martes, 20 de junio de 2017

Los Dominicos y la Advocación del Dulce Nombre de Jesús en Andalucía


Resultado de imagen de LOS DOMINICOS Y LA ADVOCACIÓN DEL DULCE NOMBRE DE JESÚS EN ANDALUCÍA


ARANDA DONCEL, Juan (coord.):

LOS DOMINICOS Y LA ADVOCACIÓN DEL
DULCE NOMBRE DE JESÚS EN ANDALUCÍA

Edita: Archicofradía del Dulce Nombre de Archidona (Málaga)
Impresión: Litopress. Ediciones Litopress. Córdoba, 2017
ISBN: 978-84-946783-8-7

Obra completa:

https://drive.google.com/file/d/0B10dWCho6_G2aE5IM0ZQcXB0S28/view?usp=sharing





-o-o-o-

jueves, 15 de junio de 2017

Javier Macías: Cuando el Corpus era la fiesta grande de Sevilla (ABC 14 de junio de 2017




Cuando el Corpus era la fiesta grande de Sevilla

Si comparamos la Semana Santa y el Corpus, hoy en día a esta segunda fiesta no cabría darle el apelativo de «grande» en Sevilla, ya que ha perdido con los años el componente popular 

 



El Corpus no es hoy, ni siquiera, un reflejo de lo que llegó a ser a nivel popular. Si antes se trataba de una fiesta en la que la gente acudía en masa y que se celebraba en todos los barrios, desde hace décadas vive un proceso de desligamiento de la ciudad, cuya celebración se circunscribe a las calles por las que pasa la procesión y aledañas.
Aunque el Ayuntamiento ha conseguido en los últimos años darle un impulso a las vísperas, hace varios siglos, el Corpus era la fiesta grande de Sevilla. En todas las collaciones de la ciudad se vivían verbenas. “Actualmente existe una decadencia del espíritu festivo”, según indica Vicente Lleó Cañal.
Este autor, en su libro “Fiesta grande: el Corpus Christi en la Historia de Sevilla”, cuenta que “todavía hoy, cuando el Corpus Christi era un pálido reflejo de lo que fue, cuando la magnífica liturgia elaborada y refinada a lo largo de los siglos ha sido paulatinamente abandonada por desidia y mala conciencia, cuando, en fin, el proceso de desintegración social ha corroído la propia idea de la fiesta clásica como una actividad colectiva donde todo el mundo es a la vez partícipe y espectador; que hoy todavía ese ‘Jueves que reluce más que el Sol’ siga atrayendo a millares de sevillanos, constituye la prueba más fehaciente de que la fiesta grande, por antonomasia, no ha muerto del todo“.
Mientras la Semana Santa quedaba circunscrita a un sector minoritario de la población, la llegada del Corpus transformaba la ciudad. Pero… ¿cómo era aquel Corpus?
Lleó Cañal señala que “desde muy pronto”, la fiesta tuvo dos pilares: el oficial –los cabildos secular y religioso– y el popular, “institucionalizado a través de los gremios y hermandades que concurrían a la procesión con estandartes, efigies de sus santos patronos y pasos alusivos a episodios sagrados, que costeaban las danzas y figuras grotescas y que, finalmente, organizaban en las distintas collaciones las importantísimas y hoy olvidadas fiestas de la octava del Corpus”.
Y es que se conoce que ya en el siglo XVI, los vecinos se admiraban de los “artilugios mecánicos” que se instalaban en muchas plazas de la ciudad. Una crónica de Ariño, de 1596, así lo atestiguaba: “hubo tanto que ver, que para referirlo fuera poco una mano de papel”. Cuenta que “había un arco hecho en la calle de Catalanes de diversas cosas, con muchas fuentes de diversos manjares que puestas las gallinas asadas y rellenas y pavos y copones, pasteles, queso, aceitunas y ensalada, cayó todo el mantenimiento boca abajo, de suerte que estaba todo en el aire, y dentro del arco mucha música”. Una auténtica velá.

