Descubren el calendario maya más antiguo: el fin del mundo puede esperar
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Las tablas astronómicas del siglo IX, pintadas en las paredes de una casa en un yacimiento de Guatemala, describen el ciclo de la Luna y los planetas mucho más allá de 2012
Judith de Jorge /
Madrid, 10 de mayo de 2012
Xultún, un área
de 12 kilómetros cuadrados donde decenas de miles de personas vivieron una vez,
comenzó a construirse en el siglo I antes de Cristo. El lugar prosperó hasta el
final del período Clásico maya -su último monumento data del año 890 d.C.- y
quedó en el olvido hasta que fue descubierto hace unos cien años por unos
trabajadores guatemaltecos. En 2010, una expedición financiada por la National
Geographic Society sacó a la luz una vivienda de la antigua ciudad oculta
por la vegetación, a un metro bajo la superficie.
Lo que había dentro asombró a los
arqueólogos. Tres muros pintados, cada uno con su propia historia,
prácticamente intactos. En ellos, pequeños glifos rojos y negros arriba y
abajo por toda la pared, barras y puntos que representan columnas de números.
«No es un templo ni un monumento. Por primera vez, teníamos ante nuestros ojos
los registros reales en poder de un escribano», describe por teléfono a ABC.es William
Saturno, profesor de arqueología en la Universidad de Boston (EE.UU.). «Es
como ver un episodio de la serie de televisión 'Big Bang Theory', utilizaban
las paredes como un pizarrón para escribir sus problemas matemáticos»,
continúa. El investigador cree que los escribanos o astrónomos de la época
copiaron los datos de «algún libro que no ha llegado hasta nuestros días».
Predicción de eclipses
Las pinturas representan el primer arte
maya encontrado en las paredes de una casa. El muro norte, al frente según se
entra en la habitación, muestra a un rey sentado, vestido con plumas azules. La
imagen de otro hombre aparece en un vibrante color naranja. Los glifos cerca de
su cara le llaman «hermano más joven de Obsidian», un curioso título rara vez
visto en los sitios mayas. Saturno cree que puede tratarse del hijo o del
hermano menor del rey, posiblemente el escriba que vivió en la casa.
En la pared oeste, otras tres misteriosas
figuras masculinas aparecen pintadas de negro, con taparrabos blancos,
medallones alrededor de sus cuellos y tocados con una pluma, algo que también
supone una novedad. Una especialmente corpulenta «como un luchador de sumo» es
el «hermano mayor de Obsidian».
Pero
lo que sin duda resulta más atractivo y misterioso son los calendarios y los
cálculos que, en vez de en códices, como ocurriría cientos de años después -el
más famoso es el códice de Dresde-, han aparecido escritos en las paredes. El
muro oriental está dominado por figuras numéricas, incluidas las columnas de
números que representan los cálculos de conteo y calendario. Algunos siguen las fases de la Luna,
otros intentan reconciliar los períodos lunares con el calendario solar, «una forma de predecir eclipses»,
dice Saturno. Incluso algunas notas pintadas en rojo junto a los cálculos
parecen correcciones. «Los mayas tenían grandes conocimientos de astronomía»,
dice el arqueólogo. «Los utilizaban para planificar sus eventos en sus vidas,
como por ejemplo la coronación del rey o cuándo empezar una guerra con otro
pueblo».
7.000 años en el futuro
Precisamente, en el muro norte cuatro
largos números que representan de
un tercio de millón a 2,5 millones de días reúnen todos los
ciclos astronómicos que los mayas consideraban importantes, como los de Marte, Venus y los eclipses lunares.
Estas fechas se extienden unos
7.000 años en el futuro, demasiado tiempo como para
considerar que el mundo puede acabar en 2012.
Muy al contrario, los científicos creen
que estos símbolos reflejan una visión determinada del mundo que nada tiene que
ver con las populares profecías sobre el final de los tiempos. «Para los mayas
todo era cíclico», dice William Saturno, que se ríe al recordar los terribles
presagios para finales de año y pone un ejemplo: «Debemos pensar en el
cuentakilómetros de un coche, cuando se pone otra vez a cero, vuelve a
empezar». Pese a estos razonamientos, el científico está convencido de que
cuando llegue el 21 de diciembre y no ocurra nada, los catastrofistas «se inventarán una nueva fecha». «Tenemos
algo que aprender de los mayas y es que nosotros, en vez de pensar en cómo
mejorar el mundo, parece que solo pensamos en su fin», reflexiona.
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