miércoles, 27 de abril de 2016

Sevilla y la familia inglesa de Cervantes

SEVILLA Y LA FAMILIA INGLESA DE CERVANTES

JULIO MAYO

ABC de Sevilla, 23 de abril de 2016, pp. 28-29

«La española inglesa» está colmada de referencias que establecen
la relación entre el escritor y la Inglaterra de Shakespeare

http://www.ascil.es/images/stories/articulos/0015.pdf 

Hace 400 años falleció en Madrid el escritor español más universal de todos los tiempos el mismo día en que dejó de existir también Shakespeare. Mucho se ha escrito de la influencia estilística y temática de Miguel de Cervantes sobre aquel otro genio de la Literatura, pero ¿llegaron a leerse el uno al otro? No es casual que don Miguel escribiese «La española inglesa», una novela en la que nos brinda una serie de reseñas que precisamente no fueron inventadas. Después de una ardua labor de indagación documental, y poner en pie la vinculación de Cervantes con unos familiares suyos de sangre inglesa, sabemos que la obra está colmada de referencias que mantienen una estrechísima correspondencia con su vida real. 

Estas nuevas claves interpretativas quizás puedan ayudarnos a entender la urdimbre establecida entre el escritor español y la Inglaterra de Shakespeare. Si en aquellos años finales del siglo XVI, e inicios del XVII, hubo una ciudad que centralizase la capitalidad de toda Europa, esa fue Sevilla, la gran metrópoli de la monarquía hispánica que canalizaba también muchas transacciones mercantiles de los mercaderes ingleses.

La historia es que, hace un año, dimos con un documento que probaba la visita de Cervantes a Utrera, localizado en la sección de los Protocolos Notariales del Archivo Histórico Provincial de Sevilla. Esta acta notarial, hasta ahora desconocida, contiene la extraordinaria singularidad de que está firmada por el propio Miguel de Cervantes, de su puño y letra. La aparición ante el notario utrerano se produjo, el 30 de marzo de 1593, en el mesón de Felipe de Rojas, cuando don Miguel actuaba como Comisario regio, encargado de adquirir trigo y víveres para abastecer a los soldados de las flotas que daban escolta a las embarcaciones mercantes que iban, y venían, a América. 

No nos dejó indiferente que el compromiso se celebrase en una posada, el escenario habitual de su actividad literaria y profesional, en la que compareció también la figura de un arriero. A este transportista, que formaba parte de la red de colaboradores con los que tuvo que contar Cervantes, le encargó que recogiese ciertas cantidades de cebada y trigo en pueblos de la campiña para acarrearlas hasta los puertos gaditanos, a través de la vereda de la Armada. Pero cuando nos dispusimos a contrastar en qué momento exacto pudo haberse presentado Cervantes en el Ayuntamiento de Utrera, para consumar la requisa, nos llevamos la sorpresa de comprobar que la demanda de los géneros la efectuó un tal Juan Titón de Cervantes, y no don Miguel. ¿Estábamos ante un hábil juego de suplantación de identidades con el que Cervantes pretendía camuflar la discrecionalidad de su oficio?



Después de no pocas averiguaciones, pudimos saber que el susodicho Juan Titón era hijo de Hugo Titón de Cervantes, uno de los integrantes de la colonia de mercaderes de la ciudad de Bristol que se había establecido en Sanlúcar de Barrameda, por iniciativa de la Brotherhood of St. George (la hermandad de San George), fundada en 1517, con autorización de Señor de Sanlúcar de Barrameda. El origen inglés de esta familia se remonta al momento en el que don Enrique de Guzmán, duque de Medina Sidonia, había financiado en 1482 operaciones estratégicas capitaneadas, entre otros, por John Tintam contra los intereses portugueses en la costa de Guinea. 

El apellido inglés Tintam acabó castellanizándose como Titón. Un descendiente suyo fue Hugo Titón, de quien refiere Loomie en un trabajo sobre Thomas James, el cónsul inglés de Andalucía, que era un espía católico al servicio de la corona española, asentado aquí en la península, que viajaba con frecuencia a Inglaterra en aquellos años de conflictos entre españoles e ingleses. Documentos del Archivo General de Simancas revelan a Hugo como padre del sanluqueño Juan Titón de Cervantes. Una fuente distinta, el Archivo de Indias, nos ayuda a demostrar cómo Juan Titón de Cervantes fue nombrado Comisario real encargado de recoger trigo en 1593, junto al propio Miguel de Cervantes, por otras poblaciones, como las entonces separadas, de Villafranca de la Marisma y Los Palacios. El hecho de que coincidiesen ambos personajes en los mismos lugares, como fue el caso de Utrera, y compartiendo el desempeño de un oficio similar, nos llevan a concluir que ambos hubieron de compartir un parentesco familiar bastante cercano, y un conocimiento profundo de la logística militar de la Armada.

