LA VIRGEN DE LOS
REYES Y SU
DESAPARECIDA FERIA
DEL 15 DE AGOSTO
TRIBUNA
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JULIO MAYO
en ABC de Sevilla, martes 15 de agosto de 2017, pág. 18.
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“ No pasa inadvertido
el afán del Cabildo de la Catedral
por preservar la imagen de ese halo especial de majestad
que históricamente la vinculó a la monarquía
Durante buena parte
de los siglos XV y XVI, se celebraba todos los años una feria el 15 de agosto, más los
ocho días de la octava de la festividad de la Asunción de Nuestra Señora, advocación
titular de la catedral. Este importante evento litúrgico lo conmemoraba la Iglesia
hispalense con la procesión de la santísima Virgen de los Reyes, a la que
concurría muchísima gente debido a la fama milagrosa que la imagen había
adquirido. Se suscitó la feria allá por el año 1434. Mientras se construía la
actual Capilla Real, la hoy patrona fue ubicada de modo provisional en una
dependencia, establecida entre las naves del lagarto y los conquistadores, a la
altura de «la antigua Mezquita, en el salón de
la Librería», que daba al patio de los naranjos.
Lo cuenta así José Maldonado Dávila, en su Discurso histórico sobre dicha
capilla, impreso en 1672. La puerta de su altar transitorio, permanecía abierta
todos los días de la octava y durante las horas de la noche, que era cuando se
velaba a la sagrada efigie con música, bailes y danzas por todo el perímetro
del corral. Los puestos feriales eran instalados dentro del patio y fuera del entorno
catedralicio (en el sector de la calle Alemanes), junto a las casas que
entonces se hallaban adheridas al propio templo. Los géneros que se comercializaban eran de
primer nivel, pues Sevilla representaba, en aquellos momentos de
esplendor americano, el centro económico, cultural y religioso del imperio
español, en detrimento de Toledo, y su Iglesia era madre en la gestación de
otras fundadas en el Nuevo Mundo.
La procesión de Nuestra
Señora de los Reyes del 15 de agosto ya salía y entraba en aquel tiempo por la
Puerta de Palos. Rodeaba todo el templo por debajo de las gradas hasta
atravesar el arquillo de San Miguel. Cruzaba la plaza de la Lonja (Archivo de
Indias), llegaba a la entonces denominada plaza del Arzobispo (hoy del Triunfo)
e ingresaba por la de Palos. Entonces, las andas eran portadas por los
capellanes reales, ataviados con capas blancas. Delante de la imagen,
custodiándola, iban cuatro guardias reales. También figuraban en la procesión
todas las dignidades de la catedral, así como el preste que debía decir la misa
mayor. Al entrar, la imagen era conducida hasta la Capilla Mayor, donde
presidía la función que se celebraba con gran solemnidad y música, hasta que,
por la tarde, era llevada a su Capilla por los capellanes. En otras ocasiones
extraordinarias, en las que fue sacada para la imploración de remedios, había
veces en las que la imagen adoptaba otro itinerario más corto. Salía por la
Puerta de Palos y entraba por la del Nacimiento.
En su
emplazamiento provisional, la Virgen de los Reyes lució vestidos propios de la
corte, como las prendas regaladas por la reina Isabel la Católica, bordadas por
ella misma, a tenor del estudio de Teresa Laguna sobre la visita dispensada por
los monarcas católicos en el año 1500. Aquella ubicación, tan próxima a un
espacio abierto, en la que también se guardaron sus
ricos enseres, sarcófagos y simulacros reales, acercó la imagen aún más al
contacto con el pueblo. Un modo también de poder acrecentar la popularidad del
rey Fernando III, hermanado a esta Virgen desde tiempo inmemorial. No cabe duda
de que la de los Reyes, llegó a convertir la catedral en un importantísimo
centro de peregrinación anual.
