Ilustres huesos olvidados
Por MANUEL JESÚS ROLDÁN,
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El hallazgo de los supuestos restos de Miguel de Cervantes, en medio de un despliegue mediático propio de la superficialidad de nuestros días, supone una mirada al pasado que se podría aplicar a Sevilla. Aunque exista en la ciudad un Panteón de Sevillanos Ilustres, tan desconocido como infrautilizado, son numerosos los artistas de primer orden de los que se desconoce el lugar exacto de su enterramiento.
Hasta las disposiciones de Carlos III en el siglo XVIII, los enterramientos se realizaban en el interior de la ciudad, en las criptas de las iglesias o en los cementerios parroquiales, generalmente adosados a los templos, con una disposición que iba en función de la clase social y de las capacidades económicas del fallecido. La costumbre se mantendría hasta bien entrado el siglo XIX, cuando aparecieron los primeros cementerios extramuros la ciudad, en torno al prado de San Sebastián o al otro lado del río, ordenándose la situación con la definitiva construcción del cementerio de San Fernando.
¿Qué ocurrió con los restos depositados en los templos? La respuesta general es el desconocimiento, por la escasa documentación con la que se hacían las inhumaciones (salvo las criptas particulares), por la desaparición de numerosas iglesias en desamortizaciones, invasiones o delirios revolucionarios, y por la habitual falta de interés de la ciudad en perpetuar su historia. Pero la lista podría ser interminable…
Juan Martínez Montañés, el llamado Dios de la Madera, murió en la epidemia de peste que asoló Sevilla en el año 1649. Llegaba la hora al anciano escultor y su segunda esposa, Catalina de Sandoval, refería que, aunque tuvo capilla propia en el convento dominico de San Pablo, “le pidió” que fuera enterrado en la parroquia de la Magdalena. Este pequeño templo gótico mudéjar, del que se tienen escasa noticias, fue derribado por los invasores franceses a comienzos del siglo XIX para realizar una plaza, pasando parte de su patrimonio al antiguo convento de San Pablo (donde se trasladaría la parroquia), quedando la tumba del genial escultor en un lugar desconocido de la actual plaza, según nos recuerda un lápida en uno de los edificios adyacentes.
Otro templo derribado durante la invasión francesa, de nuevo hoy una plaza, presidida por la cruz de la Cerrajería, fue la antigua parroquia de Santa Cruz. Allí se enterró el 4 de abril de 1682 uno de sus vecinos más ilustres, el pintor Bartolomé Esteban Murillo, habitual visitante de un templo donde le gustaba contemplar el famoso cuadro del Descendimiento de Pedro de Campaña, después de hacer testamento y de haber repartido limosna a los pobres. En el siglo posterior, otro ilustre vecino del barrio, el escultor José Montes de Oca, con casa en la calle de las Cruces, era enterrado el 3 de Enero de 1754 en la misma parroquia, en la que se rezaría “misa de cuerpo presente cantada y ofrendada”. Al igual que ocurrió con la Magdalena o con el convento de la Encarnación, el viejo templo fue derribado por los franceses, pasando alguna de sus obras artísticas a la Catedral, quedando en el definitivo olvido el lugar donde se encuentran los restos del famoso pintor de la Inmaculada o del autor del grupo de la Piedad de la hermandad de los Servitas.
Una placa en la fachada del templo recuerda que el 26 de noviembre de 1627 fallecía Juan de Mesa y que era enterrado, era vecino de la collación junto a su esposa María de Flores, en la parroquia de San Martín. El autor del Gran Poder, y de otras imágenes fundamentales de la Semana Santa de la ciudad, permanecería en el anonimato durante siglos, hasta el rescate de su figura en las investigaciones de comienzos del siglo XX por los miembros del Laboratorio de Arte de la Universidad. Se rescató su figura, pero no así su lugar de enterramiento, que permanece en alguna cripta sin identificar del templo que hoy es sede de la hermandad de la Lanzada. En el cercano templo de San Juan de la Palma se enterraba en julio de 1593 el escultor Jerónimo Hernández, según su viuda Luisa Ordóñez en una sepultura que tenía “junto al altar del Evangelista”, siendo albaceas del testamento su cuñado Andrés de Ocampo y el pintor Vasco Pereira, lo que demuestra el corporativismo gremial del mundo del arte sevillano de los siglos de Oro. En el mismo templo se enterraría en noviembre de 1783 Benito Hita y Castillo, concretamente en la cripta de la Hermandad Sacramental, junto a los restos de Beatriz Gutiérrez, su segunda esposa, lugar donde debe reposar algún secreto de la Amargura conservado por el autor de la imagen de San Juan que le acompaña el Domingo de Ramos.
Castigado por el paso del tiempo y por el incendio provocado en julio de 1936, el templo mudéjar de San Marcos acoge los restos del mejor escultor sevillano de la segunda mitad del siglo XVII, Pedro Roldán, que fue enterrado el 4 de agosto de 1699 en la cripta que estaba situada a los pies del desaparecido retablo de la Virgen del Rosario. Allí descansa tras fallecer en su vivienda de la plazuela de Valderrama, dejando sus bienes a su viuda y a sus hijos, siendo albaceas testamentarios su mujer, su hijo Marcelino y su yerno José Felipe Duque Cornejo, y viviendo ya en Madrid su hija Luisa. Se olvidarían sus huesos, pero su obra, su taller y su apellido perdurarían por los siglos.
Exactamente un siglo más tarde, el 11 de agosto de 1799, fallecía en su casa de la desaparecida calle Bolsa del Hierro el prolífico escultor Cristóbal Ramos, siendo enterrado en una capilla desconocida del templo parroquial de San Pedro. Según informa su viuda, el autor de la Virgen de las Aguas de la hermandad del Museo fue amortajado con el hábito de San Francisco, todo un testimonio de una época pérdida en la que los ritos funerarios iban unidos a las devociones de los fallecidos. Del mismo modo, los fallecidos se enterraban en su collación o bien junto a imágenes de su devoción o autoría. En la parroquia de San Vicente, donde se conservan algunas notables obras de sus manos, se enterró en enero de 1623 Andrés de Ocampo, autor del venerado Cristo de la Fundación de la hermandad de los Negros.
Caso singular en este listado es el de Juan de Astorga, renovador de la imaginería sevillana de comienzos del siglo XIX y autor de algunas de las más célebres Dolorosas de la ciudad, que falleció en septiembre de 1849 en su domicilio de la calle Trajano. Tras la celebración del funeral en la también desaparecida parroquia de San Miguel, sus restos fueron trasladados, eran otros tiempos, al hoy desaparecido cementerio de San Sebastián, en las cercanías de la actual parroquia del Porvenir. Otros restos para añadir a la larga lista de artistas en el anonimato. No deben importar sus huesos. Descansen en paz. Importa su memoria y su obra. Quede constancia por los siglos de los siglos.
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