LA CATEDRAL DEL
GUADALQUIVIR
por JULIO MAYO
ABC de SEVILLA, 8 de Septiembre de 2015, pág. 28
http://sevillaciudad.sevilla.abc.es/reportajes/casco-antiguo/cultura-casco-antiguo/la-catedral-del-guadalquivir/
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Los altos perfiles de la Catedral hispalense y todo el conjunto de su
majestuosa silueta formaban parte del hito paisajístico del entorno del río, en
aquellos años fascinantes del Descubrimiento de América, cuando el entramado
urbanístico no era tan abigarrado como hoy.
Debido a su proximidad geográfica con la zona portuaria –conectada con la gran iglesia por la antigua calle de la Mar (actual García de Vinuesa) y otras vías que partían de las inmediaciones de la Torre del Oro–, la relación entre ambos espacios se mantuvo bastante cercana, pues el amplio templo constituía todo un atractivo lugar de auxilio espiritual para quienes llegaban a nuestra ciudad, o tenían que partir, por el río. De hecho, en el siglo XV, la compañía que poseía la exclusividad de la carga y descarga de los barcos que atracaban en la ribera honraba a la Virgen del Pilar que se veneraba en su interior.
Dentro de aquella relación suscitada entre la
Catedral y el Guadalquivir fueron muy numerosos los beneficios mutuos que se
ofrecieron con asiduidad. La corporación catedralicia contó hasta con muelle
propio, en el embarcadero de la torre ya citada, donde poseía establecida una elevada
rueda de madera, que a modo de grúa descargaba los pesadísimos sillares de
piedra que se trajeron a Sevilla por el Guadalquivir para realizar la obra
gótica de la Catedral y posteriores labores constructivas del siglo XVI.
Durante
los años de las conquistas americanas, nuestra Catedral continuó prestando ese consuelo
piadoso, en este caso, a los participantes de las expediciones oficiales, como
las de Colón, Pedrarias o Hernán Cortés. Constituye una estampa bastante significativa
de este tipo de atención religiosa la visita de agradecimiento que le rindieron
a la vieja pintura de la Virgen de la Antigua, en 1522, los veintidós marineros
supervivientes a la arriesgadísima vuelta al mundo que capitaneó Juan Sebastián
Elcano. Las vírgenes de los Reyes y de la Sede también recibieron culto de la
gente que embarcaron hacia América.
Navegantes y viajeros que arribaban al puerto de Sevilla con noticias de los nuevos descubrimientos realizados y experiencias de otras culturas y tradiciones de Occidente, tuvieron que visitar alguna vez la Catedral, como gran espacio del conocimiento que era. La institución más importante de la Iglesia sevillana la formaba toda una «corte eclesiástica» de altas dignidades, dotada de un elevado nivel intelectual e importante reputación humanística en las más diversas disciplinas, que contaba con la lealtad de toda la nobleza aristocrática residente en la ciudad, después de que la monarquía le hubiese conferido un poder superior al otorgado al propio Ayuntamiento de Sevilla.
No olvidemos que mediante el Guadalquivir se
adentraron en Sevilla corrientes nuevas de pensamiento como el Humanismo, cuyo
mensaje cultural iluminó tanto saber a los integrantes del Cabildo Catedral. Ahí
está el ejemplo del canónigo magistral Maese Rodrigo de Santaella, fundador del
colegio de Santa María de Jesús (1505–1509) –germen de la Universidad de
Sevilla–, quien se distinguió por sacar de los muros de la Catedral el legado
de la cultura grecolatina para depositarlo en la sociedad. Este fecundo
intercambio humano y cultural, que tienen a la actividad del río y la sabiduría
de la Catedral como protagonistas, fueron los ejes motrices de la importante transformación
que experimentó nuestra ciudad en el surgimiento de la Edad Moderna.
En las primeras décadas
del siglo XVI, la Catedral recibió también el sobrenombre de Patriarcal, en
razón de la dirección espiritual que ejercitó sobre las primeras diócesis de
América (México, Santo Domingo y Lima), Gran Canarias y Filipinas,
vislumbrándose así a la sevillana como un poderosísimo centro administrador de
normas para la fundación y construcción tanto de templos, como de poblaciones,
del Nuevo Mundo. Al menos, inicialmente, muchas de aquellas ciudades se
hicieron a imagen y semejanza de la nuestra. Es el caso de Lima, conocida
entonces como la pequeña Sevilla.
