lunes, 7 de enero de 2019

Julio Mayo: "La curiosa relación de Pasión con el Descubrimiento de América" (ABC, 2.I.2019)

La curiosa relación de Pasión con el Descubrimiento de América
JULIO MAYO, 2 de enero de 2019 
  • La vocación americanista de la histórica hermandad del Jueves Santo en sus orígenes entre los siglos XVI y XVII

La Archicofradía de Pasión, adquirió en sus inicios cierto carácter americanista, de marcado índole militar, cuando todavía no había arribado a la parroquia del Divino Salvador. No olvidemos que, a mediados del siglo XVI, se hallaba fundada ya en el convento «Casa Grande» de la Merced de Sevilla (hoy sede del Museo de Bellas Artes), bajo el nombre de los «Martirios y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo». Precisamente, en 1531, se había fundado en la iglesia de Santiago de Valladolid la cofradía de la Pasión y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, que luego tomaría como modelo esta sevillana.

Puerto de Sevilla en el siglo XVI

Tiene probada la de aquí su existencia, al menos desde 1549, consagrada a una severa disciplina penitencial, desde el principio de sus días, como así lo enuncia la advocación iniciática. Sus cofrades lucían túnicas blancas, llevaban cubiertos los rostros, y portaban el escapulario de la Merced, con el escudo en el pecho. En 1557 pleiteó con un buen número de cofradías sevillanas con el fin de ser la única que realizase estación penitencial, con disciplinantes, la noche del Jueves Santo.
Óleo del Señor de Pasión en las Reglas del siglo XIX

Aquel mismo año de 1557 cambió de título. Pasó entonces a denominarse «Sagrada Pasión de Nuestro Redentor Jesucristo». Varios oficiales de la hermandad dieron poderes al notario sevillano, don Juan de Bustamante, para que sacase copia de las Reglas de la hermandad de Pasión de la citada ciudad castellana. Si bien, esta de Sevilla, mantendría la particularidad de contar entre sus cofrades con capitanes de barco, marinos y gentes del mar. 
Señor de Pasión a luz de las velas, en la Iglesia Colegial del Salvador / JOSÉ JAVIER COMAS RODRÍGUEZ
Señor de Pasión a luz de las velas, en la Iglesia Colegial del Salvador / JOSÉ JAVIER COMAS RODRÍGUEZ
El Guadalquivir y el monopolio comercial de Sevilla incidieron muy notoriamente en la fisonomía humana de esta corporación penitencial. Muchos de sus miembros estaban vinculados a la Carrera de Indias, y, muy especialmente, al ejército de la Marina española. Un acuerdo adoptado en el acta del cabildo celebrado el 10 de diciembre de 1573, recoge la adjudicación de un poder a: «Pedro Martínez de Oñate, Mateo de Pinelo, José de Vega y al capitán Álvaro de Valdés (deudo de don Pedro Valdés, caballero de Santiago y almirante de la Armada destinada a la guarda de la Carrera y Costas de las Indias occidentales), nuestros hermanos, para que admitan y reciban por cofrades a las personas que quisieren, tanto oficiales como soldados, pertenecientes a los galeones de la Armada que estuvieren en cualquier parte de las Indias».
Sus cofrades quedaron facultados, de este modo, para admitir como hermanos a todas aquellas personas que formasen parte de la Armada española, embarcados en las respectivas flotas que tenían como misión escoltar las embarcaciones mercantes que iban y venían hacia América y Flandes. Aquel mismo año de 1573, la Junta de Pasión confirió otro poder parecido al capitán Esteban de la Sal, factor y proveedor de la Armada que guardaban las embarcaciones del Adelantado, don Pedro Meléndez de Avilés, capitán general de la expedición militar que conquistó las provincias de la Florida (hoy Estados Unidos); así como a Pedro de Haro, maestre del galeón «Santiago el Menor». Pasión les requirió a todos ellos, que admitiesen y recibiesen a las personas que, residentes en las Indias, quisieren ingresar como cofrades, previa observancia cabal de los mandatos de la Regla. Además, el poder añade que los hermanos quedaban «obligados de asentar en libros los nombres de los así recibidos, para que se sepa en esta Hermandad quiénes son, y los que son vivos y muertos, y se pueda cobrar la limosna que dieren por sus entradas, y las donaciones y legados de oro, plata y otras cosas que pertenecieren a la cofradía».
Grabado de Jesús de Pasión, realizado por Pedro Tortolero en 1747

