domingo, 24 de junio de 2012

El circo de los antipapas


El circo de los antipapas


23.VI.2012;  CARMELO LÓPEZ-ARIAS 

Los hay con nombres normalitos: Gregorio XVII, Pío XIII, León XVI. Los hay pretenciosos: Emmanuel I, Pedro II.Los hay extravagantes: Ahitler I , Piedrecita. Hasta tendría gracia si no fuese porque apartan de la Iglesia a miles de fieles.

El último antipapa que recogen las historias clásicas de la Iglesia es el aragonés Benedicto XIII, cuyo fallecimiento en Peñíscola en 1423 selló el cisma de Occidente. No han pasado de cuarenta, y casi todos en el primer milenio. Pero son abundantes los caraduras, sectarios o dementes que han utilizado su condición sacerdotal o religiosa, refrendada por una consagración episcopal ilícita, para proclamarse papas y congregar a cientos o miles de incautos.

Está el subtipo cañí, que cambia Roma por su pueblo. Como Clemente Domínguez, el papa del Palmar de Troya. Empezó a tener estigmas en 1970, y luego el arzobispo vietnamita Ngo-Dinh-Thuc le ordenó sacerdote y obispo. En 1978 el mismo Nuestro Señor le designó papa, con el nombre de Gregorio XVII. Al final, según sus seguidores, “cayó en herejía”. Murió en 2005 y ha tenido dos sucesores.

Está el subtipo visionario. El día de su primera comunión, Jesús anunció al francés Michel Collin que sería papa. Ordenado en 1933, sus superiores consideraron sus arrebatos místicos como un problema mental (acabaría siendo aconsejado por extraterrestres) y en 1951 fue reducido al estado laical. En 1963 la Virgen María le confió “las llaves de la Iglesia” y se coronó papa como Clemente XV. Ya era obispo, porque Jesús en persona le había elevado a esa dignidad en 1935.
 

Víctima de leucemia


  
En 1967, uno de los adeptos de Collin, el canadiense Gaston Tremblay, antiguo hermano de San Juan de Dios y aquejado de frecuentes éxtasis, se separó de él. En 1971 fue elegido papa por un cónclave de ocho obispos nombrados por él. Gregorio XVII se hizo fuerte en el monasterio de Santa Jovita, mezclando tradicionalismo litúrgico con sacerdocio femenino. Murió en diciembre de 2011.

Está el subtipo apocalíptico, que suele escoger el nombre de Pedro II, último papa antes del fin del mundo según las profecías de san Malaquías. Ha habido Pedros II en Bélgica, Alemania, Estados Unidos (uno en Pensilvania y el “prior de Dakota”) y Francia, donde Maurice Archieri, antiguo mecánico de automóviles, tuvo una “visión intelectual” en Pentecostés de 1995 y fue escogido papa “por palabras sustanciales” del Espíritu Santo.

El más célebre Pedro II es el llamado Piedrecita: William Kamm, australiano, padre de varios hijos y profeta. Aunque no da ni una. No acertó ni la invasión de su país por Indonesia ni el choque de un Boeing 747 en Sidney durante las Olimpiadas. Predijo que sería elegido papa cuando Karol Wojtyla muriese. No fue así, y era precisa una aclaración. Lo que pasa es que Juan Pablo II no ha muerto: “Duerme en Dios y resurgirá en un nuevo cuerpo preternatural en el momento preciso”. Benedicto XVI, mientras, le guarda la silla a Piedrecita. Cuando muera, será entronizado un antipapa, volverá Juan Pablo II para desenmascararlo, y por fin Piedrecita se convertirá en Pedro II.

Está el subtipo paradójico, como Ahitler I, el llamado papa Timothy, líder de una secta keniata desviada de un grupo misionero católico y fundada por un antiguo catequista, Simeon Ondeto, quien en 1962 afirmó ser el Mesías resucitado, “el Cristo negro”. Timothy Blasio Ahitler era uno de sus cardenales, y cuando murió Ondeto en 1991 se proclamó papa. Su grupo es virulentamente antioccidental... y a la vez fervoroso partidario del latín, porque atribuyen a esa lengua propiedades taumatúrgicas.

