lunes, 7 de noviembre de 2016

J. Mayo. La primera salida extraordinaria del Gran Poder, en 1680

LA PRIMERA SALIDA EXTRAORDINARIA
DEL GRAN PODER, EN 1680

JULIO MAYO

en ABC de Sevilla, sábado 5 de noviembre de 2016, pág. 26




En la historia del Señor de Sevilla, un punto de inflexión subrayado es la salida que realizó en la cuaresma de 1680 a la Santa Iglesia Catedral –hasta ahora la primera documentada–, cuando acudieron varias hermandades antes de Semana Santa, «a implorar la Misericordia del Señor…», debido a la amenaza de un brote de pestilencia y los estragos de una terrible sequía que perjudicaba a las cosechas agrícolas. Aquel ritual de rogativas por falta de lluvias significó para la imagen, que había sido tallada sesenta años antes por Juan de Mesa (1620), el reconocimiento público de la admiración fervorosa que estaba comenzando ya a acaparar, y constituyó además el inicio de una rápida progresión devocional que terminó convirtiéndola en la advocación más importante de la ciudad.

El hambre comenzó a hacer mella y se generó una alarmante situación de pánico colectivo. Entonces, la Iglesia sevillana se anticipó a organizar un recorrido procesional con la Virgen de los Reyes, antes que el Ayuntamiento concretase su dispositivo de plegaria institucional, en torno al crucificado del convento de San Agustín, que no salió hasta once días después. Cada institución poseía, por tanto, una preferencia cultual distinta, por lo que el cabildo catedralicio no dudó en permitir que algunas cofradías entrasen en el templo metropolitano con antelación a la procesión general propuesta por el consistorio. Y la primera que lo hizo fue la del Traspaso, con su Santo Cristo, establecida entonces en el convento franciscano del Valle (hoy de la hermandad de los Gitanos).

Hacía tres meses que no llovía y se pagaba a precio de oro la fanega de trigo (no digamos ya, las hogazas de pan). El pueblo sentía una gran desolación por las desgracias tan continuadas que venía padeciendo. A la peste de 1649 y 1650 se unieron los daños ocasionados por las inundaciones, hambrunas, guerras y otras adversidades que sobrevenían –según la mentalidad religiosa barroca– como castigos por los pecados cometidos por la sociedad. A partir de la segunda mitad del siglo XVII, el modelo de la rogativa fue empleado con reiteración, por los poderes eclesiásticos y civiles, como la mejor herramienta para remediar las calamidades públicas. El entonces arzobispo, don Ambrosio Ignacio Espínola y Guzmán, se propuso paliar «la seca» de 1680 con la celebración de actos penitenciales, propios de las manifestaciones de la religiosidad popular sevillana.

En el archivo de la catedral puede leerse en un libro manuscrito, que recoge algunas noticias históricas, esta cita literal: «El martes 19 de marzo la cofradía del Traspasso sacó al Santo Xpto en procesión, pasó por esta Sta Yglesia, entró por la puerta de Sn Miguel toda la nave aRiba y pasó por la capilla Real y se le abrió la puerta de los Palos». Sus cofrades, en efecto, habían solicitado a los canónigos, el día anterior a la festividad de San José, que les dejasen atravesar las naves: «rogando a Jesús, Nuestro Señor, –con el propósito de que– nos socorra con agua remediando la necesidad que padecen los campos». Se consagró de este modo la acción penitencial de ruego y súplica ferviente dirigida a la divinidad a través de su titular cristífero. El cortejo, acompañado también por los frailes franciscanos del Valle, no itineró por el interior como acostumbraba cuando entraba en Semana Santa. El Gran Poder pasó por detrás del presbiterio ante la capilla de la Virgen de los Reyes, pues el deán, don Francisco Domonte, no ordenó quitar la crujía para que pasaran las cofradías entre el coro y el altar mayor, hasta el día después.