Las muchas gracias e indulgencias que beneficiaban a los cofrades de esta hermandad, atrajeron la atención de un buen número de capitanes y soldados de la Armada asentados en Sevilla, cumpliendo su oficio, como cabecera del comercio colonial con las Indias que fue durante los siglos XVI y XVII, e incluso a otros tantos de fuera de aquí, que conocieron los privilegios de la cofradía en el transcurso de sus travesías hacia el Nuevo Mundo, donde llegó también gracias a la difusión articulada por los mismos frailes de la orden religiosa de la Merced.
En efecto, recibió donativos mediante la Casa de la Contratación de los devotos y cofrades residentes en Nueva España, Agustín de Espinosa, Andrés Candel, Antonio de Montemayor, Cristóbal de Villegas, Diego de Figueredo, Fernando Delbín, Juan de Chávez, Pedro Méndez Santillán o el mismísimo general de la flota, don Juan Escalante de Mendoza, como relaciona don José María Villajos Ruiz.

Celestino López Martínez


La singular cualidad americanista se ocupó de resaltarla este gran documentalista sevillano, nacido en 1886 y bautizado en la parroquia del Salvador, a la luz de diversos documentos que descubrió en distintos Archivos, como el de Protocolos notariales de Sevilla. No pasó desapercibido para este notable investigador, el mérito escultórico del Nazareno titular, atribuido al escultor Martínez Montañés, con gran fundamento científico. Precisamente, Celestino López Martínez, que firmaba muchas veces los documentos que encontraba como CELOMAR, publicó un importante «Estudio documental» sobre Jesús de Pasión en 1939. Varios años después, indagó respecto a la hispanidad de la imagen (1946), e incluso la relación de sus cofrades con la «Gente de mar sevillana» (1947). Estudió el cambio de residencias canónicas de la hermandad, en 1944, y volvió a abordar su vocación americanista en un artículo publicado en la revista «Archivo Hispalense» (1960). En el Archivo Histórico Provincial de Sevilla puede consultarse la colección CELOMAR, integrada por un buen número de documentos que reunió durante sus búsquedas documentales, devueltos a este Archivo entre 1990 y 1994.
Antiguo convento de la Merced, hoy Museo de Bellas Artes

Capilla propia en el convento de la Merced

El 30 de enero de 1579, la Comunidad de frailes del convento mercedario de Sevilla adjudicaba a Pasión una capilla propia, donde poder rendir culto a sus sagradas imágenes titulares. La hermandad la recibió con el compromiso de tener que reedificarla a su costa. Un documento relata que: «el dicho monasterio sea obligado a dar y adjudicar la dicha capilla y entierro a la dicha cofradía y hermanos de «la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo», que está residente en el dicho monasterio», y a cambio, la hermandad entregó a doña Francisca de Pineda y sus hijos, 200 ducados. Se trataba de una señora viuda que había recibido una capilla del claustro –que había llegado a emplearse como Sala capitular del propio convento–, tras el fallecimiento de su marido, don Francisco Gutiérrez de Jerez. La concordia de donación de este espacio, que terminó siendo capilla de Pasión, se materializó entre doña Francisca de Pineda y los religiosos de la Merced.
Cúpula del antiguo templo conventual

