Julio Mayo: CACHORRO, PADRE DEL PUEBLO GITANO. Una devoción de origen marginal nacida en la ermita del Patrocinio de Triana

CACHORRO,
PADRE DEL PUEBLO GITANO

Una devoción de origen marginal nacida en la ermita del Patrocinio de Triana
(tránsito de los siglos XVII al XVIII)

JULIO MAYO

      Sevilla no ha conocido un periodo más pródigo en piedad popular, fervor enaltecido, asociacionismo religioso y producción artística de imágenes sagradas que todos aquellos años del siglo XVII, aunque algunos historiadores actuales mantengan la tesis de que nuestra ciudad cayó entonces en una profundísima decadencia, a raíz del descenso poblacional provocado por las mortandades epidémicas de 1649 y 1650. La adversidad favoreció el crecimiento de manifestaciones religiosas de índole penitencial, y desde aquel momento imágenes como la del Santísimo Cristo de la Expiración, conocido popularmente como «El Cachorro», se convirtieron en receptoras de plegarias y promesas elevadas muy especialmente por los trianeros. 

 Así lo concreta don José Bermejo –primer historiador en abordar el pasado de las cofradías trianeras–, en su libro «Glorias Religiosas» dedicado a la historia de nuestra Semana Santa (1882), quien sitúa entre los principales devotos del crucificado a las personas que vivían cerca de la ermita del Patrocinio, donde la admirable talla comenzó a recibir culto hacia 1690 unos ocho años después de que fuese realizada (1682). Prácticamente en medio del campo, al final de la calzada que transcurría desde Sevilla hacia las tierras de Huelva, Extremadura y Portugal, se suscitó una corriente de religiosidad marginal, alejada del control eclesiástico, que satisfacía las necesidades espirituales de aquellas personas cercanas a la ermita. 

      Detallan en su prefacio las reglas fundacionales de la hermandad del Santísimo Cristo de la Expiración, aprobadas por el Arzobispado en 1691, que la ermita del Patrocinio –en los extramuros de la vega de Triana– fue un centro de adoctrinamiento para un sector de la población temporera que vivía agolpada en torno al río Guadalquivir, atraída por la abundante mano de obra de su puerto: sogueros, calafates, marinería, cargadores del muelle, acarreadores, aguadores, mendigos, busconas, pícaros y un sinfín de personas de variada calaña. En el reglamento de la recién constituida cofradía se razona que fue así por «estar situada la referida capilla a un extremo del barrio, distar bastante de la ayuda de la parroquia [de Santa Ana] y habitar entre una y otra cerca de dos mil vecinos, los más de ellos pobres trabajadores o jornaleros».

Y analizando la nómina de cofrades que integraban la hermandad de El Cachorro, tanto en los años últimos del siglo XVII, como durante buena parte del XVIII, se detecta la filiación de ciertos miembros de familias gitanas con los apellidos como Escalera, Rodríguez, Núñez, Cortés, Hernández de Vilches, etc. Sabemos que estas familias eran de origen romaní porque bajo las denominaciones de «castellanos nuevos» y «gitanos» figuran registrados en las calles del Barrionuevo (actual Alfarería) y en la de los Tejares, cercanas al Patrocinio, como consta en los padrones del barrio custodiados en los archivos de la parroquia de Santa Ana, Municipal de Sevilla y Arzobispado hispalense


Estos asientos vecinales nos reportan indirectamente una peculiar información sobre el nivel socio económico de aquellos gitanos, al concretar los oficios a los que se dedicaban: tratos de ganados, mercadeo de productos agrícolas, arrieros, trajinantes, carboneros, herrería y fraguas, vendedores ambulantes, oficios del barro, astilleros en la construcción y mantenimiento de embarcaciones, pescadores, camaroneros, trabajadores de las fábricas de jabón, etc. Los documentos también resultan bastante esclarecedores respecto al estatus de algunas de aquellas familias gitanas, que poseían un rango superior a otras de la misma raza, que ni tan siquiera tenían un domicilio fijo.
Mucho antes de que naciera la actual Hermandad de los Gitanos, fundada también curiosamente en Triana, el año 1753, un sector de este grupo comenzó a rendirle culto al crucificado de El Cachorro, sin que la hermandad del Cristo de la Expiración llegase a ser una cofradía de naturaleza étnica, como fueron las del Calvario (Mulatos), Cristo de la Fundación (Negritos), o la del Rosario, que existió en el Patrocinio a finales del siglo XVI y que también estuvo integrada por negros. Pues no es que aquellos gitanos trianeros se empleasen en organizar una cofradía expresamente para ellos, sino que debido a la conexión que este grupo social no privilegiado, tan castigado por las desigualdades, tuvo que sentir con la tragedia que tan magistralmente representa su Expiración, similar al sufrimiento de los perseguidos, fueron convirtiéndose, algunos de sus componentes, en los mejores difusores que tuvo la imagen a nivel popular. 
De hecho, a finales del siglo XIX la prensa nacional divulgaba ya la leyenda que relacionaba el sobrenombre de la efigie con el pueblo gitano y la histórica devoción que los calés venían dedicándole a ese «Cristo clavado en el madero», al que don Antonio Machado parece que dedicó en Campos de Castilla (1912) su composición de «La Saeta», musicalizada hace escasas décadas por Joan Manuel Serrat. Ese «quejío» agónico de El Cachorro, además de haber contribuido a integrar una población tan diversa como la que albergó el barrio de Triana, ayudó a expandir el credo católico entre los gitanos y también, por qué no decirlo, entre otros muchos vecinos del arrabal, que fueron acrecentando un sentimiento de arraigo, gracias a la cohesión entretejida por un icono que, ya no sólo es contemplado como una imagen devocional, sino como un auténtico símbolo que hoy, en pleno siglo XXI, resulta ser ya santo y seña de toda nuestra Ciudad.

  JULIO MAYO ES HISTORIADOR Y
ESTÁ ESPECIALIZADO
                                               EN RELIGIOSIDAD POPULAR




                                 
                                                         


Escultor de El Cachorro

El historiador Justino Matute reveló en su Historia de Triana (1818) la identidad del artista que efigió el maravilloso crucificado: Francisco Antonio Gijón. En 1930, el profesor sevillano de Historia del Arte, don José Hernández Díaz, descubrió el contrato de ejecución de la imagen fechado el 1 de abril de 1682. Ruiz Gijón había trabajado ya para Triana y su parroquial de Santa Ana con anterioridad a la hechura de El Cachorro. Recientemente, hemos documentado en la sección de los protocolos notariales del Archivo Histórico Provincial de Sevilla la curiosa estancia y actividad comercial de un tal Fernando Gijón en el barrio de Triana, en 1709. Se abre, de este modo, una sugerente línea de investigación orientada a dilucidar el grado de parentesco del personaje ahora descubierto con el célebre Ruiz Gijón, de quien no debemos olvidar que había venido al mundo en Utrera (1653), lugar en el que históricamente gozó de muy buen asiento la colonia gitana. 

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