SEVILLA DESPUÉS DE 1717
De cómo la ciudad siguió dirigiendo el comercio de Indias
JULIO MAYO
en ABC de Sevilla, Viernes 12 de mayo de 2017, pág. 26.
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Hoy hace 300 años que el rey Felipe V ordenó, mediante el
real decreto de 12 de mayo de 1717, el traslado de la Casa de la Contratación y
el Consulado de Comercio desde Sevilla a Cádiz, después de que hubiesen
permanecido en el propio Alcázar y Casa de Lonja –hoy sede del Archivo de
Indias–, durante varios siglos. Queremos aprovechar la oportunidad de esta
efeméride, desgraciadamente conmemorada en Cádiz por algunos entes como el
tricentenario de la victoria sobre una ciudad rival, para aclarar cómo la
mudanza de la Casa de la Contratación y el Consulado, no se correspondió con
una transferencia completa del control comercial de Sevilla, ni la pérdida
absoluta de la posición privilegiada que ocupaba en la estructura general del
comercio occidental y todo el tráfico mundial.
Después de la
conquista de Gibraltar por la misma flota de soldados ingleses que atacó Cádiz
en 1702, el gobierno estaba obligado a resguardar la bahía por la
vulnerabilidad que representaba dejarla desprotegida para el conjunto de
nuestro país. Con este propósito estatal de convertirla en un auténtico centro
militar, al monarca español no le quedaba más remedio que reunir todo el cuerpo
de la Armada en un solo mando con base en Cádiz, bajo la autoridad de un
intendente general de marina. A esta razón de carácter estratégico hay que
sumar la idoneidad que reunía, como puerto de salida y llegada de embarcaciones
de gran tonelaje, tras haber ejercido como antepuerto de Sevilla desde décadas
antes. Fue preciso, por tanto, establecer allí las oficinas de la Casa de la
Contratación y el Consulado de los comerciantes. Una medida que interrumpió el
régimen de monopolio que Sevilla había conservado tanto tiempo en los negocios
coloniales de la Carrera de Indias, y que le sirvió a Cádiz para terminar de arrebatarle
la cabecera en los asuntos de ultramar.
Sin embargo, el
cambio de la sede del Consulado no supuso para Sevilla una pérdida completa,
pues la corona continuó tolerando el sistema de elección de los oficiales que
habían de dirigir el organismo. Además, el decreto de 1717 mantenía a Sevilla
como lugar de celebración de las elecciones de los cónsules del Consulado, pese
a los intentos gaditanos por hacerse con la organización de ellas. De los
treinta electores, veinte correspondían a Sevilla y tan solo diez, a Cádiz. Los
cargos presidenciales que habían de elegirse, denominados prior y primer cónsul,
tenían forzosamente que ser sevillanos. El segundo, gaditano. Sobre esta importante
ventaja sevillana de control institucional se ocupó doña Antonia Heredia
Herrera, en su brillante trabajo de investigación Sevilla y los hombres de comercio.
Por tanto, el
aparato administrativo permaneció en Cádiz, sí, pero el control comercial no lo
dejó escapar Sevilla, aunque la flota arribase y partiese de allí. Ya ocurría
así desde los años finales del siglo XVI, cuando las embarcaciones de gran
porte no salían de la Torre del Oro, cargadas. En nuestro libro Una nao de oro para Consolación de Utrera,
Salvador Hernández, y este que suscribe, documentamos cómo se cumplimentaba el
trámite administrativo aquí, en la Casa de la Contratación, y las naves partían
de Sanlúcar de Barrameda, El Puerto de Santa María o Cádiz. La tripulación, con
los expedicionarios y el cargamento viajaba por una ruta terrestre, alternativa
al río, similar a la que recorrían los soldados por la vereda de la Armada. La
principal conclusión del profesor de la universidad de Texas, Allan James
Kuethe, es que «el gremio mercantil había quedado en manos sevillanas», según el estudio
que realizó sobre la traslación del Consulado, publicado por la Escuela de
Estudios Hispano-Americanos, en el que se propone aportar nuevas perspectivas
relacionadas con este asunto de las relaciones entre Sevilla y Cádiz, y de cuyo
tema ya vaticinó el sabio historiador francés Pierre Chaunu, ser el más
complicado del entramado de la Carrera de Indias.
