano. Según se dijo, en la travesía del Nilo Adriano recibió un vaticinio indicándole que la muerte se cernía sobre su persona y que ésta sólo podría ser burlada mediante un sacrificio humano: una vida a cambio de otra, por lo que Antínoo se habría ofrecido de manera voluntaria para morir en su lugar, arrojándose al Nilo para ser devorado por los cocodrilos. Por último, se ha señalado que esta decisión de Antínoo pudo haberse visto influida por una profunda crisis personal, quien viendo cómo su juventud quedaba atrás e incapaz de hacerse a la idea de una vida sin el amor de su emperador, había decidido poner fin a sus días. Antínoo fue elevado a la categoría de divinidad, y su culto, al menos en el mundo griego, fue bastante extendido.

Izquierda, busto de Adriano, Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Derecha, Antínoo como el dios Aristeo en una escultura conservada en el Museo del Louvre, París
Revista Memoria, Historia de cerca, nº XLI

Izquierda, busto de Adriano, Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Derecha, Antínoo como el dios Aristeo en una escultura conservada en el Museo del Louvre, París
Revista Memoria, Historia de cerca, nº XLI

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