¿Qué secreto guarda la familia de Carlos IV?
(José María Zavala, Historiador, @JMZavalaOficial).
Existen obras de arte, como el soberbio y célebre lienzo de Goya «La Familia de Carlos IV», que, sin ser tan concluyentes como una prueba de ADN, ofrecen sugestivos indicios de paternidad. El protagonista de este célebre óleo conservado en el Museo del Prado no es, como sugiere el título, el mismo monarca, sino un niño de seis años vestido de rojo, que aparece en el centro de la imagen con el cuerpecito adornado por la banda de Carlos III cruzándole el pecho.
Es el infante Francisco de Paula, a quien ya entonces los rumores de la corte señalaban como hijo adulterino de la reina María Luisa de Parma y de su favorito Manuel Godoy, a quienes ya aludimos al abordar el apasionante enigma del «conde de Montecristo español». Los personajes de este cuadro del entonces pintor de cámara del monarca, realizado en el Palacio Real de Aranjuez en 1800, parecen mirar a un testigo invisible, posiblemente el propio Manuel Godoy, Príncipe de la Paz.
Se cuenta que el mismo pintor francés impresionista Pierre-Auguste Renoir, al visitar el Museo del Prado, comentó sobre esta primera obra de Goya incorporada a la pinacoteca: «El rey parece un tabernero y la reina, una mesonera... o algo peor; ¡pero qué diamantes le pintó Goya!».
Entre tanta fealdad parece refulgir, en efecto, como un lucero, la belleza más llamativa del infante Francisco de Paula, embutido en su ropaje encarnado. Para algunos bastó comparar el perfil del niño y el de su hermana, la infanta María Isabel, retratada también por Goya, para dudar de su paternidad. Sus narices respingonas, un calco de la de Godoy, contrastaban con el resto de apéndices genuinamente borbónicos.
Las fechas también coinciden. Francisco de Paula nació en 1794, en pleno apogeo del romance de la reina con Godoy; su hermana María Isabel lo había hecho en julio de 1789, apenas un año después de que el impetuoso guardia de corps irrumpiese en el corazón ardiente de la reina.
No era extraño así que lady Holland, esposa de un diplomático británico, aludiese en sus memorias al «indecente parecido» entre Francisco de Paula y Godoy; rumor, por cierto, que muy pronto se extendió por las distintas legaciones extranjeras.
La infanta María Isabel, casada luego con el futuro Francisco I de las Dos Sicilias, tendría que aguantar también que su propia suegra, la reina María Carolina de Nápoles, cuestionase su paternidad.
En una carta a su ministro Gallo, la soberana napolitana no dudaba así en llamar «pequeña bastarda» a su nuera, «a quien –escribía– quiero mucho porque es muy buena y no es culpa suya haber sido procreada por el crimen y la maldad».
Más tarde, los partidarios de Carlos María Isidro –los carlistas– se aferrarían a la presunta bastardía del infante Francisco de Paula para invalidarle como continuador de la dinastía de los Borbones en España, pues su hijo, Francisco de Asís, se casaría con la futura Isabel II.
Por eso, cuando las Cortes de Cádiz decretaron en marzo de 1812 que Francisco de Paula quedase desprovisto de todo derecho de sucesión a la Corona, así como sus futuros descendientes, los carlistas se apresuraron a esgrimir este documento como prueba fehaciente de que los rumores sobre la paternidad de Godoy eran ciertos.
LA PERFIDIA DE BONAPARTE
Sin embargo, en julio de 1820 otro decreto de las Cortes invalidó el anterior con este argumento ante el que ya nada pudieron alegar los carlistas: «Se ha examinado la proposición relativa a que por haber cesado las circunstancias políticas que obligaron a excluir al infante, se revoque aquella disposición, que se fundó en la necesidad de precaver una nueva perfidia de Bonaparte».
¿Cuáles eran esas «circunstancias políticas» que aconsejaron despojar al infante de sus derechos? Ni más ni menos que el riesgo de que un niño, como era entonces Francisco de Paula, pudiese ser utilizado en su provecho por el mismo Napoleón Bonaparte. Exactamente igual que hizo éste, aunque fuesen ya adultos, con Carlos IV y Fernando VII.
Recordemos que España había sido invadida por las tropas de Napoleón Bonaparte en 1812; un niño como Francisco de Paula podía haber caído entonces bajo la tutela e influencia de Napoleón, convirtiéndose en su marioneta.
Significaba eso que, en contra de lo que ansiaban los carlistas, la exclusión temporal de Francisco de Paula como sucesor al Trono no tuvo como base el «indecente parecido» con Godoy al que aludía lady Holland, sino la necesaria prudencia en aquellos críticos momentos para la nación. Contemplen si no el lienzo de Goya.
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