BAILES GITANOS EN EL CORPUS DE SEVILLA
La gran procesión eucarística de nuestro templo Metropolitano y Patriarcal exhibía un pintoresco cortejo repleto de simbólicas representaciones religiosas y profanas
JULIO
MAYO
Terminaron
consiguiendo el perdón de Dios por el duende de su arte. Los gitanos tuvieron el
ángel de encontrar su sitio entre los numerosos grupos de danzantes del Corpus
Christi de la Sevilla imperial del siglo XVI, en la que llegaron a vivir músicos
de alto nivel, debido al prestigio cultural que alcanzó nuestra urbe como capital
económica de Europa. Pero no de inferior reconocimiento fueron los novedosos bailes
de invención, considerados de mal hacer por romper con normas académicas, que
tanto aplaudía la sociedad del Siglo de Oro español. La gran procesión
eucarística de nuestro templo Metropolitano y Patriarcal, exhibía un pintoresco
cortejo repleto de simbólicas representaciones religiosas y profanas, en el que
figuraban estos artistas tan espontáneos danzando y tocando instrumentos
sencillos, como el tamboril y las castañuelas. Basándonos en diversas referencias
documentales, prácticamente inéditas hasta el momento, trataremos de explicar cómo
consiguieron los gitanos integrarse en la sociedad sevillana mediante las
celebraciones procesionales de la religión católica.
Hemos encontrado testimonio de los pagos
realizados por el Ayuntamiento a los responsables de crear y ejecutar las
danzas tributadas en honor al Santísimo, desde la segunda mitad del siglo XVI
hasta buena parte del siglo XVIII, en la sección II (Contaduría) del Archivo
Municipal de Sevilla. Entre el variado repertorio temático de las interpretadas
se repitió, con bastante frecuencia, la llamada de «Las Gitanas». Referidas a sus
bailes, la primera referencia localizada se remonta a 1564. Aquel año se
encargó de dirigirla el sevillano, Lorenzo Salado.
Un tal Pedro Guerra aparece
como responsable de su organización en 1572, y el zapatero Juan Jiménez en 1574.
El año 1580 consta haberse efectuado una liquidación al gitano Baltasar
Maldonado. Luego, ya en la década de 1590, la iniciativa recayó sobre el
sombrerero, Pedro de Santa María (1593), y Baltasar de Guzmán (1596 y 1597). A
inicios del siglo XVII, en 1601, se responsabilizó de escenificarla Juan Calvo,
y en años posteriores –conocida ya esta danza como la de «Los Gitanos y Las
Gitanas»– sobresalió Hernando Mallén, a quien le correspondió ejecutarla entre
1613 y 1616. Así continuaron sucesivamente representándose durante casi dos
siglos.
Con
independencia de los maestros de estos grupos, los bailarines y bailarinas sí
que eran zíngaros. En 1699, el director de danza, Juan Fernández de Velasco,
comunicó al Ayuntamiento hispalense que la Inquisición había llevado a la
Cárcel Real a cuatro de los gitanos que bailaban en el Corpus, y no tenía
tiempo de poder localizar a otros, por lo que tuvo que presentar varios testigos
para acreditar que los encarcelados eran castellanos viejos. El entonces Cardenal,
don Jaime de Palafox, trató de separar a los gitanos del Corpus, quejándose de
la indecencia que provocaban sus caras pintadas y enmascaradas. Se escandalizó
el señor arzobispo de que las gitanas bailasen también en la celebración dentro
de un lugar sagrado. No opinaban así el propio
maestro de ceremonias de la Catedral, don Adrián de Elossu, ni los concejales
municipales.
Finalmente, una Real Cédula de 1699 redujo y reformó la
celebración de las danzas. El rey dictó una provisión autorizando a que solo bailasen
los hombres, sin que se mezclaran con las mujeres. Por tanto, en el siglo
XVIII, las danzas del Corpus debían ser solo masculinas, aunque seguro que las
féminas bailaron encubiertas otras muchas veces. Después de que Carlos III
interpusiese tantos obstáculos legislativos, a finales del Setecientos, para
desterrar los bailes populares en este tipo de celebraciones, ha sobrevivido
únicamente el de los Seises. Algunos de sus movimientos y el repiqueteo de los
palillos, ¿no son, quizá, reminiscencia de los primitivos bailes gitanos?
Seises
Algunos
movimientos y el repiqueteo de los palillos, no son reminiscencia quizá de los
bailes gitanos?
