http://www.abc.es/cultura/20130104/abci-jorge-juan-espia-marino-201301021835.html
Jesús García Calero, Madrid 5 de enero de 2013.
El sabio español importó en secreto el sistema de construcción naval inglés, mejorándolo, y fue diplomático y agente para tres Monarcas. Pero cayó en desgracia por las intrigas
Lámina 1.-
Cada vez que uno piensa
en Jorge Juan y Santacilia (1713-1773) no sabe si
debe preferir a uno de los grandes militares de nuestra historia, que hizo
posible el milagro naval español con los primeros Borbones. Su poderoso proyecto de flota habría evitado
seguramente la derrota de España en Trafalgar, si él no hubiera
caído en desgracia por intrigas cortesanas. O puede uno decantarse por admirar
al “sabio español”
-tal y como se le conocía en toda Europa por ser uno de los científicos más
reputados del siglo de las Luces- sin cuyas observaciones el sistema métrico decimal no sería como
lo conocemos hoy ni tendríamos el exacto conocimiento de la
forma de la tierra.
Como James Bond
¿Cuántas vidas caben
dentro de una vida? Porque también resulta apasionante reconocer en Jorge Juan a un James Bond al servicio de
Su Majestad Española, un hombre capaz de revelar importantes
secretos del enemigo, espiar
y minar sus astilleros provocando una fuga de cerebros y manos
expertas y, por supuesto, un caballero que supo enaltecer -mezcladas, no
agitadas- las armas y las letras de su Rey en las mejores Academias de Ciencias
de Europa, la francesa, la Royal
Society británica o la Academia berlinesa.
Todos ellos, y
algunos más, son el verdadero Jorge Juan, un ilustrado que mañana, 5 de enero, cumpliría 300 años. El Museo Naval -donde se
conservan su cuadrante y maquetas de sus construcciones- ha realizado estos
días talleres infantiles sobre su figura
con gran éxito. Jorge Juan nació en Novelda de la unión de dos familias
ilustres: la de su padre, Bernardo Juan, que descendía de los condes de
Peñalba, y la de su madre, Violante Santacilia, procedente de una hacendada
familia ilicitana. Ambos se habían casado tras enviudar, en segundas nupcias.
A los 3 años, Jorge queda
huérfano de padre, estudia con los jesuitas alicantinos y luego en Zaragoza. A
los 12 años se le somete al meticuloso estudio de limpieza de sangre necesario para ingresar
en la Orden de Malta, apoyado por su tío paterno Cipriano,
caballero de esa orden. Profesa en Malta y recibe con 14 años su primer título:
Comendador de Aliaga en Aragón. En Malta también debió “correr carabanas”,
persiguiendo a los cárabos o galeotes moros, lo cual pudo ser el inicio de su
vocación marinera. A los 16 regresa y pide el ingreso en la Real Compañía de Guardias Marinas.
Reserva de conocimiento
Y allí todo cambia.
Felipe V había creado en esa escuela gaditana un verdadero centro de
conocimiento, una reserva ilustrada donde se enseñaban los más modernos
estudios de aquella hirviente época, sin descuidar las bellas artes. Un joven con
el talento de Jorge Juan aprendió allí a amar
la ciencia, cuando España era aún un país de grandes atrasos
que desconfiaba del progreso, con el acecho siempre temible de la Inquisición,
agitada por un infame casticismo que atacaba cualquier avance procedente del
extranjero.
Jorge
Juan se asomó al universo a través del novedoso prisma de Newton y las explicaciones científicas de la
mecánica celeste. Se graduó con 21 años, después de navegar tres años y
participar en las campañas de Orán y en la escuadra que acompañó al futuro Carlos III para asumir el Trono de Nápoles.
Entre sus maestros en el arte de navegar tuvo al bravo Blas de Lezo, defensor de Cartagena de Indias en
desigual combate contra una gran escuadra inglesa.
