El Tratado de Utrecht y el nuevo equilibrio europeo. 1713-2013
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Antonio García Palacios
El próximo día 11 de abril se cumplen 300 años de la firma del Tratado de Utrecht, acuerdo que puso fin a la Guerra de Sucesión Española (1701-1713) y dio lugar a un nuevo equilibrio de poderes dentro del continente europeo. España, hasta entonces principal potencia hegemónica en este ámbito, fue relevada por Gran Bretaña y Francia que, durante los siguientes años mantendrán una dura pugna por imponer su supremacía y autoridad tanto en Europa como en las colonias.
En 1700, la muerte sin descendencia de Carlos II, último representante de la dinastía Habsburgo en España y el conflicto sucesorio derivado de la misma entre Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV aspirante francés al trono español, y el archiduque Carlos, hijo de Leopoldo I, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, desató una cruenta guerra que pronto adquirió un carácter internacional, tomando las diferentes naciones partido a favor de uno u otro candidato. Así, Francia, con el apoyo de los diversos territorios de España afines a la causa borbónica –caso de la Corona de Castilla– hubo de enfrentarse a una coalición austracista formada por el propio
Imperio, Gran Bretaña, Portugal, Dinamarca, Saboya, las Provincias
Unidas y algunas regiones españolas –por ejemplo la Corona de Aragón–. La contienda, jalonada por numerosas batallas, no tuvo un vencedor claro y fue el propio agotamiento militar
de los dos bandos en liza, incapaces de afrontar los costes económicos
de una guerra de tales dimensiones, el que terminó forzando la firma de un tratado de paz que pusiera fin a la situación bélica. También fue decisiva la muerte de José I, hermano del archiduque Carlos que, una vez proclamado emperador, comenzó a ser visto por las potencias beligerantes como una seria amenaza al equilibrio europeo
en caso de llevarse a cabo una hipotética unión entre España y Austria.
En este sentido, Gran Bretaña, consciente de la situación, mostró su
disposición hacia la paz y valoró positivamente la opción de que Felipe
de Anjou, por entonces heredero directo a la corona francesa, asumiera
el título de soberano en España, estableciendo eso sí como condición sine qua non para ello la renuncia previa a todos sus derechos dinásticos en Francia.
En virtud de los pactos de Utrecht, Felipe de Anjou, primer monarca de la casa Borbón, subió al trono de España y las Indias con el nombre de Felipe V.
Sin embargo, el precio en concepto de concesiones territoriales que
tuvo que pagar a cambio de su reconocimiento fue muy elevado. La parte católica de las Provincias Unidas, Nápoles, Cerdeña y el Milanesado quedaron bajo el control del archiduque Carlos y Sicilia
fue anexionada por el ducado de Saboya. Al margen de las consecuencias
de coste político, Utrecht significó también para España la pérdida de su monopolio comercial, circunstancia que, a largo plazo, supuso un importante lastre económico. De este modo, el soberano español se vio obligado a reconocer ciertos privilegios a los británicos como el navío de permiso,
que autorizaba a Gran Bretaña enviar a América, una vez al año, un
cargamento de 500 toneladas de productos para establecer relaciones
comerciales con las colonias de España, y el derecho de asiento,
basado en la concesión del dominio absoluto sobre el tráfico de
esclavos negros. Ambas circunstancias, llevaron a los británicos a
desarrollar un ambicioso proyecto naval, clave explicativa de su soberanía militar y económica en todos los mares del mundo a lo largo de los siglos XVIII y XIX.
En términos generales, la gran beneficiada del Tratado de Utrecht fue Gran Bretaña,
nuevo árbitro de la política internacional de la época, que, además de
obtener las prebendas mencionadas anteriormente, recibió de España la
isla de Menorca –posteriormente recuperada en 1802 grancias al Tratado de Amiens– y Gibraltar,
punto estratégico fundamental para el control del tránsito comercial en
el Mediterráneo, y arrebató a Francia algunas de sus más preciadas
posesiones en América, como la bahía de Hudson, Terranova y la Acadia (Nueva Escocia), sentándose así las bases para la expansión y consolidación del Imperio británico durante las dos centurias siguientes.
Vía| FLORISTÁN, Alfredo (dir.): Historia Moderna Universal, Barcelona, 2005.
Más Información| BARUDIO, Günter: La época del absolutismo y de la Ilustración (1648-1779), Madrid, 1992.
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