Está el subtipo inmortal. Gino Frediani era párroco en Gavinana (Italia) cuando un día de 1973, sentado ante una ventana, recibió un golpe de viento en la frente y se presentaron ante él los profetas Habacuc, Naúm, Nehemías y Baruc para abrirle los misterios del Antiguo Testamento y del Apocalipsis. Uno de esos arcanos era nombrarle papa, bajo el nombre de Emmanuel I. Murió en 1984, pero “regresará de los cielos”.

Está el subtipo osado. Como el exseminarista sudafricano Victor von Pentz. Se hizo consagrar obispo por un cismático ucraniano y en 1994 fue elegido papa en Asís por un cónclave sedevacantista. Otro obispo cismático ordenó entonces sacerdote... al papa que ya era obispo. Resuelta la menudencia, el proclamado Lino II y sus seguidores se dirigieron a la Pontificia Basílica Lateranense de Roma para que lo aclamase el pueblo. Una pareja de carabineros resolvió el asunto por la vía rápida.

O como Oscar Michaelli (monseñor Óscar de la Compasión). Empezó a tener en 2002 visiones de la Virgen que se repetían a diario y le insistían en fundar una orden religiosa. Hizo algo más: recorrió el mundo a la caza de un obispo que lo consagrara, y cuando lo logró, escribió a Benedicto XVI y al cardenal Tarcisio Bertone conminándolos a abandonar el Vaticano para celebrar allí un cónclave. Incomprensiblemente, no le hicieron caso. Fue elegido en 2006 en Luján (Argentina) bajo el nombre de León XIV, con solo 24 años. Murió poco después víctima de leucemia tras dar a luz nueve encíclicas, seis bulas, varios dogmas y un concilio.
 

Visiones celestiales


 Está el subtipo familiar, encarnado por el exseminarista norteamericano David Bawden. No buscó completar sus estudios ni ordenarse. Le bastó ser elegido papa en la casa de sus padres, en Colorado. Cuando decidió convocar un cónclave, “los enemigos de la Iglesia intentaron disuadirle”, afirma enfervorizada su página web. Pero en 1990 se juntaron en un almacén familiar seis valientes, entre ellos papá y mamá, y tras reñidísima votación salió elegido Miguel I. Sus fotos vestido de blanco y sentado en el porche de casa en rueda de prensa resultan tan entrañables...

Está el subtipo formalista. Earl Lucian Pulvermacher fue un capuchino norteamericano ordenado sacerdote en 1948. Misionero en las islas japonesas del Pacífico, se convirtió al sedevacantismo y buscó por todo el mundo a los últimos católicos ortodoxos para constituir un cónclave. Como no era posible llevarlos a todos hasta su rancho de Montana, votaron por teléfono con un código encriptado para verificar cada identidad. Tras el recuento (plagado de incertidumbres sobre el resultado...) resultó elegido Pulvermacher. El flamante Pío XIII, formalista, ordenó fumata blanca por la chimenea. Había un problema: Pulvermacher no era obispo. Pero lo solucionó por la vía rápida. Como papa, consagró obispo a su amigo, casado, Gordon Bateman. Y luego Bateman, ya obispo, hizo lo propio con él. Murió en 2009.

Y está el subtipo agorero. Valeriano Vestini, también capuchino, hacía su apostolado normal en Chieti (Italia) hasta que en 1983 empezó a interpretar los sueños de los terciarios franciscanos del pueblo, que consideraba visiones celestiales. 

En 1990, los mensajes dijeron que debía ser papa y corredentor. Dicho y hecho. Eligió el nombre de Valeriano I. En 1993 fue suspendido a divinis, y la medicina surtió efecto. Caso poco frecuente entre quienes cruzan esta línea roja, en 1995 volvió a la Iglesia.

Sirva el dato como gratificante colofón a esta galería de los horrores.

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