La extrema precariedad del momento propició que aumentase de modo considerable el número de penitentes, por lo que las hermandades alcanzaron un gran auge. Precisamente, la del Dolor y Traspaso de Nuestra Señora y Jesús Nazareno procesionaba desde 1669 la mañana del Viernes Santo. En su estación de Semana Santa a la catedral visitaba también el templete de la Cruz del Campo, yendo por la Calzada un buen número de hermanos de luces, disciplinantes e incluso hasta cofradas. 

Curiosamente, entre 1678 y 1680 desempeñó el cargo de mayordoma y priosta, Laura Delgado, una de las pocas mujeres que hasta la fecha han formado parte de su junta de gobierno. La ubicación periférica de la iglesia del Valle, no impidió que se inscribiesen hermanos de cierto poder adquisitivo, dedicados al comercio, como don José García de Verastegui o Andrés Hipólito de Tamariz, quienes favorecieron que se desarrollase una etapa de esplendor a finales del seiscientos. Fue en aquel tiempo cuando el prestigioso escultor utrerano, Francisco Antonio Ruiz Gijón, autor del Cachorro, realizó el asombroso paso del Señor (1688–1692).

Contó la hermandad con el apoyo difusor de los franciscanos, cuya orden religiosa ayudó mucho a extender la devoción al Cristo, tanto dentro como fuera de nuestra urbe. De hecho, la llevaron hasta América, donde se venera una imagen con el mismo título en Quito (Ecuador) desde el siglo XVII.

La devoción más popular

Su participación en las invocaciones de 1680 le hace prefigurar a la imagen del Gran Poder entre las de mayor atracción piadosa de aquella Sevilla del Siglo de Oro, después de que el clero facilitase su participación en los ceremoniales de súplica. 

En los últimos años del siglo XVII llegó a cambiar su establecimiento canónico en dos ocasiones, hasta asentarse en la céntrica parroquia de San Lorenzo (1703). El apoyo de nuevos hermanos acaudalados de la élite local, resultó determinante para destronar la capitalidad que ostentaban devociones medievales, como la Virgen de la Hiniesta o el Santo Crucifijo de San Agustín, por las que históricamente había apostado el ayuntamiento para cumplimentar sus votos de promesa. Algunos de los miembros de las estirpes nobiliarias que veneraban al crucificado agustino de la Puerta Osario, a cuya hermandad estaba obligada la del Traspaso a dejar túnicas para los cofrades de luz, pasaron en generaciones posteriores a incorporarse a la cofradía del Señor. En 1706, volvió a salir de modo extraordinario pidiendo que el rey Felipe V recuperase el principado de Cataluña y reino de Valencia, en plena Guerra de Sucesión española. De su empoderamiento milagroso dio buena fe el beato capuchino fray Diego José de Cádiz, quien, en la segunda mitad del siglo XVIII, escribió sobre su fama pública y la multitud de prodigios que se le atribuían. Ya en el siglo XIX era la imagen de mayor contemplación, tal como acreditan en sus libros Manuel Serrano Ortega y Francisco Almela.

Por encima de su meritoria calidad escultórica, el Gran Poder compendia una singular teología popular que lo hace ser visto por el pueblo sevillano como su auténtico Dios. Como protector, transmite convicción y una fortaleza sobrenatural para cargar con la pesada cruz, definida por mi paisano Romero Murube, como la de «todos los pecados del mundo». Y lo que realmente conquista nuestros corazones, es su valentía. La de esa zancada eterna que da al frente guiándonos y abriéndonos el camino.