Los Reyes Católicos, que encontraron en la
evangelización del nuevo continente la legitimación de sus conquistas militares,
con las que tamizar las abultadas ganancias económicas que supuso la
explotación de nuevas demarcaciones territoriales, también depositaron en los dirigentes
eclesiásticos más cualificados de la Catedral el control absoluto de las
actividades mercantiles del comercio colonial. Lo mismo que congraciaron a
Sevilla con que su puerto regentase el monopolio exclusivo de la Carrera de
Indias.
Sus Majestades don Fernando y doña Isabel encomendaron al entonces deán de la
Catedral, don Juan Rodríguez de Fonseca, tanto la organización eclesiástica de las Indias
como, sobre todo, la creación de la Casa de Contratación (1503). Fonseca, que
está considerado el primer
organizador de la política colonial castellana en las Indias, era miembro del
consejo de los Reyes Católicos y fue un estrecho colaborador de Colón, con quien también discrepó
muchísimo.
Influyó el deán Fonseca para que la tesorería de Contratación la regentase
otra persona del cabildo catedralicio, en este caso el canónigo Sancho Ortiz de Matienzo, y completó el tercero de los puestos
más importantes de la Casa con la colocación del padre de otros dos canónigos,
los hermanos Jerónimo y Pedro Pinelo. De esta guisa, quedó nombrado como factor
de la Contratación el progenitor de los anteriores, don Francisco Pinelo, un riquísimo
comerciante genovés afincado en Sevilla, que llegó a ser amigo personal de Cristóbal Colón.
En el
contexto humanístico de la época se entiende que su hijo Hernando Colón,
erudito y bibliógrafo, colmase su biblioteca privada de manuscritos, impresos y
una sugerente colección de estampas que hoy proporcionan tanta riqueza
documental a la Biblioteca Colombina de la propia Catedral.
A lo largo de sus diversas etapas
históricas, el río permaneció vinculado al mercadeo y mantuvo a Sevilla introducida
en un considerable ajetreo comercial, como lo pone de manifiesto la presencia
en ella de comerciantes nacionales (catalanes, burgaleses, vizcaínos…) y
europeos (placentines –de Piacenza–, genoveses, milaneses, alemanes, flamencos,
portugueses, franceses, ingleses…). Merced a ello, la Catedral alcanzó, durante
la Edad Media, un notorio prestigio nacional e internacional dentro del
concierto europeo aunque realmente fue a partir del Descubrimiento, cuando esta
misma vía fluvial hizo mundialmente famosa a Sevilla y terminó por consagrar la
universalización de esta Metropolitana y Patriarcal «Catedral del
Guadalquivir».
Dinero
de medio mundo
En el siglo XVI, se dirigió la
economía de medio mundo desde las Gradas, por no decir desde el seno de la
misma Catedral. En los aledaños del templo se resolvieron y organizaron
muchísimos de los viajes a América. El arzobispo de Sevilla quiso censurar
la permisividad de los oficiales de la Casa de Contratación, controlada por algunos
dirigentes destacados de la Catedral, que dejaban negociar libremente con el
dinero en la ciudad. Fue entonces el rey don Fernando el Católico, quien aconsejó
al prelado que permitiese el negocio de los préstamos (1509). Tan intensa fue
la participación de la cúpula directiva catedralicia en los negocios coloniales
que, además de anunciarse con gran algarabía la llegada de los barcos cuando se
aproximaban por el río a Sevilla, llegaron a realizarse muchos de los tratos
incluso en el interior del templo, tal como narra el historiador Rodrigo Caro.
Marinera y
Americanista
Debido a las relaciones marítimas que el
Guadalquivir atrajo a Sevilla, la Catedral tuvo ya desde la Edad Media un
programa devocional, y todo un personal eclesiástico, capaz de albergar la
atención religiosa y pastoral tanto de pilotos y marineros, como de toda la
gente de la mar. Tras el descubrimiento de América, nuestra Catedral se
convirtió en el principal templo americanista de este lado del Atlántico. Esta
vocación americana es perceptible en numerosos elementos del conjunto
monumental, enriquecido gracias también a las suculentas inversiones de capital
indiano con las que se financiaron muchas de las obras. Traigamos el ejemplo del
canónigo Matienzo, quien se encargó de solicitar ayuda a la Corona, cuando fue
primer tesorero de la Casa de la Contratación, con el fin de costear los
trabajos de reputados maestros canteros en el arreglo del cimborrio que se desplomó
en 1511.
Julio Mayo. Historiador
Catedral mayo from fjgn1972
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