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«España es el país del mundo que más ha manipulado su Historia»
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El historiador vasco publica «Leer España» (Planeta), donde recorre la historia de nuestro país a través de los testimonios de los escritores que mejor la han reflejado, desde Benito Pérez Galdós o Mariano José de Larra a Francisco Umbral, Antonio Muñoz Molina o Eduardo Mendoza.
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Jesús Álvarez, Sevilla 3 de julio de 2010
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El catedrático Fernando García de Cortázar (Bilbao, 1942) ha publicado cincuenta y cinco libros, entre ellos «Breve Historia de España», el mayor best-seller de la historiografía española de los últimos años. Premio Nacional de Historia por «Historia de España desde el Arte», regresa a las librerías con «Leer España. La historia literaria de nuestro país» (Planeta), donde hace un recorrido por los autores que mejor han reflejado, a su juicio, nuestro pasado, desde Heródoto a Paco Umbral.
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—Usted afirma en el prólogo de su libro que a veces los escritores cuentan mejor la realidad que los propios historiadores y cita el caso de la Regenta. ¿Qué más casos ha estudiado en el que se cumpla eso?
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—Cualquier obra de Pérez Galdós describe el siglo XIX mucho mejor que lo haría cualquier historiador. Creo que la literatura llega a rincones de expresión, de sentimientos, etcétera, a los que no llega la Historia y por eso en este libro he recurrido a estos textos, en momentos a los que creía que no podía llegar con mi palabra a expresar la tragedia de la Guerra Civil o el dolor de las víctimas de ETA.
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—¿No existe el riesgo de confundir una novela con la realidad, o la literatura con la historia?
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—Para mí la historia es como una novela contada por un historiador, pero con un sentido de la realidad. Sería estupendo que de los libros de historia se pudiera decir que están tan bien escritos como una novela.
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—Usted, que es un gran historiador; ¿cómo puede uno saber que la historia que la cuentan es la verdadera?
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—Hay que reconocer humildemente que la historia no puede ser dogmática y que los historiadores dan su propia versión y que más allá del empleo honesto y profesional de las fuentes y de una metodología, al final siempre entra en movimiento el subjetivismo del autor, aunque sea sólo por el hecho de escribir de una forma o de otra. Los historiadores debemos tener esa formación, pero a los lectores habrá que invitarles a que lean a varios historiadores y que comprendan que probablemente de esas distintas versiones puede salir la versión más ajustada a la realidad de cada época.
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—¿Algo parecido a lo que habría que hacer con los periódicos?
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—Pues sí, yo creo que ese ejemplo está bien puesto, aunque hay periódicos más serios como el ABC que tal vez eviten esa necesidad de acudir a otro tipo de lecturas.
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—¿Qué escritores han reflejado mejor, a su juicio, el alma de la España contemporánea?
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—En el siglo XIX Larra describe esa España de los años 30 de una forma sensacional. Y en el siglo XX algunos autores, aunque teñidos de ideología, como Blasco Ibáñez, también pueden servir. O Mendoza para la Barcelona anterior a la dictadura de Primo de Rivera. Y para el período más reciente cito en mi libro a Fernando Aramburu o Raúl Guerra Garrido. O Rafael Chirles. Pero a mi entender, el verdadero genio de la contemporaneidad española es Pérez Galdós, que es el ejemplo más claro de cómo la literatura ayuda a la historia.
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—¿Se reconciliarán alguna vez literatura e historia en el futuro, como usted quiere demostrar en «Leer España»?
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—Espero que sí y creo, además, que de ese divorcio entre literatura e historia la más perjudicada ha sido esta última porque habría que recordar que en la Antigüedad la historia era considerada como un género literario y que a partir del siglo XX es cuando se hace más positivista, prolija y menos bella. Cuando a un historiador le quieren dar un premio Nobel le tienen que dar el de Literatura, como pasó con Churchill, porque el de Historia no existe. Porque para mí la buena historia pasa también por los diarios, las memorias o las crónicas.
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—¿Por qué cree que los mejores estudios sobre la Guerra Civil o algunas figuras históricas como Franco o Lorca, lo hayan hecho investigadores extranjeros?
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—No sé si eso sigue siendo así ahora, aunque, sin duda, lo fue en el pasado, cuando desde España no se podía escribir con libertad. Yo creo que la historiografía española ha mejorado muchísimo en los últimos años y que ya hay una nueva generación de historiadores españoles de la Guerra Civil que es muy buena. A los historiadores extranjeros hay que agradecerles, no obstante, su trabajo y su esfuerzo por escribir bien y por su vocación de estilo, cosa que en España todavía no sucede. Si la historia es la reina de las humanidades, como yo creo, debe ser una reina hermosa y bella.
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—¿Le sobra marketing a la Ley de Memoria Histórica?