Bajo las naves de aquel gran convento sevillano, se bendijo la portentosa efigie de Jesús Nazareno, antes de 1619, tallada por el genial Martínez Montañés, según la opinión de grandes expertos, y en el mismo espacio religioso que pudieron admirarse también los trabajos pictóricos de don Bartolomé Esteban Murillo.
Le prestaron gran ayuda a Pasión, por los años de 1550, míticos frailes como el maestro fray Pedro de Cardenal, el vicario fray Juan de Castañeda, el comendador fray Juan Pérez de Valenzuela, y fray Juan de Somorrostro, provincial de la orden de la Merced en Castilla, Portugal y provincias de Tierra Firme de Indias.
Escudo de la Orden de la Merced, siglo XVIII


Los mercedarios y América

Los frailes mercedarios, cumplieron en el Nuevo Mundo con el encargo de evangelizar aquellas tierras por encomienda de los propios Reyes Católicos, razón por la que supieron situarse en prósperos enclaves americanistas, desde donde ejercitaron su actividad pastoral. El convento sevillano sirvió, en los siglos XVI, XVII y XVIII, como lugar de acogida de las expediciones de misioneros mercedarios que iban a América. La catedral metropolitana hispalense exportó su ritual litúrgico y celebraciones religiosas, como madre y maestra de las fundadas y establecidas en aquel continente. En los virreinatos hispanos arraigaron con fuerza las costumbres y tradiciones sevillanas. Ciudades como Lima, llegaron a ser conocidas como la «Sevilla chica». En otras del antiguo reino del Perú, como Arequipa, se fundaron conventos de la orden de la Merced, en los que también recibieron culto cofradías dedicadas al hermoso título de Pasión.

Enseres americanistas

Paso del Señor de Pasión tallado por Juan Rossy en 1865

En el último tercio del siglo XVII, es probable que se labraran las andas del Señor, ricamente repujadas en plata y carey. Así mismo, se tiene constancia de otro paso para la Dolorosa, efectuado en el mismo metal y nácar. Por grandes especialistas en platería, como la profesora María Jesús Sanz, sabemos que ebanistas y plateros sevillanos realizaron grandes trabajos con plata, con el carey proveniente de América. Es posible que, de entre la variada componenda humana de tan dispar procedencia, surgiese la donación de tales preseas. Estas importantes piezas artísticas las conservó la hermandad hasta inicios del siglo XIX. Desaparecieron cuando los invasores extranjeros mantuvieron ocupada la ciudad, en el bienio de la invasión francesa (1810-1812). La soldadesca gala convirtió el convento de la Merced en un cuartel militar, perdiéndose el rastro de estos pasos, así como de otras alhajas, enseres y documentos valiosos. El celo de algunos frailes impidió que se destruyeran las imágenes titulares. Un distinguido cofrade de aquella época fue el historiador sevillano, don Félix González de León, quien hizo mucho también por el retorno de la hermandad de la parroquia de San Julián al monasterio de la Merced, tras la retirada de las tropas francesas.

Comendadora de la Merced

Virgen sedente de la Merced, siglo XVIII



Dentro del convento de la Merced se fundó una hermandad dedicada al título de Nuestra Señora de las Mercedes, en 1584. Se preñó del fervor inmaculista que tanto se extendió en aquella Sevilla del siglo XVII, pues entre sus fines figuraba que «los buenos cristianos se animaran a servir a la Concepción Limpísima de Santa María de las Mercedes». Aquella corporación mariana se unió a la hermandad de la Expiración (la actual hermandad del Museo), aunque luego se separó de ella para fusionarse a la de Pasión, en el año 1772. Entonces, Pasión se encontraba en el templo conventual de la Merced. Al deambular por otras sedes canónicas, la hermandad lo hizo sin esta imagen. De hecho, la talla barroca sedente de esta imagen de gloria se conserva hoy en la capilla de la hermandad del Museo de la plaza del mismo nombre.