Familiares religiosas de origen inglés

No han pasado desapercibidas las noticias ofrecidas en «La española inglesa» sobre el convento de Santa Paula. Desde hace más de un siglo, los investigadores han acudido a los Libros de la congregación para dilucidar los motivos que llevaron a su autor a utilizar el convento como destino español de la protagonista. Fue abadesa, en 1590, doña Juana de Cervantes Saavedra, hija de Diego de Cervantes y de doña Catalina Virués de Cervantes, familiares carnales del literato. Pero las coincidencias se acentúan al comprobarse que vivía en frente del convento doña María Titón y Francisco de Cifuentes, un señor con el mismo apellido del hidalgo burgalés que Cervantes había ubicado en «La española inglesa», como propietario de la casa que estaba enfrente de las monjas de Santa Paula. Pues una de las hijas del matrimonio entró como religiosa, como puede comprobarse en el Libro de las profesiones de la clausura. Lo sorprendente es que también profesase otra hija del matrimonio formado por Juan de Herver de Cervantes e Isabel de Salamanca, en 1577. El erudito José Gestoso nos dice que los Herver asentados en Sevilla eran plateros y habían llegado, en los albores del Quinientos, procedentes de Córdoba, por lo que queda de manifiesto el entronque familiar con Cervantes y el origen británico de los Herbert.

Estos hechos no solo prueban la vinculación de Cervantes con católicos ingleses en Sevilla, sino que demuestran las raíces familiares antes de su venida a Sevilla. El cronista del siglo XVII Méndez Silva afirma que Cervantes contaba aquí con parientes ilustres. Especulamos que corresponden a su misma saga doña Francisca Serbantes y Mariana de Servantes, que se hicieron hermanas del Gran Poder en 1602 y 1603, respectivamente, como queda recogido en el Libro primero de cofrades, cuando la hermandad se hallaba establecida en el desaparecido convento franciscano del Valle.

«La española inglesa» ilumina, por tanto, el decisivo papel de Sevilla en la relación de España con la Inglaterra de Shakespeare,  mediante un argumento que presenta una modélica convivencia de creencias religiosas (catolicismo y anglicanismo), sin llegar a desprender ningún ápice de animadversión contra el enemigo inglés. Promueve el mismo espíritu de respeto, paz y armonía que fomentaban los jesuitas ingleses del colegio sevillano de San Gregorio en la última década del siglo XVI, en el que se formaban en lengua inglesa a los misioneros. Cervantes entró en el universo literario del dramaturgo William Shakespeare, como se deduce de la inspiración que el autor inglés tomó de trasuntos y personajes de la primera parte del Quijote. Sentía auténtica predilección por la picaresca. Una de las últimas obras de teatro del inglés, «Cimbelino», parece estar inspirada en la historia del «Curioso impertinente», así como «Cardenio», otra pieza basada en capítulos de la primera parte del Quijote.

En los próximos días se organizará una exposición, en el Archivo de Indias, donde van a mostrarse diversos documentos que acreditan las importantes cantidades de ejemplares del Quijote que, en 1605, se llevaron desde Sevilla hasta México, a los pocos días de salir de la imprenta. El lanzamiento de la obra impresa suponemos que tuvo que llegar a los miembros de la generación de Shakespeare, habida cuenta de la conexión existente entre los puertos de Sevilla y Londres.

La acogida inglesa tuvo que llegar a despertar tal grado de entusiasmo que, cuando se publicó su segunda parte (1616), fue traducida al inglés de inmediato. Un libro inglés llegaba entonces a Sevilla antes que a Madrid, o cualquier otra parte de España. Aquí vinieron numerosas obras de la Literatura inglesa, tal como testimonia el inventario de la biblioteca de los jesuitas ingleses residentes en esta ciudad. Y es muy posible que aquellos ejemplares hubiesen llegado a consultarlos la curiosidad lectora de don Miguel de Cervantes.

