lunes, 8 de septiembre de 2008

Consolación: una devoción marinera

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Consolación: una devoción marinera
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Julio Mayo / Salvador Hernández
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En una ciudad alejada casi 90 kilómetros del mar como Utrera, sorprende que pueda recibir culto la imagen pionera, del entorno, en portar el atributo marinero del barquito, aventajando presumiblemente en algunos años a otras advocaciones marianas del país que también lo ostentan: la del Buen Aire de Sevilla, de la Universidad de Mareantes, tallada por Juan Oviedo en 1600, y la del Buen Viaje de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), realizada en 1634 por Gaspar Ginés. La vinculación marinera de la Virgen de Consolación surge muy poco después de crecer su popularidad tras el famoso milagro de la lámpara de aceite (1558), al convertirse en la amparadora predilecta de numerosísimas personas que, en aquellos años, transitaban por Utrera rumbo a Sanlúcar de Barrameda para embarcarse hacia el Nuevo Mundo.
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El destacado papel que desempeñó la localidad en el desarrollo del comercio colonial con las Indias, durante los siglos XVI y XVII, como travesía terrestre marítima alternativa al Guadalquivir –cuando las embarcaciones de gran tonelaje precisaban ser aliviadas para bajar el río sin dificultad– razona el hecho de que tantas gentes del mar, soldados de la armada española, mercaderes y cargadores indianos terminarán implorando a la Virgen de Consolación auxilio y protección, antes de efectuar sus azarosos viajes.
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Fruto de la labor de investigación que efectuamos sobre el complejo fenómeno devocional que constituyó la Virgen de Consolación, para la elaboración de un voluminoso estudio, hemos podido localizar el documento de donación del popular barquito, en los fondos notariales de Utrera que se encuentran depositados en el Archivo Histórico de Sevilla.
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La escritura, que revela tanto la fecha de donación como la identidad del donante, precisa que el 1 de octubre de 1579 se consumó el ceremonial de cesión de la presea por el capitán de la carrera de Indias Rodrigo de Salinas.
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Los frailes Mínimos, encargados entonces de regentar el santuario, recibieron de manos del capitán “una nao de oro labrada sobre cristal y embutida de ámbar con sus tres mástiles y gavías y su popa e proa y su quilla de oro, e dos hombres ballesteros en medio, e dos piezas de artillería de oro, y sus tres velas en los tres árboles cogidas, todas de oro, y labrado y esmaltado, y en la proa una boca de sierpe que hace la dicha faicion de proa con su cordón de sea y oro, encarnada y oro (...) la cual dicha joya doy (…) para que este y la tenga la imagen de Nuestra Señora de Consolación dende hoy en adelante perpetuamente para siempre jamás (…) en la parte más conveniente e necesaria”.
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Se trata de una nao miniaturizada que recrea los rasgos esenciales de las naves redondas, de tres mástiles, de mediados del siglo XVI, propias de la armada española, labrada en oro y decorada con finísimas líneas de esmaltes de colores con función perfumadora. Desde el casco de la nave, construido con cristal de roca simulando la transparencia del mar, puede desprender fragancias aromáticas que enriquecen el olor propiciado por ciertas aplicaciones de ámbar que contuvo como adorno de algunas de sus partes.
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No resulta, por tanto, casual que Rodrigo de Salinas se decidiera por invocar a la madre de Utrera, encumbrada ya por aquellos años entre las advocaciones marianas más populares del antiguo Reino de Sevilla, ni tampoco improvisara la idea de adornar, con su objeto votivo, la imagen titular de uno de los santuarios más concurridos de la baja Andalucía.
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El extraordinario poder de convocatoria de la imagen propició la celebración de una de las romerías más prestigiosas del país desde finales del siglo XVI hasta finales del XVIII. Debido a sus escándalos, el Consejo de Castilla la prohibió, junto a la procesión del 8 de septiembre, en 1771.
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Volviendo a la figura del donante, Rodrigo de Salinas, miembro de un clan familiar sevillano tradicionalmente dedicado al comercio colonial con las Indias, se convertiría desde muy joven en capitán de embarcaciones mercantes, como arriesgado hombre de mar que era.
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Durante una primera etapa de su vida, en la que se le documentan insistentes idas y venidas a América, actúa como uno de los factores más hábiles del banquero Pedro de Morga en Tierra Firme (Panamá), donde logra triunfar con sus negocios y consagrarse como hombre rico para siempre.
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El éxito de su actividad comercial, ascenso social y presumible salida airosa de los grandes escándalos financieros relacionados con la quiebra de la banca del vasco en 1576, tras devolver las cantidades y bienes pertenecientes a la compañía de Morga, parecen ser algunas de las motivaciones que llevaron al mercader a cumplimentar su espléndido regalo.
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