Francisco Javier Gutiérrez Núñez-
Salvador Hernández González
Boletín de las Cofradías de Sevilla nº 693 (noviembre 2016)
La cofradía del Gran
Poder como marcaban sus Reglas y la tradición inició su estación de penitencia
en la madrugada del Viernes Santo, 4 de abril de 1828. Durante su recorrido, la
lluvia sorprendería al cortejo procesional, el cual se fragmentó en dos [1]. El
paso de Nuestro Padre Jesús se refugiaría en la iglesia parroquial de San
Miguel, mientras que el de María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso, lo haría
en la iglesia del antiguo Hospital de San Antonio Abad, entonces ocupado por la
comunidad franciscana procedente del convento de San Diego.
No era ni la primera ni
la última vez que las inclemencias del tiempo deslucían una Semana Santa, lo
curioso fueron los acontecimientos que se sucedieron a lo largo de ese mes de
abril, ya que ambas imágenes por diversas circunstancias estuvieron algo más de
dos semanas sin regresar a su sede de la parroquia de San Lorenzo [2].
Finalmente lo harían en la tarde del martes 29 de abril.
Aprovechando tan inusual
visita, la Archicofradía del Santísimo Sacramento establecida en San Miguel, en
Cabildo celebrado el 6 de abril (Domingo de Resurrección), acordó realizar una
solemne función en honor de la imagen de Jesús del Gran Poder, como lo comunicó
por carta a la hermandad del Silencio, dada la condición de esta última como
depositaria accidental de la imagen de la Virgen. Al frente de la corporación
sacramental estaba por aquel entonces Miguel Laso de la Vega. Y D. Félix
González de León, D. Pedro Muñoz y Blanco y D. José María Blanco figuran como
diputados comisionados para tratar del traslado de la Virgen.
La función que se
celebró en San Miguel consistió en una misa cantada a las 10 de la mañana del
viernes 11 de abril, siendo expuesto el Santísimo Sacramento para la adoración
de los fieles, en tanto que por las noches se harían otros ejercicios piadosos
acostumbrados. Fue organizada por la Sacramental en unión de la hermandad de la
Sagrada Entrada en Jerusalén, también con sede entonces en esa parroquia.
La
descoordinación comenzó cuando las hermandades anfitrionas de ambos templos, la
Sagrada Entrada en Jerusalén y la de Nuestro Padre Jesús Nazareno (El
Silencio), no se pusieron de acuerdo en realizar el traslado de ambas imágenes
de la cofradía del Gran Poder de forma conjunta y querían realizarlo por
separado.
Ante tal hecho los
hermanos del Gran Poder estarían atónitos, al negárseles que ellos mismos
pudieran realizar el traslado de sus imágenes. Todo el asunto llegó al Fiscal
General del Arzobispado el 16 de abril, quien mostró su disconformidad a que
las hermandades anfitrionas llevaran a cabo dos traslados en dos momentos
distintos, porque además estaban preparando para ello “una pompa” que
tenía “más de lujo que de culto religioso”. Puso en conocimiento de todo
ello al Provisor Vicario General, cargo que ejercía el Licenciado D. Diego
García de Lerma Pizarro (Racionero de la Santa Iglesia Catedral).
El 17 de abril el señor
Provisor dictaba un auto, ordenando que se les comunicara a los Hermanos
Mayores de ambas corporaciones (Silencio y Entrada en Jerusalén) y al cura de
San Miguel, que no pusieran obstáculos en la entrega de las imágenes al Hermano
Mayor y cofrades del Gran Poder, que regresarían en procesión hasta San
Lorenzo, sólo con el acompañamiento de la cruz parroquial y sin representación
del clero.
Camino de la Catedral
de Sevilla. Salida extraordinaria, jueves 3.XI.2016
(Fotografía: María Lucía
Gutiérrez Núñez)
A ambas corporaciones
les solicitó mesura y moderación en su celo y cultos a las sagradas imágenes, y
que el culto se realizara dentro de las iglesias, “sin que ni en comunidad ni en particular salgan de sus puertas con motivo
ni pretexto alguno, ni preparen aparatos de exterioridad para la calle y plaza
inmediatas a las nominadas iglesias sin obtener el correspondiente permiso de
la autoridad (…)”; si fuera así tendrían
que dirigir oficios o comunicaciones por escrito al Asistente Intendente de
Policía para su aprobación.