La pasarela más antigua de Sevilla

Siglo XV. La fiesta del Corpus se confirmaba en Sevilla. Se trataba de una procesión que hacía de espejo de la ciudad, diferenciando autoridades, antigüedades, clases sociales, gustos estéticos y hasta mentalidades. Como indica el historiador Manuel Jesús Roldán, “la más antigua pasarela sevillana”.

El cortejo presentaba una gran riqueza, con mozos cantores, órganos portátiles, personajes alegóricos vestidos de profetas o incluso “la Roca”, una tarima móvil donde se disponía todo un conjunto teatral en vivo, que representaba autos sacramentales. También había figurantes que representaban a santos, ángeles y evangelistas, y todo ello acompañado con efectos especiales como cohetes, luces o la salida de la luna y el sol.

El Abad Gordillo escribió que era la procesión “más alegre y festiva que se conoce en el Reino”. Porque, a todos esos figurantes y efectos especiales, se le unía la tarasca: un enorme monstruo de siete cabezas en torno al que desfilaban las mojarrillas, una especie de monstruos salvajes que incluso golpeaban al público. Era la forma de representar la huida del demonio y los vicios de lante del Santísimo Sacramento.
El desvirtuamiento de la fiesta popular vino causada tras el Concilio de Trento, cuando se convirtió en ortodoxo lo que era popular y, también, durante el Siglo de las Luces hubo una ‘intransigencia’ para distinguir lo sagrado de lo profano”. Así lo relata Lleó Cañal, que cree que “al cercenar el componente caravalesco, infligían una herida también a su componente sacro, herida de la que aún hoy se resiente”.

De aquella fiesta hoy no queda nada más que el componente religioso, un cortejo tedioso, donde está representada la Sevilla oficial, pero ya no es espejo de la ciudad. Ya no hay multitudes de personas, ni velás en los barrios. ¿Se imaginan, hoy en día, una ciudad transformada, llena de actividades en cada uno de las collaciones, el día del Corpus Christi?

Javier Macías

Javier Macías

Coordinador en Pasión en Sevilla
Redactor de ABC. Coordinador de Pasión en Sevilla

viernes, 2 de junio de 2017

J. Mayo: Un litigio de orden de 1766. Pilas y Villamanrique mantuvieron un enconado pleito en los tribunales eclesiásticos de Sevilla


UN LITIGIO DE ORDEN DE 1766

JULIO MAYO

ABC de Sevilla. Viernes 2 de junio, pp. 39-40.

Pilas y Villamanrique mantuvieron un enconado
pleito en los tribunales eclesiásticos de Sevilla




A cuenta del lugar preeminente que deseaban ostentar en la procesión, las filiales de Pilas y Villamanrique mantuvieron un enconado pleito en los tribunales eclesiásticos de Sevilla, superada ya la segunda mitad del siglo XVIII, cuando la romería comenzó a experimentar cierto apogeo. En 1766, la de Pilas acudió al Arzobispado para obtener la aprobación de sus Reglas, conforme a los dictámenes establecidos por la autoridad religiosa. El expediente, que se conserva en la sección de Justicia del archivo diocesano precisa que el pileño, Juan Muñoz de Suarte, fue quien realizó la tramitación burocrática, en representación de la Hermandad de Nuestra Señora del Rosío, que se hallaba establecida en la parroquia de Santa María la mayor de la localidad sevillana.

Pilas aspiraba a ocupar el primer puesto de las filiales porque Villamanrique no cumplía con los requisitos canónicos exigidos, pues sus Reglas no estaban ratificadas por el ordinario eclesiástico sevillano. Denunciaron los pileños que la de Villamanrique no se hallaba constituida dentro de la diócesis e infringía las normas de forma flagrante. «Es cosa sabida –expresa el litigio– que la dicha villa de Villamanrique es sujeta en lo eclesiástico al Priorato de León». Desde el surgimiento de la población, en el siglo XVI, perteneció a la orden militar de San Marcos de León, cuyo obispo-prior era de la orden de Santiago, con sede en Llerena (Badajoz), hasta que en julio de 1873 quedó disuelta. 