Soneto dedicado a Felipe II

Cuando falleció Felipe II (1598), se levantó en el interior de la Catedral de Sevilla un majestuoso monumento funerario para honrar el alma de quien había llegado a ser el Señor de la Tierra. Cervantes, que tuvo que conocer muy bien la iglesia Metropolitana, pues durante un tiempo vivió prácticamente en el entorno de la actual confluencia de la calle Federico Sánchez Bedoya con la Avenida de la Constitución, dedicó un Soneto al Túmulo (Voto a Dios que me espanta esta grandeza/ …), maravillándose de la riqueza y monumentalidad del catafalco. En los versos equipara a Sevilla con la Roma triunfante por el homenaje brindado al emperador de su Imperio. Se produjo un ruidoso enfrentamiento entre los mandamases de la Audiencia, el Cabildo catedralicio y la propia Inquisición a cuenta del figureo entre las autoridades asistentes a los funerales del rey. De las relaciones cortesanas que mantuvo don Miguel de Cervantes, resaltó su amistad con don Mateo Vázquez, que había sido secretario particular del monarca fallecido y al que Cervantes dedicó en vida una hermosísima Epístola. Este don Mateo Vázquez, fue don Mateo Vázquez de Leca, el influyente eclesiástico sevillano que tanto le ayudó a progresar en su carrera militar, cortesana y burocrática, sin que debamos confundirlo con su sobrino Vázquez de Leca, Arcediano de Carmona.

Sevillanía de Cervantes

Al alcanzar los 40 años, se asentó más de diez junto al Guadalquivir. Desde 1588 hasta 1601, ejerció como hombre de armas, sin dejar de ser cortesano ni escritor. Era el molde de la época. Tal como Garcilaso. Reinaba Felipe II y Cervantes recibió el encargo militar, como hombre de Imperio, de participar en el ataque a Inglaterra pero sin subirse a los barcos. Su misión era más importante. Recoger los géneros y víveres precisos para alimentar a los soldados de la Armada naval, aunque luego cayeron derrotados en las costas inglesas. Después, en otra etapa que se sitúa en la década de 1590, se dedicó a efectuar requisas para proveer las galeras de la Armada que escoltaban los buques mercantes de la Carrera de las Indias.

En cualquier caso, su condición de militar no le privó nunca de poder integrarse, con plenitud, en la vida de una ciudad que contaba con unos universos pintorescos, capaces de hechizar la inspiración del poeta. Así se desprende de las continuadas referencias que efectuó en toda su obra. Leyéndola, podemos conocer, por ejemplo, cómo era el pueblo llano de Sevilla con más precisión y detalle que el de Madrid. De la integración social en la vida de la ciudad habla el gran número de amistades que cultivó con todo tipo de personajes (posaderos, arrieros, funcionarios de la Casa de la Contratación, canónigos, hombres Veinticuatros y Jurados del Ayuntamiento, abogados de la Audiencia, escritores como Mateo Alemán o cómicos y cómicas que actuaban en los grandes patios de comedias). En «La española inglesa» llegó a escribir de aquella Sevilla americanista, que la joven que aspiraba a introducirse como monja en la clausura del convento de Santa Paula «jamás visitó el río, ni pasó a Triana, ni vio el común regocijo en el campo de Tablada y puerta de Jerez el día de San Sebastián, celebrado de tanta gente, que apenas se puede reducir a número. Finalmente, no vio regocijo público, ni otra fiesta en Sevilla».

Cervantes se sintió en nuestra tierra, escritor, y de los mejores del país. Lo reconoció al comprometerse ante notario a componer seis comedias que habían de ser –según refiere en la escritura él mismo– de «las mejores de España». Uno de los grandes logros del Quijote, esa obra que comenzó a esbozarla bajo estos luminosos cielos azules, es que el pueblo reconociera con tanta prontitud a los personajes, don Quijote y Sancho Panza.

Lo demuestra la participación de sus caracterizaciones en muchos desfiles populares que se celebraron, al poco tiempo de editarse la segunda parte, en pueblos como Utrera. La presencia de don Miguel en la batalla de Lepanto, los cinco años de cautiverio que padeció en Argel, o las ventas y pueblos de la Mancha, son episodios que tuvieron que hacerle adquirir muchísima mundología, pero la ciudad que, como capital económica del Imperio español en aquellos momentos, introdujo en el mundo al mayor representante de la Literatura del Siglo de Oro, esa fue la universal Sevilla.


JULIO MAYO, HISTORIADOR



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