JULIO MAYO, HISTORIADOR

Gutiérrez - Hernández. “El Gran Poder y su regreso a San Lorenzo tras la Semana Santa de 1828”




La cofradía del Gran Poder como marcaban sus Reglas y la tradición inició su estación de penitencia en la madrugada del Viernes Santo, 4 de abril de 1828. Durante su recorrido, la lluvia sorprendería al cortejo procesional, el cual se fragmentó en dos [1]. El paso de Nuestro Padre Jesús se refugiaría en la iglesia parroquial de San Miguel, mientras que el de María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso, lo haría en la iglesia del antiguo Hospital de San Antonio Abad, entonces ocupado por la comunidad franciscana procedente del convento de San Diego.
No era ni la primera ni la última vez que las inclemencias del tiempo deslucían una Semana Santa, lo curioso fueron los acontecimientos que se sucedieron a lo largo de ese mes de abril, ya que ambas imágenes por diversas circunstancias estuvieron algo más de dos semanas sin regresar a su sede de la parroquia de San Lorenzo [2]. Finalmente lo harían en la tarde del martes 29 de abril.
Aprovechando tan inusual visita, la Archicofradía del Santísimo Sacramento establecida en San Miguel, en Cabildo celebrado el 6 de abril (Domingo de Resurrección), acordó realizar una solemne función en honor de la imagen de Jesús del Gran Poder, como lo comunicó por carta a la hermandad del Silencio, dada la condición de esta última como depositaria accidental de la imagen de la Virgen. Al frente de la corporación sacramental estaba por aquel entonces Miguel Laso de la Vega. Y D. Félix González de León, D. Pedro Muñoz y Blanco y D. José María Blanco figuran como diputados comisionados para tratar del traslado de la Virgen.
La función que se celebró en San Miguel consistió en una misa cantada a las 10 de la mañana del viernes 11 de abril, siendo expuesto el Santísimo Sacramento para la adoración de los fieles, en tanto que por las noches se harían otros ejercicios piadosos acostumbrados. Fue organizada por la Sacramental en unión de la hermandad de la Sagrada Entrada en Jerusalén, también con sede entonces en esa parroquia.
         La descoordinación comenzó cuando las hermandades anfitrionas de ambos templos, la Sagrada Entrada en Jerusalén y la de Nuestro Padre Jesús Nazareno (El Silencio), no se pusieron de acuerdo en realizar el traslado de ambas imágenes de la cofradía del Gran Poder de forma conjunta y querían realizarlo por separado.
Ante tal hecho los hermanos del Gran Poder estarían atónitos, al negárseles que ellos mismos pudieran realizar el traslado de sus imágenes. Todo el asunto llegó al Fiscal General del Arzobispado el 16 de abril, quien mostró su disconformidad a que las hermandades anfitrionas llevaran a cabo dos traslados en dos momentos distintos, porque además estaban preparando para ello “una pompa” que tenía “más de lujo que de culto religioso”. Puso en conocimiento de todo ello al Provisor Vicario General, cargo que ejercía el Licenciado D. Diego García de Lerma Pizarro (Racionero de la Santa Iglesia Catedral).
El 17 de abril el señor Provisor dictaba un auto, ordenando que se les comunicara a los Hermanos Mayores de ambas corporaciones (Silencio y Entrada en Jerusalén) y al cura de San Miguel, que no pusieran obstáculos en la entrega de las imágenes al Hermano Mayor y cofrades del Gran Poder, que regresarían en procesión hasta San Lorenzo, sólo con el acompañamiento de la cruz parroquial y sin representación del clero.


Camino de la Catedral de Sevilla. Salida extraordinaria, jueves 3.XI.2016 
(Fotografía: María Lucía Gutiérrez Núñez)

