Julio Mayo Rodríguez: "El triunfo de la Esperanza de Triana", en ABC de Sevilla, Jueves 24 de marzo de 2016, pp. 46 y 47
EL TRIUNFO DE LA ESPERANZA DE TRIANA
Julio Mayo Rodríguez
Julio Mayo Rodríguez
en
ABC de Sevilla, Jueves 24 de marzo de 2016, pág. 46 y 47
Es
mucho más antigua la devoción trianera a la Virgen de la Esperanza –con culto documentado
en la parroquia de Santa Ana, en las primeras décadas del siglo XVI– que la que
comenzó a profesársele en el barrio de la Macarena, a finales de la misma
centuria dentro del convento de San Basilio. No en vano, aquel monasterio no se
fundó hasta que promovió el establecimiento de esta orden religiosa un cofrade
de la Esperanza de Triana, en 1593. Se trata del rico comerciante asentado en
nuestra ciudad, que era de origen greco–chipriota y solía operar por la orilla
trianera, llamado Nicolás Triarchi. Movido por la devoción a su paisano San
Basilio, cedió una casa que poseía en la collación de Ómnium Sanctórum, donde los
frailes construyeron el colegio de la orden. ¿Puede decirse, entonces, que el
bienhechor se llevó la devoción de la Esperanza desde Triana a aquel otro lado de
Sevilla?
Desde su establecimiento en Sevilla, los
duques de Montpensier ayudaron a fomentar las salidas procesionales de varios
años con la entrega de limosnas, como en 1851. Desfiló el Viernes Santo por la
tarde y cuando venía de regreso de la Catedral se cruzó con la de Montserrat
por la antigua calle Génova (actual García de Vinuesa). Sus hermanos discutieron
sobre cuál habría de llevar la iniciativa y se originaron importantes altercados.
Comenzó a correr la multitud y la autoridad tuvo que llegar a hacer uso de las
armas, repartiendo palos a diestro y siniestro. El diario sevillano «El
Porvenir» recogió que hubo que lamentar varias desgracias entre algunas
señoras. Visitó la capilla de la calle Pureza la duquesa doña María Luisa
Fernanda de Borbón, el día 18 de diciembre de 1852, festividad de la Esperanza.
Desde entonces quedó sellada la vinculación con los Montpensier, como
testimoniaba en el antiguo escudo la flor de lis, tan distintiva de aquella
familia con derecho a sucesión monárquica.
A
finales del mes de abril de 1935, Federico García Lorca vino a disfrutar de
nuestra Semana Santa. Fue la última vez que estuvo aquí pues, sólo un año más
tarde, fue fusilado al estallar la Guerra Civil. Desde el Domingo de Ramos
hasta el de Resurrección lo acogió el poeta Joaquín Romero Murube en los Reales
Alcázares, como alcaide-conservador que era ya del emblemático edificio. Según
cuenta Juan Ramírez de Lucas, un amante del escritor granadino, Federico
disfrutó especialmente con la «bisagra de poderío estético que es la Madrugada».
De la mano de Romero Murube como guía, acompañado por Pepín Bello y algunos
otros jóvenes más, al llegar la mágica Noche cruzaron el puente con el
propósito de ver salir a la Esperanza de Triana desde San Jacinto, entre el
jolgorio de «guapa, guapa…».
Texto en Slideshare:

Fray
Hernando de la Cruz accedió a que pudiera fundarse, en el colegio de San
Basilio Magno, la Cofradía de
Nuestra Señora de la Esperança y hermandad de penitencia, a finales de noviembre de 1595, fecha oficial de la aprobación
canónica de la corporación macarena. Sin embargo, en la parroquia de Santa Ana
del barrio de Triana venía rindiéndosele culto a la Esperanza, desde finales
del siglo XV, en un altar sobre el que instituyó una capellanía el sacerdote
don Gonzalo de Herrera hacia 1520. Se data en 1565 la cláusula testamentaria de
Juan de Vidal, avecindado en Triana, que ordenó acompañar su entierro «de la
dicha cofradía de Nuestra Señora de’Esperança, que hace su ayuntamiento en la
dicha iglesia del Espíritu Santo».
De hecho, en el sínodo convocado por el
cardenal Niño de Guevara, en 1604, se ordenaron las cofradías por antigüedad
para que hiciesen estación a la Catedral y se cita a la Esperanza de Triana en
séptimo lugar, detrás de El Valle (El
Silencio, La Hiniesta, Los Negritos, Vera Cruz, Gran Poder, El Valle y
Esperanza de Triana). La de la Macarena ni consta. En la actualidad se considera
a la hermandad de la Macarena, sin embargo, más remota que la de Triana. El
equívoco pudo haberse inducido al verificarse la reunión la de Tres Caídas, en
los primeros compases del siglo XVII.