Julio Mayo: "¿Cómo eran las cofradías de Triana cuando aún no llegaban a la Catedral?" (ABC Sevilla, 3.I.2019)

¿Cómo eran las cofradías de Triana cuando aún no llegaban a la Catedral?


Justino Matute, historiador de la Semana Santa y cofradías penitenciales trianeras, en el 200º aniversario de la publicación de su libro «Aparato para escribir la historia de Triana» (1818-2018)

Una de las calles de Triana recibe el nombre de Justino Matute desde el año 1859, en homenaje al gran periodista e historiador que escribió uno de los primeros monográficos centrados en el barrio, su parroquia de Santa Ana, las ermitas, iglesias, hospitales y hermandades penitenciales radicadas desde siglos pasados en el arrabal trianero. Su libro, titulado «Aparato para escribir la historia de Triana y de su iglesia parroquial», lo publicó en 1818, hace 200 años, gracias al mecenazgo de un anónimo «amante de la Historia de Sevilla» y la imprenta de don Manuel Carrera y compañía.

En las primeras líneas introductorias, el autor expresa que comenzó a escribirlo cuando volvió a Sevilla, después de haber estado encarcelado unos años por colaborar con los franceses los años de la invasión. Aunque se propuso historiar principalmente la parroquia de Santa Ana, así como las respectivas iglesias y centros piadosos existentes entonces en elbarrio de Triana, hemos extractado todas las noticias que proporciona sobre las cofradías penitenciales, que no son pocas.
El Nazareno de La O, por la calle Betis, a principios del siglo XX
Todavía en aquellas décadas iniciales del siglo XIX, hacían «estación todas las cofradías de penitencia, que salen de su collación», a la parroquia de Santa Ana, según manifiesta el propio don Justino. En Semana Santa, las procesiones no cruzarán el puente para llegar a la Catedral hasta unas décadas después, por lo que los cortejos que conoció nuestro historiador sólo recorrían las calles trianeras. Además, un buen número de las hermandades recogidas en su «Aparato», se encontraban ya desaparecidas. Otras, tampoco han llegado a nuestros días después de haberlas conocido él. De las que nacieron en Triana, sólo han pervivido la Estrella, Cristo de las Aguas, Esperanza de Triana, los Gitanos, el Cachorro y la O.
Ilustración del libro de Justino Matute sobre el barrio de Triana



La Estrella


Cuenta Matute que don Diego de Granados y Mosquera fundó en la ermita hospital de Nuestra Señora de la Candelaria, una cofradía con la advocación del Santo Cristo de las Penas, Triunfo de la Santa Cruz y Amparo de María Santísima, que poseía una capilla propia, edificada a expensas de sus cofrades. El espacio era muy pequeño y, con los años, se trasladó al convento de la Victoria, atendido por los frailes Mínimos de San Francisco de Paula. En él se unió a la de Nuestra Señora de la Estrella, que a su vez se había fusionado ya, anteriormente, con la hermandad de San Francisco de Paula.
Antigua fotografía del palio de la Virgen de la Estrella
Antigua fotografía del palio de la Virgen de la Estrella

El profesor Matute realizó una ímproba labor de consulta de archivo y rastreo documental. A lo largo de su trabajo expone cuantiosas fechas de aprobaciones de reglas, muchas de ellas fundacionales. Precisamente, la de la Estrella la dató en 1566, como, en efecto, aconteció. En el apartado dedicado a la iglesia conventual de los padres victorios, narra que la hermandad del Cristo de las Penas, con la de Nuestra Señora de la Estrella, se integró en una sola, en 1674. El investigador Cuéllar Contreras, demostró en 1979 que la reunión se produjo el año propuesto por don Justino, pese a que Bermejo y Carballo pretendiese situarla al siguiente de 1675. Asevera Matute que la nueva corporación resultante pasó a denominarse «Nuestra Señora de la Estrella, Santo Cristo de las Penas, Triunfo del Santo Lignum Crucis y San Francisco de Paula, con una nueva regla que hicieron». Precisa que entonces sacaba tres pasos, el del Triunfo de la Santa Cruz, el Señor de las Penas y el de Nuestra Señora de la Estrella, con el Lignum Crucis en sus manos.