Aquella irregularidad se solapó muchos años gracias al favor de la hermandad de Almonte, cuyos dirigentes consintieron la participación pese a estar incardinada en otra jurisdicción. El proceso incluye la réplica de Villamanrique, que alegó ser la primera que recibía las andas de la Virgen, al salir, después de la de Almonte, además de ser la última en devolvérselas a los almonteños, antes de entrar. 


El Simpecado de Pilas por el Real del Rocío.

Pero el 7 de marzo de 1766, el gobernador eclesiástico don José de Aguilar y Cueto, que tanto luchó porque las hermandades legalizaran sus reglamentos, envió una petición a la hermandad de Almonte, en nombre de la cofradía de Pilas, anunciándole que la reestableciesen al mismo lugar que poseía en la procesión de Pentecostés, porque «se han hecho autos sobre aprobación de la Regla, que por no haberse descubierto la antigua firmaron para régimen y gobierno, la que por mí ha sido aprobada». 

Sin embargo, Pilas temía que Almonte continuase favoreciendo a la otra filial litigante e incumpliese esta orden. Puntualiza la demanda que la de Almonte, «unida con la congregación de la de Villamanrique, quiere darle a esta preferencia en la iglesia y procesión que se ha de celebrar en dicho día, por motivos particulares que tienen entre sí».

La referencia más antigua que poseíamos relativa al orden nominal de las filiales, nos lo había proporcionado la Regla Directiva de la ilustre hermandad de Almonte, fechadas el 7 de agosto de 1758. El capítulo sexto, que trata sobre las hermandades de otros pueblos, enumera «las de Villamanrique, Pilas, La Palma y Rota, y en las ciudades de Moguer, Sanlúcar de Barrameda y el Gran Puerto de Santa María, cuyas siete Hermandades concurran anualmente, con la de esta villa [de Almonte] el día de la Fiesta»

Y añade curiosamente: «que la que faltare, con su asistencia un año, y no hisiere constar con justificación a las demás, el justo motivo que se lo impida, haya de perder su antigüedad, y se ponga después de la última, y más moderna Hermandad».

En las primeras décadas del siglo XVIII, tuvo que faltar alguna a la procesión sin justificación convincente, viéndose obligada la almonteña a establecer un acuerdo entre todas, recalca el auto, «por el que pierde la antigüedad la hermandad que faltare dos años. Firmado en la Ermita de Ntra. Sra. de las Rocinas, el 4 de junio de 1724», con las firmas de Sanlúcar de Barrameda, Villamanrique, Pilas, La Palma y Moguer.

El contencioso revela que la más antigua de todas era la de Sanlúcar de Barrameda y que esta perdió su sitio, entre 1724 y 1758, a causa de algún inconveniente importante que desconocemos. Tras faltar más de dos años, la sanluqueña quedó relegada al final de todas, razón por la que figura posicionada en el sexto lugar, en las Reglas de 1758, antes del Puerto de Santa María, que igualmente pudo no haber asistido algún tiempo.

En el procedimiento se recrea parte del programa festivo que se seguía en la procesión de Pentecostés, fuera de la liturgia. La Señora salía de la ermita de manos de capellán, y este entregaba el paso a la hermandad matriz para, a su vez, cedérselo a la filial primera. Por orden de antigüedad iba cada una cumpliendo con el relevo «disparando primero los fuegos, recibiendo en sus hombros la Virgen Santísima antes y bailando danzas». Al regreso, la más antigua le cedía el paso a la de Almonte, cuyos cofrades introducían la imagen dentro de la iglesia con la danza de rigor.


JULIO MAYO, HISTORIADOR