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—Más que marketing creo que le sobra ignorancia, empezando por el propio Zapatero, que hace un alarde de la misma cuando pone como modelo de la actual democracia la II República. Me parece una barbaridad porque no tiene nada que ver la España actual con la España republicana, en la que apenas había clase media y existía una lucha feroz entre el fascismo y la democracia liberal. Es peligroso hacer esas comparaciones y ese concepto buenista que tiene Zapatero de la II República es un verdadero anacronismo que demuestra la manipulación de la historia.
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—¿Por qué cree que disfrutamos tanto los españoles manipulando nuestra historia a nuestra conveniencia?
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—Es una buena pregunta. Desde luego, España es el país del mundo donde más se ha producido esta manipulación de su historia, aunque ahora lo que está haciendo Hugo Chávez con Bolívar en Venezuela, quizás nos supere. Pero estar en esa liga de la manipulación histórica con Hugo Chávez resulta muy preocupante.
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—Afirma en su libro que Ortega y Gasset fue la personalidad más influyente de su época, por encima de cualquier político. ¿Por qué cree que no existe ahora ninguna personalidad tan influyente que pudiera contribuir a que las cosas fueran mejor?
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—Quizá los intelectuales se han encerrado en su campana de marfil o simple y llanamente se han convertido en muñidores del poder, en intelectuales del canapé. Porque quizá los intelectuales han abandonado ese magisterio cívico y perdido su capacidad crítica y de oposición al poder, sea cual fuere. Muchas veces están al servicio de una u otra ideología. El ruido que puede salir de los medios también es más fuerte que en la época de Ortega y las voces intelectuales críticas son apagadas con mucha mayor facilidad que en la época de Ortega. Tampoco existía el poder de adormidera que tiene la televisión. Yo haría una excepción respecto a esta crítica: la lucha contra el terrorismo que han hecho los intelectuales vascos.
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—Usted habla en un capítulo de su libro de democracia y decepción. ¿La corrupción rampante y a menudo impune ha conducido a la mayoría de los españoles a ese desencanto?
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—No sólo por la corrupción, que amenaza a todas las democracias del mundo. Creo que la decepción con la democracia se debe a que no se ha modernizado ni se ha regenerado. Ya no se entiende como un mecanismo por el que los españoles pueden sacar adelante sus opciones. La democracia actual no resuelve los problemas de los ciudadanos y no va más allá de la representación de una casta que son los políticos. Así la ve mucha gente en España.
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—¿La reforma de la educación es clave para sacar a España de la crisis?
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—Sin duda. Ahí nos estamos jugando nuestro futuro y el de nuestros hijos. Los perdedores del siglo XXI serán los perdedores de la batalla de la educación. Aquí me parece gravísimo que no se pongan de acuerdo los dos grandes partidos nacionales.
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—Ahora muchos cargos públicos apenas tienen una formación universitaria, a diferencia de lo que pasaba antes, que eran ministros, por ejemplo, personas con una gran preparación académica ¿hay que reivindicar, y más en este momento de crisis, volver al gobierno del conocimiento y del saber?
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—La II República demostró que no siempre los intelectuales tienen el mayor sentido de la realidad ni ejercen bien de políticos. A mí no me parece mal que personas sin una gran preparación académica ocupen cargos públicos, si luego están bien asesorados por técnicos en la materia.
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—¿Incluso si son «ministros analfabetos», como denunciaba la semana pasada Miguel Boyer?
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—El problema es la sumisión de los cargos públicos al partido, que no tienen independencia intelectual para oponerse a una decisión que considera equivocada. Cuesta aceptar que un ministro español pueda decir una cosa hoy y mañana la contraria porque su jefe de filas, Rodríguez Zapatero, ha cambiado de idea. Esa improvisación es verdaderamente triste.
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—¿Qué libro le aconsejaría a Zapatero para superar esta improvisación?
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—«España sufre», sobre el Madrid republicano, que ha publicado Renacimiento. Lo escribió un diplomático chileno, que era republicano, pero al que no le duelen prendas en contar los desvaríos de la República, las checas, los paseíllos, combatiendo esa visión idealista de la guerra en la que sólo hay un bando malo. También le recomendaría que leyera el libro «Los peces de la amargura», de Fernando Aramburu, por si le vuelven a entrar ganas de negociar con ETA.
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—Pero para arreglar esta crisis no hay libros suficientes que leer...
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—Tal vez no, pero ahí le pueden ayudar buenos periodistas que escriben muy bien y les dan buenos consejos. Yo considero que los periodistas son historiadores del presente y siempre he pensado que no es posible hacer la Historia sin el buen periodismo.
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—¿Hay algún autor que haya contado la realidad actual de la España mejor que los telediarios?
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—Manuel Alcántara, Raúl del Pozo o Umbral que han resumido muy bien lo, que ha ocurrido en España.
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