Joseph Pérez: Juana I, víctima a pesar de loca



 HISTORIA MODERNA 

 Lucha de poder por el trono de Castilla

Juana I, víctima a pesar de loca


'Doña Juana la Loca', obra de Francisco Padilla y Ortiz...
'Doña Juana la Loca', obra de Francisco Padilla y Ortiz (1877).


El destino de la reina Juana ha despertado mucho interés y mucha curiosidad. Los historiadores se han preocupado por interpretar los numerosos documentos que existen en los archivos; periodistas, novelistas y cineastas han procurado presentar a la reina como víctima de las circunstancias y de una herencia trágica. Unos han dicho de Juana que fue herética y por este motivo habría sido castigadas por unos padres fanáticamente religiosos; otros la describen como una mujer histérica, llevada a la locura por los celos y la pasión erótica; otros, por fin, se inclinan hacia la tesis del complot: Juana sería víctima de la razón de Estado y de una maquinación política destinada a apartarla del poder.

Si la madre del futuro emperador Carlos V hubiera ejercido el poder, el destino de España y de Europa habría sido muy distinto
El tema no es baladí. Juana llevó el título de reina de Castilla desde 1504, fecha en la que desaparece su madre, Isabel la Católica, hasta su muerte, ocurrida en 1555, pocos meses antes de la abdicación de su hijo, el emperador Carlos V. Es decir, que si Juana hubiera podido ejercer normalmente el poder que le correspondía, Carlos V no hubiera llegado a ser rey de Castilla; el destino de España y el de Europa hubiera sido profundamente distinto. ¿Por qué no pudo Juana ocupar el trono al que estaba destinada y que por derecho le correspondía? ¿Cuál fue el drama íntimo y público de la hija de los Reyes Católicos, la madre del emperador Carlos V?

Una pieza del juego político

Inteligente y culta, Juana nació en 1479; era la tercera hija de Fernando, rey de Aragón, y de Isabel, reina de Castilla. Antes habían nacido el infante Juan y la infanta Isabel. Juana era una niña con mucho talento, pulida por la educación esmerada dirigida por sus padres. Hablaba perfectamente francés y latín, además de castellano, y el humanista Juan Luis Vives, que la conoció personalmente, elogió sus dotes, sus capacidades, su cultura. Era muy aficionada a la música y tocaba varios instrumentos, como el clavicordio que aún se conserva en Tordesillas, y se interesaba por todas las artes, particularmente por la danza. Pero Juana era hija de reyes y, como tal, una pieza en el juego político y diplomático de la Europa de fines del siglo XV.

Felipe el Hermoso y Juana la Loca.


Los Reyes Católicos se preocupaban por reforzar la posición de España en el campo internacional y uno de los medios empleados fueron los enlaces dinásticos, casando a sus hijos e hijas con herederos de las familias reinantes. Así es como su hijo mayor, el príncipe Juan, casa con Margarita de Austria, hija del emperador Maximiliano, mientras que Juana está destinada como esposa del archiduque Felipe el Hermoso, hermano de Margarita. La boda se celebró por poderes en Valladolid, en 1496. Luego, Juana se reunió con su marido en los Países Bajos.

Parece que los dos esposos se querían mucho, al menos en los primeros tiempos. Luego, Felipe dio la impresión de apartarse de su mujer y reanudó las relaciones que mantenía con varias queridas. Esta situación llenó de desesperación y celos a Juana, que no se sentía a gusto en aquellas tierras y se creía cercada de rivales y espías. Prefería quedarse sola muchas veces, fuera de toda compañía, sin participar en las fiestas palaciegas. Entonces comenzó a mostrar cierta propensión a la melancolía y a la vida retirada.

Tras la muerte del príncipe Juan, primogénito de los Reyes Católicos, y de la infanta Isabel, Juana se convirtió en la heredera del trono de Castilla
Esta situación preocupaba a sus padres, los Reyes Católicos, cuidadosamente informados por sus embajadores de lo que pasaba en la corte de Felipe el Hermoso, y es que Juana, aparte de preocuparles como hija, jugaba un papel político importante. En 1497 había muerto el príncipe Juan, primogénito y heredero de los Reyes Católicos; un año más tarde ocurría lo mismo con la infanta Isabel, la segunda. Por tanto, Juana se había convertido en heredera de los reinos de Castilla. Así, hubo de regresar a España para ser reconocida oficialmente como futura reina. Emprendió el viaje con su marido en 1502 y las Cortes de Toledo la juraron como heredera de la Corona. Felipe el Hermoso regresó a Flandes, pero Juana, encinta, no pudo acompañarle, y hasta 1504 no se reunió con su marido.

