Julio Mayo. D. José María de Ibarra. Promotor político de la Feria (1847). Un capítulo desconocido de la tramitación para su concesión real
DON JOSÉ
MARÍA DE IBARRA,
Un
capítulo desconocido de la tramitación para su concesión real
JULIO MAYO
en
ABC de Sevilla, Sábado 25 de abril de 2015, pág. 26 y 27.
Con
antelación a la primera Feria, el Ayuntamiento de Sevilla comenzó a gestionar,
ya en el verano de 1846, los trámites administrativos necesarios para obtener
del gobierno nacional el permiso que facultase la celebración. Desde el
consistorio se mandó a Madrid un expediente bastante amplio con distintas
manifestaciones, encabezado por un oficio de petición dirigido personalmente a
su majestad la reina.
Es bastante conocido el hecho de que don José María
Ibarra Gutiérrez de Caviedes (Bilbao, 1816–Sevilla,
l878) y Narciso Bonaplata (Barcelona, 1807–Sevilla,
1869), vasco y catalán, respectivamente, fueron los concejales que, en
agosto de 1846, expusieron al Pleno una moción con el fin de organizar un
mercado agroganadero libre de derechos contributivos y reactivar la economía de
una ciudad, cuyo desarrollo era precario. Pues bien, repasando los documentos
que sobre esta cuestión conserva el Archivo Municipal de Sevilla, hemos descubierto
que la carta dirigida a Isabel II fue escrita, curiosamente, por el mismísimo
Teniente de Alcalde, don José María Ibarra. Ello se deduce de una anotación
inserta en la copia del texto elevado a la titular del trono español, junto a
una instrucción dirigida al secretario municipal: «Puede copiarse en limpio tal como está. Ibarra.»
La misiva, fechada en Sevilla el 23 de septiembre de 1846, no
figura suscrita oficialmente por el señor Ibarra al tratarse de una petición
oficial realizada por el conjunto de la corporación municipal. Llama la
atención el diagnóstico tan certero que efectúa sobre los valores más
emblemáticos de la ciudad, situando a la agricultura como principal fuente de
riqueza, de la que «depende
el bienestar de la mayor parte de la población».
Debido al gran número de labradores
ricos que vivían en la ciudad, así como muchos otros que había en la provincia y
otras limítrofes, que incluso se venían a la capital a pasar ciertas temporadas
del año, Sevilla necesitaba establecer una Feria que cumpliese con la doble
finalidad de promover transacciones mercantiles, por un lado, e incentivar a
los labradores y criadores de ganados para que mejorasen sus productos, por
otra. Don José María Ibarra refiere que Madrid y Barcelona organizaban ya las
suyas, así como un importante número de ciudades y otros muchos pueblos, motivo
por el que Sevilla estaba llamada a acoger todos «los adelantos que se inventan
en los demás pueblos», como uno de los principales centros de negocios del
país.
«Óleo de Andrés Cortés sobre la Feria de Sevilla (1852).
En primer plano don José María Ibarra y su esposa doña María Dolores González.
Museo de Bellas Artes de Bilbao».
Y toda esta innovación pasaba, sencillamente, por fortalecer una
industria agropecuaria que ayudase a modernizar el extenso y fértil campo del
aljarafe y la campiña sevillana. Nuestra ciudad iba a
meterse en la segunda mitad del siglo XIX sin haber desarrollado su particular
revolución industrial, como sí lo habían hecho otras capitales señeras del
país, por lo que este incipiente grupo de empresarios tan emergentes, que en la
mayoría de los casos vinieron de otras regiones, quería apostar por mitigar la
crisis con la ayuda de la modernización del sector agropecuario. Y
eso
que un mes después de la primera Feria, se suscitó el «motín del trigo», a
causa de la carestía y escasez de los granos (finales de abril y mayo de 1847).