Mirando al puerto camaronero estaba la
capillita de la casa-hospital de los religiosos del Espíritu Santo, ya
desaparecida, cuyo postigo daba a la calle Pureza. Allí residía ya, en 1565, la
cofradía de la Esperanza que contaba con numerosos cofrades dedicados al
tráfico marítimo. Por mandamiento del Arzobispado, el año 1616 tuvo que
fusionarse con la de las Tres Caídas, creada poco tiempo antes en un cercano
convento de clausura de monjas Mínimas. La corporación resultante permaneció
instaurada en la iglesia del Espíritu Santo, de cuyo hecho histórico se conmemora
la efeméride del cuarto centenario (1616–2016).
Pone de manifiesto la histórica
vinculación que guardó la Esperanza con el gremio de los marineros, un
documento de concordia, hasta hoy inédito, que hemos hallado en el Archivo de
Protocolos Notariales. Es un acuerdo, suscrito en 1815, entre la entonces Congregación
de mareantes y la cofradía de las Tres Caídas, con el piadoso fin de que la
imagen de Guía, hasta entonces venerada también en el Espíritu Santo, pudiera
recibir culto en la capilla de la calle Pureza, que iba a reabrirse.
La de los Marineros era un espacio
religioso incardinado en el corazón del propio barrio, no en un lugar tan
excéntrico como la capilla del Patrocinio en el extrarradio. En ella había
cinco retablos. El principal lo ocupaba el Cristo caído, junto a las imágenes de
San Juan Evangelista y María Magdalena. En una de las paredes laterales recibía
culto la Esperanza y una pequeña talla de Jesús atado a la columna, mientras
que en la de enfrente estaba la hornacina de Nuestra Señora de Guía, además de
la de San Telmo y una Santa Cruz. Precisamente, se cumplen ahora doscientos
años del estreno de su nueva capilla e imagen dolorosa de la Esperanza, tallada
por Juan de Astorga según escribe José Bermejo en su libro de las Glorias religiosas
(1882). Salió en procesión el Jueves Santo 11 de abril de 1816, a las tres de
la tarde, después de que en Sevilla no hubiese estacionado ninguna cofradía por
impedirlo la lluvia, como cuenta el cronista Félix González de León.
Además de la gente marinera, Nuestra
Señora de la Esperanza extendía su protección sobre los vecinos de un barrio
eminentemente alfarero y calé. Colaboró muy estrechamente con la hermandad de los
Gitanos, cuando se fundó en la misma capilla trianera del Espíritu Santo, el
año 1753, a instancia del «castellano nuevo» Sebastián Miguel de Varas, o
Vargas. Le cedió varios enseres para que pudiese
realizar su primera salida procesional, que finalmente hizo desde el convento
del Pópulo, en la Magdalena, aquel año central del siglo XVIII. Y aún residiendo
los Gitanos fuera de Triana, volvió la de las Tres Caídas a prestarle insignias
y otros utensilios necesarios para la procesión de la Semana Santa de 1827. Del
protagonismo que comenzaron a tomar como hermanos los artesanos del arrabal,
nos habla un expediente que hemos analizado en el Archivo del Arzobispado, de la
década de 1840, en el que figuran ya una serie de cofrades dedicados a la
carpintería (suponemos que de ribera) y la alfarería. Volvió a salir en
procesión en 1845, después de muchos años sin hacerlo y fue a la Catedral por
primera vez.

Razones
de su protagonismo devocional y popular
Pero cuando verdaderamente comenzó la Esperanza de
Triana a labrar el enorme mito que representa hoy dentro de nuestra Semana
mayor, fue a partir de su incorporación a la jornada de la Madrugada, en 1889.
Vino a reemplazar a la también trianera cofradía de la O, que lo había estado
haciendo de noche, desde que cruzase a Sevilla para ir a la Catedral (1830). Su
prioste, don Francisco Díez, comunicó a las autoridades la intención de dejar
el horario nocturno, en la cuaresma de 1888, recalcando literalmente que lo
hacía «para evitar los excesos que se cometen, no propios en
actos religiosos». Queda claro que aquella otra hermandad del barrio no había
logrado sintonizar con el ambiente que despertaba la noche, tan en boga ya en
Triana. El representante de las Tres Caídas, don Francisco Ollero, trasladó a
la corporación municipal y al señor Provisor del Arzobispado, que su hermandad
saldría a las tres de la madrugada del Viernes Santo de aquel 1889. Desde
luego, la Esperanza, sí consiguió atraer a los segmentos más carismáticos de un
entorno marginal y a toda aquella gama de personajes y artistas maravillosos a
los que tanto les inspiraba la nocturnidad.
Este nuevo horario terminó confiriéndole
un importante empuje a la proyección universal de la hermandad, al entrar en
concurso ahora una serie de circunstancias determinantes, como la de pasar a
desfilar por el centro de la ciudad detrás de la cofradía de la Macarena. Tradicionalmente,
los macarenos, vitoreaban con entusiasmo a su hermosísima titular mariana, cuya
muestra de fervor se propusieron contrarrestar los trianeros con unas
aclamaciones mucho más continuas, ovaciones más sonoras y la interpretación de
saetas por doquier. Que se enterase Sevilla cuál era la más guapa, era el afán.