Menudearon los conflictos con Felipe y con la gente de palacio. Las cartas de Gómez de Fuensalida, embajador de los Reyes Católicos en Flandes, se hicieron eco de tales disputas. En ellas se aludía con frecuencia a desconciertos y desamor, desabrimientos y palabras ásperas entre los esposos. La situación angustiaba a los Reyes Católicos. Felipe el Hermoso envió a España una información detallada, firmada por un médico, Martín de Múgica, en la que se hacía mención por primera vez de la salud mental de Juana, aparte de las manifestaciones de celos.

Fernando el Católico escribía, el 11 de noviembre de 1504, a sus representantes en Flandes : "Aunque ella, segun lo que el príncipe y vosotros escribistes, no este agora tan sana como deseamos, no perdemos la esperanca que Nuestro Señor le dará salud". Unos días después, insistía ante Fernando: "Recibimos mucho dolor de ver lo que la yndisposición de la princesa le hace hacer a ella", y añadía : "La princesa no sabe lo que hace".

"El mal de la cabeza" de la reina

A fines de este mismo mes de noviembre de 1504, moría la reina de Castilla, Isabel la Católica. Su marido, Fernando de Aragón, no tenía ya ningún derecho a ejercer el poder en Castilla y la corona recayó en la heredera legítima, Juana. Pero, ¿se encontraba en condiciones efectivas para gobernar? El drama personal de la hija de los Reyes Católicos se convertía ahora en problema político. En el testamento de la reina Isabel figuraba una cláusula muy importante: Juana seguía como heredera del trono, pero, no pudiendo o no queriendo ella gobernar, sería Fernando el Católico el que tendría que hacerse cargo del poder efectivo, como regente. Fernando el Católico se apoya en esta cláusula: "el mal de la cabeza" que padecía su hija le impedía gobernar, como había previsto la reina Isabel y como señalaba la información de Martín de Múgica.

Si Felipe admitía que Juana estaba incapacitada para gobernar, la regencia de Castilla volvería a manos de Fernando, algo que no estaba dispuesto a aceptar
En carta a Felipe el Hermoso, Fernando el Católico concluía que la única solución era encerrar a Juana en una fortaleza. Pero Felipe y sus partidarios se opusieron a esta propuesta y rechazaron la tesis de la locura: "Ya niegan que lo que haze no es con falta de entendimiento, que es de malicia". Escribía Felipe: "De su retraimiento y algún siniestro que ha tomado después que vino de España, a mí me pesa más que a nadie, y esto es celos, como parece y es verdad".

El cálculo de Felipe el Hermoso era evidente: si admitía que su mujer estaba loca, debería atenerse al testamento de la reina Isabel y confiar la regencia a Fernando el Católico; si se aceptaba que Juana estaba en condiciones de gobernar, Fernando el Católico quedaba descartado y Felipe el Hermoso podía tomar parte en la gobernación del reino. Era una lucha por el poder entre Fernando el Católico y Felipe el Hermoso.

Las Cortes, reunidas en Toro a principios de 1505, estaban divididas, lo mismo que toda Castilla: "Unos [...] se esforzaban en publicar que la reina vivía enferma y no podía por esta causa entender en el gobierno; y otros que la tenían presa y maltratada con intento de excluirla del gobierno" (Antonio Rodríguez Villa, 

La reina doña Juana la Loca). La aristocracia castellana, con algunas excepciones, era partidaria de Felipe el Hermoso. Fernando el Católico no tuvo más remedio que abandonar la partida y retirarse a sus estados de Aragón. Felipe el Hermoso se dirigió a Castilla para hacerse cargo del gobierno, en nombre de la reina Juana que le acompañaba. Pero su reinado dura poco tiempo, ya que murió en Burgos a los pocos meses de llegar a España, el 25 de septiembre de 1506.

'Demencia de doña Juana de Castilla', de Lorenzo Vallés


Su desaparición abrió un nuevo período de crisis, al mismo tiempo que daba motivos a Juana para comportarse de una manera rara. Quería que su marido fuera enterrado en el Panteón Real de Granada; mientras tanto, exigió que fuera depositado en Tordesillas. Emprendió pues un largo y penoso viaje, acompañada por una numerosa comitiva, por tierras de Castilla, desde Burgos a Tordesillas. El viaje se hacía de noche, lo que suscitaba nuevos comentarios sobre la salud mental de la reina.

