J. Mayo: Un litigio de orden de 1766. Pilas y Villamanrique mantuvieron un enconado pleito en los tribunales eclesiásticos de Sevilla
UN LITIGIO DE ORDEN DE 1766
JULIO MAYO
ABC de Sevilla. Viernes 2 de junio, pp. 39-40.
Pilas y Villamanrique mantuvieron un enconado
pleito en los tribunales eclesiásticos de Sevilla
A cuenta del lugar preeminente que deseaban
ostentar en la procesión, las filiales de Pilas y Villamanrique mantuvieron un enconado
pleito en los tribunales eclesiásticos de Sevilla, superada ya la segunda mitad
del siglo XVIII, cuando la romería comenzó a experimentar cierto apogeo. En
1766, la de Pilas acudió al Arzobispado para obtener la aprobación de sus
Reglas, conforme a los dictámenes establecidos por la autoridad religiosa. El
expediente, que se conserva en la sección de Justicia del archivo diocesano
precisa que el pileño, Juan Muñoz de Suarte, fue quien realizó la tramitación
burocrática, en representación de la Hermandad de Nuestra Señora del Rosío, que
se hallaba establecida en la parroquia de Santa María la mayor de la localidad
sevillana.
Pilas aspiraba a ocupar el primer puesto de las filiales porque Villamanrique
no cumplía con los requisitos canónicos exigidos, pues sus Reglas no estaban ratificadas
por el ordinario eclesiástico sevillano. Denunciaron los pileños que la de Villamanrique
no se hallaba constituida dentro de la diócesis e infringía las normas de forma
flagrante. «Es cosa sabida –expresa el litigio– que la
dicha villa de Villamanrique es sujeta en lo eclesiástico al Priorato de León».
Desde el surgimiento de la población, en el siglo XVI, perteneció a la orden
militar de San Marcos de León, cuyo obispo-prior era de la orden de Santiago, con
sede en Llerena (Badajoz), hasta que en julio de 1873 quedó disuelta.
Aquella
irregularidad se solapó muchos años gracias al favor de la hermandad de
Almonte, cuyos dirigentes consintieron la participación pese a estar
incardinada en otra jurisdicción. El proceso incluye la réplica de
Villamanrique, que alegó ser la primera que recibía las andas de la Virgen, al
salir, después de la de Almonte, además de ser la última en devolvérselas a los
almonteños, antes de entrar.
El Simpecado de Pilas por el Real del Rocío.
Pero el
7 de marzo de 1766, el gobernador eclesiástico don José de Aguilar y Cueto, que
tanto luchó porque las hermandades legalizaran sus reglamentos, envió una
petición a la hermandad de Almonte, en nombre de la cofradía de Pilas, anunciándole que la reestableciesen al mismo lugar
que poseía en la procesión de Pentecostés, porque «se han hecho autos sobre
aprobación de la Regla, que por no haberse descubierto la antigua firmaron para
régimen y gobierno, la que por mí ha sido aprobada».
Sin embargo, Pilas temía que Almonte continuase favoreciendo a la otra filial litigante e incumpliese esta orden. Puntualiza la demanda que la de Almonte, «unida con la congregación de la de Villamanrique, quiere darle a esta preferencia en la iglesia y procesión que se ha de celebrar en dicho día, por motivos particulares que tienen entre sí».
Sin embargo, Pilas temía que Almonte continuase favoreciendo a la otra filial litigante e incumpliese esta orden. Puntualiza la demanda que la de Almonte, «unida con la congregación de la de Villamanrique, quiere darle a esta preferencia en la iglesia y procesión que se ha de celebrar en dicho día, por motivos particulares que tienen entre sí».
La
referencia más antigua que poseíamos relativa al orden nominal de las filiales,
nos lo había proporcionado la Regla Directiva de la ilustre hermandad de
Almonte, fechadas el 7 de agosto de 1758. El capítulo sexto, que trata sobre
las hermandades de otros pueblos, enumera «las de Villamanrique, Pilas, La Palma y Rota,
y en las ciudades de Moguer, Sanlúcar de Barrameda y el Gran Puerto de Santa
María, cuyas siete Hermandades concurran anualmente, con la de esta villa [de
Almonte] el día de la Fiesta».
Y añade curiosamente: «que la que faltare, con su asistencia un año, y no hisiere constar con justificación a las demás, el justo motivo que se lo impida, haya de perder su antigüedad, y se ponga después de la última, y más moderna Hermandad».
Y añade curiosamente: «que la que faltare, con su asistencia un año, y no hisiere constar con justificación a las demás, el justo motivo que se lo impida, haya de perder su antigüedad, y se ponga después de la última, y más moderna Hermandad».
En las
primeras décadas del siglo XVIII, tuvo que faltar alguna a la procesión
sin justificación convincente, viéndose obligada la almonteña a establecer un
acuerdo entre todas, recalca el auto, «por el que pierde la
antigüedad la hermandad que faltare dos años. Firmado en la Ermita de Ntra.
Sra. de las Rocinas, el 4 de junio de 1724», con las firmas de Sanlúcar de Barrameda,
Villamanrique, Pilas, La Palma y Moguer.
El contencioso revela que la más
antigua de todas era la de Sanlúcar de Barrameda y que esta perdió su
sitio, entre 1724 y 1758, a causa de algún inconveniente importante que desconocemos.
Tras faltar más de dos años, la sanluqueña quedó relegada al final de todas,
razón por la que figura posicionada en el sexto lugar, en las Reglas de 1758,
antes del Puerto de Santa María, que igualmente pudo no haber asistido algún
tiempo.
En el procedimiento se recrea parte del programa festivo que se seguía en
la procesión de Pentecostés, fuera de la liturgia. La Señora salía de la ermita
de manos de capellán, y este entregaba el paso a la hermandad matriz para, a su
vez, cedérselo a la filial primera. Por orden de antigüedad iba cada una
cumpliendo con el relevo «disparando primero los fuegos, recibiendo en sus hombros la
Virgen Santísima antes y bailando danzas». Al regreso, la más
antigua le cedía el paso a la de Almonte, cuyos cofrades introducían la imagen
dentro de la iglesia con la danza de rigor.
JULIO MAYO, HISTORIADOR
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