Junio de 1940
Luis Suárez
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-o-o-o-
Hace unos pocos días,
el diario ABC ha hecho público un importante documento, procedente de
esos servicios secretos británicos que algunas veces han servido para
las películas de intriga. Gracias a él se confirman y aclaran ciertos
puntos sobre un hecho de gran relieve en la historia española: no haber
entrado en la guerra, al lado de Alemania, escapando así a un peligro
que hubiera sido mortal para los miembros de una generación que estaba
alcanzando la edad del servicio obligatorio. Churchill, para quien la
conservación de Gibraltar era objetivo vital, temía que la germanofilia
empujara a España hacia la guerra. Y por ello escogió como embajador en
Madrid a un hombre de tanto rango político como era sir Samuel Hoare; a
su lado, y figurando como agregado naval, iba a instalarse el principal
agente del M, gracias al cual conocemos los detalles. En junio de 1940
se produjo la caída de Francia, derrumbando las esperanzas de Franco de
que entre España y Alemania se intercalara como en 1914 un frente
estabilizado que le daría seguridad. Y el jefe de Estado español estaba
informado de que el Estado Mayor de la Wehrmacht había preparado un
plan, Operación Félix, para cruzar España, por las buenas o por las
malas, apoderándose del Peñón. Los ingleses confiaban tan poco que el
avión que trajo a Hoare recibió orden de permanecer en Barajas por si
era necesario sacar de prisa al embajador. A los pocos días sir Samuel,
que había establecido contacto con altas personalidades españolas,
transmitió al piloto la orden de regresar. No había peligro. El único
incidente lo habían protagonizado unos muchachos que fueron a tirar
piedras a la embajada. Serrano Súñer, desde el Ministerio del Interior,
preguntó al embajador si quería que le enviase más policías. Con fina
ironía británica sir Samuel respondió: «No, sólo quiero que me mande
menos estudiantes».
Aquí está una de las claves que nos refuerza
el documento que comentamos: los británicos temían un golpe alemán que
entregase a Serrano Súñer el poder y, con ello, que España se sometiese a
las órdenes que ya se estaban formulando a través del embajador. Pero
los británicos, que conocían ya que el 27 de mayo Franco había dado
tormentosa audiencia a Yagüe, principal de los germanistas, privándole
luego de su cartera de ministro y confinándole en San Leonardo de Soria,
descubrieron también que, entre los altos mandos militares, incluyendo
al ministro Varela o a Kindelan, había una fuerte opinión contraria no
sólo a la guerra, sino a lo que Alemania significaba. Y de ahí nace la
operación, cuyos detalles nos desvela el documento.
Curiosamente
la figura máxima de este sector era el hermano de Franco, Nicolás,
embajador en Lisboa. La M-16 esbozó, al parecer, una especie de plan,
apoyando a todo este sector para evitar que Serrano o los progermanos
del Movimiento se hicieran con el poder. Sabían que sería necesario
disponer de fondos, repartidos entre los diversos protagonistas, para
hacer frente a los gastos que cualquier operación de este tipo lleva
consigo. Conviene que el lector no se engañe: no se trata de un soborno,
sino de que don Juan March, como en 1936, controlase los desembolsos
que pudieran necesitarse y que al final tampoco hicieron falta. Los
militares, partidarios de la restauración de la monarquía, formaban un
bloque sólido.
Pero la clave se hallaba en Nicolás. Desde Lisboa
viajó a Madrid para dar cuenta a su hermano y convencer a Beigbeder del
absurdo de entrar en la guerra. Y luego, a solas y sin intérpretes,
mantuvo una larga conversación con Oliveira Salazar en la que se llegó a
una decisión: añadir al trato de amistad ya existente, un protocolo que
pudo calificarse acertadamente de «bloque ibérico». España y Portugal
iban a prestarse toda la ayuda necesaria para mantener la Península
fuera de la guerra. Por Lisboa vendrían las noticias británicas y por
Madrid las alemanas, cuya propaganda era más fuerte que nunca.
Churchill
tuvo noticia de todo esto; por eso alivió el bloqueo de carburantes o
alimentos para aliviar aquel del hambre como le llamábamos los que
entonces vivíamos. Pero la situación era tan tensa que la publicación
del protocolo ibérico se retrasó hasta el 24 de junio, mientras se
detectaba la presencia de fuertes unidades alemanas. Mientras el Führer
confió en el plan de Göring sobre el bombardeo de Inglaterra, la
operación Félix se fue retrasando. Pero las noticias de que disponemos
por otra documentación reservada del propio Caudillo y por los datos que
más tarde transmitiría Serrano en una intervención muy posterior ante
los Cursos de El Escorial permiten comprender que se vivieron semanas
muy tensas. Han dado lugar a que algunos historiadores piensen que el
Generalísimo estuvo tentado a entrar. No hay ningún dato que permita
creerlo. Al contrario: el gobernador militar de San Sebastián fue
destituido porque consintió una visita uniformada de sus vecinos
alemanes.
La solución final vino de otra
parte. Hitler exigía la presencia de Serrano en Berlín para completar la
hora y el día de la operación Félix. Aunque retrasado deliberadamente,
ese viaje tuvo lugar en septiembre. Y entonces don Ramón pudo pasar por
dos experiencias. La primera las horas que, la misma noche de su llegada
a Berlín, tuvo que permanecer en el refugio antiaéreo de su hotel
porque la ciudad estaba siendo bombardeada. La segunda, como explicaría
después a Ciano, el modo como fue tratado: se le daban órdenes como si
fuera un lacayo o el esbirro de una colonia. De modo que cuando regresó a
España para pilotar la entrevista de Hendaya la decisión estaba tomada:
a la guerra no, de ningún modo; al nacionalsocialismo, tampoco. Nicolás
tenía razón y el acercamiento a los ingleses no iba a tardar. Uno de
los agentes españoles infiltrados en la Embajada británica explicó que
Hoare había recibido con alegría la noticia de Hendaya; a fin de cuentas
su plan había salido bien y la Península seguiría en la neutralidad,
sirviendo además de refugio.
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