Santa Ana, también madre de los gitanos de Triana
Los gitanos de Triana acabaron integrando a Santa Ana en su propio
devocionario
Julio Mayo
en ABC de Sevilla, 27/07/2017, pág. 24.
Julio Mayo
en ABC de Sevilla, 27/07/2017, pág. 24.
«Y
lo que más admira es que habiendo en este barrio gran
número de gitanos, especie de gente que se nota de poco aplicada
a lo espiritual, se observó también que muchos confesaron generalmente y se
distinguieron en las penitencias, e hicieron restituciones». Esto resalta la
crónica manuscrita, consultada en la Biblioteca Nacional de España,
de la misión dirigida en Triana por el célebre predicador jesuita Pedro
de Calatayud en
la primavera de 1757. El barrio contaba entonces con una importante población
gitana que se hallaba integrada, ya plenamente, en su vida social, pero lo que
le llamó poderosamente la atención al predicador fue el gran número de miembros
de la raza calé que participaron en los ejercicios espirituales.
Curiosamente,
la imagen de Santa Ana conservaba todavía su tez «renegría», en la segunda
mitad del siglo XVIII. Una invocación de los «Ejercicios devotos», mandados a imprimir en 1763
por el superintendente, José Martínez Elizalde, repara que sobre su rostro:
«... se derrama, entre el aire de la majestad, un color moreno y hermoso».
Inevitablemente, los gitanos de Triana acabaron integrando a Santa Ana en su
propio devocionario, entre otras razones también, por la similitud con su
semblante. Y lo que sorprende es que la cara de la santa no se hubiese adaptado
pronto a las exigencias estéticas del barroco, como sucedió en el caso de
Consolación de Utrera -venerada también por gitanos-, sobre la que Rodrigo Caro
cuenta que cambió su tez a inicios del siglo XVII.
Composición de Santa Ana, la Virgen y la crónica de la misión de 1757
“Orígenes de la actual fiesta”
La velada comenzó muchos siglos
atrás como una antigua romería a la que concurrían peregrinos, según refiere
Justino Matute en su «Aparato».
La trianera imagen de Santa Ana adquirió
fama de milagrosa, desde que ayudara a Fernando III a consumar la reconquista y
librase al rey Alfonso X el Sabio de una ceguera, cuentan las leyendas. Con el
paso de los siglos, el patronazgo de la imagen evolucionó. De protectora bélica
en sus orígenes medievales, pasó a distinguirse como preservadora de naves y
embarcaciones, adquiriendo así un manifiesto carácter americanista.
Justino Matute refiere en su «Aparato para escribir la historia
de Triana (1818)» que la velada comenzó muchos siglos atrás como una
antigua romería a la que concurrían peregrinos. En la víspera de la festividad
litúrgica de Santa Ana, que es la de Santiago Apóstol (también protector de los
reconquistadores cristianos), se iluminaban la torre y azoteas de la parroquia
trianera, desde donde se lanzaban fuegos artificiales. En los siglos XVI y
XVII, salía una procesión desde el hospital hasta la parroquial de Santa Ana,
organizada por la cofradía de la santa (estaciones a Santa Ana recordadas por
el Abad Gordillo), cuya corporación terminó languideciendo con el paso del
tiempo.
Eran días de mucho bullicio. No cabe duda de que esta idiosincrasia
festiva que históricamente ha caracterizado tanto a Triana, debe mucho más a
los gitanos establecidos en ella desde la irrupción de la Carrera de Indias en
el siglo XVI, que a los castellanos que vinieron a poblarla en el XIII.
La autoridad eclesiástica trató
siempre de supervisar el jolgorio dentro de la collación. Atendamos a una
disposición de control, aunque corresponda a una modalidad de velada distinta.
En 1715, el vicario general del arzobispado, don Pedro Román Meléndez, tenía noticias del abuso «… de
las que llaman Beladas o Belatorio (sic), concurriendo en la casa de los
difuntos muchas mujeres y hombres de todos estados a bailes y fiestas de que se
siguen muchas ofensas a Dios Nuestro Señor». Para corregirlo, ordenó a los
curas del barrio se asegurasen, con ayuda de la justicia, de que «las personas
que se queden a velar los difuntos (sic) sean tales que quien se pueda presumir
le encomendarán a Dios y consolarán las personas de la tal casa, y
contraviniéndose a esto darán cuenta a vuestra Ilustrísima para aplicar más
eficaz remedio».
“Quejas y abuso de la fiesta”
El gobierno ilustrado de Carlos
III aprobó una real orden que prohibía las veladas en las iglesias durante las
vísperas de las fiestas como la de Santa Ana.
Algunas restricciones promovidas por la Iglesia contra los excesos nocturnos de las veladas, como la dictada
en 1742, no alcanzaron demasiado éxito porque continuaron festejándose. Durante
el último tercio de aquel siglo, volvió a estrecharse la legislación. En el
Archivo Histórico Nacional se conserva la queja elevada a Madrid por el
provisor del arzobispado hispalense sobre este tipo de reuniones. En el año
1778, el gobierno ilustrado de Carlos III aprobó una real orden que prohibía
que «en las noches vísperas de los santos, que en las iglesias se celebraban
como titulares, hubiese veladas inmediatas a dichas iglesias y que estas
estuviesen cerradas a la oración, sin permitir se hiciesen a
ellas paseos, ni otros estímulos de prevaricación y escándalo».
Esta medida represora fracasó con el tiempo, pues a la vuelta de unos
años se reanudó. Es llamativo que en Sevilla no haya sobrevivido a los
tiempos ninguna otra velada, más que esta de Triana, por lo que
adquiere mucho peso la contribución del pueblo gitano, al convertirse en un
evento festivo que ha servido como herramienta de cohesión social dentro del
barrio.
En padrones y partidas de nacimiento, matrimonio y defunción del
archivo parroquial de Santa Ana, hemos verificado el lógico predominio de las Anas entre las trianeras, abundando
también como acreedoras del nombre muchas niñas nacidas en el seno de familias
gitanas.
No fue muy frecuente que la imagen titular de un
templo parroquial constituyese un reclamo atractivo de veneración popular entre
los fieles de una feligresía. Sin embargo, ocurrió en Triana con Santa Ana,
cuyo poderoso atributo milagroso atrajo también la devoción de las familias
gitanas, asentadas en las calles más céntricas del barrio, en ese esfuerzo de
sociabilización que realizaron.
Una prueba evidente de la participación activa del colectivo étnico en
las prácticas de piedad cristiana, con el consentimiento expreso de la
autoridad eclesiástica, fue la organización de la hermandad penitencial de los
Gitanos, fundada en el hospital del Sancti Spiritus de esta collación que
estudiamos, en 1758. Y porque los gitanos están en la
síntesis cultural de Triana, la convivencia de estos con el resto de
los vecinos y la peculiar forma de concebir la gitanería, e interpretar, la
piedad popular, así como el modo de vivir y sentir la fiesta -a través también
del fervor a Santa Ana-, ha resultado trascendental en la construcción de la
personalidad de Triana.
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Comentarios
Un abrazo .
Guillermo