San Francisco Javier, Juan Simón Gutiérrez, Sagrado Corazón Sevilla


Muerte de un pilar de la Compañía de Jesús. Había nacido un día de Abril, Martes Santo, motivo que escogió la hermandad de los Javieres para fijar su salida procesional. La huella de la Compañía se prolonga en la ciudad

Figura básica de la Compañía de Jesús, da nombre en Sevilla a una hermandad de penitencia y a una parroquia, estando presente en numerosas muestras del patrimonio artístico de la ciudad.

Francisco de Lassu y Azpilcueta nació en el castillo de Javier, Navarra, el 7 de abril de 1506. Tras cursar estudios en Navarra y en la Sorbona de París, conoce a Ignacio de Loyola y se consagró sacerdote en Roma, convirtiéndose en unos de los pilares fundacionales de la compañía de Jesús. Es uno de los santos fundamentales en la cristianización de Japón, India y China. Su labor de la propagación de la fe superó las continuas dificultades a las que se enfrentó, hasta que en 1552 murió en la isla de Sancián en las costas de Cantón, a causa del hambre y del frío. Fue beatificado el 25 de octubre de 1619 por el papa Paulo V, y canonizado el 12 de marzo de 1622 por Gregorio XV, siendo copatrono de Navarra y de las misiones católicas.


San Francisco Javier, hermandad de los Javieres -->

Símbolo de la espiritualidad misionera de la Compañía de Jesús, es uno de los santos más representado en la historia del arte. En general se suele representar con una imagen agraciada, la de un hombre joven que sigue las descripciones originales de la época que se utilizaron para componer las primeras imágenes grabadas con la vera efigie del santo, reiteradamente repetidas en obras posteriores. Buen punto de partida para el conocimiento de su físico lo constituye la descripción del padre Teixeira, quien lo conoció en la isla de Goa en 1552: “Era el Padre Maestro Francisco de estatura antes grande que pequeña, el rostro bien proporcionado, blanco y fresco, alegre y de buena gracia. Los ojos, entre castaños y negros, la frente larga, el caballo y la barba negros”.
Detalle de San Francisco Javier del Colegio Portacoeli

Una iconografía que se constata en la imagen de San Francisco Javier con la cruz en la mano derecha, que se encuentra actualmente en la Iglesia del colegio Portaceli de Sevilla, y que, según el padre García Gutiérrez, debió hacerse para alguno de los colegios que tenían los jesuitas en la ciudad. Atribuida a Juan de Mesa, se suele datar en torno a 1622, cuando Francisco Javier fue canonizado junto a San Ignacio de Loyola por el Papa Gregorio XV. La monumental imagen, quizás poco conocida, muestra al santo en su vertiente misionera, con la pierna izquierda basculante y los brazos abiertos, en actitud de predicación del Evangelio. García Gutiérrez señaló el parecido del estudio del ropaje con la escultura de San Francisco Javier de Gregorio Fernández, de la iglesia de San Miguel de Valladolid en una imagen que en el año 2006 presidió en la Catedral el 500 aniversario del nacimiento del santo.
San Francisco Javier atribuido a Juan de Mesa del Colegio Portacoeli

La buena presencia física y el ímpetu espiritual del santo navarro fueron representados en obras de Rubens, Van Dyck, Poussin o el mismo Bartolomé Esteban Murillo. En el Wadsworth Atheneum de Connecticut se conserva su versión del santo, representado de cuerpo entero y con la iconografía de la llama ardiente en su pecho, una escena que recoge el momento en el que, preparando su viaje en el colegio de Goa, se sintió lleno de gozo mientras exclamaba “Basta ya, Señor, basta ya” y procedía a abrir su sotana delante del pecho para dar aire a las llamas de su corazón. La escena se recogía en la Vida de San Ignacio de Loyola del padre Ribadeneyra y se hizo muy popular, especialmente por la difusión del grabado de Antonio Wierix que recogía la fórmula aplicada a otros santos de la apertura de su túnica para mostrar el corazón ardiente. 
Esta representación de Murillo, que incluye una escena lejana donde se puede contemplar al santo predicando, tiene una versión reducida en un lienzo conservado en la residencia Sagrado Corazón de los jesuitas de Sevilla, una obra casi mimética del ejemplar conservado en EEUU, y que se centra en la mitad del cuerpo del santo y que reduce el rompimiento de gloria original a tres cabezas de angelitos que siguen los modelos murillescos. Forma pareja con otro lienzo de san Ignacio de Loyola, aunque el santo navarro tiene una mayor calidad en la representación de sus ojos vidriosos y en el tratamiento de la luz en torno al rostro del santo. La iconografía fue muy copiada por los seguidores de Murillo y este lienzo se acerca a las formas de Juan Simón Gutiérrez, según apuntan los estudios del profesor Enrique Valdivieso.
San Francisco Javier por Bartolomé Esteban Murillo

