miércoles, 9 de septiembre de 2015

La Catedral del Guadalquivir

LA CATEDRAL DEL GUADALQUIVIR

por JULIO MAYO


Los altos perfiles de la Catedral hispalense y todo el conjunto de su majestuosa silueta formaban parte del hito paisajístico del entorno del río, en aquellos años fascinantes del Descubrimiento de América, cuando el entramado urbanístico no era tan abigarrado como hoy. 



Debido a su proximidad geográfica con la zona portuaria –conectada con la gran iglesia por la antigua calle de la Mar (actual García de Vinuesa) y otras vías que partían de las inmediaciones de la Torre del Oro–, la relación entre ambos espacios se mantuvo bastante cercana, pues el amplio templo constituía todo un atractivo lugar de auxilio espiritual para quienes llegaban a nuestra ciudad, o tenían que partir, por el río. De hecho, en el siglo XV, la compañía que poseía la exclusividad de la carga y descarga de los barcos que atracaban en la ribera honraba a la Virgen del Pilar que se veneraba en su interior. 

Dentro de aquella relación suscitada entre la Catedral y el Guadalquivir fueron muy numerosos los beneficios mutuos que se ofrecieron con asiduidad. La corporación catedralicia contó hasta con muelle propio, en el embarcadero de la torre ya citada, donde poseía establecida una elevada rueda de madera, que a modo de grúa descargaba los pesadísimos sillares de piedra que se trajeron a Sevilla por el Guadalquivir para realizar la obra gótica de la Catedral y posteriores labores constructivas del siglo XVI. 

Durante los años de las conquistas americanas, nuestra Catedral continuó prestando ese consuelo piadoso, en este caso, a los participantes de las expediciones oficiales, como las de Colón, Pedrarias o Hernán Cortés. Constituye una estampa bastante significativa de este tipo de atención religiosa la visita de agradecimiento que le rindieron a la vieja pintura de la Virgen de la Antigua, en 1522, los veintidós marineros supervivientes a la arriesgadísima vuelta al mundo que capitaneó Juan Sebastián Elcano. Las vírgenes de los Reyes y de la Sede también recibieron culto de la gente que embarcaron hacia América.

Navegantes y viajeros que arribaban al puerto de Sevilla con noticias de los nuevos descubrimientos realizados y experiencias de otras culturas y tradiciones de Occidente, tuvieron que visitar alguna vez la Catedral, como gran espacio del conocimiento que era. La institución más importante de la Iglesia sevillana la formaba toda una «corte eclesiástica» de altas dignidades, dotada de un elevado nivel intelectual e importante reputación humanística en las más diversas disciplinas, que contaba con la lealtad de toda la nobleza aristocrática residente en la ciudad, después de que la monarquía le hubiese conferido un poder superior al otorgado al propio Ayuntamiento de Sevilla. 

No olvidemos que mediante el Guadalquivir se adentraron en Sevilla corrientes nuevas de pensamiento como el Humanismo, cuyo mensaje cultural iluminó tanto saber a los integrantes del Cabildo Catedral. Ahí está el ejemplo del canónigo magistral Maese Rodrigo de Santaella, fundador del colegio de Santa María de Jesús (1505–1509) –germen de la Universidad de Sevilla–, quien se distinguió por sacar de los muros de la Catedral el legado de la cultura grecolatina para depositarlo en la sociedad. Este fecundo intercambio humano y cultural, que tienen a la actividad del río y la sabiduría de la Catedral como protagonistas, fueron los ejes motrices de la importante transformación que experimentó nuestra ciudad en el surgimiento de la Edad Moderna.

En las primeras décadas del siglo XVI, la Catedral recibió también el sobrenombre de Patriarcal, en razón de la dirección espiritual que ejercitó sobre las primeras diócesis de América (México, Santo Domingo y Lima), Gran Canarias y Filipinas, vislumbrándose así a la sevillana como un poderosísimo centro administrador de normas para la fundación y construcción tanto de templos, como de poblaciones, del Nuevo Mundo. Al menos, inicialmente, muchas de aquellas ciudades se hicieron a imagen y semejanza de la nuestra. Es el caso de Lima, conocida entonces como la pequeña Sevilla. 