Se habían sacado las cosas de quicio. El cronista Pedro Mártir de Angleria, que fue testigo ocular y formó parte de la comitiva que salió de Burgos en diciembre de 1506, ofrece un relato de aquella marcha fúnebre quitándole todo aspecto sensacionalista. El problema político seguía en pie. Fernando el Católico regresó a Castilla y empezó otra vez a gobernar en nombre de su hija Juana. La suerte de la reina no estaba todavía echada.

"Mi hijo Carlos no es más que príncipe"

En 1508, el rey de Inglaterra, Enrique VIII, pretendió casarse con ella. Por los documentos que se conservan, está claro que Fernando el Católico puso muchas trabas al proyecto, insistiendo en la mala salud de su hija. Lo que Fernando el Católico trataba de evitar era un nuevo casamiento de su hija porque a él le interesaba quedarse solo al frente de la gobernación de Castilla; no quería que se repitiese la situación creada en vida de Felipe el Hermoso. Para ello había que afianzar la tesis de la locura de Juana. El cardenal Cisneros compartía aquella opinión.

En 1509, Juana fue recluida en Tordesillas, de donde ya no saldría. Fernando el Católico había gobernado como regente en nombre de Juana, que seguía siendo oficialmente la reina legítima de Castilla. Su muerte, en 1516, no cambió nada la situación jurídica: Juana seguía siendo reina de Castilla, y a su hijo, Carlos, le correspondía solo gobernar como regente en nombre de su madre.

La reina no quiso ser un estorbo para los proyectos políticos de Carlos, aunque ciertos detalles indicaban que en realidad no había perdido el juicio
Carlos no se contentó con ello: lo que quería era la totalidad del poder, de ahí la ceremonia realizada en Bruselas, a comienzos de 1516, en la que se proclamó rey de Castilla, juntamente con la católica reina mi señora. Los consejeros flamencos del joven soberano, sobre todo Chievres, estaban muy preocupados por aquella situación. Al llegar a España en octubre de 1517 lo primero que hizo fue dirigirse a Tordesillas a conferenciar con su madre. Se trataba evidentemente de hacerse una idea clara de la salud de la reina.

La entrevista debió de contentarle: se dio cuenta entonces de que Juana no sería ningún estorbo para sus proyectos políticos, a pesar de ciertos detalles que muestran que la reina no había perdido completamente el juicio. "Así es que uno de los soldados de su guardia le dijo un día: 'Señora, el rey don Carlos, vuestro hijo y nuestro señor, es venido'. Ella se enojó mucho, diciendo: 'Yo solo soy la reyna, que mi hijo Carlos no es más que príncipe'. Y así cuentan que preguntaba siempre por él nombrándole príncipe, no queriendo nunca llamarle rey" (Antonio Rodríguez Villa).

Esta posición se mantuvo en las Cortes de Valladolid, en 1518. En su primera sesión invitan a Carlos a tratar a su madre como a reina y señora de estos reinos; todos los documentos oficiales (provisiones, cédulas, etc.) estarán encabezados por el nombre de la reina. Cuando en 1520 los comuneros se rebelan contra Carlos, lo primero que hacen es apoderarse de Tordesillas y pedir a Juana que actúe como reina efectiva de Castilla. La Santa Junta considera que Carlos no tiene ningún derecho a reinar en vida de su madre, que ha sido víctima de un complot para apartarla del poder. Pero Juana no puede o no quiere usar la libertad y poder que le dan los comuneros, y se niega rotundamente a firmar cualquier documento.

'La ejecución de los comuneros', de A. Gisbert

Los comuneros intentan curarla; mandan venir médicos, curanderos y sacerdotes para tratar de convencerla de que ejerza sus poderes reales. Todo en vano, hasta que en diciembre de 1520 los Grandes se apoderan otra vez de Tordesillas y vuelven a poner buena guardia en torno a la reina. El marqués de Denia tiene órdenes estrictas de Carlos V para que nadie entre en contacto con Juana; todo lo que ocurre en Tordesillas debe quedar secreto. La fortaleza se vuelve una cárcel para Juana, que allí murió el 12 de abril de 1555.

Estos son los hechos; esta fue la vida de Juana, hija de los Reyes Católicos, madre del emperador Carlos V y abuela de Felipe II. Podemos sacar tres conclusiones:

1) Juana fue considerada siempre reina de Castilla, desde 1504 hasta 1555. Los documentos oficiales llevan su nombre: hasta 1516 están redactados solo en su nombre; a partir de 1516, en nombre de Carlos y de Juana, con alguna complicación a partir de 1519, cuando Carlos, además de rey de Castilla, es emperador.