Protesta de Sevilla
Los comerciantes sevillanos atribuyeron la marcha del
Consulado a causas relacionadas con el soborno corrupto de algunos comerciantes
establecidos en Cádiz. En
aquel momento, el máximo representante del Consulado era un sevillano, el
Marqués de Tous, terrateniente cosechero de vinos y aceite, así como Alguacil
mayor del consistorio hispalense, que luchó por volver a traerse la sede de
ambas entidades junto a la Giralda. El ayuntamiento de Sevilla ejerció una gran
influencia y presentó al gobierno estudios técnicos sobre la navegabilidad del Guadalquivir,
como las prácticas verificadas por el almirante López Pintado que fue enviado a
Madrid en 1720. Finalmente, todas estas reclamaciones produjeron resultados.
Entre los meses de octubre y diciembre del año 1722, se celebraron unas juntas
en la casa madrileña del ministro Mirabal, natural de Jerez de la Frontera, que
miraba con simpatías la causa sevillana, con el objeto de reconsiderar los
errores del traslado a Cádiz.
El 21 de
septiembre de 1725, se publicaba un real decreto que establecía el retorno del
Consulado y la Casa de la Contratación a Sevilla, suprimía la Aduana de
Cádiz y restituía a nuestra ciudad la Tabla de Indias. En una conferencia
pronunciada, en Madrid, por Vicente Romero sobre toda esta polémica expresó que
«el edificio de la Aduana de Cádiz era arrendado, y muy pequeño, sin que
tuviese posibilidad de almacenar ni recoger géneros», lo que suponía a ojos de
los sevillanos un gran fraude a Hacienda. En Sevilla se celebró la noticia con regocijo y, durante
tres noches seguidas, se encendieron luminarias en la Casa de Lonja, sufragada
con los caudales del propio Consulado. El gasto se dispuso desde Sevilla y el
dinero tuvo que enviarse vía Cádiz.
En el Archivo General
de Indias, hemos comprobado mediante los Libros de Consulados, cómo los
acuerdos adoptados por la mayoría de los diputados de Sevilla tenían luego que cumplirse
en el litoral. Pero la vuelta a Sevilla del Consulado y la Casa la suspendió el
gobierno y no llegó a materializarse. Durante la espera, Cádiz respondió a los
dictámenes con un memorial elaborado por Francisco Manuel de Herrera, continuando
el debate entre ambas ciudades hasta bien adentrado 1726, año en el que
volvieron a establecer las dos un nuevo compromiso. Era tanta la fuerza de
Sevilla que, a partir de 1729, consiguió que se prohibiese la participación en las
transacciones, de comerciantes extranjeros y hasta de sus hijos, como bien
explican los profesores Antonio García-Baquero y nuestro admirado Antonio
Miguel Bernal.
El conflicto se
prolongó durante un cuarto de siglo, y ello ha de atribuirse, en palabras del
historiador Luis Navarro, «a la enorme presión que el Consulado y Ayuntamiento sevillanos eran capaces
de ejercer sobre los poderes centrales de la Monarquía». Con este
análisis, queremos desmitificar el escaso poder de control y reducido mercado que
algunos estudiosos le adjudican a aquella Sevilla, de la primera mitad del
siglo XVIII, cuya competencia comercial con Cádiz perduró encendida hasta
después del año 1744. Solo basta admirar edificios imponentes construidos entonces,
como el de la fábrica de tabacos, de la que curiosamente dependía su homónima
gaditana, para entender que, tras 1717, no se desintegró tan pronto Sevilla.
JULIO MAYO,
HISTORIADOR
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