Los Reyes Católicos, que encontraron en la evangelización del nuevo continente la legitimación de sus conquistas militares, con las que tamizar las abultadas ganancias económicas que supuso la explotación de nuevas demarcaciones territoriales, también depositaron en los dirigentes eclesiásticos más cualificados de la Catedral el control absoluto de las actividades mercantiles del comercio colonial. Lo mismo que congraciaron a Sevilla con que su puerto regentase el monopolio exclusivo de la Carrera de Indias. 

Sus Majestades don Fernando y doña Isabel encomendaron al entonces deán de la Catedral, don Juan Rodríguez de Fonseca, tanto la organización eclesiástica de las Indias como, sobre todo, la creación de la Casa de Contratación (1503). Fonseca, que está considerado el primer organizador de la política colonial castellana en las Indias, era miembro del consejo de los Reyes Católicos y fue un estrecho colaborador de Colón, con quien también discrepó muchísimo. 

Influyó el deán Fonseca para que la tesorería de Contratación la regentase otra persona del cabildo catedralicio, en este caso el canónigo Sancho Ortiz de Matienzo, y completó el tercero de los puestos más importantes de la Casa con la colocación del padre de otros dos canónigos, los hermanos Jerónimo y Pedro Pinelo. De esta guisa, quedó nombrado como factor de la Contratación el progenitor de los anteriores, don Francisco Pinelo, un riquísimo comerciante genovés afincado en Sevilla, que llegó a ser amigo personal de Cristóbal Colón. 

En el contexto humanístico de la época se entiende que su hijo Hernando Colón, erudito y bibliógrafo, colmase su biblioteca privada de manuscritos, impresos y una sugerente colección de estampas que hoy proporcionan tanta riqueza documental a la Biblioteca Colombina de la propia Catedral.


A lo largo de sus diversas etapas históricas, el río permaneció vinculado al mercadeo y mantuvo a Sevilla introducida en un considerable ajetreo comercial, como lo pone de manifiesto la presencia en ella de comerciantes nacionales (catalanes, burgaleses, vizcaínos…) y europeos (placentines –de Piacenza–, genoveses, milaneses, alemanes, flamencos, portugueses, franceses, ingleses…). Merced a ello, la Catedral alcanzó, durante la Edad Media, un notorio prestigio nacional e internacional dentro del concierto europeo aunque realmente fue a partir del Descubrimiento, cuando esta misma vía fluvial hizo mundialmente famosa a Sevilla y terminó por consagrar la universalización de esta Metropolitana y Patriarcal «Catedral del Guadalquivir».




Dinero de medio mundo

En el siglo XVI, se dirigió la economía de medio mundo desde las Gradas, por no decir desde el seno de la misma Catedral. En los aledaños del templo se resolvieron y organizaron muchísimos de los viajes a América. El arzobispo de Sevilla quiso censurar la permisividad de los oficiales de la Casa de Contratación, controlada por algunos dirigentes destacados de la Catedral, que dejaban negociar libremente con el dinero en la ciudad. Fue entonces el rey don Fernando el Católico, quien aconsejó al prelado que permitiese el negocio de los préstamos (1509). Tan intensa fue la participación de la cúpula directiva catedralicia en los negocios coloniales que, además de anunciarse con gran algarabía la llegada de los barcos cuando se aproximaban por el río a Sevilla, llegaron a realizarse muchos de los tratos incluso en el interior del templo, tal como narra el historiador Rodrigo Caro.





Marinera y Americanista

Debido a las relaciones marítimas que el Guadalquivir atrajo a Sevilla, la Catedral tuvo ya desde la Edad Media un programa devocional, y todo un personal eclesiástico, capaz de albergar la atención religiosa y pastoral tanto de pilotos y marineros, como de toda la gente de la mar. Tras el descubrimiento de América, nuestra Catedral se convirtió en el principal templo americanista de este lado del Atlántico. Esta vocación americana es perceptible en numerosos elementos del conjunto monumental, enriquecido gracias también a las suculentas inversiones de capital indiano con las que se financiaron muchas de las obras. Traigamos el ejemplo del canónigo Matienzo, quien se encargó de solicitar ayuda a la Corona, cuando fue primer tesorero de la Casa de la Contratación, con el fin de costear los trabajos de reputados maestros canteros en el arreglo del cimborrio que se desplomó en 1511.




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Julio Mayo. Historiador