Con anterioridad a instalarse aquí, al pie de la Giralda, el
emprendedor Ibarra había permanecido ya varios años en Madrid, estudiando su
carrera de abogado y trabajando, además, como pasante para don Juan Bravo
Murillo (desde 1839 hasta 1841), Ministro de Gracia y Justicia en el momento de
la petición ferial. Aunque el anuncio de la concesión real que autorizaba la
organización de la Feria lo comunicó oficialmente el señor Jefe político de la
provincia, don Antonio Ordoñez, varios días antes Luis de Cuadra se adelantó a
soplar la noticia mediante comunicación enviada desde Madrid, el 6 de marzo de
1847, al entonces alcalde constitucional don Alejandro Aguado, conde de
Montelirios. Este otro concejal sevillano, que oficiaba en los madriles como
diputado de las Cortes por Sevilla, informaba así de las diligencias que él
mismo había realizado por los despachos y pasillos de aquella Cámara.
El concejal don Luis de
Cuadra también se dedicaba al comercio y coincidió con don José María Ibarra en
iniciativas económicas relacionadas con la banca. Para la organización
de casi todos los eventos del calendario festivo de esta ciudad había que mirar
siempre hacia el Palacio Arzobispal, debido al papel preponderante de la
Iglesia. Sin embargo, en el caso de la Feria, sus promotores concibieron un
acontecimiento eminentemente civil que, para más inri, nació en un contexto de
cierto desencuentro entre los miembros del ayuntamiento y el cabildo de la
catedral, que venía de algún tiempo atrás.
Se hizo posible la sabia compatibilidad
entre el mercantilismo desarrollado por la élite burguesa y la forma de ganarse
la vida por parte de las clases populares, gracias a la instauración de este
acto profano que, de inmediato, terminó convirtiéndose en un hecho festivo y
lúdico. Con el tiempo, su principal triunfo ha sido social, pues ha terminado
labrándose una de las expresiones culturales con mayor valor patrimonial y
etnográfico de Sevilla.
JULIO MAYO ES HISTORIADOR
Los primeros
puestecillos de 1847
En la calle San Fernando se colocaron feriantes
diferenciados a los ubicados en las exposiciones ganaderas y agrícolas del
Prado de San Sebastián. Unos toldos cubrían la calle de las cigarreras, mucho
más estrecha que como se conoce hoy. En la acera de la fábrica de tabacos se
situaron los puestos de ropas, mercerías y efectos de tiendas, mientras que
en la de enfrente se dispusieron las de juguetes, avellanas, chacinas, vinos,
frutas y buñuelos. Por unos documentos privados del Conde de Ibarra tenemos
noticias de las asistencias ya en aquella primera cita ferial de gitanas
buñueleras tan prestigiosas como la señora que acostumbraba a ponerse en la
plaza del Salvador, así como otra la de los gitanos de la cava de Triana.
Gracias a las crónicas todavía inéditas de González de León se
sabe que aquel primer año se hicieron muy buenos negocios de ganados y que la
asistencia fue extraordinaria, pese a «haber hecho tres días de aguas,
vientos y fríos».
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Don José María de
Ybarra
En la primera Feria se lució por todo el real una
Carretela suya (un coche de caballo de lujo como los empleados para las
novias en las bodas de la infanta Elena e hija de la duquesa de Alba), lo que
pone de manifiesto el poder adquisitivo del empresario y bancario vasco en el
año inaugural de la Feria, aunque luego llegó a acrecentarlo muchísimo más.
El entonces primer Teniente de Alcalde, fue clave no sólo por proponer a la
corporación municipal una iniciativa de esta naturaleza, junto a una comisión
integrada por otros concejales, sino sobre todo por la capacidad intelectual
que aportó en la tramitación administrativa y gestión política a fin de
conseguir la autorización real para la celebración. Varias pruebas
documentales nos han permitido acreditar que él fue quien esbozó y
redactó el oficio de petición que el Ayuntamiento de Sevilla le dirigió
a la Reina encabezando el expediente de solicitud. Dejó
escrito que el alcalde de Mairena del Alcor, pueblo sevillano con una de las
ferias más importantes del momento, protestó bastante y trató de entorpecer
su labor con tal de que no se estableciese finalmente la Feria de Sevilla en
el mes de abril.
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MÁS INFORMACIÓN:
«Lo que opinó sobre el primer año de Feria su creador. El conde
de Ibarra»,
en ABC de Sevilla, 18 de abril de 1945, pág. 15
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