No hace referencia al traslado de esta hermandad a la iglesia del convento dominico de San Jacinto, pues este cambio no llegaría a consumarse hasta bastantes años después del periodo en el que Justino Matute realizó sus investigaciones y escribió el libro dedicado a Triana.

Sin embargo, sí refiere que, en el templo de los padres Mínimos, residía también una hermandad de la Entrada de Cristo en Jerusalén con Nuestra Señora del Desamparo que procesionaba el Domingo de Ramos por la tarde, muy similar a la de la Borriquita, hoy establecida en la colegial de El Salvador. La «Borriquita» trianera conservaba unas reglas aprobadas en 1666. Matute destaca que hizo su última estación de penitencia el año 1787 (a la parroquia de Santa Ana, como todas las demás del barrio). Esta corporación pasó al convento carmelita de los Remedios, hoy cerrado al culto, en cuyo templo se extinguió en el XIX.
Misterio de las Aguas en la iglesia de San Jacinto en una fotografía de finales del siglo XIX
Misterio de las Aguas en la iglesia de San Jacinto en una fotografía de finales del siglo XIX

Cristo de Las Aguas


Esta hermandad que reside canónicamente en el barrio del Arenal desde 1977, tuvo su origen en la iglesia del convento de frailes dominicos de San Jacinto, de la calle Pagés del Corro. Lo cuenta así Matute y Gaviria: 

«Estuvo también situada otra cofradía de penitencia, con el título de Señor de las Aguas y Nuestra Señora del Mayor Dolor, que hizo estación la Semana Santa de 1751 (a la parroquia de Santa Ana), en que estaba recién erigida, y por no tener todavía parigüelas (sic) sacó sus imágenes en las de la cofradía de Jesús de las Caídas. 

Poco después, en 1758, se estableció el rosario a prima noche, que en sus principios salía con mucha decencia y acompañamiento, y continua con devoción». Se sabe que, tras el la Revolución de 1868, el templo de San Jacinto permaneció clausurado hasta 1875. El crucificado de las Aguas se llevó a Santa Marina, en 1869, donde quedó entronizado en el altar mayor, hasta que luego lo recuperarían los reorganizadores de la hermandad de las Aguas en octubre de 1891. 

Sin embargo, aquel antiguo crucificado recibe culto ahora en el convento de los padres dominicos de Almagro (Ciudad Real). Tras el incendio de San Jacinto de 1942, se desencadenaron los traslados a los templos de Santiago, San Bartolomé y, finalmente, a la capilla del Rosario de la calle Dos de Mayo, en el Arenal, aunque todos estos últimos aconteceres de finales del siglo XIX y el transcurso del XX, que no fueron contemporáneos a don Justino Matute, no constan recogidos en su «Aparato de Historia».
El Cristo de las Tres Caídas de la Esperanza de Triana, en la puerta de la antigua Cárcel del Pópulo, principios del siglo XX



