Vida del gran corso
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Espuela de Plata recupera el libro de Dumas sobre el mito que representó Napoleón.
Manuel Gregorio González
Napoleón. Alexandre Dumas. Trad. Damián V. Solano Escolano. Espuela de Plata. Sevilla, 2012. 324 págs. 22 euros.

Todavía en 1906, la célebre biografía de Emil Ludwig nos presenta a un Napoleón sobrehumano, infalible, tocado por el hilo dorado de la Gracia. Así, el encuentro de Goethe y el Gran Corso le parece a Ludwig "prueba de la divina comunión del genio". Y en 1918, d'Ors, en El Valle de Josafat, dirá que Napoleón fue la "tentativa de sobrepasar la naturaleza humana para entrar en la naturaleza cósmica". Sólo Alejandro, César y Aníbal vienen a equiparase en el nutrido glosario de esta figura impar. E incluso sus más conspicuos enemigos, Madame de Stäel y el vizconde de Chateaubriand (con mayor generosidad, hay que decirlo, en el autor de las Memorias de ultratumba), no ignorarán la grandeza demoníaca de aquel minúsculo oficial, de genio fulminante y gesto impávido, devenido emperador de la Francia revolucionaria. No obstante, es esta conjunción de audacia individual y escalofrío épico la que incardinará a Napoleón en una de las grandes categorías románticas: la categoría de lo sublime que habían agotado ya Immanuel Kant y Edmund Burke.
El profesor Moreno Alonso, en su documentado prólogo, señala tanto la innumerable bibliografía dedicada al Gran Corso, como el carácter riguroso, fidedigno, ecuánime, de la obra de Dumas. Y ello cuando Dumas, hijo de un general napoleónico, era uno de los agraviados por el estrepitoso galopar del Sire. A esto deben añadirse dos cuestiones muy relacionadas: la nueva historiografía de Vico y Herder, fundamentada en el carácter imaginativo del historiador, y la condición de francés de monsieur Dumas, que aflora en la minuciosa descripción, en la vertiginosa narración de las batallas libradas por Bonaparte.

Aun así, esta derrota inapelable contribuirá también al mito. Recordemos aquí que otra de las figuras acuñadas por el Romanticismo fue aquella del solitario y el errante, la figura del desdichado, la doliente nobleza de quien lo ha perdido todo y ahora vaga perseguido por la torpe justicia de los hombres. Esta figura pudo ser Jesús, Maldoror, Hölderlin, Ashaverus, el Bautista, el Holandés Errante. Esta figura fue, para varias generaciones de europeos, Napoleón Bonaparte.
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