Recordemos que estamos
en una época marcada ya por la herencia intelectual de la Ilustración y el
pensamiento político del Liberalismo, en la que las autoridades civiles y en
menor grado las eclesiásticas veían las manifestaciones de la religiosidad
popular como una herencia de los tiempos del Barroco, espontánea, efusiva y
vitalista, que había ahora que encauzar por senderos más “racionales”. Y como
estas expresiones festivas y religiosas habían generado a lo largo de la
historia diversos conflictos e incidencias, el Estado toma ahora las riendas
para demostrar que, por encima de la Iglesia, tiene que tomar cartas en el
asunto en la medida en que el orden público pueda verse alterado.
Mediante autos emitidos los siguientes 22 y 25
de abril, el Provisor estableció que la vuelta sería por las mismas calles por
las que lo hubiera hecho el día de Semana Santa, prohibiendo además a la Archicofradía
del Santísimo de San Miguel, que fuera en el acompañamiento de vuelta. Además,
se fijaba el momento del traslado de regreso a San Lorenzo, para el martes 29
de abril por la tarde.
Y en efecto en dicho día
se llevó a cabo esta procesión de vuelta, que no estuvo exenta de alguna incidencia,
según se expone en la carta remitida por D. Francisco de Paula Vega, cura de
San Miguel, el siguiente día 30.
Narra como el día
anterior llegó a la Parroquia el Mayordomo de la cofradía del Gran Poder para
recoger a su “sagrada efigie y pasearla
por los tres frentes de la Plaza del Duque, y que parándola en dicha Plaza,
esperase allí hasta tanto que trayendo la sagrada imagen de la Santísima Virgen
del Mayor Dolor que se hallaba en San Antonio Abad, la reuniesen en dicha Plaza
y formar después la procesión hasta San Lorenzo”.
El cura Vega considera
indecoroso y poco reverente “sacar la
imagen de Nuestro Padre Jesús de una iglesia, y presentarla en una plaza
pública, para hacerla esperar más de media hora a que llegase otra imagen para
formar procesión en un paraje puramente profano”.
Pero, temeroso de que se
originasen disensiones y escándalos, aumentados por la murmuración del pueblo
que no comprendía el retraso de la vuelta de las imágenes al templo, el cura
Vega no se opuso al traslado planteado de esta forma. Aunque dispuso como
medida de seguridad que cuando las andas procesionales llegasen a la puerta de
la iglesia de San Miguel, “en el momento
mismo en que se presentaba su Real Cofradía”, se cerrase la entrada al
templo.
Esta medida estaba
encaminada a “que no entrando ni saliendo
ninguna de las personas que pertenecían a dicha Real Cofradía”, los
cofrades no tuviesen ocasión de encontrarse con aquellos que se creían
ofendidos por los planteamientos del cura y así evitar alteraciones del orden
en el interior del templo. Así “tan luego
como salió dicha Sagrada Efigie de la Parroquia, fueron cerradas las puertas de
ella como el mismo objeto”.
Finalmente, el regreso
de las imágenes a la parroquia de San Lorenzo fue celebrado con una función que
costearon las hermandades radicadas en la hoy desaparecida parroquia de San
Miguel [3],
poniendo fin a este curioso episodio de la historia de la hermandad del Gran
Poder del que se tenían ligeras referencias.
-o-o-o-
[1] CARRERO RODRÍGUEZ, Juan: Anales de las cofradías sevillanas. Editorial
Castillejo, Sevilla, 1991. Pág. 361, fecha erróneamente este suceso el anterior
28 de marzo.
[2] ARCHIVO GENERAL DEL ARZOBISPADO DE
SEVILLA, sección III (Justicia), serie Hermandades, legajo 9803, nº 6,
expediente 2.
[3] GARCÍA DE LA CONCHA DELGADO, Federico:
“Pontificia y Real Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús del
Gran Poder y María Santísima del Mayor Dolor y Traspado. Basílica del Gran
Poder. Sevilla”, en Nazarenos de Sevilla,
tomo I. Ediciones Tartessos, Sevilla, 1997. Pág. 337.
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