Esperanza de Triana


En el capítulo que dedica a la ermita del Santo Cristo de las Caídas, Matute escribe literalmente que, en Santa Ana, hubo «una cofradía de penitencia dedicada al título de Nuestra Señora de la Esperanza y San Juan Evangelista, con regla aprobada el 24 de noviembre de 1595, que asistía con su estandarte a las procesiones generales de la ciudad, y hacía estación la Semana Santa con sus imágenes». Y es en el amplio apartado que dedicó a la parroquial trianera, en el que se pregunta así mismo que dónde estarían ubicados los altares de imágenes devocionales tan antiguas como el de la Esperanza, al que retrotrae al año 1520. En el siglo XX, el historiador Santiago Montoto publicó que su fecha de creación se había producido, sin embargo, en 1418.
Independientemente a aquélla, se estableció la cofradía de las Caídas de Cristo, compuesta por gentes del mar, debido al estrecho vínculo de Triana con el río Guadalquivir, hasta que ambas entidades religiosas se unieron el 15 de abril de 1616. El autor de las Glorias religiosas de Sevilla, don José Bermejo y Carballo, que publicó su libro en 1882, tomó muchísimos datos descubiertos por Justino Matute, unos 65 años antes. Desde la agrupación de ambas cofradías, empezó a disfrutar de la antigüedad de la de Nuestra Señora de la Esperanza, como lo acreditan las nóminas y llamamientos de hora de aquel tiempo. Lógicamente, comenzaron a hacer juntas su estación penitencial en la madrugada del Viernes Santo. En 1796 pasó a la tarde del Viernes Santo y en torno a 1817 a la del Jueves Santo. Antes de la salida, celebraba un Sermón de Pasión.
La Esperanza de Triana, en la puerta de la antigua Cárcel del Pópulo, principios del siglo XX

Con respecto a las distintas sedes, don Justino Matute refiere que, en 1698, residía en la iglesia del convento del Espíritu Santo. El 24 de febrero de 1735, acordó pasarse a la parroquial de Santa Ana, donde fueron acomodadas sus imágenes titulares en la capilla de los Montes. Pero a la vuelta de pocos años, en 1744, regresó nuevamente al Espíritu Santo, aunque solo por un año. Pasó otra vez a Santa Ana, en 1745. Diez años después, se trasladó provisionalmente, a consecuencia de los daños ocasionados por el terremoto de Lisboa en 1755, a la iglesia de los Remedios, hasta que llegó a la ermita de la Encarnación, en 1776. Justino Matute matiza que esta cofradía regresó al convento del Espíritu Santo, donde permaneció hasta los albores del siglo XIX. El trasiego de tantos cambios no favoreció, en absoluto, un mayor crecimiento de la hermandad.
El Cristo de las Tres Caídas de la Esperanza de Triana, cruza el Puente de Triana a principios del siglo XX

Cuando Matute y Gaviria se encontraba trabajando en este libro que analizamos –los años 1815, 1816 y 1817–, esta hermandad se trasladó a una ermita (sic) nueva que construyó la hermandad en la calle Larga, hoy conocida como Pureza. Refiere don Justino que esta nueva iglesia se estrenó en 1815, después de que sus cofrades se llevasen preparándola bastantes años. Al parecer, tras la adquisición en propiedad de unos inmuebles en los años centrales del siglo XVIII. La describe como «primorosa fábrica, –provista con– decentes retablos e imágenes ricamente adornadas».
En la capilla de los Marineros permaneció hasta que le fue expropiada en la Revolución de 1868. Fue entonces, cuando pasó a refugiase en San Jacinto.
Justino Matute parece que sentía un fervor especial por el Cristo, cuya imagen elogia resaltando algunas cualidades. Entre ellas, su antigüedad y gran mérito escultórico. Llega a calificarlo de admirable escultura, pues, a su juicio, era mucho más antiguo de lo que «falsamente se había atribuido». No compartía, don Justino, la opinión de que fuese obra de Bernardo Gijón (sic), «sino del escultor Marcos de Cabrera, discípulo de Jerónimo Hernández, coetáneo de los orígenes de esta hermandad». El autor no pasa por alto el culto que el barrio le rendía e insiste en que el Señor caído en tierra, con la cruz al hombro, tenía mucha devoción.
Antigua imagen del Nazareno de los Gitanos quemada en San Román en 1936