(2).- Lámina 2.- Retrato de Jorge Juan (Museo Naval)
Empieza la acción
Entonces, en 1734, Felipe
V recibe la solicitud de su primo Luis XV para que se permita a los inquietos
académicos franceses viajar a Quito
con el fin de medir un arco de Meridiano bajo el Ecuador y así
obtener el valor de un grado terrestre. La empresa era vital por aquel
entonces, puesto que, dominada la Latitud, fallaban los cálculos de Longitud, lo cual
impedía una precisión científica tanto en la derrota de los barcos como en la
cartografía. Jorge Juan iba a jugar un papel vital en la solución. Felipe V quiere facilitar la misión científica
francesa pero siempre que las luces del siglo iluminasen también a la ciencia
española. Por ello ordenó el 20 de agosto que dos de sus más hábiles oficiales acompañasen a los académicos
franceses. Quería dos personas “en quienes concurrieran no sólo las condiciones
de buena educación, indispensables para conservar amistosa y recíproca
correspondencia con los académicos franceses, sino la instrucción necesaria
para poder ejecutar todas las observaciones”. El Monarca animaba a competir
para que estos enviados
realizasen sus propios cálculos “con entera independencia de
los que hicieran los extranjeros”.
Dicho y hecho. Pero en
lugar de elegir a dos oficiales,
la Marina puso al servicio de esta empresa a dos pimpollos, dos
guardiamarinas, de 19 (Antonio de Ulloa) y 21 años (Jorge Juan). Ambos
protagonizaron aquel viaje
que cambiaría sus vidas y les uniría con una amistad
indestructible.
Lámina 3. ABC.- Mediciones del Meridiano cerca de Quito
Las misiones secretas para Felipe V
No tenían graduación
militar así que hubo que ascenderles a tenientes de navío. Jorge Juan se
encargaría de la astronomía y la matemática, mientras que Ulloa sería el
naturalista. Y además del objetivo científico del Meridiano, Su Majestad les
encargó algunas otras misiones (históricas, descriptivas, cartográficas,
botánicas y mineralógicas). Sin embargo, los
dos cometidos más importantes eran secretos.
Lo que Felipe V
quería era conocer de primera mano el estado real de sus pueblos de ultramar,
la situación política y social que administraban sus enviados. Por otro lado
quería tener bien vigilados a los académicos franceses para impedir que
llevasen a París informaciones vitales que no debían caer en manos del Gobierno
de París. En ambas cosas, Ulloa
y Juan se emplearon a fondo con una liberalidad y madurez
sorprendentes.
La dureza de la misión
La misión partió de Cádiz en 1735, y
en ella viajaba, además, el marqués de Villagarcía, nuevo virrey del Perú. Les
esperaban 9 años durísimos. Viajaron a Quito
para realizar triangulaciones kilométricas que extendieron
hasta Cuenca, la ciudad situada a casi 400 kilómetros al sur, y cuyos vértices
frecuentemente se situaban en la cima de montañas que alcanzan los 5.000
metros.
Es difícil
imaginar la complicación que el clima, la orografía y diversas vicisitudes
supusieron para aquellos hombres. Divididos
en dos grupos y conocidos por “los caballeros del punto fijo”,
tuvieron incluso que abandonar sus trabajos en tres ocasiones y desplazarse a
Guayaquil para solucionar cuestiones urgentes relativas a la defensa y
fortificación de las costas y plazas del virreinato, entonces hostigado de continuo por el almirante
inglés Anson.
Héroe contra la Inquisición y la tiranía
Es una maravilla asomarse
hoy a los libros que escribieron. En el de Astronomía, Jorge Juan tuvo que
enfrentarse al desagrado inquisitorial
que desconfiaba de Copérnico y Galileo -no digamos de Newton- a
esas alturas. Y lo hace con mucha inteligencia, demostrando que los avances
científicos han permitido, entre otras cosas, la navegación y por tanto la evangelización de América,
y que en Roma los prelados más cultivados -cita ejemplos con autoridad- han
aceptado por entonces lo que la matemática demuestra y los necios inquisidores
tildan aún de contrario a las Escrituras.
Hubo más libros, pero el
más llamativo es el informe secreto sobre la administración
americana. Emparentando con la visión de Bartolomé de las Casas, Jorge Juan constata sin piedad los abusos
de encomenderos, corregidores, curas corruptos y gobernantes
que hacen la vista gorda: “La tiranía que padecen los Indios nace de la
insaciable hambre de riquezas que llevan a las Indias a los que van á
gobernarlos”, dice Jorge Juan en una de sus frases más templadas.