2) Juana fue oficialmente reina, pero en realidad nunca usó de sus poderes. En 1506 gobernó en su nombre su marido, Felipe el Hermoso; después su padre, Fernando el Católico; luego el cardenal Cisneros y, por fin, su hijo, el emperador Carlos.

3) Desde 1509 hasta 1555, Juana permaneció encerrada en Tordesillas con la sola excepción del episodio comunero (entre los meses de septiembre y diciembre de 1520). Estuvo pues incomunicada; toda relación con el mundo exterior y, sobre todo, con los medios políticos, le fue rigurosamente prohibida.

Tesis sobre su salud

En resumidas cuentas, Juana reinó pero no gobernó. ¿Por qué? ¿Porque no quiso o porque no pudo? En otras palabras: ¿fue Juana una reina loca, incapaz de reinar, o fue víctima de un complot, de una maquinación política? La tesis del complot es contemporánea de los hechos. En 1504-1509, después de la muerte de Isabel la Católica, ciertos sectores de la sociedad castellana estaban convencidos de que tanto Felipe el Hermoso como Fernando el Católico apartaron a la reina para quedarse solos en el poder. Los comuneros recogen esta tradición y estas acusaciones. La tesis del complot vuelve a surgir en el siglo XIX, cuando ciertos historiadores se interesan por el tema y procuran apoyarse en documentos inéditos.

Juana no estaba loca en el sentido vulgar de la palabra, pero ni su padre, ni su esposo ni su hijo quisieron dejar el reino en sus manos. Fue víctima de la razón de Estado
En 1868, el erudito alemán Bergenroth defiende esa tesis. Según él, Juana no estaba loca, aunque era un poco rara de carácter. A partir de 1497 habría manifestado repulsión hacia las practicas católicas y aquella actitud daría motivos para las persecuciones tanto de su padre como de su hijo. Por tanto, Juana habría sido víctima del fanatismo religioso y de la ambición política de sus familiares. La tesis de Bergenroth fue duramente criticada por el belga Gachard, sobre todo, quien demostró los numerosos errores de interpretación en la traducción de ciertos documentos y la falsedad de la teoría en torno a la supuesta heterodoxia de Juana.

A fines del siglo XIX, el historiador español Antonio Rodríguez Villa trató de aclarar los hechos. Él también opina que Juana no estaba del todo loca, sino que padecía abulia, falta de voluntad y cierta debilidad mental. Así se explicarían los celos mostrados ante la conducta de su marido y su empeño en no querer firmar nunca ninguna clase de documentos. En estas condiciones, la razón de Estado exigía que se la apartara del poder, ya que representaba un peligro para la dirección política de España.

El alemán Pfandl va más lejos en el análisis del estado mental de Juana, quien mostraba en forma inequívoca todos los caracteres de la esquizofrenia. Así se explicaría la impresión favorable que muchos contemporáneos tenían de la salud de la reina: sus palabras no carecían de buen sentido. En cambio, la larga reclusión a la que fue sometida y el aislamiento empeoraron su estado psíquico. Esta es también la conclusión a la que llega actualmente Manuel Fernández Álvarez: más que loca, Juana fue una mujer desventurada, acorralada y prisionera del Estado, víctima de las circunstancias y de la ambición de poder de su marido primero, de su padre después y, por fin, de su propio hijo.

'Juana la Loca recluida en Tordesillas con su hija, la infanta Catalina', obra de Francisco Pradilla


A todas luces, Juana padecía de alguna enfermedad mental como su abuela materna, Isabel de Portugal, y como el desdichado hijo de Felipe II, el príncipe Carlos. No era loca en el sentido vulgar de la palabra, pero carecía de la voluntad y energía que se exigen de los gobernantes. La política no le interesaba; lo que le preocupaba era su vida privada, sus relaciones personales con su marido. Desgraciadamente, ella era heredera del trono.

Ni su madre, ni su padre, ni luego su hijo se resignaron a ver el reino confiado a manos tan débiles. De ahí la decisión de Fernando el Católico cuando la hizo encerrar en Tordesillas: decisión cruel para un padre, mas necesaria para un político. Pensemos en el drama de Felipe II cuando supo que su hijo Carlos no estaba en condiciones de gobernar. Como el príncipe Carlos, la reina Juana fue víctima de la razón de Estado

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