Los Gitanos


En el epígrafe que Matute y Gaviria dedicó al convento de la orden del Espíritu Santo, establecida bajo la regla la Orden hospitalaria de Sancti Spiritus, y que se hallaba localizado a la orilla del río, pasa por alto que el gitano Miguel de Varas, junto a otros compañeros más de su misma etnia, tuviesen la iniciativa de fundar en su iglesia, el año 1753, una cofradía bajo el título de Nuestro Padre Jesús de la Salud y María Santísima de la Angustia. Se trata de la popular hermandad de los Gitanos. Tras obtener la conformidad y aprobación de la autoridad eclesiástica, la incipiente hermandad se trasladó a la iglesia del convento del Pópulo en la Magdalena, al año siguiente. Aquella primera Semana Santa, salió el Miércoles Santo con enseres prestados por la hermandad de la Esperanza de Triana. Es muy llamativo que don Justino silenciase este acontecimiento y no introdujese ninguna reseña sobre esta cofradía penitencial promovida por los calés.
Santísimo Cristo de la Expiración (El Cachorro) / 
Archivo General de Andalucía.


El Cachorro


Las noticias sobre el Santo Cristo de la Expiración y Nuestra Señora del Patrocinio, las agrupó Matute y Gaviria principalmente en las páginas consagradas a la ermita del Patrocinio. Expresa sobre ella que, en su origen, se trató de una iglesia con un recinto sagrado muy pequeñito situado en el confín de la calzada de Castilleja, en un lugar muy marginal, cerca de Portugalete y los entornos de la vega del Guadalquivir.
Se hace eco de la leyenda popular de la aparición de la Virgen titular de la ermita. Aquella antigua imagen, de talla, fue encontrada, según testimonios de generaciones anteriores, en la cueva de un pozo cercano a esta iglesia. A partir de aquel hecho milagroso, se instituyó una hermandad que, con el paso del tiempo, se convirtió en penitencial. La Virgen comenzó a salir el Miércoles Santo, acompañando a una imagen de Jesús Nazareno con la Cruz a cuestas, que don Justino Matute conoció en la vieja ermita, y que al presente aún permanece en ella.
Dolorosa del Patrocinio en su paso de palio a finales del siglo XIX, con bambalinas confeccionadas por las Hermanas Antúnez. 
Foto del Fondo Joaquín Turina.
Suponemos que don Justino tuvo que consultar cierta documentación antigua de la hermandad, pues afirma, sin titubeos, que el crucificado del Señor de la Expiración se adquirió en 1691, en cuyo año –prosigue Matute– «empezaron a sacarlo en procesión de penitencia el Viernes Santo por la tarde». Y mantenemos que debió tener acceso a ciertos manuscritos originales, porque en su obra deja plasmado que: «se atribuye la imagen a Francisco Ruiz Gijón, escultor acreditado, que florecía en aquel tiempo». No hace mención a la denominación popular con la que se ha terminado conociendo a este portentoso crucificado del Cachorro.
Desde luego, el catedrático de la hispalense poseía una sensibilidad exquisita para todas estas cuestiones artísticas. Don Justino continúa redactando que: «a finales del siglo XVIII, se le sumó una dolorosa que, bajo el título del Patrocinio, realizó don Cristóbal Ramos, escultor en barro de eta ciudad».
Grabado de la cofradía de La O cruzando el Puente de Barcas en la primera mitad del siglo XIX

La O

Entre las noticias concernientes a la capilla de Nuestra Señora de la O, que servía de auxiliar a la parroquia de Santa Ana, don Justino Matute incluyó los datos de la hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de la O. Esta promovía «con devota emulación, la estación de penitencia de Semana Santa, en la que conducía en ricas parigüelas (sic) la devota imagen de Jesús Nazareno, cuya vista infunde venerable respeto, obra de las buenas que, con el mismo destino, se hacían en Sevilla a fines del siglo XVI». En el Nazareno no supo intuir la mano prodigiosa de Pedro Roldán, por lo que tuvieron que ser muy pocos los documentos examinados relativos a esta popular cofradía.
La devota imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno cumplía su estación penitencial con una Dolorosa, distinta a la antigua. La primitiva, también del mismo título, era de gloria y presidía el altar mayor de este templo. Matute diferenció así la que estaba entronizada en el altar mayor, cuya imagen tuvo hermandad propia, instituida allá por el año de 1566, y que, con el andar del tiempo, incluso llegó a integrarse con la de Santa Brígida.
Significó el autor que la hermandad de la O «era su procesión de Semana Santa una de las más solemnes y suntuosas». Completó la información refiriendo que esta corporación había venido haciendo estación de penitencia en la madrugada del Viernes Santo hasta el año 1753, que fue cuando pasó a la tarde del Viernes Santo.
Azulejo del Nazareno de La O de 1760