Era la lucha por la supremacía de un barrio sobre el otro. Esta pugna, tras la
que subyace una reivindicación vecinal de la identidad de una Triana que en
aquel tiempo añoraba poder ser hasta un pueblo independizado de Sevilla,
trascendió al dominio devocional y se suscitaron entonces no pocas disputas,
relativas a dilucidar cuál de las dos imágenes salía mejor vestida y con
mayores adornos. Aquella rivalidad se conoció en todo el mundo, como lo
demuestra el peculiar reportaje publicado por el periodista Stephen Bonsal, en
la revista norteamericana The Century
Magazine (1898).
Hasta dónde llegarían los piques entre
ambas que sólo diez años más tarde, en 1899, el vicario diocesano decidió comunicarle
a la de Triana que su horario de salida pasaría a ser las 9 de la mañana del
Viernes Santo. Tras no pocas protestas, se permitió que saliese a las 2,30 de
la madrugada, aunque ya no detrás de la Macarena. Desde la alcaldía y el
Palacio episcopal, se le ordenó en las vísperas de la Semana Santa de 1899, que
verificase su estación a la santa iglesia Catedral, «no sólo con
el recogimiento y orden propios del acto que realizan, sino después de la
hermandad del Cristo del Calvario y Nuestra Señora de la Presentación,
apercibiéndose de que en caso de no acatar lo dispuesto se multaría a la
cofradía».
Esta medida de gobierno, consistente en intercalar como «cortafuego» otra
procesión entre ambas, aunque la curia justificase la introducción con
argumentos del Derecho canónico, no tuvo más que un sentido práctico: atajar el
descontrol de las porfías. En el seno de la hermandad se vivió entonces una
fortísima división interna y la autoridad eclesiástica suspendió a su junta de
gobierno y nombró una gestora.
Desde siglos pasados, el barrio de la Macarena se distinguió por mantener muchas de las costumbres y tradiciones sevillanas. En su demarcación nacieron un buen número de personajes populares y cantaores flamencos. Aunque con el paso del tiempo, Triana fue arrebatándole aquella vitola y tras la fundación de la hermandad del Rocío (1813), conquistó bastantes ápices del acervo folclórico y religioso popular. A finales del siglo XIX, Nuestra Señora de la Esperanza consiguió impregnarse plenamente de la idiosincrasia de su arrabal y terminó convirtiéndose en el mejor vehículo de expresión de la realidad religiosa, social y cultural de Triana en Sevilla.
A lo largo de la historia ha contribuido a realzar el prestigio de esta hermandad, el hecho de que su Mocita morena haya sido el ancla de salvación de marineros y llegase a socorrer la desesperanza de tantísimos humildes vecinos de corrales, gitanos y alfareros. Su mayor gloria es haber nacido en Triana. Pero tu principal triunfo radica en… que también es de Sevilla.
Rodríguez
Ojeda, un bordador macareno para la Esperanza de Triana
Uno de los que contribuyó a alimentar la
dualidad de las dos Esperanzas (Triana y Macarena), fue el bordador Juan Manuel
Rodríguez Ojeda, quien se involucró muy activamente en el diseño y ejecución de
distintas piezas textiles, bordadas en oro, para las imágenes titulares, así
como la puesta en escena del conjunto de la cofradía, mediante el
embellecimiento de enseres e insignias corporativas.
GARCÍA LORCA EN TRIANA

Cuando asomó a la puerta del templo el paso del
Cristo de las Tres Caídas, le sorprendió a Federico el llamativo y desigual
tocado de plumas que llevaban los romanos del Misterio procesional. Murube le
sopló que «ante la escasez de los últimos años, las mujeres de los cabarets de
la zona, incluso algunos transformistas, habían regalado a la hermandad sus
abanicos y tocados de plumas para que las imágenes secundarias las lucieran».
Acto seguido, con la Virgen en la calle, García Lorca se quedó impresionado con
la densa marea de pétalos danzantes que caían desde los balcones para la Reina
del barrio. La acompañaron hasta el otro lado del puente y se emocionó
muchísimo al sentir que el pueblo de a pie se expresaba detrás de Ella con
tanta espontaneidad. Llegaron a la Plaza Virgen de los Reyes y allí vieron
salir de la Catedral a la Macarena, que también venía haciendo su recorrido. Al
presenciarla, exclamó: -«Qué alegría, una ciudad con dos Esperanzas tan guapas,
tan morenas, tan andaluzas». De pronto, se acercó a ellos por detrás un
jovenzuelo y les dijo. -«¡Eso sólo podría ocurrírsete a ti, Federico». Éste se
volvió y comprobó que era, nada más y nada menos, que Rafael de León, el
sevillano autor de tantas coplas que, por aquellos años, era ya amigo de García
Lorca.
JULIO MAYO, HISTORIADOR
Publicado
en ABC de Sevilla, el jueves 24 de marzo de 2016, páginas 46 y 47.
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