Aquellas peregrinaciones poseían un origen muy
remoto. Distintos Papas se distinguieron por conceder indulgencias a quienes
participasen en las fiestas de la Virgen del 15 de agosto, como la otorgada por
el Sumo Pontífice, Alejandro IV, el año 1259, después de que la cristiandad
hubiese ganado otra nueva plaza para el orbe católico. En el siglo XVI, venían
en romería muchísimos fieles desde distintos lugares del antiguo reino de
Sevilla. Quedó testimoniado en reglas de hermandades, como la de Vera Cruz de
Villafranca de la Marisma, fechada en 1566, en la que se recoge expresamente
que sus cofrades iban andando a Sevilla para asistir a la fiesta. Tan masiva
era la afluencia, que el ayuntamiento sevillano solía requerir a los consistorios
de Alcalá de Guadaira, Dos Hermanas y Utrera, para que sus panaderos trajesen a
la capital raciones dobles de pan para aquel día tan señalado.
Pero el
traslado de la Virgen a la Capilla Real que se labró en el interior de la
catedral, verificado en 1579 por resolución del rey Felipe II, causó
importantes cambios en el culto popular que la imagen había recibido mientras
fue venerada en la dependencia del patio de los naranjos, durante más de un
siglo. Como la gente asociaba los milagros de la Virgen de los Reyes por la
mediación del rey Fernando III, a quien el pueblo veneraba como un santo, la
capilla estaba colmada de ofrendas. Pero, a raíz del traslado, todos aquellos
exvotos «se
perdieron –recoge el mismo impreso de Maldonado (1672)– porque un capellán
mayor no quiso que la nueva Capilla Real embarazase su adorno, cubriendo sus
paredes con los cuadros y ofrendas, ni se ha consentido hasta ahora y se ha
culpado mucho a los capellanes reales que no formasen Libro particular de los
Milagros».
La retirada
de la Virgen de los Reyes del atrio, también incidió en la decadencia de la
feria. El cabildo eclesiástico, no permitió que se montase en años sucesivos
dentro de aquel enclave. Al no existir ningún tipo de acceso hacia el
interior del templo, no podía velarse. Para ello, era preciso tenerlo
abierto toda la noche y, ante este inconveniente, los canónigos determinaron extinguir
la celebración ferial los días de la festividad. Muchas expresiones propias de
la religiosidad popular que, con el tiempo, habían ido suscitándose en torno a
la Virgen, fueron mandadas depurar por el entonces arzobispo, don Cristóbal de
Rojas, acorde a las exigencias que marcó el Concilio de Trento. Con aquella
medida, los canónicos apartaron a la imagen de un fervor similar al que
recibían otras devociones sevillanas.
Pero tales restricciones no lograron, sin embargo, apagar la
incandescente llama devocional ni hacer desaparecer las arraigadas peregrinaciones.
En las primeras décadas del siglo XX, sobrevivía la llegada de romeros desde
los pueblos más cercanos y algún resquicio de la feria a las afueras del
templo, según refiere el sacerdote e historiador, don Manuel Serrano Ortega, en
su «Homenaje de Sevilla a la Virgen de los Reyes» (1910).
No pasa inadvertido
el afán del Cabildo de la catedral por preservar a la imagen de ese halo especial
de majestad que, históricamente, la ha vinculado tanto con la monarquía, como
evidencia su título devocional dedicado a los Reyes. Ello terminó por definir
la rendición de un culto algo más litúrgico que festivo, cuya peculiaridad aún
pervive tal como puede apreciarse en la forma de procesionar por la calle. Recordemos
que esta imagen mariana, según la leyenda, es regalada a la Iglesia de Sevilla
por el rey Fernando III, en agradecimiento del triunfo en las armas obtenido en
esta ciudad. Ella lo había hecho todo, la victoria era de la Virgen.
Así se
entiende que, cuando el Vaticano declaró al rey Fernando III como santo, se
relacionasen los milagros atribuidos al emblemático representante regio con la
intermediación de la Virgen de los Reyes. Esta advocación singular, que ha
estado presente desde la incorporación de Sevilla a la corona de Castilla, hoy
continúa manteniendo intacto su reinado matriarcal. Gracias a esta tradición
religiosa de tantos siglos, iniciada mucho antes de que los Reyes Católicos
forjaran la unidad de la nación, han encontrado todos los reyes de España la
maternal protección de su Reina aquí, en la catedral de Sevilla.
JULIO MAYO, HISTORIADOR
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