Los gitanos constituían un grupo marginal
perseguido por la justicia, tanto por su origen étnico como por la concepción
religiosa tan peculiar que tenían del cristianismo. A mediados del siglo XVI, se
habían asentado ya en Sevilla numerosos clanes, a los que la sociedad, genéricamente,
despreciaba. Aunque muchas familias consiguieron avecindarse y encontraron trabajo
para sus miembros, otras deambulaban errantes, haciendo tratos de ganado, mendigando,
y dedicadas a las artes adivinatorias. Una ocupación que, en aquellos tiempos,
resultaba algo inmoral.
Lamentablemente, los hombres gitanos estaban
catalogados como ladrones, y las mujeres como si muchas fueran de vida pública,
por lo que, a los ojos de las autoridades religiosas y civiles, no eran muy fiables.
Pero, a pesar de ello, obtuvieron cierta aprobación social. Así lo pone de
manifiesto el hecho de que fueran requeridos y contratados para realizar estos
rituales de alabanza al Augusto Sacramento, que tanto servían, también, de
divertimento a todo el pueblo.
Eran considerados los «egipcianos» o «egitanos», reseñados así en los
documentos examinados, como si fueran oriundos de Egipto y otros lugares remotos,
donde no se rendía culto católico. Se visualiza la intervención gitana, en los
desfiles del Corpus, como una acción de la Iglesia sevillana para hacer pública
demostración de los logros evangelizadores conseguidos sobre otras razas y
naciones –reconvertidas ya al cristianismo–, bajo un credo común dentro del proyecto
estatal de llevar la fe hasta el confín de la Tierra.
Además, se disponían danzas
de indígenas de América y negros de Guinea, portugueses, franceses, italianos,
etcétera. Incluso llegaron a escenificarse otras que encarnaban a países en los
que el cristianismo mantenía una gran lucha por imponerse, como las
coreografías dedicadas a los moriscos, turcos, húngaros, herejes ingleses,
chinos y japoneses. La reunión de unas representaciones tan plurales colmaba
los gustos de las autoridades y, sobre todo, de unos espectadores dispares que
convivían en una ciudad enormemente cosmopolita.
Corpus Christi de Sevilla
En el
Renacimiento, la Iglesia (religión, cultura y pueblo) sale en pleno de la
Catedral a la calle para que Sevilla sea toda entera el mismo cuerpo de Cristo.
De ahí, que muchas de las actividades culturales que desde la baja Edad Media
se celebraban en su interior, pasasen a formar parte de un amplísimo cortejo integrado
por ingeniosos carros, como la Tarasca, que representaba los vicios y pecados
de la sociedad, junto a representaciones alegóricas de distintos personajes
mitológicos (Hércules), históricos (Julio César), literarios (El Quijote) y
bíblicos (Sansón y Dalila). Todo ello, sin que faltasen los espectáculos teatrales
de las vidas de los Santos, Autos Sacramentales y de las Virtudes teologales
(Fe, Esperanza y Caridad), ni caracterizaciones de la grandeza política y
religiosa de la ciudad, (Giralda, Catedral y Guadalquivir).
Esta manifestación
religiosa, de carácter renacentista terminó barroquizándose, en las últimas
décadas del siglo XVI, y aumentó su teatralidad escénica en la calle, por la
necesidad surgida después de Trento, de hacer ver a los protestantes en qué
consiste la transustanciación (la conversión de las especies del pan y vino en
el Cuerpo y Sangre del Señor).
No se trataba únicamente de una festividad
litúrgica, sino de la celebración de una auténtica feria, que transcurría
durante los días de su octava. Se instalaban puestos de turrones en torno al
itinerario, se organizaban juegos de cañas y de toros, y había permisividad
para comer y beber, en claro contrapunto a la austeridad penitencial de la
Semana Santa. Todas estas circunstancias favorecieron que esta fiesta fuera
multitudinariamente seguida.
Durante
varios siglos, el Corpus fue la solución a la integración de los gitanos en
Sevilla. Aquí, la gitanería ha alcanzado un grado de convivencia superior al de
otros lugares del país. La admiración que sentimos hacia ellos, ha contribuido
a que se admitan muchas de sus costumbres, como buenas. Le debe la cultura
sevillana importantes legados, como la influencia de muchas de sus formas festivas
y estéticas (atuendo, convivencia, estética de la romería y la expresión
musical a través del cante y baile flamenco).
Con el tiempo, los gitanos han
llegado a compartirlas con nosotros los sevillanos, sin que ellos nunca renunciasen
a su propia personalidad. No olvidemos que la raza calé –inspiradora, por
ejemplo, de que nuestras mujeres se vistan hoy de gitanas para acudir a las
principales fiestas– le ha enseñado a Sevilla la alegría de vivir.
JULIO MAYO. HISTORIADOR
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