La misma iconografía de la llama ardiente en el pecho se representa en el busto relicario conservado en el patrimonio de la Universidad de Sevilla, una pieza de 0,70 cm que fue atribuida por Hernández Díaz a la gubia de Juan de Mesa, con una datación en torno al año 1625. Procedente de la iglesia de la Anunciación, donde hubo otra imagen del santo realizada por Martínez Montañés, hoy desgraciadamente perdida, es pieza de gran expresividad, con rasgos habituales del escultor de origen cordobés, rostro y pómulos señalados, y barba corta. Destacan también sus ojos y sus manos, con un relicario en el pecho de forma elíptica que debió alojar una reliquia del santo de la orden, en el fuego ardoroso de su corazón misionero. Sigue el modelo establecido por un grabado de Teodoro Galaeo que ilustra la biografía de San Francisco Javier debida a Orazio Torsellini (“De Vita Francisci Xaverii”, Roma, 1594).
San Francisco Javier, relicario Universidad de Sevilla

En el patrimonio universitario también se conserva una notable representación pictórica del santo navarro, una monumental pintura del éxtasis del santo (3,40 x 2,19 cm) que se atribuye con fundamento al pintor sevillano Francisco de Herrera el Viejo. La obra procede de la casa Profesa de los jesuitas y describe el momento en el que santo, ante una nutrida presencia de fieles, expone la Sagrada Forma y llega a levitar al entrar en un profundo éxtasis. Su cuerpo aparece flotando ante un nutrido grupo de personas, con u nutrido rompimiento de gloria en la parte superior y un expresivo catálogo de actitudes en los rostros de los personajes que contemplan la escena. Por su técnica, la obra suele datarse en torno a 1625, por lo que pudo ser una obra encargada tras la canonización de Francisco Javier.
Éxtasis de San Francisco Javier

Del noviciado de San Luis de los Franceses, hoy en el patrimonio de la Diputación Provincial de Sevilla, procede un lienzo atribuido con todo fundamento a Domingo Martínez que compendia muchos de los elementos de su iconografía y puede estar basado en una famosa composición que realizó el grabador Pedro Villafranca en 1681, una obra en la que se asociaba al santo navarro con el propio Neptuno y que servía de ilustración para la obra “El príncipe y el mar” de Lorenzo Ortiz. 
El santo, al igual que en este lienzo, aparecía de pie con el tridente rematado por la cruz enarbolando la bandera de la compañía (en este caso portada por un ángel), sobre una hermosa caracola que hacía las funciones de la carroza de este dios en la mitología clásica. En diversos libros de la época se hacía el paralelismo entre Hércules o Neptuno con el santo navarro, en alusión a sus aventuras y sus trabajos. La obra del grabador Pedro Villafranca (1615-1684) tuvo gran aceptación, sus estampas fueron las de más calidad producidas en la corte de Madrid, y no es de extrañar que fuera conocida por el autor de la pintura, que tampoco olvidó la presencia del legendario cangrejo que ayudó al santo a encontrar su crucifijo o de la apertura de su sotana en el pecho para mostrar la habitual llama ardiente.
San Francisco Javier Domingo Martínez, Diputación de Sevilla