El espía competente
¿Cómo logró tanta
información? Supo escuchar y presionar a las personas adecuadas con datos,
relacionarlos entre sí para extraer conclusiones
rápidas y certeras, tanto sobre los abusos como sobre las violaciones de las
leyes y el contrabando, aportando vías de solución. Con su
informe, el Rey iba a tener buena cuenta de los desmanes en las extensas y
lejanas provincias donde apenas llegaba comunicación oficial alguna que
permitiera poner coto a los tributos injustos y cumplir la observancia de la
ley, mientras las potencias extranjeras pugnaban por romper el monopolio
comercial. Tiempo después los
espías ingleses publicarán estos escritos en la pérfida Albión (también
en español, para la propaganda), no como ejemplo de severa autocrítica sino
como confirmación de la leyenda
negra que han agitado interesadamente durante toda nuestra
historia.
El 5 de enero se cumple el tercer centenario de su nacimiento
A su regreso,
Jorge Juan constata que, muerto
Felipe V, a nadie le interesan sus misiones, mediciones o publicaciones.
De hecho, los avispados académicos franceses apenas mencionaron la aportación
española que fue vital para
la instauración del valor del metro y el sistema métrico, que
no podría haber nacido sin la ayuda de esa misión compartida (la
"grandeur" se llevó una vez más toda la gloria). Además también aclaró
con exactitud cuál era el meridiano que cimentaba el Tratado de Tordesillas
que tantos conflictos había traído entre Portugal y España por la imprecisión
de los cálculos.
El momento clave de una vida
En el trayecto de vuelta
de este viaje se produce tal vez el
momento de mayor lucidez de Jorge Juan. El acecho con peligro
real de los corsarios a los barcos franceses y el apresamiento de la nave que
traía a Ulloa, la “Deliverance”, hizo pensar y mucho al joven marino. Había
visto una sociedad en descomposición en América, había reflexionado sobre la
necesidad de fortalecer el imperio de la ley. Había visto la debilidad de los
buques de factura francesa frente a los ingleses,
más maniobrables y veloces. Había sufrido los ataques de Anson en las lejanas
costas. Vio claramente que los dominios en América serían
insostenibles con una creciente supremacía naval inglesa. ¿Qué hacer?
A su llegada a
España -antes le nombraron en París miembro correspondiente de la “Academie”-,
la muerte de Felipe V le hundió en un mar de dudas. Pero el destino le tenía guardado el encuentro
más relevante de su vida. Con el marqués de la Ensenada, alguien
con las mismas preocupaciones y con quien daría un vuelco a la política naval.
Espía a Londres, en misión imposible
No todos los campos de
batalla de la Historia de España fueron a cañonazos ni cuerpo a cuerpo. En 1748 una batalla decisiva, quizá la más
importante, era de inteligencia. A través del marqués de la
Ensenada, Jorge Juan hace llegar sus informes secretos al Rey, y Fernando VI
los estudia con interés. Ensenada comprende todas las carencias de los viajes
de Juan y Ulloa (que fue liberado con honores, como miembro de la Royal
Society, tras demostrar el valor científico de su misión) y decide publicar todas sus obras.
Pero a Jorge Juan le reserva una misión
imposible. Le envía a Londres, camuflado con el nombre de Mr. Josues, para importar
los avances de construcción
naval de los astilleros del Támesis y lograr expertos que
quisieran hacer escuela en España. También le pide un montón de informaciones
prácticas y tecnológicas que el embajador de entonces, poco hábil en asuntos
secretos, llevaba años tratando de recabar. A Jorge Juan le bastó una semana para asomarse a los
Astilleros y relatar lo que estaban construyendo. Allí, por
cierto, conoce caballerosamente y comparte mesa y mantel con el almirante Anson
y el ministro Redford, que poco tiempo después mandará a la policía darle caza
por espía.
Sus envíos de información
en cartas cifradas fueron
tan numerosos, eficientes y enjundiosos que convencieron aún más a Ensenada de
la necesidad de cambiar de política y centrar el esfuerzo en construir una
flota poderosa y moderna. Jorge Juan intuyó, como él, que tarde o temprano se dirimiría contra la
flota inglesa la supremacía de los mares y que sin un cambio en
la Armada no habría América. Por ello se centró en recabar la más exacta
información sobre la construcción naval, la división moderna de trabajo
cualificado de los astilleros, copias pieza a pieza de diseños de barcos,
investigaciones sobre el lacre, las primeras aplicaciones de máquinas de vapor
para limpiar puertos y otros usos preindustriales. También informó de planes concretos de los ingleses para
atacar América.
A punto de ser atrapado
Ensenada y Juan sabían
que el sistema de construcción de los barcos españoles, el de Gaztañeta, estaba obsoleto.