A ambas corporaciones les solicitó mesura y moderación en su celo y cultos a las sagradas imágenes, y que el culto se realizara dentro de las iglesias, “sin que ni en comunidad ni en particular salgan de sus puertas con motivo ni pretexto alguno, ni preparen aparatos de exterioridad para la calle y plaza inmediatas a las nominadas iglesias sin obtener el correspondiente permiso de la autoridad (…)”; si fuera así tendrían que dirigir oficios o comunicaciones por escrito al Asistente Intendente de Policía para su aprobación.
Recordemos que estamos en una época marcada ya por la herencia intelectual de la Ilustración y el pensamiento político del Liberalismo, en la que las autoridades civiles y en menor grado las eclesiásticas veían las manifestaciones de la religiosidad popular como una herencia de los tiempos del Barroco, espontánea, efusiva y vitalista, que había ahora que encauzar por senderos más “racionales”. Y como estas expresiones festivas y religiosas habían generado a lo largo de la historia diversos conflictos e incidencias, el Estado toma ahora las riendas para demostrar que, por encima de la Iglesia, tiene que tomar cartas en el asunto en la medida en que el orden público pueda verse alterado.
 Mediante autos emitidos los siguientes 22 y 25 de abril, el Provisor estableció que la vuelta sería por las mismas calles por las que lo hubiera hecho el día de Semana Santa, prohibiendo además a la Archicofradía del Santísimo de San Miguel, que fuera en el acompañamiento de vuelta. Además, se fijaba el momento del traslado de regreso a San Lorenzo, para el martes 29 de abril por la tarde.
Y en efecto en dicho día se llevó a cabo esta procesión de vuelta, que no estuvo exenta de alguna incidencia, según se expone en la carta remitida por D. Francisco de Paula Vega, cura de San Miguel, el siguiente día 30.
Narra como el día anterior llegó a la Parroquia el Mayordomo de la cofradía del Gran Poder para recoger a su “sagrada efigie y pasearla por los tres frentes de la Plaza del Duque, y que parándola en dicha Plaza, esperase allí hasta tanto que trayendo la sagrada imagen de la Santísima Virgen del Mayor Dolor que se hallaba en San Antonio Abad, la reuniesen en dicha Plaza y formar después la procesión hasta San Lorenzo”.
El cura Vega considera indecoroso y poco reverente “sacar la imagen de Nuestro Padre Jesús de una iglesia, y presentarla en una plaza pública, para hacerla esperar más de media hora a que llegase otra imagen para formar procesión en un paraje puramente profano”.
Pero, temeroso de que se originasen disensiones y escándalos, aumentados por la murmuración del pueblo que no comprendía el retraso de la vuelta de las imágenes al templo, el cura Vega no se opuso al traslado planteado de esta forma. Aunque dispuso como medida de seguridad que cuando las andas procesionales llegasen a la puerta de la iglesia de San Miguel, “en el momento mismo en que se presentaba su Real Cofradía”, se cerrase la entrada al templo.
Esta medida estaba encaminada a “que no entrando ni saliendo ninguna de las personas que pertenecían a dicha Real Cofradía”, los cofrades no tuviesen ocasión de encontrarse con aquellos que se creían ofendidos por los planteamientos del cura y así evitar alteraciones del orden en el interior del templo. Así “tan luego como salió dicha Sagrada Efigie de la Parroquia, fueron cerradas las puertas de ella como el mismo objeto”.
Finalmente, el regreso de las imágenes a la parroquia de San Lorenzo fue celebrado con una función que costearon las hermandades radicadas en la hoy desaparecida parroquia de San Miguel [3], poniendo fin a este curioso episodio de la historia de la hermandad del Gran Poder del que se tenían ligeras referencias.
-o-o-o-




[1] CARRERO RODRÍGUEZ, Juan: Anales de las cofradías sevillanas. Editorial Castillejo, Sevilla, 1991. Pág. 361, fecha erróneamente este suceso el anterior 28 de marzo.
[2] ARCHIVO GENERAL DEL ARZOBISPADO DE SEVILLA, sección III (Justicia), serie Hermandades, legajo 9803, nº 6, expediente 2.
[3] GARCÍA DE LA CONCHA DELGADO, Federico: “Pontificia y Real Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y María Santísima del Mayor Dolor y Traspado. Basílica del Gran Poder. Sevilla”, en Nazarenos de Sevilla, tomo I. Ediciones Tartessos, Sevilla, 1997. Pág. 337.