Semblanza


Don Justino Matute y Gaviria nació en Sevilla, el 28 de mayo de 1764, y falleció el 11 de marzo de 1830. Aunque cursó estudios universitarios de medicina, destacó como escritor y periodista. En el mundo del periodismo compartió páginas junto a Félix José Reynoso, Alberto Lista, Manuel María del Mármol, Blanco y el Abate Marchena. Llegó a ser catedrático de Retórica de la Universidad hispalense y de Ciencias naturales en la Sociedad patriótica de Amigos del País de Sevilla. Este intelectual amó el ideario republicano de la Revolución francesa, sin dejar nunca de ser un cristiano ilustrado. Se puso de parte de los franceses cuando nos invadieron, en 1810, con cuya administración colaboró estrechamente. Fue nombrado subprefecto de Jerez de la Frontera, donde dirigió un diario político de allí. Tras la retirada de los franceses en 1812, fue enjuiciado y encarcelado hasta 1814. Tras salir de la cárcel, en 1815, comenzó a trabajar en la elaboración de esta Historia de Triana y su iglesia parroquial.
Dolorosa de una de las hermandades extinguidas que reside en Santa Ana / J. FLORES


Cofradías desaparecidas


Muy sugerentes son las referencias recogidas sobre algunas cofradías penitenciales que habían existido radicadas en distintos templos, y se hallaban ya extinguidas en aquellos años iniciales del siglo XIX.
Parroquia de Santa Ana
  1. -Ntra. Sra. del Buen Viaje y Socorro
  2. -Ntra. Sra. del Camino, la Tentación de Cristo en el desierto y Nuestra Señora de los Peligros
  3. -Santo Cristo de la Pasión y Muerte y Nuestra Señora de la Parra
  4. -La Sed de Cristo y Nuestra Señora de las Maravillas,

Nuestra Señora del Desconsuelo Convento de La Victoria
  1. -Nuestra Señora del Buen Viaje, Smo. Cristo del Socorro, Hermandad de la Tentación de Cristo en el Desierto y Nuestra Señora de los Peligros
Ermita de los Santos Mártires
  1. -Santo Ecce-Homo y Nuestra Señora del Camino.
  2. Cristo de la Sangre (Los inicios de San Benito)

Matute conoció en la ermita de la Encarnación la del Santo Cristo de la Sangre y la Santísima Virgen de la Encarnación; era una de las cofradías más antiguas que estacionaban el Viernes Santo por la tarde. Sus reglas estaban datadas el 18 de julio de 1554. Todavía continuaba establecida en la ermita de la Encarnación cuando publicó en 1818. Narra el curioso hecho de la caída del Cristo crucificado en la Semana Santa de 1808. Era 15 de abril. Al desplomarse en el suelo, se partió un brazo y dentro de él había un papel que decía: «En el año del nacimiento de nuestro Redentor de 1553 años, en el mes de marzo, se acabó la hechura de este santo Crucifijo, e ficieron la hechura de talla Francisco de Vega, entallador y Pedro Ximénez, pintor, la pintura». Detalla que se restauró. El día de la Encarnación del año 1809, se volvió a colocar en su altar. Ni este Cristo, ni esta hermandad procesionan en nuestra Semana Santa.