El gasto de madera era enorme, contra el eficiente sistema inglés y la calidad
y resistencia de jarcias, velas y otros componentes no resistía comparación.
Jorge Juan realizaría sus
propias mejoras al sistema. Pero lo realmente novelesco fue su
accidentada salida de la ciudad del Támesis, pues estuvo a punto de ser
atrapado.
La policía pisaba los talones a los “espías
españoles”, y alguno de sus contactos allí fue detenido. La
operación la dirigía el propio ministro Bedford. Antes de escapar aún tuvo que
vivir mil peripecias y planificar el viaje
de decenas de importantes ingenieros navales y obreros cualificados a España con
sus familias para trabajar para la Corona. Les convenció de que aquello no iba
a poner en peligro la floreciente industria naval británica.
Los astilleros cambian
En junio de 1750 logra
cruzar el Canal de incógnito en un barco, el Santa Ana de Santoña, y llega a
París. A su vuelta, comprueba que en España trabajan ya cuatro de los mejores constructores ingleses,
medio centenar de técnicos y decenas de obreros cualificados.
Ensenada pone sobre sus hombros una montaña de responsabilidades para cambiar
los Astilleros españoles y ganar por la mano a los ingleses. A todas les da
cumplimiento con brillantez y audacia. Su carrera es imparable. Pero tantos
honores levantaron las envidias de la corte y no faltó quien criticó esta
política.
En 1752, el Rey
le nombra director de la Academia de Guardias Marinas de Cádiz. Allí terminará de experimentar
todas sus teorías sobre la construcción naval sustentadas
matemáticamente. Los resultados incluso impresionaron a los ingleses.
Inspeccionaba desde la tala de árboles hasta la modernización de arsenales y
astilleros, empezando por Cartagena.
Las intrigas triunfaron
en el verano de 1754 y provocaron la caída y destierro del marques de la Ensenada, gracias al empeño del
sagaz embajador británico en Madrid, Benjamin Keene, que tenía
claro que debía hacer lo posible por acabar con el responsable de una política
que solo podía perjudicar a su país. Lo triste es que lo lograra. El resto es
conocido y desemboca en la creciente subordinación al francés, la Armada
combinada y la derrota en Trafalgar, cuya convulsa consecuencia en América no
tardariá en llegar.
Con el tiempo,
sus ideas, y las de Jorge Juan, fueron desechadas. Se optó por el tipo de construcción naval francesa,
sus ingenieros y sus sistemas, mucho más atrasados, pero defendidos con denuedo
por los nuevos ministros y sobre todo por Julián de Arriaga, secretario de
Marina.
Embajador y espía en Marruecos
Es imposible resumir
todas las vertientes de una biografía como la de Jorge Juan. Su prestigio
sobrevivió a su salida de la primera línea de la vida pública. Y de hecho Carlos III, el Rey que
vino de Nápoles y tanto tuvo que ver con el florecimiento de las artes en
España, le encargó una de las misiones
más difíciles de su vida. La embajada a Marruecos, en plena
madurez, que sentaría las bases de una relación complicada entre los dos reinos,
gracias a que logró firmar un
primer tratado de 19 artículos que no ignoraba ninguna de las
ambiciones importantes de la Corona. Allí también recabó información secreta y
relevante para el Monarca. Fue la última aventura de Jorge Juan, un hombre imprescindible durante aquellos tres
reinados.
Tan solo unos
días antes de morir, Jorge Juan realizó uno de los servicios más difíciles a su
Rey. Sometido a la agonía a la que le llevaron sus cólicos biliares, escribió a
Carlos III una carta sorprendente, cuyo original se conserva en la Real
Academia de la Historia. En ella, llegado el punto de rendir su vida, advierte
al Monarca de las grandes desgracias que acechan en el horizonte, sobre todo
por distraer los esfuerzos debidos a la Armada, sin la cual, lo que era España
en aquel momento estaba condenado a cambiar, a sus ojos.
Venció el metodo
de Gautier que vino a sustituir al suyo. Y si Jorge Juan detestaba la obra del
francés, se dice que Gautier, de la mano de Julián de Arriaga, hizo todo lo que
pudo para destruir la obra del sabio español. El perfeccionamiento de las naves
a fines del XVIII vendría gracias a Romero y Fernandez de Landa y Retamosa. Sea
como fuere se perdió un tiempo precioso y además de la técnica, faltó la visión
política del marqués de la Ensenada sobre lo vital que una gran Armada iba a
resultar en un futuro inmediato.
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