Cuando el Corpus era la fiesta grande de Sevilla
Si comparamos la Semana Santa y el Corpus, hoy en día a esta segunda fiesta no cabría darle el apelativo de «grande» en Sevilla, ya que ha perdido con los años el componente popular
JAVIER MACÍAS,
El Corpus no es hoy, ni siquiera, un reflejo de lo que llegó a ser a nivel popular. Si antes se trataba de una fiesta en la que la gente acudía en masa y que se celebraba en todos los barrios, desde hace décadas vive un proceso de desligamiento de la ciudad, cuya celebración se circunscribe a las calles por las que pasa la procesión y aledañas.
Aunque el Ayuntamiento ha conseguido en los últimos años darle un impulso a las vísperas, hace varios siglos, el Corpus era la fiesta grande de Sevilla. En todas las collaciones de la ciudad se vivían verbenas. “Actualmente existe una decadencia del espíritu festivo”, según indica Vicente Lleó Cañal.
Este autor, en su libro “Fiesta grande: el Corpus Christi en la Historia de Sevilla”, cuenta que “todavía hoy, cuando el Corpus Christi era un pálido reflejo de lo que fue, cuando la magnífica liturgia elaborada y refinada a lo largo de los siglos ha sido paulatinamente abandonada por desidia y mala conciencia, cuando, en fin, el proceso de desintegración social ha corroído la propia idea de la fiesta clásica como una actividad colectiva donde todo el mundo es a la vez partícipe y espectador; que hoy todavía ese ‘Jueves que reluce más que el Sol’ siga atrayendo a millares de sevillanos, constituye la prueba más fehaciente de que la fiesta grande, por antonomasia, no ha muerto del todo“.
Mientras la Semana Santa quedaba circunscrita a un sector minoritario de la población, la llegada del Corpus transformaba la ciudad. Pero… ¿cómo era aquel Corpus?
Lleó Cañal señala que “desde muy pronto”, la fiesta tuvo dos pilares: el oficial –los cabildos secular y religioso– y el popular, “institucionalizado a través de los gremios y hermandades que concurrían a la procesión con estandartes, efigies de sus santos patronos y pasos alusivos a episodios sagrados, que costeaban las danzas y figuras grotescas y que, finalmente, organizaban en las distintas collaciones las importantísimas y hoy olvidadas fiestas de la octava del Corpus”.
Y es que se conoce que ya en el siglo XVI, los vecinos se admiraban de los “artilugios mecánicos” que se instalaban en muchas plazas de la ciudad. Una crónica de Ariño, de 1596, así lo atestiguaba: “hubo tanto que ver, que para referirlo fuera poco una mano de papel”. Cuenta que “había un arco hecho en la calle de Catalanes de diversas cosas, con muchas fuentes de diversos manjares que puestas las gallinas asadas y rellenas y pavos y copones, pasteles, queso, aceitunas y ensalada, cayó todo el mantenimiento boca abajo, de suerte que estaba todo en el aire, y dentro del arco mucha música”. Una auténtica velá.
La pasarela más antigua de Sevilla
Siglo XV. La fiesta del Corpus se confirmaba en Sevilla. Se trataba de una procesión que hacía de espejo de la ciudad, diferenciando autoridades, antigüedades, clases sociales, gustos estéticos y hasta mentalidades. Como indica el historiador Manuel Jesús Roldán, “la más antigua pasarela sevillana”.
El cortejo presentaba una gran riqueza, con mozos cantores, órganos portátiles, personajes alegóricos vestidos de profetas o incluso “la Roca”, una tarima móvil donde se disponía todo un conjunto teatral en vivo, que representaba autos sacramentales. También había figurantes que representaban a santos, ángeles y evangelistas, y todo ello acompañado con efectos especiales como cohetes, luces o la salida de la luna y el sol.
El Abad Gordillo escribió que era la procesión “más alegre y festiva que se conoce en el Reino”. Porque, a todos esos figurantes y efectos especiales, se le unía la tarasca: un enorme monstruo de siete cabezas en torno al que desfilaban las mojarrillas, una especie de monstruos salvajes que incluso golpeaban al público. Era la forma de representar la huida del demonio y los vicios de lante del Santísimo Sacramento.
El desvirtuamiento de la fiesta popular vino causada tras el Concilio de Trento, cuando se convirtió en ortodoxo lo que era popular y, también, durante el Siglo de las Luces hubo una ‘intransigencia’ para distinguir lo sagrado de lo profano”. Así lo relata Lleó Cañal, que cree que “al cercenar el componente caravalesco, infligían una herida también a su componente sacro, herida de la que aún hoy se resiente”.
De aquella fiesta hoy no queda nada más que el componente religioso, un cortejo tedioso, donde está representada la Sevilla oficial, pero ya no es espejo de la ciudad. Ya no hay multitudes de personas, ni velás en los barrios. ¿Se imaginan, hoy en día, una ciudad transformada, llena de actividades en cada uno de las collaciones, el día del Corpus Christi?
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