Aunque no esté completamente documentado, la obra se atribuye con total fundamento al pintor Domingo Martínez, probablemente el pintor más destacado de la primera mitad del siglo XVIII en Sevilla, y formaba parte de la decoración de la capilla doméstica del Noviciado de san Luis de los Franceses de Sevilla, donde estaba emparejado con otro lienzo de san Ignacio de Loyola.
Tras diversos avatares y usos, la propiedad del edificio pasó a la Diputación Provincial de Sevilla, trasladándose el lienzo al Hospital de las Cinco Llagas, actual sede del Parlamente andaluz, donde ya fue identificado como obra de Domingo Martínez por el profesor Valdivieso. En la actualidad, tanto este lienzo como el que representa a Ignacio de Loyola se exponen en la Casa de la Provincia de Sevilla.
Iglesia de San Luis de los Franceses

Precisamente, en la iglesia principal del Noviciado jesuita de la calle San Luis se conserva, en uno de los retablos-vitrina que adornan los laterales del templo, una notable talla del santo que fue atribuida por Torrejón Díaz al escultor dieciochesco Montes de Oca, basándose en las informaciones del Conde del Águila. Muestra al santo con notable expresividad en su rostro, en una escena que recuerda la pérdida de un crucifijo por el santo en los mares del Japón y su posterior aparición milagrosa. La ambientación de la escena, tan propia del gusto del sigo XVIII se suele atribuir a Juan de Hinestrosa, colaborador de Duque Cornejo en la decoración del templo de la calle San Luis.
Retablo S Fco Javier en Santa Rosalía

Del siglo XVIII es también el retablo que conserva el convento de Santa Rosalía, obra del taller de Cayetano de Acosta realizada para las monjas capuchinas que revela el patrocinio de algún devoto de la Compañía de Jesús.
Presente en cada rincón o casa de la Compañía de Jesús, también aparece su rostro en un relieve del siglo XVIII junto al Señor de Pasión, explicable por la procedencia jesuita del gran retablo de plata de la capilla sacramental del Salvador, donde Francisco Javier vuelve a formar pareja junto a San Ignacio de Loyola.
Altar de Pasión / RECHI

Hoy, día 3 de diciembre, se recuerda su fallecimiento con una función principal en la hermandad de los Javieres, que recuerda sus orígenes fundacionales en torno a una imagen anónima de tamaño académico que se data a comienzos del siglo XIX. En la parroquia de Omnium Sanctorum se recordará así la muerte en la isla de Sancián, en las lejanas costas de China:  
“Estaba el buen padre Francisco echado en una choza mal abrigada, expuesta a los vientos y fríos del invierno que ya era entrado, desamparado de todo alivio y regalo, y de todo humano consuelo, y abrasándose con una calentura (…) Calvaba los ojos en el cielo y, con alegre semblante, tenía dulces coloquios con Cristo Nuestro Señor como si estuviera presente. Decía algunos versos de los salmos y lo que más repetía era aquellas palabras ¡Jesús, hijo de David, tened misericordia de mí, perdonad, Señor, mis pecados y Vos, Virgen soberana, Madre de Dios, acordaos de mí, pecador! Dos días enteros estuvo repitiendo éstas y otras semejantes palabras y estando ya a la hora de su dicho tránsito tomó un Crucifijo en las manos y puestos los llorosos ojos en él, entre muchos sollozos y lágrimas comenzó en voz alta a decir: ¡Jesús de mi corazón, Jesús de mi corazón! Y mezclando lágrimas con su oración le faltaron juntas y a una la voz y la vida. Y habiendo fortísimamente peleado con la enfermedad y con la muerte, descansó a dos de diciembre, día de Santa Bibiana (…) quedó con un rostro tan hermoso y alegre que se echaban bien de ver en él que gozaba el alma de la eterna felicidad”.
Muerte de un pilar de la Compañía de Jesús. Había nacido un día de Abril, Martes Santo, motivo que escogió la hermandad de los Javieres para fijar su salida procesional. La huella de la Compañía se prolonga en la ciudad.
Altar de cultos parroquia Omnium Sanctorum